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DE LUCHAS, CONVICCIONES, AMOR Y DESAZONES

 Publicado: 06/02/2019

“El otro lado de todo”: por la mirilla de la Historia


Por Andrés Vartabedian


Comentar con familia y/o amigos que, en pleno enero, alguien se dirige al cine a ver un documental, ya puede dar motivo a la generación de algún tipo de mueca en el rostro de nuestro interlocutor. Tal vez la finja más, tal vez la finja menos. Dependerá del caso, de la cercanía, del intento de respeto... Agregar el dato de que es un documental “serbio”, ya puede transformar la mueca, lisa y llanamente, en burla pura y dura. Así funciona básicamente el prejuicio estándar en estas circunstancias, podríamos decir. Para pena de todos: tanto de quienes desean compartir francamente la realización de una actividad con sus allegados y que, quizá, en próximas ocasiones elijan ni siquiera mencionarlo, como de quienes jamás la verán, respondiendo a esos hijos de la ignorancia que son los prejuicios; ni para apreciarla y disfrutarla, ni para someterla a escrutinio y rechazarla. En definitiva, para emitir un verdadero juicio, ése que tenga asiento en el conocimiento.

Por otro lado, para quienes hemos sido contemporáneos del desmembramiento de la ex Yugoslavia, sus guerras intestinas, “limpiezas étnicas”, genocidio, bombardeos de la OTAN, formación de nuevos Estados, y hemos seguido todos esos sucesos y procesos a través de los medios informativos tradicionales, propios de Occidente, la construcción de un prejuicio negativo, particularmente, hacia el Estado serbio no nos puede llamar la atención. Para quienes nos sentimos mínimamente comprometidos con la defensa de los derechos humanos, nombres como los de Milošević, Belgrado, Serbia, no nos resultan desconocidos ni indiferentes y, salvo excepciones, están cargados de una connotación criminal. Esto último no refiere únicamente a una construcción mediática, sino que ha tenido su correlato en los propios pronunciamientos de la justicia internacional, cuyo principal centro de irradiación hoy asociamos con La Haya, una de las ciudades más importantes de los Países Bajos, sede de la Corte Penal Internacional.

Tanto para combatir unos como otros allí está El otro lado de todo, el documental de Mila Turajlić (Belgrado, 1979), una de esas obras que aportan en la construcción de entendimientos, que ayudan a complejizar más que a relativizar, que colaboran en la visualización de los matices y los grises de todo comportamiento y acción humanos, y que siembran la empatía, siempre que dichos comportamientos y acciones partan -como asumimos persuadidos que es el caso- de convicciones honestas y genuinas y no de meros intereses espurios.

Concentrada en el apartamento que su familia ha habitado desde hace cuatro generaciones en el centro de Belgrado, una de las zonas más bellas e importantes de la capital serbia, rodeada de consulados y embajadas, Mila Turajlić crea una historia íntima, pero a la vez histórica y política, de la vida de su familia y su país en los últimos 70 años, y hasta un tanto más allá, a partir de la convivencia y el diálogo constante con su madre, Srbijanka Turajlić, una ingeniera y profesora universitaria de relevante participación pública como militante social, fuerte opositora al régimen encabezado en los años ’90 por Slobodan Milošević, el hombre que, desde 1989 a 2000, presidió las distintas entidades políticas con las que se conoció dicho territorio previo, durante e inmediatamente después de la desintegración de la República Federativa Socialista de Yugoslavia: las sucesivamente denominadas República Socialista de Serbia, República de Serbia y República Federal de Yugoslavia.

Construido por su bisabuelo cuando era ministro de gobierno del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos -nombre que variaría a Reino de Yugoslavia en 1929-, el edificio, su hogar y el propio barrio han sido y son testigos privilegiados de los avatares políticos que ha vivido el país. Lejos de pretender distraer, abrumar y aburrir al lector mencionando todas estas modificaciones que ha sufrido el nomenclátor de la región, sirva el hacerlo para dar cuenta de tanta inestabilidad y variación en su seno; hecho que, indudablemente, no sólo repercute en la imposibilidad de retener un nombre preciso sino, y he aquí lo trascendente, que repercute en vidas individuales, familiares y comunitarias concretas, afectadas una generación sí y otra también por la imposibilidad de cierta paz y cierta tranquilidad cotidianas; vidas imposibilitadas siquiera de la generación de la propia falsa idea de seguridad que otorga, en cualquier plano, la tan mentada estabilidad. Las puertas y ventanas de ese edificio habitación serán nuestro pasaje a una recorrida cargada de divisiones, luchas, resignaciones, sueños, sacrificios, expectativas, frustraciones… y nuevas divisiones, luchas, resignaciones, sueños, sacrificios, expectativas, frustra… Algo así como la vida misma. Pero la vida misma condicionada por un contexto muy convulso y particular.

