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UNA BIOGRAFÍA CRÍTICA DE MILAN KUNDERA

 Publicado: 05/08/2020

Los espectros del pasado


Por Luis C. Turiansky


La puesta a la venta del libro “Kundera, vida y obra checas[1] retrae al tapete un incidente de la juventud de Milan Kundera que trascendió mucho tiempo después: al parecer, por iniciativa propia, y sin que mediara presión alguna, denunció a la policía que un ex estudiante checo radicado en Alemania Occidental había sido visto en Praga, probablemente en cumplimiento de una misión ilegal.

La coincidencia del año de publicación de la biografía con el 70º aniversario del suceso en cuestión no es casual ni tampoco la única: también en 1950 tuvo lugar un juicio de carices trágicos, que culminó con cuatro penas de muerte, entre ellas la de Milada Horáková, dirigente del Partido Socialista Nacional -no confundir con el “nacionalsocialismo” alemán-, acusada de connivencia con las potencias occidentales. No olvidemos que ya estábamos en plena “guerra fría” y también había estallado otra, esta bien caliente, en Corea

Ambos aniversarios permiten, a quienes lo deseen, hacer sus comparaciones. Por un lado está la heroína-mártir, única mujer condenada a muerte en un proceso político, y el relato no escatimará detalles acerca de la crueldad del acto de ejecución. Por el otro, tenemos al miserable que corre a denunciar a un joven reclutado por los servicios secretos occidentales, el que se comerá por ello catorce años de cárcel y trabajo forzoso en una mina de uranio, mientras el delator hace una brillante carrera de escritor y se convierte en uno de los novelistas contemporáneos más solicitados. [2]

Lo que sienta las bases de la comparación sería un documento dado a conocer en 2008, en el que se describe detalladamente la colaboración de Kundera con los servicios de seguridad al mando de los comunistas. En un medio traumatizado por su pasado como es la República Checa, el relato al respecto consiguió provocar el revuelo que necesitaban, autor y editores, para promocionar una biografía alusiva de 900 páginas destinada a destruir al protagonista, a un precio de venta igualmente abultado.

El autor, Jan Novák, es un novelista convertido al género biográfico con ingredientes literarios -aunque sin llegar a la novela biográfica-; en Estados Unidos, su lugar de residencia permanente, adoptó el estilo de denuncia sensacionalista y provocadora que suelen tener allí las obras de este género producidas para atacar más que para elogiar y donde la objetividad no es precisamente el aspecto más destacable. El centro de la andanada será entonces la imagen del delator, basándose en los datos proporcionados doce años antes por el documento de marras. 

A Kundera, que acaba de cumplir 91 años, probablemente esto ya no le hará mella. En cuanto a la literatura checa, ella seguirá dando vueltas en busca de su camino, sin que el libro polémico de Novák le sirva de inspiración.

El contexto histórico, político y cultural

Milan Kundera nació en Brno, ex Checoslovaquia, el 1 de abril de 1929. Su padre, Ludvík Kundera, fue músico y un intelectual sumamente respetado que llegó a ser el rector de la Academia Leoš Janáček de Artes Musicales y Escénicas de esa ciudad morava. La casa donde Milan se crio estaba repleta de libros y solía dar acogida a muchas personalidades de renombre, que con su presencia contribuyeron a cultivar al joven Kundera. Ya en el “gimnasio”, el equivalente checo de nuestros liceos, se destacó como un ávido lector, poseedor de una gran cultura y que sabía expresarse con destreza. Pero hay que decir que sobre todo ganó fama por sus posiciones de izquierda.

Al final de la guerra, cuando el ejército soviético jugó un papel decisivo en la liberación de Checoslovaquia en 1945, no era nada extraño que los jóvenes sintieran una gran admiración por la Unión Soviética y su líder Josip Stalin. Típico representante de esta generación, Kundera se afilió al Partido Comunista en 1948, poco después de que este se afirmara en el poder tras la crisis gubernamental de febrero, al obtener el apoyo de la mayoría de la socialdemocracia y otras fuerzas de izquierda, particularmente los sindicatos.

