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LOS AVANCES TECNOLÓGICOS Y SUS RIESGOS

 Publicado: 05/02/2020

La democracia ante los desafíos del universo digital


Por José Kechichián


Las posibilidades de Google, Facebook e Instagram, entre otros sistemas, de recopilar información de los usuarios es ya una realidad irreversible. Este mecanismo es resultado de la ciencia y la tecnología y no tiene marcha atrás. 

La privacidad, la intimidad de las personas ha pasado a tener otras categorías, porque es absolutamente impensable que, con las nuevas tecnologías, no se registre, y con ello se vulnere, el espacio que debiera ser íntimo. 

Por lo tanto, hay que ir a un nuevo comportamiento social y cultural que a la vez equilibre el resguardo de las personas y acepte la realidad. De lo contrario, la gente tendría que vivir en los juzgados, y los jueces y abogados tendrían que ampararse en viejas formas culturales. Por más que la razón formal estuviera de su lado. 

En consecuencia, hay que partir de aceptar esta realidad, pero buscando por parte del conjunto de los mecanismos y actores democráticos, sociales y del propio Estado, nuevos estatutos de comportamiento. A lo que agregaría la necesidad de educación, porque la mayoría de la gente que se siente después vulnerada no tuvo ningún criterio y actuó sin la más mínima discreción. En este momento, si alguna persona no pretende que algo trascienda, o que sea archivado, aunque sea reservado, no debería almacenarlo en un teléfono o una computadora.

En la actualidad, en un mundo que vuelve a la religión, la gran mayoría de las personas “creen, sin pertenecer”, lo que significa que sostienen creencias sin compromisos con la institución religiosa, sea la iglesia u otro tipo de vínculo. Si hiciéramos una encuesta, es muy probable que un amplio sector de los creyentes no sienta que Dios lo está observando, evaluando su conducta, sus actos. En una palabra, no cree que se esté llevando a cabo un registro de nuestros comportamientos. No cree en la existencia de una cuenta corriente donde se anotan las virtudes y los pecados, ecuación cuyo resultado podría significar la salvación de su alma o la incineración en el infierno. 

Pero actualmente sí hay quienes saben más de nosotros que nosotros mismos, y no solo saben lo que acontece hoy en nuestra vida y en nuestra mente, hay quienes sostienen que pueden predecir, de manera casi infalible nuestros derroteros, nuestra peripecia, nuestro “destino”. Es maravilloso: nunca nos hubiéramos imaginado que Edipo, por ejemplo, accionando un clic, podría haber advertido los errores trágicos que Sófocles nos presentaba, y lo ineludible de su destino, ya que un simple humano no podía derrotar la voluntad de los dioses.

Así, todo el debate filosófico sobre el libre albedrío, una concepción que básicamente sostiene que los seres humanos tendríamos la capacidad de adoptar decisiones sin ningún tipo de limitaciones externas, queda reducido a una utopía. 

Todo este andamiaje argumentativo queda en entredicho cuando alguien es capaz de comprar los datos de más de 50 millones de usuarios de las redes sociales, con los que puede inducir, influir, orientar sus comportamientos, por ejemplo, en un proceso electoral.

El liberalismo es una concepción filosófica, política y económica que, en sus orígenes, planteaba la defensa del individuo frente a la intervención del Estado absolutista. Nuestra Constitución, basada en los principios liberales y democrático-republicanos, sostiene estos principios desde los inicios de nuestra existencia como Estado soberano e independiente, no sujeto a ningún poder extranjero. 

¿Cómo no sospechar que la democracia y los derechos humanos estén siendo hackeados? 

¿Es posible afirmar que los sistemas que manipulan la opinión pública, que observan y recopilan todas las comunicaciones que establecemos en las redes y otros medios, es posible -repito- afirmar que no violan la Constitución de la República? 

Veamos el Artículo 28:

“Los papeles de los particulares y su correspondencia particular y su correspondencia epistolar, telegráfica o de cualquier otra parte, son inviolables, y nunca podrá hacerse su registro, examen o interceptación sino conforme a las leyes que se establecieron por razones de interés general”.

John Stuart Mill, en su ensayo Sobre la libertad, expresa su preocupación en torno al control que la opinión pública puede ejercer sobre los individuos, dado que la opinión pública tiene tendencia a imponer sus ideas, a impedir el desarrollo de personalidades distintas de las mayoritarias y, cuando estas existen, a intentar “formatearlas”, de conformidad con sus intereses. Esto llevó a Mill a defender la idea de que el individuo debe proteger su independencia de eventuales intromisiones ilegítimas de la opinión colectiva, la cual es capaz de ejercer una presión a favor de la homogeneidad, eliminando las tendencias particulares.

Pero, ¿qué sucede con las búsquedas en Google, o en YouTube? Generalmente terminan en que, sobre el tema que nos interesa, al instante aparecen ofertas de artículos o videos relacionados. Siguiendo esta lógica, un usuario puede confundir información con enclaustramiento en una burbuja monotemática, que tiende a encerrarlo en una tendencia, no necesariamente compatible con el cotejo de distintas opiniones.

En esta situación que nos presenta la “galaxia digital” en la que estamos inmersos, tendemos a confundir las sombras con la realidad, como los habitantes de la alegórica caverna platónica. La pregunta es, ante tanta turbulencia y tal torrente de información: ¿no estaremos aún confundiendo las sombras con la realidad?

O estamos fatalmente sometidos al destino que nos marcan los dioses como en la tragedia, o no somos buenos en el “conócete a ti mismo”, porque la máquina de vigilar colecciona miles de data points, que configuran nuestra identidad, nuestro “propio yo”.

En el siglo V a.n.e., Aristóteles afirmó que el ser humano es un animal que posee logos, lo que, a su vez, le permitía considerarlo un zoon politikon. Es decir, una especie capaz de debatir y argumentar, de razonar, en una comunidad basada en la participación de individuos libres en las deliberaciones y la toma de decisiones. El logos fue una de las premisas, la causa y la consecuencia de la comunidad política, de la polis, creación inédita de la Antigua Grecia, de cuya trayectoria, auge y declinación surgió la reflexión de la filosofía clásica, por lo menos la de Platón y Aristóteles.

Como herederos de los ideales del mundo clásico, de la política y el derecho romano y la cosmovisión judeo-cristiana, creíamos que los dioses nos miraban. En la versión monoteísta, se afirmaba que Dios sabe de nuestros pasos, aunque nosotros no sabemos los caminos que transita, porque, después de dialogar con el patriarca Abraham y con Moisés, se volvió un Deus absconditus, de modo que es incognoscible e inaccesible para nosotros. Omnisciente, omnipresente, quien todo lo ve, nuestro Dios, surgido del celo monoteísta de los israelitas, pasó a ser el verbo encarnado.

¿Seguiremos rindiendo culto al dios oculto en los sistemas planetarios de información y comunicación, que deja sin efecto los mecanismos constitucionales y jurídicos en los que se basa la democracia?

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