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MITOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (II)

 Publicado: 01/04/2020

Racismo francés y guerra racial


Por Fernando Britos V.


Uno de los mitos de la Segunda Guerra Mundial que nos interesa desvelar hoy es el que oculta el potente racismo que sufrieron miles y miles de africanos y afrodescendientes que lucharon contra los nazis por cuenta de Francia.

LA HISTORIA INTERMINABLE

Millones de páginas se han escrito sobre el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial; miles de libros, investigaciones, testimonios y memorias se han difundido en cientos de idiomas; miles de películas se han producido y se siguen produciendo sobre acontecimientos que marcaron el siglo XX, cuya ocurrencia y consecuencias continúan asombrando los tiempos actuales. 

La obra monumental del historiador británico Ian Kershaw ha demostrado en forma irrefutable que esta historia es, efectivamente, una historia interminable, cuyo estudio y exhumación mantienen una vigencia estremecedora y es una pesadilla para los negacionistas que pretenden ocultar los crímenes del nazismo y el fascismo o para los cautos tramposos que periódicamente reclaman que “se dé vuelta la página”, se entierre la explicación de lo que sucedió, se banalicen las nuevas interpretaciones y se oculten las consecuencias que se extienden, inevitablemente, hasta nuestros días y más allá.

La biología hace que los testigos directos ya se hayan extinguido, pero los archivos de todas las naciones involucradas siguen arrojando luz sobre los momentos dramáticos que vivió la humanidad, y la historiografía o la filosofía de la historia nunca han tomado tanta fuerza, sin llegar a dar la razón a quienes relegan una auténtica comprensión de los hechos para cuando “todos los protagonistas hayan muerto”, como sostienen las visiones escapistas o perezosas.

El hecho de que el nazismo libró la más horrenda “guerra racial”, amalgamando el militarismo prusiano, el colonialismo germánico y los apetitos de la industria y el comercio alemanes con la necesidad de conquistar el “espacio vital” (el Lebensraum) en Europa del Este, a costa de la eliminación y erradicación masiva de las “razas inferiores”: judíos, eslavos, gitanos, asiáticos... es conocido en términos generales. Hitler, los suyos y los militares prusianos ansiaban una alianza con Inglaterra para repartirse el mundo y aniquilar a los bolcheviques y la Unión Soviética, pero los británicos no estaban interesados en esa sociedad (aunque había sectores de las clases dominantes y de la realeza que no ocultaban sus simpatías por el Tercer Reich).

La guerra racial, uno de los genocidios más monstruosos de la historia humana, había tenido sus primeros ensayos en la propia Alemania con el Aktion T-4, el proyecto de eliminación mediante inyecciones letales de no menos de 140.000 minusválidos, enfermos mentales y “jóvenes rebeldes”. 

El 1º de setiembre de 1939, las tropas alemanas comenzaron la invasión a Polonia, y aún antes de que el ejército polaco fuera derrotado -en cinco semanas- y el gobierno derechista huyera a Londres, empezaron los desplazamientos forzosos de la población civil, la guetización de los judíos y la esclavización de prisioneros de guerra. Ahora no vamos a seguir este terrible itinerario que habría de culminar con la muerte por hambre de millones de campesinos y habitantes de los países ocupados, la instalación de las fábricas de muerte, el infierno concentracionario, el holocausto y las cámaras de gas.

Pasaron las décadas de la Guerra Fría y la historiografía desnudó muchos de los mitos que, iniciados por los nazis, fueron utilizados después de mayo de 1945. Entre ellos, por ejemplo, el mito de que la Wehrmacht, es decir las fuerzas armadas alemanas, no había participado en los crímenes monstruosos. Estos eran imputados a las SS y a los batallones de la muerte o Einsatzgruppen. Ya hace muchas décadas que esa mentira ha sido mil veces refutada.

Sin lugar a dudas, los fanáticos nazis jugaron un papel fundamental en los crímenes de lesa humanidad y en la eliminación sistemática de personas inermes, niños y ancianos, mujeres y hombres desarmados, millones de judíos europeos, eslavos y de otras etnias. Pero los militares alemanes habían sido torrencialmente adoctrinados en el racismo más brutal desde el siglo XIX. 

Como ha quedado demostrado, la enorme mayoría de los perpetradores de crímenes de lesa humanidad, tanto los pertenecientes a las SS como a todas las armas de la Wehrmacht, consiguieron eludir ser juzgados. Algunos huyeron al extranjero y muchos se reciclaron sin más en la Alemania de posguerra. Se calcula, por ejemplo, que solamente un diez por ciento del personal que se desempeñó en los campos de concentración recibió algún tipo de condena.

