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LAS ELECCIONES NORTEAMERICANAS Y QUÉ PASARÁ DESPUÉS

 Publicado: 02/12/2020

De mudanzas en la Casa Blanca


Por Luis C. Turiansky


Cuando un ganador proclama que estará al servicio de toda la nación sin distinción de opciones políticas, tanto puede ser un idealista sincero como simplemente buscar el aplauso del pueblo reunido. Particularmente, se esperan palabras así al cabo de campañas electorales duras y desencontradas, como la que tuvo lugar en Estados Unidos. Para ser más original, Joe Biden hubiera podido parafrasear también a Galileo Galilei, a quien se le atribuye haber mascullado Y sin embargo, se mueve, después de leer en voz alta el texto de abjuración que le impuso el tribunal del Santo Oficio por haber afirmado que Copérnico tenía razón y que la Tierra y demás planetas giran alrededor del Sol. En nuestro caso, simbolizaría la perspectiva de mudanza que espera a Donald Trump por más que se resista. Conformaría a los que, sin ser partidarios de Biden, lo votaron para que Trump se vaya.

Pero fue más tarde que Donald Trump comenzó su campaña de denuncia del presunto fraude electoral que lo hizo perder. Incluso se negó a convenir con su contrincante los detalles de la trasmisión del mando, hasta el punto que quedaba la probabilidad de que tuviera que ir el ejército a sacarlo a la fuerza de la Casa Blanca, lo que le hubiera permitido decir luego no solo que le robaron la elección, sino también, que le hicieron un golpe de Estado al estilo de cualquier república “bananera y latina”.[1]

Qué le espera a Joe Biden o qué se espera de él y su compañera de fórmula

Ya en la campaña electoral, el dúo Biden-Harris se preocupó de presentar una imagen bien distinta de la del equipo saliente: se acabaría el tiempo de un hombre “de comportamiento errático, imprevisible, inestable, que ha perdido las amarras y da rienda suelta a su temperamento[2] y un vicepresidente que se limita a presidir las sesiones del Senado y a decir que sí a todas sus ocurrencias. A la Casa Blanca volvería la sensatez, con un político veterano y afable, que ya fue vicepresidente de Barack Obama, pero todavía mantiene un nivel intelectual apreciable, junto con una jurista de renombre, descendiente en primera generación de inmigrantes de orígenes distintos, simpática y de ideas progresistas. Es de suponer que tratarán de conservar esta imagen durante el ejercicio cuadrienal. En todo caso, el nuevo binomio parece más funcional.

El presidente electo ya ha dado a conocer sus prioridades para cuando asuma el cargo. En primer lugar, como es lógico, está la lucha contra la pandemia de Covid-19, que sigue haciendo estragos en la población, sobre todo entre sus sectores más vulnerables. Entre otras cosas, se espera una reanimación del sistema de salud pública instaurado durante la presidencia de Obama y que Donald Trump hizo trizas.

Al mismo tiempo, probablemente la nueva administración derogue la decisión de su antecesor de retirarse de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y, anteriormente, de la UNESCO. Tal vez ratifique finalmente los Acuerdos de París sobre el Cambio Climático; se supone, en efecto, que Joe Biden será un presidente más atento a la necesidad de proteger también la salud del planeta.

A cien segundos del fin del mundo

Pero hay que saber que el objetivo de la paz mundial no es precisamente el rasgo más destacado en los programas políticos del Partido Demócrata después de Roosevelt. No olvidemos que los ocho años de gobierno demócrata del Premio Nobel de la Paz Barack Obama han sido de los más intervencionistas de EE.UU. en los últimos tiempos; en todo caso, supera de lejos al gobierno republicano de Donald Trump. Este, por el contrario, se da el lujo de terminar su gobierno retirando las tropas norteamericanas de Afganistán (aunque sea para crearle más problemas a Biden).