Sus contemporáneos aún en vida se refieren a él como un “estalinista crítico”. Un signo de su actitud contradictoria fue que se negaba sistemáticamente a asistir a las grandes concentraciones de masas, que consideraba de mal gusto. De hecho, perteneció a la intelectualidad progresista checa que aspiraba a mejorar el modelo socialista de desarrollo en un sentido democrático y que influyó notablemente en la apertura que culminó en 1968 con la llamada “Primavera de Praga”, bruscamente interrumpida por la intervención armada de la URSS y sus aliados más fieles, en agosto de ese año.

Es en este contexto que debe comprenderse la posición política y la obra del joven Kundera a lo largo de la etapa checa de su vida, hasta la decisión de abandonar el país y radicarse en Francia. Este último acto significó el alejamiento definitivo, no solo por motivos legales sino también culturales. Las autoridades checoslovacas castigaron su atrevimiento retirándole la ciudadanía y prohibiendo sus libros. Como muchos otros en su situación, cortó las amarras y se afincó, no solo para residir en el país de adopción, sino también para integrarse plenamente en su cultura. Desde entonces solo escribe en francés y no se mete en política.

La delación

En la escala de valores éticos, probablemente la delación es el acto más deleznable. Sobre todo cuando tiene lugar por propia voluntad del delator y para entregar a un justo. No es lo mismo, por ejemplo, si somos testigos de un crimen. En tal caso, nuestra colaboración con el aparato represivo será bienvenida y se nos gratificará con palabras elogiosas.

El artículo que, en la prensa de 2008, destapó el tarro cuyo mal olor perdura hasta hoy, se basa en un parte policial, frío y meticuloso, que alguien encontró entre los documentos de la ex Seguridad del Estado conservados en el Archivo del Instituto de Estudios sobre los Regímenes Totalitarios, en Praga. El párrafo de relevancia dice así:

El día de hoy [en otro sitio figura la fecha 14.03.1950], a las 16 horas, se presentó a esta oficina el estudiante Milan Kundera, nacido el 1 de abril de 1929 en Brno y domiciliado en la residencia estudiantil de Praga VII, avenida Rey Jorge VI, para declarar que la estudiante Iva Militká, allí también domiciliada, confió a otro residente, el estudiante Dlask, que ese día se encontró casualmente, en la zona de Klárov, Praga, con un conocido de nombre Miroslav Dvořáček, quien le dejó en resguardo una valija que vendría a recoger por la tarde [...] El tal Dvořáček desertó del servicio militar y reside desde la primavera anterior en Alemania, adonde se trasladó ilegalmente.[3]

Se trata de una cita textual, pero no la acompaña ningún facsímil del original. El parte en cuestión no es un acta de interrogatorio y, por consiguiente, no lleva tampoco la firma del denunciante. Esto y el hecho de ser hasta hoy el único testimonio conocido del caso, le restan autenticidad.

Inmediatamente, Milan Kundera contactó a la Agencia Checa de Noticias ČTK para negar formalmente que haya denunciado a nadie.“A las personas nombradas ni las conozco”, dijo ¿Por qué habría hecho entonces la denuncia? Los autores del artículo citado, Petr Třešňák y Adam Hradilek, sugieren que tal vez Kundera temía que su nombre saliera a colación en el interrogatorio al que sin duda sería sometida Iva Militká y él tendría que explicar luego por qué no hizo la denuncia inmediatamente. Siendo miembro del Partido, su negligencia tendría graves consecuencias, puesto que ya una vez había sido sancionado por una crítica que hizo, y el ocultamiento de la actividad ilícita era un delito severamente penado por la ley.