CARNE DE CAÑÓN

Sin embargo, uno de los mitos que nos interesa desvelar hoy es el que oculta el potente racismo que sufrieron miles y miles de africanos y afrodescendientes que lucharon contra los nazis por cuenta de Francia. Hace ya años redactamos un artículo sobre el Batallón de Tanques 761 del ejército de los Estados Unidos, que combatió en la Segunda Guerra Mundial y fue el primero integrado totalmente por negros. La historia de esta unidad prueba que los tanquistas negros sufrieron una terrible discriminación por parte de la población sureña mientras se entrenaban en los Estados Unidos. Originalmente, los mandos estadounidenses no contemplaban a los negros como combatientes, se los destinaba a hacer de peones para llevar cargas y asistir al resto de los soldados. En 1941 consiguieron que se los incluyera en una unidad de combate y demostraron su coraje en la acción, pero fueron olvidados y menospreciados por los militares blancos.

En Francia las cosas fueron aún peores. El imperialismo francés abarcaba grandes extensiones de África, tanto en el norte del continente como en el centro y suroeste, así como en Indochina. Desde Napoleón III en adelante los militares franceses recurrieron a los africanos como carne de cañón para sus aventuras coloniales. Formaron batallones de infantería, siempre comandados por oficiales franceses, y fueron conocidos como “Tiradores Senegaleses” (Tirailleurs Sénégalais). El primer batallón fue reclutado en Senegal y esa fue la razón del nombre, pero en realidad estaba integrado por africanos de distintas naciones y etnias sometidas a Francia. En los primeros años las unidades incorporaban esclavos comprados por las autoridades coloniales a tal efecto, prisioneros de guerra y, muchas veces, obtenidos a través levas forzosas. Más adelante se apeló a una especie de reclutamiento voluntario. Desde 1857 hasta la víspera de la Primera Guerra Mundial los Tiradores Senegaleses participaron valerosamente en las más diversas acciones emprendidas por el colonialismo francés en África.

El 14 de julio de 1913, por primera vez un batallón africano desfiló por los Campos Elíseos. En agosto de 1914, al estallar la guerra, varios batallones de Tirailleurs Sénégalais fueron desplegados para contener el avance alemán en Flandes y se distinguieron por su coraje. Naturalmente, sufrieron terribles pérdidas (3.200 bajas de 4.800 hombres en Flandes, 7.000 de 15.500 que enfrentaron a los alemanes en Chemin des Dames). En 1915, siete batallones de Tirailleurs Sénégalais formaron parte de los 79.000 franceses enviados al estúpido desembarco de los Dardanelos (allí las bajas en algunas unidades alcanzaron a los dos tercios de los efectivos), pero su valor y elevada moral fue reconocida.

También en 1915 el Alto Mando francés -que al principio estimaba que la guerra terminaría para Navidad- decidió aumentar los efectivos africanos y reclutaron 93 batallones, 42 de los cuales fueron trasladados al frente occidental. Al cumplirse el 90° aniversario de la Batalla de Verdún, el Presidente francés expresó su reconocimiento a los 72.000 africanos muertos en esa guerra.

Cuando Alemania fue derrotada en noviembre de 1918, Francia ocupó Renania y entre 25.000 y 40.000 soldados coloniales participaron en dicha ocupación. Los alemanes hicieron campaña contra los soldados no europeos, en particular contra los senegaleses, a quienes se acusaba de violaciones y ataques sexuales. Nunca se presentaron pruebas de esos crímenes, pero los presuntos niños que habrían resultado de dichos atropellos fueron calificados como los “bastardos de Renania” y sufrieron bajo las leyes raciales nazis.

En vísperas de la Segunda Guerra, el Alto Mando francés, que sufría una gran carencia de jóvenes (la quinta de 20 a 25 años se había reducido a la mitad), aumentó considerablemente el reclutamiento de tropas coloniales. De este modo, en su territorio había una división de Tiradores Senegaleses y varios regimientos. En mayo de 1940 las unidades de africanos se destacaron por su firme resistencia, y los nazis expresaron su ira por haber tenido que luchar contra adversarios “inferiores” fusilando a los prisioneros.

Cerca de 40.000 soldados negros (algunos revistando en unidades mixtas) combatieron enérgicamente en mayo y junio de 1940. Diez mil murieron, otros fueron heridos y tomados prisioneros cuando Francia se rindió. Según el historiador alemán Raffael Scheck, entre 1.500 y 3.000 soldados negros fueron masacrados. 

Los Tirailleurs Sénégalais recibieron un trato más cruel que los demás prisioneros. El racismo de los soldados alemanes hacía que apartaran a los africanos. El miedo a los coupes-coupes, los cuchillos de 40 centímetros que portaban los africanos como arma blanca personal y el odio que se remontaba a la guerra anterior fueron suficientes dado que, según parece, no había una orden superior del Mando alemán para matar prisioneros. 

Los factores situacionales e ideológicos que pueden haber motivado la masacre de prisioneros indefensos no pueden ser considerados sino conjuntamente. Los estereotipos racistas inculcados a los soldados de la Wehrmacht conducían a considerar la resistencia encarnizada que les ofrecían los soldados negros como una confirmación de su carácter “bestial”, propio de seres inferiores, mientras que el mismo denuedo con que los enfrentaban los soldados franceses metropolitanos podía ser considerado como una actitud digna y patriótica. Por otra parte, los militares alemanes tenían antecedentes de guerras coloniales e intervenciones en África que, como se sabe, condujeron inevitablemente a bestializar y deshumanizar a oficiales y soldados. 