Cuando finalizada la Segunda Guerra Mundial, en 1947 o 1948, llegaron a su domicilio los oficiales del nuevo régimen, el socialista encabezado por el mariscal Tito, la niña Srbijanka no sospechaba siquiera que las puertas de las habitaciones cerradas de su hogar no volverían a abrirse sólo hasta pasados los próximos casi setenta años; que los dos cuartos -tres en el primer momento-, más un pasillo del edificio, que le habían sido expropiados a su familia en ese preciso instante serían habitados por décadas por el “proletariado”; ni siquiera esa noción estaba para nada clara aún en su pequeña cabeza, como tampoco la dimensión de “lo burgués” que representaba su acaudalada familia. Simplemente se adaptó a su nuevo, reducido, espacio. Y vivió así, con esas puertas selladas, cual paredes con simples cerraduras con llaves dibujadas. Esto en el mejor de los casos, cuando éstas podían observarse y no lo impedía algún mueble que pretendía imponerse al recuerdo de lo que ellas significaban.

Vivió como le fue dado y asumió su hogar con las nuevas dimensiones dispuestas, tanto en lo que a espacio físico refería como al espacio social que su familia ocuparía. Las voces y olores provenientes de las habitaciones confiscadas fueron transformándose en parte de la cotidianidad -esa cotidianidad que se torna casi imperceptible-; lo mismo sucedió con el ruido de las mirillas de metal de las puertas, abriéndose y cerrándose día y noche, dispuestas a transformar a todos y a todo en pasible de ser sospechado. El código para los amigos de la familia comenzó a ser de tres timbres; uno solo tocaban los oficiales del régimen. La cámara puesta detrás de aquéllas, cual ojos fisgones, y el sonido en primer plano de su apertura o clausura, darán cuenta de sus resonancias inquisidoras; en la intimidad, desde la intimidad. Adquirirían cierta lamentable naturalidad.

Srbijanka, quien sería la madre de Mila, creció allí, creció así, sin cuestionarse que ese mundo también podría cambiar y derrumbarse, que tanta seguridad artificial comportaría tantas inseguridades futuras. Tampoco que su ser yugoslavo un día debería transformarse en un ser serbio, que ya no habría más patria grande, aun sin sentirlo, sin elegirlo, quizá sin desearlo. El “padre” Tito, el simbólico, desaparecería al igual que los suyos, los más cercanos y reales… Ni el socialista ni los burgueses brindarían ya la protección esperada. Hacerse cargo de sí mismo no es tarea sencilla; tampoco es tarea evitable.

Su historia comenzará a cargarse de militancia desde su época de estudiante universitaria, allá por 1968. Las ideas de libertad y democracia construidas por aquellos días y en consonancia con varios de los postulados aprehendidos en su seno familiar, la acompañarán hasta su presente ya casi resignado a la demagogia política, el nacionalismo beligerante y el enamoramiento fácil de los eslóganes populistas que acometen sus connacionales. También surgirá, con el tiempo, cierto discreto reproche a sus abuelos por su indignación de sofá y su protesta de interior, siempre apoltronada. Las dimensiones de las consecuencias que el hacerlo público y a viva voz podrían haber acarreado estaban aún por delinearse: cárcel, tortura, exilio o muerte sonaban a lugares aún demasiado distantes. De todos modos, ella aprendería a tomar las calles y a plantear sus reivindicaciones en cuanta palestra pública cruzara su camino. También sus padres recibirían su amonestación: ellos, que direccionaron su carrera profesional hacia las matemáticas y la ingeniería, considerando que el ejercicio del Derecho en un país sin libertades no tenía sentido para quien pretendía llevarlo adelante desde el convencimiento en sus más altos valores y la honestidad intelectual, y aún incluso si, como ellos, buena parte de sus propias familias lo hubieran desarrollado durante generaciones. La carta de su despido de la Universidad por su constante participación en la arena política en momentos de gran agitación ciudadana, y ya con un nombre ganado en materia de defensa de los derechos civiles, iría a parar a la tumba de su padre, arrojada cual proyectil confirmatorio y tardío de un error largamente sabido.

Mila Turajlić conseguirá que seamos, de algún modo, parte de ese diálogo intergeneracional, aun cuando sea únicamente su madre la que aparezca directamente hablando a cámara y aun cuando ya no queden abuelos ni bisabuelos a los que consultar. Ellos estarán allí, presentes, de alguna manera: en los diversos objetos heredados -tan heredados como ciertas convicciones- que Srbijanka limpia, lustra y repasa con meticulosidad y cariño; en las fotografías conservadas que los contienen, desde las que parecen observar los nuevos acontecimientos, asumir algunas de las interpelaciones, o hasta cuestionarlas; en alguna pintura que la reescritura política del pasado pretendió tapiar pero reaparece cual fantasma al que ciertas heridas no permiten descansar; en los planos del edificio rescatados de la confiscación vaya a saber uno producto de qué descuido del funcionario de ocasión; en el propio edificio y el propio barrio que los vio crecer como familia, y de cuyos sucesos sus ventanas han sido testigos y todavía dan cuenta; en sus vecinos que aún conservan pequeños detalles, pequeños restos de un pasado que continúa revelándose a pesar de los años transcurridos; en los parientes y amigos que visitan la casa y colaboran en el armado del rompecabezas; en las preguntas constantes de la propia Mila que los evoca y los trae a colación a través de su madre, cuestionando, intentando comprender, que es comprenderse; en las propias puertas, que siguen allí intactas, con las llaves puestas y los picaportes brillantes... Símbolos. Presencias permanentes de un pasado a las que será necesario abrir para comenzar a cerrar.

