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CRÍTICA LITERARIA

 Publicado: 02/12/2020

El monstruo de la historia


Por Fernando Chelle


“Huele a quemado. Durante cuatro semanas ya ha estado ardiendo el pozo seco de la huerta. Los pájaros ni siquiera han cantado hoy y el álamo ha dejado de crujir y silbar”.

Anna Ajmátova

 

El tema de la violencia armada, de la guerra, ha estado presente en la literatura de todos los tiempos. En la Ilíada, en el Antiguo testamento, en los diferentes relatos mitológicos (griegos, nórdicos, egipcios, o de los pueblos de nuestra América). En fin, en diferentes y múltiples obras, de todas las épocas y geografías, el arte en general y la literatura en particular, se han ocupado de abordar el tema bélico.

De más está decir que los escritores colombianos no han sido una excepción en el tratamiento del tema. Todo lo contrario, nacieron en un país en donde la violencia ha estado presente a lo largo de toda su historia. Comenzando desde la conquista española y el exterminio que supuso, y siguiendo por la Guerra de Independencia, la Guerra de los Mil Días, la Masacre de las Bananeras, el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, la Operación Marquetalia, la guerra de los narcos, los paramilitares, el sicariato y el accionar violento de diferentes grupos delincuenciales, ningún colombiano ha podido vivir en una etapa de paz social absoluta dentro de su país. De manera que el tratamiento temático de la violencia armada ha sido una constante a lo largo de toda la historia de la literatura colombiana. Se podrían citar muchos ejemplos, de distintas épocas y de diferentes géneros literarios, pero como ese no es el tema fundamental de este estudio, repararé únicamente en el comienzo de las dos obras más destacadas de la literatura de esta región del mundo: en La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera y en Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez. La magistral novela del huilense comienza con las palabras de su protagonista, el poeta Arturo Cova, quien sostiene que: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Y la novela del nobel, comienza con ese conocido y tan citado recuerdo del coronel Aureliano Buendía cuando se encontraba próximo a ser ejecutado: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Pero si bien el tema de la violencia ha sido una constante dentro de las letras colombianas, los textos se han diferenciado por las maneras de enfrentarse a esta temática. Es en este último aspecto, donde la obra Extrañas mutaciones (2016), del escritor Marco Antonio Valencia Calle (Popayán, 1967), supone una novedad extraordinaria dentro de las letras colombianas, y me animaría a decir también, dentro de las obras que históricamente se han ocupado de las sociedades que han padecido conflictos violentos. Una novedad que pasa por lo formal, por lo estilístico, y también por el manejo del punto de vista, o mejor, de los puntos de vista lírico-narrativos (más narrativos que líricos) que encontramos en cada una de las composiciones que integran la obra.

Comenzaré refiriéndome a la parte formal de la obra, a su estructura externa. Está compuesta por ochentaicinco poemas en prosa (casi todos de la misma extensión), divididos en tres apartados. Cada uno de estos apartados lleva por título algunas de las palabras de la canción Razón de vivir, del cantautor argentino Víctor Heredia. Por ejemplo, el primer apartado, compuesto de doce poemas, se titula “Sol y tinieblas”; el segundo, de veinticuatro poemas, lleva por título, “Islas perdidas”; y el último apartado, el más extenso, con cuarentainueve poemas, “Sangre en tierra”. A su vez, también, algunos versos de la canción de Heredia, funcionan como epígrafes, uno de ellos como epígrafe de la obra en general, y otros como epígrafes de los apartados.

Los poemas, como señalé, están escritos en prosa, género híbrido con el que de inmediato podemos recordar a Charles Baudelaire y sus Pequeños poemas en prosa, a Arthur Rimbaud y sus Iluminaciones, a Isidore Ducasse (El Conde de Lautreamont) y sus Cantos de Maldoror, y también a dos grandes exponentes de nuestra lengua, me refiero a Gustavo Adolfo Bécquer en El caudillo de las manos rojas y a Juan Ramón Jiménez en su obra Espacio

