Compartir

LO QUE LA PANDEMIA NOS DEVELA

 Publicado: 03/06/2020

La era de los “calígulas”


Por Luis C. Turiansky


Donald Trump, presidente de los EE.UU., se salvó de la censura del Congreso, que hubiera implicado su cesación en el cargo. El Senado no encontró motivos suficientes para iniciar el proceso de destitución o impeachment, sino que, por el contrario, concluyó que toda su actuación es conforme a la Constitución. 

En cambio, Jair Bolsonaro está a punto de sufrir un destino semejante al de Dilma Roussef, después que su Ministro de Justicia, el ex juez Sérgio Moro, presentó renuncia e inició una campaña para lograr su alejamiento del poder. Se dice de Bolsonaro que es un “Donald Trump tropical”. Ya sea porque el brasileño imita al norteamericano, o porque ambos tienen el mismo carácter agresivo, grosero y desvergonzado, y que además practican una política similar de reposicionamiento estratégico de sus países respectivos, lo cierto es que se parecen bastante.

No es el único caso de identificación a distancia. Una semejanza con este tipo de políticos puede verse también en el primer ministro británico Boris Johnson, personaje extravagante que ni de lejos recuerda a un elegante dandy inglés como se esperaría de un dirigente conservador; o también el presidente bielorruso Alexander Lukashenko, que alterna sus actos oficiales con apariciones relámpago como jugador de fútbol y hockey sobre hielo de su club preferido, y ha decidido doblegar al coronavirus ignorándolo.

No deja de ser curioso cómo prende el negacionismo antipandémico entre este tipo de políticos, sean de derecha como de izquierda. Suelen afirmar que la Covid-19 es un invento de los medios de comunicación vendidos a intereses espurios (Daniel Ortega en Nicaragua), o en todo caso el efecto de un arma biológica secreta creada por EE.UU. para destruir a “China y los pueblos del mundo en general” (Nicolás Maduro en Venezuela). Oliver Stuenkel, periodista y escritor brasileño, ha definido esta extraña unión como “alianza de los avestruces”, esas aves que esconden la cabeza creyendo que así el enemigo no las percibe.

Sin embargo, a mi modo de ver, su esencia no es puramente defensiva, ya que apunta a destruir la democracia en favor de la oligarquía tradicional o de una de nuevo tipo. En esto se parecen más, en el ocaso del imperio capitalista que nos ha tocado vivir, a las fuerzas del desorden anunciador, en el siglo I de nuestra era, del derrumbe ulterior del Imperio Romano.

Un personaje famoso de ese período fue el tercer emperador romano Cayo César, llamado “Calígula” (diminutivo de caliga, las sandalias que calzaban los soldados del imperio, a quienes él acompañó de niño durante la expedición de su padre Germanicus a las tierras que hoy son Alemania). Suele representársele como un enfermo mental, responsable de toda clase de escándalos y crímenes, pero, según se dice, el pueblo lo amaba. Fue asesinado por unos conspiradores en el año 41. Puede decirse que fue uno de los antecesores del populismo moderno.

Curiosamente, las raíces etimológicas de esta palabra están en flagrante contradicción con su contenido actual, generalmente derechista y reaccionario. También es notorio el desprecio de sus representantes por la ciencia, en tanto manifestación de la inteligencia humana -su enemigo jurado-, ya que lo que necesita es un electorado ignorante y que no piense, tan solo capaz de seguir al pie de la letra sus consignas. Cuando se acompaña de huestes violentas dispuestas a todo, incluido el crimen, esta línea desemboca en el neofascismo, también presente en varios países, entre ellos -constatación esta estremecedora-, en Alemania.

Sin ser tiránicos, algunos gobiernos de inspiración populista quieren aprovecharse de esta atmósfera enrarecida para imponer cambios geopolíticos favorables a sus intereses. Por ejemplo, el reelecto primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, con el apoyo de Donald Trump, pretende anexar gran parte de los territorios palestinos ocupados en Cisjordania, entre ellos toda la fértil ribera occidental del Jordán y del Mar Muerto, previamente sembrados para ello con colonias judías ilegales. Cabe preguntarse si semejante medida, de realizarse, tendrá como respuesta sanciones semejantes a las establecidas contra Rusia a raíz de su anexión de Crimea, o bien triunfará la “cola de paja” de las potencias en algún momento de la historia antisemitas, hoy adoctrinadas en el pensamiento falso de que Israel representa a los judíos del mundo.

La pandemia de Covid-19 (se prevé una edición 20 dentro de poco) ha exacerbado las contradicciones y trastocado de tal modo los esquemas vigentes que moviliza las defensas, no solo las del cuerpo humano, también las del sistema dominante. Estas últimas ya se han formado para la pelea, aunque el equipo desafiante todavía no haya salido a la cancha. Es más, ni siquiera existe como tal; apenas consta de algunas figuras célebres y mucho trabajo crítico, pero ninguna estrategia común, como tampoco una hinchada bulliciosa. Pero cómo será el miedo que provocan, que el adversario ya se ha estacionado en el área propia.

