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VIÑETA

 Publicado: 06/05/2020

Encuentro de tangueros y rocanroleros


Por Omar Sueiro


El conjunto de guitarristas de rock and roll “Las Arvejitas” -que normalmente actúa en el espacio artístico de la exterminal Goes- concurre a una singular, muy activa y anacrónica peña tanguera del barrio Union-Villa Española. El cineasta Pedro Alonso y la socióloga Lorena Briozzo documentan el singular encuentro, incluyendo la impresión que el acontecimiento les mereció a los icónicos guitarristas “Toto” Méndez y Ciro Pérez y al artista y “folclorólogo” Rubén Olivera. 

Previamente “Las Arvejitas” dan cuenta de su origen y de las influencias del medio sobre su derrotero artístico.

EL VIAJE AL PASADO DE “LAS ARVEJITAS” JAZZ ROCK BAND

El grupo se fue formando paulatinamente en torno a la guitarra, instrumento que todos estudiaban, y al rocanrol que todos disfrutaban. En determinado momento la cosa fue tomando forma, y de tanta forma que tomó ya pedía nombre, y como quien no quiere la cosa, quizá porque el registro y la forma de cantar del grupo pretendía ser la contracara del falsete infantil del conocido “Las Ardillitas”, salió “Las Arvejitas”.

La guitarra, se sabe, por peor rascada que esté, igualmente despierta sentimientos nostálgicos en los uruguayos. Seguramente eso les ocurrió a algunos familiares más cercanos, los abuelos por ejemplo, a los que el sonido de las violas les fue reavivando recuerdos tangueros, que con entusiasmado cariño, compartieron con sus nietos roqueros. 

Y surgieron historias verdaderas y de las otras, que desenvolvieron de paquetitos de papel de estraza, guardadas quién sabe desde cuándo, añoranzas de los boliches del barrio, de parroquianos, borrachos y timberos, de héroes barriales y jodedores universales, de galanes y buenos tangueros y también de cantores y guitarreros “de parrillada” (calificación dada a los malos intérpretes). 

Junto a ellas, aparecieron los recuerdos de los boliches del centro en los que regularmente actuaban cantores y músicos. Particularmente, de algunos de los más conocidos y concurridos en las décadas del 50 y 60 del siglo anterior, que en ese momento eran llamados “vinerías”, por ejemplo Teluria, Altamar y De Cojinillo. Allí llegaban uno o varios clientes, pedían una jarrita de vino y una picadita de queso y salame (todos de una calidad difícil de evaluar dada la escasa iluminación del local) mientras iban transcurriendo las actuaciones de los artistas. Por ejemplo, sin un orden establecido, podían llegar en el correr de la noche, entre las 10:00 y la hora de cierre, alrededor de las 12:30: Anselmo Grau, Pablo de Santis (hermano de Manuel, jockey/crack de Maroñas), algunos morochos con 4 tamboriles que a veces venían secundando a Santiago Luz con su clarinete, el zurdo Mastra y su guitarra (autor de “Bonjour Mamá”, “Gaboto y Paysandú”, entre otros éxitos rioplatenses), muy pocas veces Alfredo Zitarrosa solo con su guitarra, Rodríguez Luna (dueño de Teluria), los Olimareños (dueños de De Cojinillo), Rufino Mario García, el recitador (“¡La caña! ¡Dioses benditos! Sólo al nombre, compañero, se me pon’el tragadero como p’haser gorgoritos”) y una multitud de cantantes femeninas y cantores de la más variadas presencias y calidades.

Entre los personajes más salientes estaba “Carlitos”, así nomás, sin otro nombre que mejor lo identificara, y sin apellido. Carlitos se peinaba con el fijador y la glostora que usaba El Mago (¿no sería dulce de membrillo?), un raído esmoquin, que podría ser el auténtico Viejo esmoquin de tango, y zapatos que en algún momento habían sido de lustroso charol. Además, cantaba -él se oía cantando igual- todo el repertorio de Gardel. 

En realidad, era un desastre, pero “la barra” lo aplaudía a rabiar y le seguían pidiendo “otra” hasta que aparecía el número siguiente. Así y todo era el artista más aplaudido (y sin duda el más feliz) de los que actuaban en todas las vinerías, porque Carlitos, todas las noches, visitaba todas las vinerías y en todas era ovacionado.