Es interesante detenernos un poco en la parte formal de esta obra, porque, como sabemos, esa clásica división genérica que viene desde la Poética de Aristóteles, no es más que eso, una división que muestra las características propias de cada género literario, y que tiene en el fondo una intención más que todo didáctica, ilustrativa. Esto es algo que los escritores sabemos que podemos transgredir. Marco Antonio Valencia Calle lo hace en Extrañas mutaciones y le sale muy bien. Porque no solo en lo estrictamente formal logra derribar las barreras genéricas (poema en prosa), sino que el manejo del discurso, como ya dije, más narrativo que lírico, es presentado con una absoluta y novedosa libertad. Porque, veamos esto, el mismo autor sostiene en la contraportada de la obra, de forma muy desafiante, que Extrañas mutaciones es una novela, y que la obra puede ser catalogada “como los efectos de la violencia colombiana en la psiquis de un novelista que escribe crónicas a modo casi de poemas”. Bien, no podríamos decir que esta obra se trata estrictamente de una novela. Pero sí, que hay una historia fragmentada en varios capítulos (poemas), una historia que se desarrolla en un tiempo y un espacio determinado, una historia con argumento y con un gran personaje sufriente, que no es otro que el pueblo. De manera que algo de novelesco hay.

Veamos ahora eso de “crónicas a modo casi de poemas”. No podríamos decir que los textos que integran la obra son estrictamente crónicas. Pero sí que son textos donde la voz lírico-narrativa se refiere a acontecimientos conocidos por los lectores y, a su vez, tiene una opinión personal, valorativa, sobre esos acontecimientos. De manera que algo de crónica hay. Y son “casi poemas”, porque se encuentran en ese lugar intermedio entre lo lírico y lo narrativo, lugar tan propio de la prosa poética, de esa prosa que quiere contar una historia, pero para hacerlo se viste con los más bellos atuendos de la poesía lírica. Entonces, en definitiva, Extrañas mutaciones, más que una novela, un libro de crónicas, una serie de relatos, o un poemario, es una magnífica obra literaria con un poquito de todos esos ingredientes.

Antes de hablar de la temática de la obra, me detendré en algo que señalé al pasar en el párrafo anterior y que me servirá para continuar con el estudio: hay en la obra un gran personaje sufriente, el pueblo. Creo que adelantarnos y detenernos en este aspecto es fundamental porque, independientemente de lo que ya dije de la parte formal y genérica del texto, Extrañas mutaciones pretende ser, fundamentalmente, un libro de poesía. Y como sabemos, a lo largo de la historia de la cultura, la poesía, como manifestación artística particular, ya sea que haya puesto el énfasis en la divinidad como en la Edad Media, o en el hombre como lo hizo en el Renacimiento, ya sea que se haya sometido a la razón y a las reglas como en la Ilustración, o que se haya revelado frente a lo establecido poniendo de manifiesto la pasión como lo hizo el Romanticismo, la manifestación poética, la expresión artística con la palabra a la que llamamos poesía, ha sido siempre una empresa rigurosamente individual. Y en ese sentido, cuando nos enfrentamos a un trabajo poético, de alguna manera estamos ingresando en la intimidad de una individualidad, aunque claro está, debemos diferenciar al sujeto lírico del biográfico, porque la voz poética no deja de ser una creación, así como lo es la voz del narrador en una novela. Digo todo lo anterior, porque justamente eso es algo que no sentimos al leer Extrañas mutaciones. La obra de Marco Antonio Valencia Calle comparte con cierta poesía popular un yo colectivo, no la voz de un individuo particular. Se me dirá que en muchos textos aparece la voz de un poeta, y yo les diré que sí, pero que ese no deja de ser otro recurso, desde la enunciación, para mostrar cuál es el verdadero sentir de la colectividad. Los textos de la obra están narrados casi de forma impersonal, ya sea en primera persona del plural, en menor medida en tercera persona del singular y, con muchísima menos frecuencia, en primera persona del singular.

El dolor de la sociedad común, del hombre corriente, frente a la tragedia de la guerra, es el gran tema de la obra. Un dolor que el poeta pinta de forma magistral desde el primer apartado. Con un adecuado manejo del lenguaje nos presenta el horror en la cotidianidad social. La muerte de inocentes, los temores de los más vulnerables, las mujeres solas, los huérfanos, los desvalidos, las tragedias familiares, los desaparecidos, en fin, las distintas formas de injusticia, van desfilando a lo largo de los poemas. No son textos contados desde las trincheras ni panfletos que intenten glorificar a alguno de los bandos enfrentados. No, son textos que cuentan la tragedia de los que sin tener nada que ver, se ven afectados por el mundo de la violencia.

Es muy significativo que en los textos no aparezca la palabra Colombia, ni la referencia a puntos geográficos específicos. Este es un aspecto que universaliza la obra, porque el dolor de los inocentes frente a las injusticias que suponen las guerras es algo universal. Por lo general el poeta parte de anécdotas, o de noticias de la realidad, y desde allí hace que surja la poesía. Los lectores somos testigos de cómo el discurso narrativo se bifurca, va y viene, por momentos comienza a transitar el camino de la lírica y luego regresa a la anécdota del relato. 