Intentará entender también la naturalidad con la que su madre habla en público, su militar constante, su habitual contacto con los medios de prensa, lo categórico de algunos de sus juicios, los riesgos asumidos más de una vez, sus permanentes tomas de postura… su ser político por antonomasia, en definitiva.

Entender a su madre, su familia, las circunstancias que los han afectado durante casi un siglo, será también intentar entender a su país y, por qué no, a su región. Será también un intento de interpretarse a sí misma, sus certezas, sus broncas, sus desasosiegos, sus risas y amarguras, su sentirse única por pertenecer a esa comunidad, con lo que ello importa para bien y para mal. Será un acto de amor, sin dudas. Un acto de amor filial, también político.

Partiendo, física y emocionalmente, desde el adentro, su filme interactuará permanentemente con el afuera, ya sea a través de las ventanas abiertas, los medios de comunicación, el contestador de voz telefónico, las imágenes de archivo quirúrgicamente rescatadas y seleccionadas, los relatos de su madre o los propios fragmentos de algunos de sus lúcidos discursos públicos. Sabremos tanto de su trayectoria familiar como de las convulsiones sufridas por su tierra. Las calles serán tanto las de su entorno inmediato como las de las mil veces agitada Belgrado. La presencia policial y militar será la de ayer y la de hoy, lo mismo que la represión, sin cuño ideológico particular. También compartiremos las estaciones, signos inconfundibles del tiempo que prolonga su andar, metáforas también de ciertos acontecimientos históricos. Las imágenes se teñirán de día y noche, habrá lugar para la pausa y la reflexión, para la duda, para el abrazo. Cierta luz y ciertas melodías -pocas, precisas- cargarán algunas imágenes de un tono hondo y poético.

Y de ese modo, con un pulso narrativo sostenido con precisión rítmica, el filme se construirá y fluirá casi como imperceptiblemente. Las décadas y los acontecimientos se deslizarán. El trabajo de investigación, de búsqueda y escrutinio de viejos archivos, el tiempo generador de la confianza y la intimidad necesarias para retratar a quienes llegan hasta el hogar-símbolo se percibirá notorio, serio, minucioso, nunca ostentoso ni engreído, siempre cálido y sensible. Su profundidad desbordará la pantalla como algunas de las sentencias pronunciadas por Srbijanka Turajlić desde su inconmensurable solidez intelectual.

Así se irán reuniendo la historia con minúscula y con mayúscula, lo público y lo privado, el hoy y el ayer, la Historia y la Memoria… siempre en clave de futuro, de construcción y camino. Alguien debe tomar la posta en la generación de mañanas posibles, quizá menos dolorosos. Intentarlos siempre es un deber, aun a regañadientes del pasado. La madre parece trasladarle la tarea a su hija. Se asume retirada aun cuando las batallas no dejan de golpear a su puerta: una “lista negra” la ubica entre las treinta personas más indeseables para el ultranacionalismo serbio. Mila duda, se amilana, se percibe sin demasiadas fuerzas después de tantos tropezones; no sabe hablar en público como aquélla, no parece poder encontrar las palabras precisas, las que contagien…

Sin dudas, su discurso serán las imágenes. Sin dudas, sabe hacer cine. Cambiar la realidad es siempre una tarea compartida. Estará en nosotros asumir el desafío.

Ficha técnica
 

Título original: Druga strana svega Serbia/Francia/Qatar, 2017, 104 min.

Dirección: Mila Turajlić

Producción: Carine Chichkowsky, Mila Turajlić

Guión: Mila Turajlić

Fotografía: Mila Turajlić

Música: Jonathan Morali

Edición: Sylvie Gadmer, Aleksandra Milovanić

Elenco: Srbijanka Turajlić, Mila Turajlić, Mirjana Karanović

2 comentarios sobre ““El otro lado de todo”: por la mirilla de la Historia”

  1. Buen decir y antes mejor pensar. Como de costumbre, dan ganas de ver este cine después de leer estos artículos. El desafío del final es inexorable, la cualidad de esa transformación es lo jodidamente complejo. Pero qué es colectivo, no hay ninguna duda. Salú

    1. ¡Muchas gracias, Matías! Siempre es bueno saber que hay gente atenta del otro lado. Comparto la idea de lo complejo que es la cualidad de esa transformación. ¡Salú!

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