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REGRESIONES

 Publicado: 02/12/2020

El futuro de los nativos digitales


Por Julio C. Oddone


“Los nativos digitales no existen. Los que sí existen son los nacidos en pleno cambio hacia una sociedad digital”.

Susana Lluna y Javier Pedreira - Los nativos digiales no existen

 

Cuando Reyna Reyes escribió su ensayo “¿Para qué futuro educamos?”[1] problematizaba la labor educativa situada en un presente y cuyos objetivos se materializaban en un futuro considerado como incierto y cambiante.

La educación siempre es la proyección del sujeto hacia el futuro y por eso está supeditada a cómo será ese futuro. Dicho de otra manera, el rol de la educación y del conocimiento es, definitivamente, “no contribuir a que el futuro reproduzca ni el pasado ni el presente” (Reyes, 1971: 141).

Planteado en estos términos, el futuro se nos presenta como una posibilidad alentadora y por tanto la acción educativa, desde esta perspectiva, también es alentadora. Implica pensar que participaremos en los cambios de la sociedad en la que nos tocará vivir más adelante, y que de alguna manera tendremos, para bien o para mal, una cierta incidencia. 

La concepción de “¿Para qué futuro educamos?” implica que como personas somos partícipes de los cambios de la sociedad de futuro en la que nos tocará vivir.

Al preguntarnos para qué futuro educamos, asumimos que ese futuro no es un calco del presente y que por tanto podremos transformar la sociedad por la acción educativa y los conocimientos adquiridos durante nuestras vidas.

Nuestra época...

Ahora bien, nuestra época está marcada por una serie de características desde las cuales nos formamos una cierta visión del mundo y una cierta visión de nuestras realidades. 

Nuestras vidas y nuestras experiencias contribuyen a formarnos expectativas sobre la educación, sobre el conocimiento y, por supuesto, sobre las respuestas que damos a para qué futuro nos educamos

Vivimos en un mundo que es inestable, impredecible, con un cierto grado de escepticismo que incide en diversos ámbitos de nuestra realidad. Nuestra historia discurre por fuera de nuestras vidas y con independencia de nuestros proyectos individuales (Eagleton, 1998: 5/59).

La disociación del contexto social y nuestras historias individuales es producto de los cambios vertiginosos en que nos vimos envueltos en los últimos años y que nos inhabilitan para descubrir la relación que existe entre nuestra vida cotidiana y el contexto más amplio de la sociedad (Mills, 1959).

“Para qué futuro educamos”, entonces, nos vuelve a interpelar con una diferencia muy significativa. El futuro sobre el que nos invitaba a pensar Reyna Reyes era un futuro abierto, transformable y en el que podíamos incidir como sujetos; en cambio, el futuro que estamos obligados a pensar actualmente está dado, y es un futuro al que las personas deben adaptarse. Es el futuro de la sociedad de la información y el mundo del trabajo.

La educación en tiempos digitales

La educación hoy en día está sometida a múltiples tensiones, en virtud de los retos a los que se ve enfrentada en cuanto a su valor para el desarrollo de las personas y su vinculación con el futuro de las personas.

En su momento, la educación tenía un valor en sí misma, tenía valor para el futuro, y el conocimiento era valioso en el sentido de abrir las puertas a un desarrollo personal y social.

Hoy en día, esos retos se visualizan en cuanto a que el valor de la educación como esfuerzo sostenido en el tiempo se pone en duda por su finalidad, su utilidad; es decir, para qué sirve.

Nuestra época implica que cualquier esfuerzo en el que se embarquen las personas está condicionado y debe justificarse por los beneficios que nos proporcione más adelante. Por lo tanto, antes de embarcarnos en cualquier esfuerzo, se deben ponderar los beneficios de tal actividad.

De esa manera, “se desalienta la idea de que la educación puede ser un «producto» que uno gana y conserva, atesora y protege y, ciertamente, ya son pocos los que hablan en favor de la educación institucionalizada” (Bauman, 2005: 25).

En muchos casos se ponderan como “excelentes” los cursos para una rápida inserción laboral, basados en competencias que el sujeto debe desarrollar para su futuro laboral.

A la vez que se priorizan los conocimientos y competencias instrumentales, se postergan por ser demasiado densos, inútiles, prolongados, aquellos conocimientos específicos de las asignaturas o conocimientos más del tipo humanista: Historia, Literatura, Filosofía, Sociología...

Más aún, es común oír que no debe perderse el tiempo en ciertos conocimientos y que no debemos distraernos de lo realmente importante, porque esos conocimientos pueden encontrarse fácilmente en internet y, por lo tanto, no debemos perder demasiado tiempo estudiando o leyendo.

¿No somos todos nativos digitales?

El concepto de nativos digitales se ha instalado hace algún tiempo en el cotidiano de la educación y se maneja de manera común para reflejar ciertas cualidades que hoy posee el o la estudiante, que “en lugar de imprimir un documento para revisarlo lo anotaba en una pantalla y para el que imprimir un correo electrónico para quedarse con una copia en papel era algo impensable” (Luna y Pedreira, 2017: 20).

En general, hoy cuando hablamos de nativos digitales, nos estamos refiriendo “a aquellos nacidos a partir de un momento determinado, probablemente a mediado de los noventa, quienes supuestamente acostumbrados a la presencia de ordenadores y otros dispositivos digitales en sus vidas no necesitan que nadie les enseñe a utilizarlos” (Ibid.: 21).

Debemos tomar precauciones acerca de la idea de los estudiantes y alumnas considerados como nativos digitales, en el sentido de que puedan propiciarse prácticas educativas basadas en la virtualidad o enfocadas en competencias que tienden a reducir la educación a la adquisición de competencias socio-profesionales en detrimento de la introducción de temas vitales en la enseñanza. (Morin, 2016: 35)

La escuela está en cuestión, principalmente entre los jóvenes, porque entre otras razones, “no enseña más que muy incompletamente a vivir, fallando en lo que debería ser su misión esencial” (Ibid.: 41) y -agregamos nosotros- en enseñar ciertos conocimientos socialmente relevantes. 

Creemos que es necesario reivindicar la enseñanza de contenidos, de aprendizajes, situar al conocimiento de todas las asignaturas en su justa necesidad y no resignarnos solamente a la enseñanza de algunas competencias para el futuro de los estudiantes, solamente porque ellos ya lo saben o lo encontrarán en internet cuando sea de su interés.

Hoy, la virutalidad e internet se han transformado en la nueva forma escolar. Internet es la nueva enciclopedia -dice Morín (2016)-, donde todo se encuentra disponible para el estudiante, para incluso “contraponer su conocimiento googleado al conocimiento del profesor” (p 33).

La nueva cultura, que considera los conocimientos -particularmente los humanísticos- como un “lujo” que no se adapta a las necesidades tecnológicas y económicas de nuestra época, propone en muchos casos la eliminación de los sistemas educativos de la enseñanza de la Literatura, de la Filosofía, de la Sociología o de la Música.

El rol docente, el valor de la educación y del conocimiento deben ser defendidos frente a las nuevas o viejas regresiones que, de la mano de los nativos digitales, la embestida neoliberal, las tecnologías e internet, buscan despojar a la enseñanza pública de sus contenidos relevantes y de su valor social.

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