A partir del segundo apartado, “Islas perdidas”, comenzamos a ver una voz más íntima, más filosófica. Una voz que se pregunta por Dios, la verdad, la razón, la vida, la muerte, la historia, la cultura, la poesía, que se pregunta por el futuro y por el transitar de la vida en medio del dolor y la crueldad. Es la voz del poeta que, como testigo de su tiempo, de su entorno, se transforma en una voz popular, en la voz de los que viven una pesadilla colectiva. No es la voz de un yo lírico individual, es la voz de los sobrevivientes.

Esta es una obra que canta -y llora- la tragedia de los ajenos al conflicto, de las víctimas más sufridas, de los que sin estar involucrados en el enfrentamiento, se han visto históricamente afectados por la violencia. El poeta sabe que la “fogata de amor y vida” está en el arte, la poesía y el amor creador, pero a su vez es consciente que su campana es de palo, en medio de un mundo violento, que lo ha olvidado y que no parece necesitarlo. No hay odio en el poeta, pero tampoco una alternativa para tanto dolor. Hay muchas preguntas, pero no hay respuestas. En definitiva, la obra es una muestra de un universo tormentoso donde no hay esperanza, solo un refugio ante el monstruo de la historia: el de la palabra. 

Siete poemas del libro Extrañas mutaciones

 

22

Desfigurado de tanto llamar a los otros, en esa guerra donde todos los poetas fueron asesinados con la espada del olvido, y el analfabetismo se induce para combatir su legado. Con el rostro herido de tanto defender las ideas, las palabras y los libros, el poeta cae de rodillas frente a una biblioteca en ruinas, tan vacía como una iglesia. La memoria era el tesoro de su pueblo y de todos los pueblos, pero los recuerdos se transfiguraron en libros quemados. El olvido que lo corroe todo, se lo come todo, ya se come incluso la poesía. 

La guerra es una bestia que suele enviar a matar a quien la mira de frente y relata sus hazañas. Un monstruo que destruye todo para borrar las paradojas del espíritu. Y muchos, frente a la bestia de la guerra, respiran hondo para llenar los pulmones de silencio, e ir caminando despacio hacia el infierno.

El poeta no es la respuesta, ni la poesía la pregunta. Es un simple testigo, uno más de tantos que están allí afuera queriendo entender el porvenir sin testigos. Los poetas que no han sido asesinados, ni sus bocas silenciadas por el miedo, ni han puesto su lengua al servicio de los cuervos y la miseria, emergen de un zumbido sobre la tierra para sembrarla de esperanzas.

Si los muertos hablaran, hablarían desde los poetas y el río de versos que hay en sus ojos. Si los poetas hablaran como los muertos, lo dirían todo de esta guerra resumida en una sola palabra: crueldad.

26

Esa capacidad de imaginar, de soñar, de decir… crece desde la madrugada cuando acuden las ideas o las visiones como pájaros en busca de alimentos a voz en cuello; y una euforia personal, como viento fresco, ilumina o llena de señales el corazón del artista. El reloj puede pasar de una hora a otra danzando o martillando, al tiempo que llegan al cielo los que creen en el cielo o aceptan la verdad de lo finito, los que dudan de la muerte.

A veces no hay respuesta en las manos del hombre, porque todo lo que llega es como cartas de los espíritus dentro de una botella lanzada al mar, difíciles de intuir, que se queman en un instante o se pierden en la nada, en el espanto de la nada, o en esos talleres donde se juega a ser Dios cuando se dibuja una línea para representar un hechizo, y a escribir una frase para enseñar los respiros del universo, o hilar la vida con melodías amarradas a los sueños.

A veces hay una serpiente en la memoria, un animal y una estatua que impiden movernos, la vida es así. Pero la vida misma envía flores para la fama de los que matan la serpiente y hacen de sus miedos una montaña. A veces también envía pompones funerarios para los que no perciben ni entienden los susurros de la belleza que burbujea como pájaros en la ventana cada mañana de sus días.

A cada quien, y a cada uno, le suele llegar un mensaje o carta del destino. A unos, impreso en tinta negra y entre las páginas del periódico, como una noticia cualquiera; a otros, les llega un balbuceo en jeroglíficos que nadie entiende ni motiva; pero hay a quienes el mensaje les llega laboriosamente confeccionado con todos los argumentos y explicaciones posibles para que todo les sea fácil. Son mensajes que pueden venir del más allá, de la cotidianidad, de una mirada, del cielo mismo.