La más grande que pasó por esos ambientes fue nada menos que Mercedes Sosa, que en sus primeros tiempos cantaba en CX14 El Espectador y actuaba en Altamar acompañada por su esposo Carlos Mathus.

A todo esto de la cosa y la forma en la línea de tiempo arvejera se suma a “La Peña Las Arvejitas” una mujer de armas tomar: Lorena Briozzo, “La Jefa”, generando desde su lugar, y con su impronta, oportunidades que los hicieron crecer en lo artístico, en lo personal y lo grupal.

Lorena ubicó un boliche del pasado, verdadera muestra de las imágenes transmitidas por los abuelos de nuestros héroes. Y entonces proponía -más bien provocaba- un viaje a ese pasado para darle forma final, determinando el objetivo definitivo del grupo. 

Se sabe que la calma y el deseo de vivir tranquilos, rayanos en la indolencia, son atributos de los músicos en general, y estos en particular superaban el promedio. Por lo tanto, la escuchaban y parecían hacerle caso, pero como en la época de la colonia practicaban el “se obedece pero no se cumple”.

Sin embargo, siempre hay uno más débil que no aguanta la presión. 

“No sigamos tirando la pelota al óbol, lo decidimos ahora o será nunca” -dijo Matías (Maturro) al borde de la exasperación-. “Si llegamos a ser algo como grupo, se lo debemos a Lorena que nos guió hasta acá. ¿Por qué no seguir adelante? ¿Tienen miedo de que la cabeza se les dé vuelta? Si es así, vayan y díganle a ella que Muchas Gracias, que no la molestamos más, cada uno por su lado y chau”. 

Los otros cuatro rocanroleros, pensativos, solo atinaban a rasguear las guitarras… Diego (El Abuelo), se animó: “Un viaje al pasado, al pasado vivo de todos nosotros para definir el futuro del grupo, no es moco e pavo, el viajecito de Arquitectura es un poroto al lado de esto”.

Finalmente, rasgueos y tarareos de por medio, los cinco resolvieron aprobar -una vez más- la propuesta de quien (por usar un dicho del pasado que iban a visitar) podría catalogarse como un “ciclón con faldas”. 

En la reunión siguiente resolvieron emprender el viaje en “La Peña”, que tendría como capitán de registro a Pedro Alonso, un hombre experimentado en estas lides y -obviamente- con la Briozzo a cargo del timón.

Finalmente, el domingo iniciaron el viaje con destino al pasado, rumbo a un boliche situado en el Triángulo de las Bermudas, entre La Unión, el Puerto Rico y Villa Española. 

Para llegar a destino debieron navegar por las procelosas aguas de la Feria de Larravide, al fondo. Durante el viaje Diego (El Manso) propuso cambiarle el nombre al grupo, porque anunciarse en Villa Española como “Las Arvejitas” le parecía que no cuadraba mucho con el boliche. 

“Por lo menos para disimular un poco nuestro origen “pequeño burgués” (de rock mariquita, dijo otro) podríamos llamarnos “Las Alberjas” o ”Almóndigas con alberjas” -atinó Sebastian “El Coqui”, guitarra a la espalda-. “Las mías sin zanagoria” -tarareo Leandro “El Primo”-, entre tantas otras que siguieron sumándose a la pavada lingüística que invadía el paisaje sonoro de la feria, con el sol, y con los preciados recuerdos estrazosos de los abuelos, y el asfalto en las patitas hasta la “casa de familia” de Quique... 

Llegados al lugar tuvieron una magnífica recepción y nadie se acordó de su extraño nombre. Sobre lo que les ocurrió, es mejor que lo vean en “LA PEÑA”, que es el registro filmico de su visita:


Un comentario sobre “Encuentro de tangueros y rocanroleros”

  1. Que lindo formar parte de este espacio «Va de Nuevo»!! Muchas gracias en nombre de todo el grupo de las arvejas! Que siga el tango y el rockanroll y que nunca perdamos nuestras raíces. Salute!!

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