Desde luego es un motivo plausible, pero yo me inclino a pensar que, si el hecho realmente ocurrió como se describe, también pudo haber pesado en la actitud de Kundera su sentido de lealtad cívica. Para un joven idealista como fue entonces, era impensable aceptar que un agente del imperialismo anduviera suelto y actuando con impunidad, seguramente con el objeto de dañar las bases del socialismo, que entonces se definían oficialmente como una “democracia popular”. Hoy, cuando domina el interés material inmediato en las reacciones humanas, tal vez este motivo resulte poco convincente, pero yo me traslado mentalmente a mis tiempos de estudiante, cuando estaba la Revolución Cubana y su defensa movilizaba a gran parte de la izquierda de mi generación. 

Imaginemos, entonces, cómo actuaríamos si descubriéramos que un agente secreto pretende socavar el socialismo, un sistema político que criticamos por sus defectos pero que, en esencia, responde a nuestra aspiración a una sociedad más justa. Es probable que al principio dudáramos, como el alumno aplicado que jamás irá a decirle al pedagogo que un compañero le ha ensuciado con tinta el cuaderno de los deberes por pura maldad. Es una cuestión de honor. Otra cosa es cuando tenemos la tal “guerra fría” y a diario nos bombardean en la prensa sobre la necesidad de “estar alertas” (¿no lo dijo también el héroe Julius Fučík al final de su “Reportaje al pie del patíbulo”?). Si la alternativa es una nueva ocupación extranjera y la derrota del socialismo, seguramente superaríamos estas dudas y haríamos la denuncia donde corresponde.

El exilio y la ruptura con el pasado

Cuando en agosto de 1968 se produjo la invasión de las tropas de cinco Estados del Tratado de Varsovia (sin Rumania y, desde luego, sin Checoslovaquia), muchos checos y eslovacos huyeron a Occidente mientras ello fue posible. Kundera no. Todavía en 1970, a mi regreso de Uruguay, le llevé un amuleto de regalo que le enviaba una amiga común, la que me encargó especialmente que le explicara que se lo enviaba para protegerlo “contra el mal de ojo”. Así se lo hice saber y él pareció comprender. Hoy a mí hasta me da la impresión de que esa escena tenía algo premonitorio.

Milan Kundera siguió trabajando en la Unión de Escritores como si nada, pero “no salvó” el examen de fidelidad instaurado en el Partido Comunista con arreglo a la nueva orientación política y en 1970 fue “excluido de la lista de afiliados”.[4] Su carrera, sus traducciones y la edición de sus obras, se redujeron notablemente. En 1975 consiguió un puesto en la Universidad de Rennes en Francia, y allí partió con su esposa Věra. 

Desde entonces viven en Francia, allí publica él sus obras y el país galo es su base de operaciones desde la cual ha desarrollado su notable carrera de escritor, con obras traducidas a un número considerable de idiomas. Paradójicamente, su patria checoslovaca le retiró en 1979 la ciudadanía, pero la República Francesa le otorgó la suya sin vacilar. 

Poco a poco, el exilio se convirtió en definitivo. A partir de cierto momento, ya no le bastó revisar las traducciones francesas de sus originales en checo y comenzó a escribir directamente en francés. Seguramente, al tomar esta decisión, también tuvo en cuenta sus aspectos prácticos, relacionados con la mayor difusión del idioma francés, que por suerte él dominaba, en las letras universales. En todo caso, sus lazos con el país de origen se cortaron completamente, hasta el punto que, cuando la situación política cambió y las editoriales checoslovacas y luego checas se peleaban por publicarlo, él rompió todos sus vínculos y desautorizó todas las ediciones y traducciones de su obra que no contaran con su visto bueno.

Tal ruptura con los orígenes puede explicarse humanamente por las circunstancias: una patria que lo rechaza y prohíbe la edición de sus obras, y un ambiente en general adverso. Incluso después, cuando los intelectuales disidentes se organizaron alrededor de Václav Havel, su nombre era maldito. Averiguar los motivos de esta animosidad recíproca quizás requiera una investigación más detallada. Puede ser que un papel haya tenido su pasado comunista, así como también la simple y humana envidia de los colegas por su éxito internacional, que ellos no podían alcanzar. Pero también es probable que no deseara reanudar las relaciones con sus compatriotas, debido al miedo de que todavía quedaran testigos de aquel suceso ingrato de 1950, que podían en cualquier momento señalarlo con el dedo como el “chivato culpable”. 

Entonces resolvió que lo mejor era cortar todas las relaciones, nada de ediciones en checo ni reportajes ni entrevistas con nadie que guardara alguna relación, aunque sea lejana, con Praga o Checoslovaquia. Silencio de tumba y dedicarse a lo que mejor sabía hacer, escribir libros, tal su programa. Adquirió así fama de excéntrico introvertido, que solía rechazar las invitaciones sociales y se negaba a hablar de su vida. Se ve que sentía verdaderamente la necesidad de borrar el pasado, ligado a “aquello”.

En su libro, Jan Novák, también un expatriado, acusa a Kundera de tergiversar su vida anterior en sus esporádicas declaraciones. Es posible, pero ha de tenerse en cuenta que Kundera es un literato que trabaja mucho con la imaginación y también sus declaraciones pueden haber sido utilizadas por él como arma para defenderse de posibles ataques de sus enemigos. En todo caso, el retiro de la nacionalidad y la prohibición de editar sus libros en Checoslovaquia por parte de las autoridades son hechos reales, no inventados. 

Al cumplir Milan Kundera 90 años de edad, en abril de 2019, lo fue a ver en París el primer ministro checo Andrej Babiš, para trasmitirle el interés del Gobierno de la República Checa en devolverle la ciudadanía perdida, si lo deseaba. Kundera agradeció, sin hacer ningún comentario.

Jan Novák, entretanto, siguió trabajando arduamente en su obra de destrucción del “mito Kundera”. Probablemente le animaba el mismo sentimiento de rechazo a aquel ingrato, compatriota desarraigado, comprometido por un pasado comunista y culpable de un acto de delación imperdonable, tal como es visto por el sector radical que participó en la “revolución de terciopelo”. Por otra parte, esto encaja perfectamente en la guerra declarada globalmente contra el “neomarxismo”, a lo que ya me he referido en otra ocasión.[5] No deja de ser interesante, por cierto, que buena parte de la información utilizada para estos menesteres provenga de los archivos de una institución oficial de la República Checa, el ya mencionado Instituto de Estudios sobre los Regímenes Totalitarios, el mismo que también ha suministrado material a los autores de las denuncias póstumas contra Vivián Trías en nuestro país. Qué casualidad, ¿no?

Sin embargo, salvo el éxito seguro entre los lectores ávidos de historias comunisticidas y destinadas a alimentar la revisión de la historia, desde el punto de vista literario el nuevo título añadido a la extensa bibliografía sobre Kundera es más bien decepcionante. Se le critica su falta de objetividad, la tendencia a adaptar el relato a las necesidades ideológicas y la animosidad con que trata al objeto de su investigación. Un reconocido especialista en Kundera, el profesor Petr A. Bílek, de la Facultad de Filosofía de la Universidad Carolina de Praga, es contundente al dar su nota de desaprobación: “Novák es un diletante, que sabe muy poco de Kundera y de la literatura en general”.[6]

Este triste resultado nos recuerda más bien el conflicto entre la mediocridad de Salieri y la genialidad de Mozart, que tan brillantemente pintó otro checo, Miloš Forman, en su famoso filme Amadeus.

En cambio, lo que sí valdría una elaboración literaria es la historia en sí, el tema de la delación por un joven idealista, después convertido en escritor famoso, mientras su víctima se pasa catorce años preso y soportando los efectos de la radioactividad en una mina de uranio. Kundera haría de esto una obra maestra, pero probablemente no querrá, ni podemos nosotros pedírselo. ¿Lo tomará alguna mente libre entre los checos de hoy?

2 comentarios sobre “Los espectros del pasado”

    1. Gracias, Cristina. Si queremos algo objetivo, seguramente Kundera no sería el mejor. Digo que sacaría una obra maestra porque es un gran escritor, pero no nos enteraríamos de la verdad.

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