36

Tengo el corazón de piedra seca y las lágrimas ausentes del dolor. Nadie me ha matado, ni me han robado el cariño de los amados. No fui guerrero, ni me sumé a la plaza, ni disparé, ni odié a nadie por pensar distinto, por disentir. 

Pero ahora me ha entrado la nostalgia: crecí entre los rumores de una guerra, y he vivido entre las entrañas de la batalla misma y la zozobra.

Temo a la incertidumbre surgida tras las conciliaciones. Y desconfío de la verborrea frágil de la paz y del espontáneo amor de los sobrevivientes.

Dicen que habrá armisticio.

Es un eco, un grito de miedo allá en el fondo de mis pesadillas. 

46

En un país donde la poesía no es tan esencial como el pan, ni tan cotidiana como el ruido de la metralla; donde el hambre ronda por las calles en busca de un dolor más lírico y menos perfumado que el alba.  

Y las metáforas del malestar se olvidan con las imágenes de bellas mujeres en la televisión. En un país así, a uno le dan ganas de distraer el horror con campañas de resistencia en contra de la cacería de ballenas, o la tala de árboles de guayacán.

Vivir en el extranjero, mitigar con himnos la carne viva del miedo y el dolor punzantes; sembrar con cuidado las ilusiones en los jardines, acaso estériles, de un poema. Ser menos metafísico, más esencial, menos oral, más valiente, menos distante, más lúcido, más digno.

Pero el miedo, el miedo que no es fantasma y galopa entre nosotros como un ser de carne y hueso, no deja lugar para el anhelo.

53

La nostalgia me arredra con el peso de una losa, de una luna que arde, como el desamor, como una vida de vagabundo en los muros de una catedral. La risa de los días azules de la infancia mudó en habitaciones sórdidas, sacudidas por balas y explosiones.

Los sobrevivientes del barrio me describen cada noche una antología de angustias. Ellos, que sin ser mis amigos, son mi familia. Y si algún día me visitó la alegría de la paz, no me di cuenta porque estaba dormido o, tal vez, obnubilado por el miedo.

Esta nostalgia me pesa como una mujer anónima, sentada y llorando en un parque a donde ya no vienen a jugar los niños.

73

En cada lugar, en cada amigo, en cada cosa, se van dejando huellas. Pero ¿sabe alguien dónde, o cómo terminará su aventura de vivir? ¿Cuándo acribillarán sus huesos?

País de tiros sórdidos y lutos insospechados, balas perdidas, promiscuas o impunes, constitucionales y voluntarias sobrepasan lo inimaginable. 

Y no hay testimonios ni procesos de guerra, ni cuerpos velados, rupturas o discordias, protestas y denuncias, solo tiros que desgarran el silencio de la noche, y gente que desaparece un día y aparece otro distante bajo las piedras cubiertas de musgo, como si tal cosa. Como de costumbre…

84

Hay una zozobra en el aire, en la memoria un vuelo de palomas vencidas. En la calle una lágrima viva, enorme. Siempre hay un llanto amargo en la historia de este país.

Calla la muerte y grita la fiesta. Se desdibuja la realidad. Calla el aleteo de las palomas y se pierde el miedo en una noche de carnaval.

Un niño eleva sus manos hacia el cielo, y pide limosna con hambre en sus días, no le importa una fiesta más en la faz de la tierra.

Con licor nos perdemos en palabras. Nos perdemos hablando de cenizas, cementerios y utopías. En noches de miedo y amaneceres con promesas. El licor todo lo disuelve: al miedo, las flores y los cielos azules. Incluso la ilusión de ver la sonrisa de un niño con hambre en la puerta de la iglesia. 

Cabalgamos a casa en potros de miedo. Esquivamos miradas con escenas de miedo. No hacemos nada contra la violencia por miedo. El miedo nos ilumina. El silencio ha sido el escondite. Hacernos los ciegos ha sido la solución. Quejarnos, el escape.

Embriagado. Ebrio. Con la mirada escondida. Sin sueños, triste por el pasado, por el presente, por el futuro. Mi alma está en la jaula de un país en guerra y no puede volar.

Somos ciegos con esperanzas, pero el fantasma del miedo vuela sobre nuestra historia. Somos indiferentes, pero los huesos de nuestros muertos están allí.

No nos alcanza la sonrisa para vislumbrar días de paz. Somos niños amamantados por noticias de violencia, con bastones de viejos, ciegos.

Nuestro miedo no tiene boca para decir. Nuestras manos no tienen ilusiones para sembrar un árbol más.

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