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PALABRA Y SIGNIFICADO

 Publicado: 06/05/2020

La nueva normalidad y la educación


Entrevista por Julio C. Oddone


“Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos. La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión -zanjó Humpty Dumpty- es saber quien es el que manda…, eso es todo”.

Lewis Carrol - Alicia a través del espejo

 

Los escritos que siguen pretenden ser un llamado de atención a un concepto que se ha instalado casi imperceptiblemente en nuestro vocabulario diario, el que hemos adoptado casi sin darnos cuenta. Nos referimos a la “nueva normalidad”.

Apoyado desde los medios masivos de comunicación, si anotamos “nueva normalidad” en cualquier buscador, el resultado arroja en pocos segundos miles de entradas de noticias solamente en nuestro país. Su utilización atraviesa todos los diálogos. Se ha convertido en el comodín que finaliza todas las discusiones, justifica todas las decisiones y apaga todas las voces discordantes.

Respecto a la «hegemonía», Perry Anderson (2017) nos advertía que el concepto y “su persistencia como término se debe a su combinación y la gama de posibles formas en que puede presentarse” (p. 162). Del mismo modo, la “nueva normalidad” se instala como término hegemónico en nuestro cotidianidad por características que son similares: persistencia, posibilidades y usos variados del término. 

En particular, nos preocupa la utilización del concepto en diversos ámbitos vinculados a lo educativo.

La “nueva normalidad” nos ha obligado a cambiar nuestra forma de vincularnos, de presentarnos, la forma de saludar, nuestros hábitos, nos ha obligado a aprender una nueva forma de trabajar, de estudiar y de enseñar. La nueva normalidad nos ha cambiado en todos los sentidos posibles.

La cuestión central y lo más importante como tarea no es pensar tanto en los cambios, sino ¿qué cosas no debemos cambiar? y ¿qué aspectos no estamos dispuestos a cambiar?

Estas preguntas deben estar presentes en nuestras reflexiones. No pensarlo tendrá consecuencias graves para nuestro futuro, precisamente porque no pensarlo permitirá que otros se crean con derecho a construir nuestra normalidad.

Estas reflexiones previas permiten recaer en nuestro ámbito específico de actividad: la educación, la docencia, el rol docente al frente de una clase y un grupo de estudiantes.

La educación ha sido una de las actividades que más se ha visto afectada y la que más ha sentido el cambio del pasaje a esta “nueva normalidad” en el confinamiento. El pasaje de lo presencial a lo virtual, a lo remoto, ha tenido consecuencias sobre nuestros vínculos. Estos vínculos se han transformado, no para mantenerlos sino para imponer una nueva forma de vincularnos. Primera consecuencia de la nueva normalidad.

Suspender las clases presenciales en todos los niveles -primaria, secundaria y educación técnica- trajo como consecuencia evidente la sustitución del encuentro cara a cara por el contacto a través de plataformas, particularmente la plataforma CREA del Plan Ceibal. Por allí, las docentes y profesores nos lanzamos, salvo excepciones, a ingresar alumnos, subir tareas, ver y leer varios tutoriales sobre tal o cual aplicación. Lo peor de todo, de forma bastante irreflexiva; casi sin cuestionar o pensar, ni más ni menos, que sobre un cambio en nuestras prácticas, aceptando sin crítica una nueva forma de ser docentes. Segunda consecuencia de la “nueva normalidad”.

Esto nos debe poner a la defensiva, sin dudas. No debemos aceptar sin crítica un cambio impuesto a nuestro rol.

Parece sensato llamar la atención de todo el sector educativo sobre un necesario alto al cumplimiento de los deberes por vía virtual para volver a lo básico en educación, nuestra labor por excelencia: acompañar y educar al prójimo, a nuestros estudiantes, familia y sociedad en general. (Cuervo y Martínez, 2020)

¿Cuándo nos preguntamos si la enseñanza virtual nos ponía en sintonía con todos nuestras alumnas y estudiantes? ¿Cuándo nos preguntamos si era una solución a una situación excepcional o no era más que una improvisación? Con nuestra actividad, ¿incluimos a todas nuestras alumnas y estudiantes o contribuimos a la exclusión de muchos?

Lo más sensato es poner un alto, un paráte al cumplimiento de las tareas y el envío de trabajos por medio de las plataformas. Al no hacerlo, estamos contribuyendo a aumentar la desigualdad existente, la que sufren las familias más pobres y más desfavorecidas.

La nueva normalidad huele a engaño, una canción del verano más para que la gente acepte sumisa las carencias que vienen. Vende humo, hace ganar tiempo a las elites, recompone su denostada figura y aumenta sus capitales. El futuro permanente está hecho así, de retales de olvido cosidos al vuelo y de escombros esparcidos al aire por la precariedad vital. Cuando se haya disipado la humareda ya estaremos en otro no lugar de la historia contemporánea, un espacio de tránsito hacia nadie sabe dónde. La farsa ya se está escribiendo… Título provisional: la nueva normalidad. (Ginés, 2020)

En estos días se han tomado decisiones sobre educación, decisiones pedagógicas casi sin ninguna participación de las maestras y profesores. Es más, sin el “casi”;  las docentes y profesores no hemos participado en ninguna decisión que afecta la cotidianidad afectando nuestro rol: “hay que hacer esto”, “hay que hacer aquello”, “hay que registrar aquí”, “hay que empezar allá”... Hemos sido radiados de cualquier ámbito de decisión pedagógica. Tercera consecuencia de la “nueva normalidad”.

De esta forma, nuestro rol queda limitado a ser aplicadores de recursos y herramientas pensados por otros.

¿Cómo resistir como docentes este concepto de “nueva normalidad”? ¿Cómo resistir lo hegemónico, lo dominante y lo que se impone casi sin restricciones?

La “nueva normalidad” ha demostrado que el acceso a internet y los recursos tecnológicos no democratizan la enseñanza. Por el contrario, contribuyen a ampliar una desigualdad de base entre quienes acceden a esos recursos y los que no. Ampliar la cobertura no quiere decir, inmediatamente, acceso democrático. El envío de tareas a través de plataformas o el acceso a clases virtuales no garantizan el derecho a la educación ni el real cumplimiento de nuestro rol pedagógico que, en esta situación excepcional, debe ser de acompañamiento y de contención a nuestras estudiantes y alumnos.

Como sociedad debemos exigir el acceso a internet gratuito para todas las y los estudiantes (las multinacionales que usan nuestras redes y antenas se llenan los bolsillos a costa de la gente), es indispensable que todos tengamos acceso a internet para no agrandar la desigualdad. (Morena Silva, 2020)

Nuestro rol no debe quedar reducido solamente a completar unas metas cuantitativas de envío de tareas, horas de aula virtual, cantidad de estudiantes y porcentaje de llegada. Si consideramos solamente ese aspecto, no estamos garantizando el derecho a la educación, sino nada más que el cumplimiento de algunas metas burocráticas.

Una escuela pública-estatal de tod@s y para tod@s es algo que no estaba previsto por los dueños de la historia y es algo también contra lo que no han cesado de revolverse hasta los tiempos actuales, en los que una correlación de fuerzas muy desigual les ha permitido pasar a la ofensiva final. (Liria, García y Galindo, 2017, p. 280)

A los docentes maestras, profesoras y profesores, nos toca ubicarnos en el rol de resistencia a la llegada de la nueva normalidad, conocer el concepto, ver cómo ingresa en el cotidiano de nuestra labor en las clases, cuáles son los esloganes con los que trepa y, sobre todo, debemos tener en claro lo que estamos defendiendo: la educación pública estatal.

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