El trato a los africanos que fueron mantenidos como prisioneros de guerra mejoró algo en 1941 porque el gobierno colaboracionista de Vichy intentaba evitar mayores abusos contra los africanos por temor a que esas actitudes fortalecieran el sentimiento anti alemán entre las tropas francesas estacionadas en las colonias, las que, en su gran mayoría, se mantenían fieles al gobierno colaboracionista de Petain. De todos modos, después de la derrota de Alemania, los tribunales franceses no pusieron empeño alguno en investigar los crímenes cometidos contra los combatientes africanos.

LA DEUDA DE SANGRE

La contribución de los soldados africanos al esfuerzo bélico fue ocultada. El Gobierno Provisional les dio de baja en masa a finales de 1944, les quitó las armas y los uniformes y se los dio a los combatientes de la resistencia de la Francia continental. Enseguida los embarcaron para Senegal en las condiciones que veremos enseguida. Básicamente, De Gaulle decidió “blanquear” su ejército, explicó el historiador alemán Raffael Scheck. 

El ninguneo de los soldados africanos se prolongó después de terminada la guerra. En 1959, cuando las colonias francesas se independizaron, las pensiones de los veteranos fueron congeladas, situación que tardó medio siglo en corregirse (en 2010). Muy tardíamente, en 2017, el presidente francés François Hollande reconoció que Francia mantenía con los veteranos combatientes africanos una “deuda de sangre”.

La periodista francesa Audrey Pulvar -quien participa en campañas para reconocer la importancia de los africanos en la liberación de su país- sostiene que nunca se piensa en los soldados de las fuerzas coloniales que liberaron Marsella. “Es hora de colocar a estos hombres en la memoria colectiva de Francia”. Sería bueno que en esa memoria colectiva se incluyeran otros crímenes que se descargaron contra ellos. El proceso de desmovilización y repatriación, después de quitarles las armas y los uniformes, fue complicado entre diciembre de 1944 y enero de 1945: los africanos enfrentaron penurias invernales y se produjeron incidentes violentos, especialmente la Masacre de Thiaroye. 

Thiaroye era un campamento situado cerca de Dakar, la capital de Senegal, adonde se enviaba a los combatientes de los Tirallieurs Sénégalais desmovilizados en Francia. En la noche del 30 de noviembre al 1º de diciembre de 1944 los soldados franceses que custodiaban el campamento adujeron que se había producido un motín e hicieron fuego contra los soldados africanos que, como se señaló, habían sido desarmados en Francia. Los africanos protestaban contra la discriminación salarial y la falta de paga. Las condiciones eran muy distintas para los soldados franceses blancos; el salario y las pensiones de los africanos eran mucho más reducidas.

Al comienzo de la guerra se les había prometido pagarles como a los regulares franceses pero después resolvieron liquidar el salario de acuerdo con “el costo de vida en origen”, y como los mandos franceses aducían que en las colonias se vivía con tres vintenes, la remuneración de los combatientes africanos era una miseria. Por añadidura, los soldados negros reclamaban el pago de beneficios especiales que el Directorio de Colonias les había prometido a aquellos que fueron prisioneros de guerra, equiparables a los que recibían sus colegas metropolitanos.

Por añadidura, los soldados, que esperaban en el campamento para volver a sus hogares, provenían de Guinea, Senegal, Mali, Burkina Faso, Chad, Benin, Costa de Marfil, República Central Africana y Benin. Las autoridades francesas no les habían pagado las sumas correspondientes al pasaje a retiro y les debían meses de paga regular que, además, se les liquidaba a una tasa de cambio absolutamente desfavorable. Un general les había prometido gestionar una tasa de cambio equiparable a la que recibían los veteranos franceses. 

En la referida noche del 30 de noviembre al 1º de diciembre, 1.300 hombres empezaron a reclamar a voz en cuello, y en la madrugada los guardias franceses del perímetro dispararon contra ellos. Un informe posterior de las autoridades del campamento señaló que los muertos fueron 35, pero existen versiones documentadas de que las víctimas fueron más de 300. El Gobierno Provisional de Francia, encabezado por De Gaulle, preocupado por la reacción que se podía producir en los africanos que todavía revistaban en el ejército, se apresuró a efectuar los pagos reclamados.

En marzo de 1945 un tribunal militar condenó a algunos de los sobrevivientes de la masacre a diez años de prisión. Después de la guerra, los Mandos franceses adujeron que los africanos eran propensos a la revuelta e indisciplinados, y apoyaron esta versión en la afirmación totalmente carente de pruebas de que los alemanes les habían tratado en forma preferente para intentar minar la moral de las tropas francesas. Estas calumnias no terminaron después de la guerra. La Masacre de Thiaroye no se menciona en los libros escolares de historia, y la película que Ousmane Sembène -cineasta senegalés- hizo sobre este crimen en 1988 fue censurada y estuvo prohibida en Francia por más de diez años.

En Senegal hay cementerios militares abandonados y fosas comunes que nadie visita. Es el campo de los héroes trágicos africanos.

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