Los observadores locales estiman que probablemente el nuevo presidente interrumpa la búsqueda de un acuerdo con Corea del Norte y, además, prosiga la confrontación, no solo comercial, con China. Es de suponer, en cambio, que propicie la renovación de las negociaciones con Irán con vistas al uso exclusivamente pacífico de la energía nuclear. Por otro lado, la amistad con el primer ministro israelí Netanyahu quizás se vea afectada por la ausencia de Jared Kushner, yerno del presidente Trump y fiel mensajero de los intereses israelíes.

Estas interrogantes se plantean en momentos en que el mundo se encuentra bajo la amenaza creciente de un conflicto bélico generalizado. Los resultados humanos de la guerra por el Alto Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán, comentada en el número anterior (Un Medio Oriente caucasiano, Vadenuevo, núm. 147, noviembre de 2020), son de gran magnitud, sobre todo en el plano del exilio masivo de población armenia de los territorios perdidos. Un motivo adicional de preocupación ha sido la participación activa de Turquía en apoyo a una de las partes beligerantes, Azerbaiyán. Actualmente está a consideración del parlamento turco un proyecto destinado a establecer en dicho país una base militar. De este modo, tropas de un miembro de la OTAN (por cierto, un miembro poco fiable para la propia alianza), se estacionarían junto a la frontera meridional de Rusia, algo que la diplomacia rusa ha estado rechazando siempre con vigor. Que el acercamiento de Putin con Turquía traiga por resultado la revisión de un axioma intocable de la política exterior rusa constituye una de las paradojas inexplicables del mundo actual. 

Recientemente han salido a la luz diversas advertencias sobre el riesgo de una tercera guerra mundial, que involucraría a EE.UU., Rusia y China. Lo afirma un informe del Servicio de Información Militar (contraespionaje) de la República Checa, del que nadie pone en duda que, antes de largar semejante información, habrá consultado el caso con los expertos en la materia en Washington. Da la casualidad que, casi en los mismos términos, se ha referido también al tema un alto exponente del Estado Mayor del Reino Unido, Su Exc. el General Nick Carter, declarando por el canal televisivo SkyNews, en ocasión del Domingo de Recordación[3] de este año, que cabe asumir que tal desenlace se viene preparando intensamente (General Sir Nick Carter warns of Third World War danger, The Times, Londres, 08.11.2020). 

Sin duda no es una simple coincidencia. La difusión de algo así tiene todas las características de una advertencia deliberada, tal vez como parte de la preparación psicológica con vistas a ciertas medidas cuyo cariz desconocemos. Incluso ante su probable carácter infundado, el hecho de divulgarlo puede estar destinado a “ablandar” los reflejos en la opinión pública.

Lo cierto es que el “Reloj del Apocalipsis”, el famoso Doomsday Clock que marca el tiempo hipotético que faltaría para el estallido de una guerra atómica mundial, según los cálculos de la comunidad científica especializada en física nuclear y teniendo en cuenta las amenazas que existen y la velocidad de reacción con que cuentan las potencias involucradas, está puesto a solo cien segundos (poco más de un minuto y medio) de la catástrofe.

¿Es la era de la decadencia?

Lo que sucede actualmente en Estados Unidos (puesta en duda del proceso electoral, dureza del enfrentamiento ideológico, confrontación social, actos de violencia, recrudecimiento de la delincuencia, racismo y otros fenómenos similares) ilustra la profundidad de la crisis del sistema. La pandemia de Covid-19 solo la ha exacerbado, al poner de manifiesto, de manera elocuente, las insuficiencias que manifiesta en el plano sanitario. 

Por otra parte, no es un fenómeno exclusivamente norteamericano: en mayor o menor grado, nos encontramos con situaciones similares de inquietud social en todo el mundo. Muchos analistas son ya propensos a generalizar, y ya no se habla de “crisis del capitalismo” ni de “decadencia de Occidente”, sino de decadencia de la civilización como tal. La frialdad con que se puede hablar hoy de una posible guerra atómica entre las potencias es una manifestación de dicha decadencia.

Quienes hoy todavía conservan su sensatez, deberían despertar y “echarse a andar”, para evitar lo peor.

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