En realidad, tampoco los defensores del título tienen claro qué hay que hacer. Parecería que el lenguaje populista también entumece los cerebros de los grupos poderosos. No solo en Brasil -país emergente- proliferan las situaciones de opereta y los personajes caricaturescos. Donald Trump, jefe de Estado de la principal potencia mundial, produce regularmente anécdotas de antología y es célebre por su lenguaje retorcido y caótico. 

Recientemente, un grupo del Instituto Superior Técnico Checo de Praga (complejo universitario donde estudié arquitectura) creó un robot parlante capaz de comprender el lenguaje humano y llevar una conversación fluida sobre los temas más complejos (“chatbot” en la jerga de los laboratorios tecnológicos de punta). Se llama Margaret. Cuando la pusieron a analizar una intervención de Donald Trump durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca, esta maravilla tecnológica comenzó a titubear y colapsó. 

La explicación de los técnicos es que los sistemas de análisis del lenguaje hablado necesitan ordenar las frases en segmentos comprensibles, que puedan comparar con su base de datos, proveniente esta de las más diversas fuentes, por lo general cultas. En esencia, parten de que la estructura del idioma se mantiene incambiada, y en esto residió el error de Margaret: las frases del Presidente son muchas veces grupos de palabras sin ton ni son, y tampoco domina el arte de la conjugación. La pobre chatbot pretendía seguir un discurso según las reglas aprendidas, pero fracasó cuando el orador combinaba palabras de manera insólita o ambigua (descrito por Jan Pichl en la revista estadounidense Forbes, edición checa, el 25.05.2020). 

Habiendo adquirido como traductor cierta experiencia con textos incomprensibles, me permito decir que la culpa no es toda de Margaret o de sus diseñadores y programadores, sino en general de la propia concepción del programa, demasiado ambicioso aún para un dispositivo “inteligente” pero no “pensante”. Sucede que, cuando un traductor humano se topa con una frase sin sentido, tiene siempre ante sí dos posibilidades: consultar al autor -lo cual no necesariamente conduce a la mejor solución- o imaginarse qué quiso decir. Juega en ello la experiencia, el conocimiento del tema, o simplemente la intuición, función esta de la que carecen todavía las máquinas (por suerte).

Todos conocemos qué sucede cuando se nos entrega, junto con un aparato moderno, un manual de instrucciones de uso, traducido automáticamente por un programa igualmente sofisticado, de los que hoy abundan en el mercado: en el mejor de los casos, el texto traducido (probablemente el original estaba en chino o en japonés) suele resultar gracioso, pero también puede ocurrir la peor alternativa: que no se entienda. Para saber a qué atenerse es necesario entonces aplicar la intuición, basada en muchas experiencias anteriores. El chatbot no es capaz de ello, porque fue construido para formas de expresión correctas o “normales”. Así que, una vez más, el ser humano vence a la máquina. La amenaza de desocupación que parecía traer consigo la robotización, por el momento no tiene lugar, al menos en los servicios lingüísticos. Me alegro por los jóvenes que han decidido dedicarse a la noble profesión de traductor(a).

Este excurso técnico me ha alejado un poco del tema principal, pero está relacionado con las perspectivas que la sociedad tendrá que afrontar si nos salvamos del coronavirus. Por otro lado, ha servido también para pintar el nuevo estilo desbocado de aquellos políticos que me he tomado la libertad de designar con el nombre de “calígulas”. No son solo grotescos, son sobre todo peligrosos.

El paralelo con la Roma imperial no debería sin embargo interpretarse como una repetición de la historia, lo que nos llevaría a creer ingenuamente que basta con esperar la caída inevitable del sistema actual. Sin la voluntad de cambio de las mayorías, ello es imposible. Por otra parte, los textos escolares nos informan que la crisis del Imperio Romano se prolongó por varios siglos y culminó más bien en su propia desintegración, sin conducir automáticamente con ello a un cambio progresista.

Si queremos evitar lo peor, la autodestrucción de la especie humana en el caos, la degradación de las condiciones ambientales y sanitarias, la violencia y las guerras, es necesario actuar. Cuanto antes mejor.

Un comentario sobre “La era de los “calígulas””

  1. Una exposiciónsin desperdicios, muy interresante. Sólo que a partir del último renglón, le preguntaría al autor cuáles son sus propuestas de acción. Limitar la sociedad de consumo? Cómo? Terminar con la destrucción del medio ambiente (polución, destrucción forestal, océanos contaminados, etc)? Son demasiadas las fallas de la modernidad actual, de las sociedades capitalistas de hoy, pero cuál sería la propuesta alternativa? Hasta de ideas sostenibles se han vaciado los discursos actuales, todo ha caído en la modernidad líquida o similar. El panorama es bastante desconcertante…O qué piensas?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *