Compartir

ESTUDIO CRÍTICO Y ANALÍTICO DE LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO (III)

 Publicado: 06/02/2019

Hacia un ocaso radiante…


Por Fernando Chelle


Hoy estudiaré, continuando con los análisis literarios de la poesía de Antonio Machado, Hacia un ocaso radiante…, el poema XIII, de Soledades (1903).

 

XIII

Hacia un ocaso radiante

caminaba el sol de estío,

y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,

tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

 

Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera

de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,

entre metal y madera,

que es la canción estival.

 

En una huerta sombría

giraban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.

Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

 

Yo iba haciendo mi camino,

absorto en el solitario crepúsculo campesino.

 

Y pensaba: "¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa

toda desdén y armonía;

hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía

de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!"  

 

Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

Lejos la ciudad dormía,

como cubierta de un mago fanal de oro transparente.

Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

 

Los últimos arreboles coronaban las colinas

manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.

Yo caminaba cansado,

sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

 

El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,

bajo los arcos del puente,

como si al pasar dijera:

 

"Apenas desamarrada

la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,

se canta: no somos nada.

Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera."

 

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

 

Y me detuve un momento,

en la tarde, a meditar...

¿Qué es esta gota en el viento

que grita al mar: soy el mar?

 

Vibraba el aire asordado

por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,

cual si estuviera sembrado

de campanitas de oro.

 

En el azul fulguraba

un lucero diamantino.

Cálido viento soplaba,

alborotando el camino.

 

Yo, en la tarde polvorienta,

hacia la ciudad volvía.

Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.

 

El tema central del poema es el destino del hombre y la fugacidad de su vida. El paisaje que aparece en el texto tiene un valor simbólico, es una transfiguración lírica de las galerías interiores del poeta. Sin dudas que el autor echa mano de los elementos de un paisaje real, un paisaje que le es familiar, pero con la finalidad de que funcione como un correlato del mundo interior del yo lírico que nos presenta. Hay un doble movimiento que recorre todo el poema, el desplazamiento del yo lírico, su caminar, y el transcurrir del tiempo. Pero este doble movimiento, acompaña a un tercer movimiento que es interior, y fundamental, el del pensamiento afectivo del yo lírico. Y califico a este tercer movimiento de “fundamental”, porque es precisamente en él donde se encuentran las reflexiones sobre el destino del hombre, la condición humana y la fugacidad de la vida en ese fluir incesante hacia la muerte.

La estructura externa del poema está compuesta por cincuenta y un versos, divididos en catorce estrofas, once de ellas de cuatro versos, dos de dos versos y una de tres versos. La rima consonante, está distribuida de forma muy variada, con una prevalencia de la forma alternada y luego de la pareada. Internamente, podríamos dividir el texto en tres momentos; las tres primeras estrofas funcionan como un preámbulo a la parte donde se encuentra lo que dominé el tercer movimiento. En este primer momento del poema, lo que encontramos es la descripción de un paisaje veraniego en el atardecer. Entre la cuarta y la decimoprimera estrofa encontramos la parte fundamental del poema, donde se desarrolla el pensamiento afectivo y reflexivo del yo lírico. Finalmente, las tres últimas estrofas, funcionan como un cierre del poema, donde vuelve a aparecer el paisaje, para marcar el paso del tiempo, en el regreso del poeta a la ciudad.

 

Primer momento

Primera estrofa

Hacia un ocaso radiante

caminaba el sol de estío,

y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,

tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

 

Lo primero que notamos en el poema es la referencia al transcurso del tiempo. El hipérbaton del comienzo tiene esa finalidad, resaltar el transcurrir temporal. Hay un día que está llegando a su fin, que va hacia el ocaso, hacia la muerte. El objetivo de esta primera parte del poema es presentar el ambiente y el clima ideal para que el yo lírico luego reflexione, sobre todo porque va a existir una correlación entre el entorno y sus pensamientos. Hasta el momento el yo lírico no aparece expresamente, aquí quien camina es el sol personificado. Hay un fuerte predominio de lo visual en la estrofa, como si el poeta pintara un pequeño cuadro con la palabra. Y hay algo hasta cinestésico en la metáfora de la trompeta, que le viene a agregar un sonido intenso, a esas pinceladas de fuego de las nubes. Es tan espléndido este ocaso, tan “radiante”, que parece superar los obstáculos, porque ni siquiera los árboles impiden que se pueda apreciar el esplendor de la naturaleza. Esta es una estrofa muy vital, luminosa y natural, pero que no está exenta de melancolía. El momento del día entre luces y sombras es melancólico. Además, hay una lentitud en ese transitar del sol, resaltada por el pretérito imperfecto “caminaba” y una pesadez impuesta por la rima alternada, que imprimen en el cuadro verbal una nota melancólica.

 

Segunda estrofa

 

Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera

de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,

entre metal y madera,

que es la canción estival.

 

En la estrofa anterior veíamos como el esplendor del ocaso estaba atrás de los árboles, pero igual era visible. Ahora se nos dice que la cigarra está dentro de un olmo, aunque su canto sea perceptible desde el exterior. Estos son elementos muy importantes, porque si bien el yo lírico sigue sin aparecer expresamente, recién lo hará en la cuarta estrofa, la descripción de los elementos del paisaje aparece filtrada por su subjetividad. Todos los elementos de la naturaleza aparecen unificados, aunque el canto de la cigarra, de alguna manera, corta la atmósfera armoniosa que habíamos visto en la primera estrofa. Y digo, de alguna manera, sin afirmarlo rotundamente, porque aquí el canto de la cigarra no está visto como algo negativo o desagradable. Se utiliza la metáfora de la “tijera”, para aludir al sonido chirriante e inarmónico del insecto, pero a su vez se le da un valor positivo al calificarlo de “monorritmo jovial” y de “canción estival”. Generalmente uno no piensa en jovialidad, ni en las connotaciones alegres y positivas que suele traer la palabra “canción”, cuando escucha el sonido de una cigarra. Parece como si el poeta reparara en lo positivo de las cosas de su entorno, y como el exterior, no es más que un reflejo de su interior, hay una muestra de una actitud positiva en él, en este comienzo, que lo hace percibir ese ocaso como algo radiante, y ese sonido, en principio desagradable, como una jovial canción de verano. Valdría la pena también hacer un breve comentario, en esta estrofa esencialmente sonora, del adjetivo calificativo “sempiterna” (combinación de las palabras “siempre” y “eterna”), que acompaña la palabra tijera. Este adjetivo, alude a algo que se da de forma constante, cíclica, y a la vez es algo que no tiene fin, a diferencia de los hombres que sí desaparecen. Esto me parece importante, pensando en lo que veremos más adelante, porque la fugacidad de una cosa queda más explícita si se la asocia con algo eterno, por ejemplo, la vida del hombre comparada con el canto de la cigarra.

 

Tercera estrofa

 

En una huerta sombría

giraban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.

Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

 

Las tres primeras estrofas, que as su vez constituyen el primer momento del poema, tienen un comienzo similar. Inician con hipérbaton, lo que hace que la aparición del sujeto se retarde. El poeta ha elegido comenzar estas estrofas resaltando las circunstancias, mostrando la vida en medio del transcurso temporal. Ya sea en el transitar del sol hacia el ocaso, en el correr del río, en el canto sempiterno de la cigarra, o en el giro constante de la noria, siempre encontramos elementos que nos indican que el tiempo pasa. Esta es una estrofa donde se combina lo visual con lo auditivo y también las notas agradables con las melancólicas. Aparece la imagen de una huerta, que es agradable, pero está calificada de “sombría”, lo que, además de ser un adjetivo que muestra como el tiempo va pasando, como el sol está cayendo, le da un toque melancólico a la imagen. El tiempo sigue siendo lento y constante como la noria. Este es un elemento muy frecuente dentro de la poesía de Antonio Machado, es un símbolo de lo improductivo, donde el tiempo transcurre, pero no hay progreso, ya que se trata de un artefacto que gira sobre sí mismo. Aquí la noria aparece calificada con un adjetivo que también es muy machadiano “soñolienta”, un estado intermedio entre la vigilia y el sueño. Las ramas oscuras son una muestra de que el sol ya no está, de que el tiempo ha transcurrido. El paisaje se ha ido apagando y los sonidos se han ido atenuando. El último verso de la estrofa comienza con el pretérito imperfecto del verbo ser “era”. Esto parece fijar la imagen en la memoria del yo lírico, refuerza el tono evocativo del poema. Se nos está hablando de un pasado “Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta”, pero es un pasado que sigue impregnando la memoria del yo lírico. Es una tarde pretérita, una tarde que en algún momento terminó, pero dentro del poeta, en su alma, sigue viva.

 

Segundo momento

 

Cuarta estrofa

 

Yo iba haciendo mi camino,

absorto en el solitario crepúsculo campesino.

 

Lo primero que notamos en esta cuarta estrofa, con la que se inicia el segundo momento del poema, donde tendrá lugar el pensamiento reflexivo del yo lírico, es la variación en el procedimiento con el que comenzaban las estrofas anteriores. Aquí ya no hay hipérbaton, se comienza directamente con el sujeto, es la irrupción del yo en el poema. Hay un interés en separar la presencia del yo de la del paisaje. Él es un paseante dentro de ese paisaje, pero que no sólo va caminando, sino que va haciendo su propio camino. Ese camino es el de la propia vida, un sendero que no está prestablecido, sino que lo va forjando el hombre con su accionar. Vemos como el poeta es profundamente consciente de que es él el responsable de ir haciendo el camino, de ir forjando su propia vida. En esta estrofa no vamos a tener solamente el transcurso temporal en los elementos contemplados en el paisaje, vamos a tener también el transcurso de la vida del poeta. Hacer el camino supone meterse en el transcurrir del tiempo, y eso es algo que queda manifiesto en la utilización de la perífrasis verbal “iba haciendo”. Por otra parte, este yo lírico parece más atento a lo exterior que a lo interior: “absorto en el solitario crepúsculo campesino”. El crepúsculo es solitario y él también se encuentra solo haciendo su camino, es el único ser humano en medio del paisaje. Esta breve estrofa, de apenas dos versos, ausente de toda distorsión sintáctica, sirve de transición entre la exterioridad del paisaje y la interioridad del poeta que se verá de aquí en adelante.

 

Quinta estrofa

 

Y pensaba: "¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa

toda desdén y armonía;

hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía

de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!"  

 

A partir de esta estrofa pasamos a la interioridad del yo lírico. Desde su subjetividad, desde su pensamiento afectivo, va a reiterar el apóstrofe “hermosa” para referirse a la tarde. Este adjetivo antepuesto, marca algo que es inherente a ella, hay una impresión valorativa de la tarde por parte del poeta. Él está solo, y el hecho de que le hable a la tarde, de que la tome como una interlocutora, es algo que contribuye a acentuar la sensación de soledad y de intimidad entre el hombre y la naturaleza. A su vez, la tarde es parte de una unidad mayor, del universo. Hay una asociación entre lo que connota fugacidad y la trascendencia, que es a lo que alude esa lira inmensa. Porque detrás de esta imagen no hay duda de que se encuentra la idea del universo como una gran composición musical, como lo pensó el gran Fray Luis de León en su oda a Francisco Salinas. La lira inmensa es desdeñosa, parece excluir, no valorar, a ese insignificante ser humano que va haciendo su camino. El poeta no forma parte de la armonía universal, la contempla, le habla, pero se encuentra aparte. Al menos la contemplación de tanta maravilla resulta ser como una medicina para su estado melancólico. Hay un contraste entre esa tarde hermosa, manifestación sublime del equilibrio universal y él como ser humano. Lo que lo caracteriza como hombre, es la pobre melancolía. Se ve como un “rincón”, como algo que está al margen de todo, como un “oscuro rincón”. De ninguna manera el poeta se ve como el centro de la creación, sino que sabe que es un sitio marginal, porque no es que esté en un rincón, él es el rincón. Aquí se ve la angustia existencial de este rincón pensante, porque las palabras no son dichas, son pensadas, no son un sonido que forma parte de la armonía universal. El adjetivo “vanidoso” parece incongruente con lo que está diciendo, quizá se lo utilice porque el yo lírico se sabe pensante y asocia esa característica a una especie de superioridad, que a su vez luego es disminuida con el adjetivo “oscuro”, que contribuye más todavía a la marginalidad de ese rincón.

 

Sexta estrofa

 

Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

Lejos la ciudad dormía,

como cubierta de un mago fanal de oro transparente.

Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

 

Aquí se vuelve a lo objetivo. Apareció el yo, y ahora se eclipsa otra vez. Es interesante el comienzo y el final de la estrofa, porque los verbos “pasaba” y “corría”, que hacen referencia al agua, acentúan la temporalidad. Hay un volver a la tierra donde todo habla del fluir, del devenir, del continuo transcurrir. Y allí está el puente también, como la presencia de lo humano, como la construcción del hombre en la tierra. Para referirse a los arcos del puente, Machado se vale de una metáfora casi lexicalizada, y les llama “los ojos del puente”. El puente es un elemento al que tradicionalmente se lo ha utilizado como un símbolo, tanto de la unión, como de la superación de los obstáculos, pero aquí, en este contexto, es una imagen de la impotencia frente al fluir temporal. Vemos como esa construcción poderosa, es inútil frente a la corriente del agua, que no se detiene, que sigue su curso, como el tiempo, imparable. El yo lírico se encuentra solo, pensando y cargando su angustia existencial, en tanto la ciudad está dormida, como ajena a la preocupación del paso del tiempo. Solo el poeta parece ver esa mágica luz que cubre a la ciudad. De todas maneras, no hay una mirada negativa, sino melancólica. El yo lírico es consciente de que las cosas son pasajeras, que van hacia el ocaso, como ese día, pero igual así las aprecia.

 

Séptima estrofa

 

Los últimos arreboles coronaban las colinas

manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.

Yo caminaba cansado,

sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

 

Por primera vez se reúne el yo lírico con lo objetivo del paisaje. El ocaso en el poema es algo que se ha hecho experimentar. En la primera estrofa el sol era una trompeta, y aquí lo que tenemos son los últimos arreboles, los últimos tonos rosados que se van apagando. Los olivos son “grises” y las encinas “negruzcas”, la luz ha ido cayendo y la oscuridad avanzando. En cuanto a la actitud del yo lírico, aquí encontramos una variante con respecto a lo que dijo en la cuarta estrofa. Ya no va haciendo su camino absorto en la naturaleza, sino que ahora camina “cansado”. Uno siente que este cansancio no es solamente físico sino también espiritual. Aquí ya no hay solo melancolía, hay angustia existencial. Existe una correlación entre las sombras exteriores y las interiores. Cuanta más oscuridad hay en el exterior, más es la angustia en el alma del poeta.

 

Octava estrofa

 

El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,

bajo los arcos del puente,

como si al pasar dijera:

 

Normalmente Machado hace hablar al agua. Aparece enunciando verdades, genéricas o propias del yo lírico. Es un elemento que simboliza el tiempo y también la vida, por lo que es lógico que utilice un lenguaje. El poeta lo que hace aquí es objetivar en el agua lo que él está pensando, el agua es una proyección de su propia reflexión personal.

 

Novena estrofa

 

"Apenas desamarrada

la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,

se canta: no somos nada.

Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera."

 

Esta es una estrofa donde se expresan verdades esenciales, bien manriqueñas. El hecho de que parezca que es el agua quien habla, le da a lo dicho un carácter objetivo y a la vez universal. El símbolo de la barca sugiere la fragilidad existencial del ser humano. El “apenas desamarrada”, seguramente no hace referencia al nacimiento, sino al momento en el cual el hombre toma consciencia de las cosas y se ve frágil e insignificante. A partir de ese momento, el hombre carga con el peso de saber que no es nada. Pero el poeta dice “se canta” no somos nada, y eso es muy significativo, porque es una muestra de que es algo que se expresa, no que solamente se siente, se expresa y se lo hace con emotividad. También es importante que lo diga de forma impersonal, porque eso le da un valor universal a lo dicho. Con la apelación a ese vocativo “viajero”, se está refiriendo al ser humano en general. Es la naturaleza la que sabe, la que conoce, la que recuerda cual es la condición del hombre. Aquí, de alguna manera, se reelabora la copla de Jorge Manrique porque, a diferencia del poeta castellano que ponía el énfasis en el fugaz transcurrir de la vida, Machado lo hace en el final. Pero, en definitiva, lo que dijo Manrique, y lo que aquí está diciendo el agua, es que hay una ley natural e inevitable que hace que “la inmensa mar” solo tenga que esperar, porque “el pobre río” o “los ríos”, en el caso del poeta de las coplas, allí terminarán.

 

Décima estrofa

 

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

 

Vemos como aquí el agua ya no es clara como en la sexta estrofa, ha pasado a ser sombría. Es sombría, por un lado, porque hay cada vez menos luz, pero también porque es portadora de esa verdad tan terrible que acaba de expresar. Yo interpreto en el verso que se encuentra entre paréntesis, que cuando el yo lírico exclama “¡el alma mía!”, es porque siente que, junto con su vida, también su alma se va con la corriente bajo los ojos del puente. El alma, que tradicionalmente ha sido asociada con lo divino y por ende es eterna, aquí fluye también hacia la muerte. Esta comprobación, es algo que indudablemente le causa dolor al yo lírico, por eso parece acallarla con los paréntesis, como si fuera algo que le cuesta asumir.

 

Decimoprimera estrofa

 

Y me detuve un momento,

en la tarde, a meditar...

¿Qué es esta gota en el viento

que grita al mar: soy el mar?

 

Aquí llegamos al clímax del poema, donde el poeta se detiene a meditar. Se encuentra tan abrumado por todo lo que está sintiendo, que ve como una necesidad detenerse un momento. La pregunta retórica que se hace el yo lírico también queda flotando en nuestro ánimo como lectores. Porque, al igual que las verdades expresadas en la novena estrofa por el agua, esta pregunta tiene una validez universal. La gota en el viento es el poeta, pero también somos todos los hombres. Todos somos gotas flotando en el viento, prontos a desaparecer. Pero este yo lírico, es una gota que no se resigna a ser algo pasajero, y lucha dignamente por ser algo eterno, trascendente, como el mar. Es una pregunta bastante extraña con la que se cierra la parte meditativa del poema, una pregunta angustiosa, pero que a su vez encierra cierta admiración por la no resignación.

 

Tercer momento

 

Tres estrofas finales

 

Vibraba el aire asordado

por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,

cual si estuviera sembrado

de campanitas de oro.

 

En el azul fulguraba

un lucero diamantino.

Cálido viento soplaba,

alborotando el camino.

 

Yo, en la tarde polvorienta,

hacia la ciudad volvía.

Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.

 

Estas tres últimas estrofas se centran nuevamente en el ámbito de la naturaleza, que sigue su curso. El paisaje ha cambiado, y el yo lírico también ha cambiado. La atmósfera de paz absoluta es envolvente. La tarde definitivamente ha caído y ya se ve el lucero. Hay un predominio de las sensaciones auditivas y visuales. Sigue prevaleciendo el uso del pretérito imperfecto y algún gerundio, formas verbales que muestran el transcurrir lento de las cosas. El poeta, que siempre ha estado en continuo movimiento, se va a reintegrar al mundo al que pertenece, porque, aunque nunca lo vemos entrar en la ciudad, nos dice que regresa. Vuelve transformado, el contacto con la naturaleza produjo cambios en su alma. El agua recogida por los cangilones de la noria soñolienta, que vuelve a caer, sugiere el final, la muerte. La gran pregunta retórica de carácter universal que se hizo el yo lírico: ¿Qué es esta gota en el viento/ que grita al mar: soy el mar?, intenta recoger algo, pero la respuesta, como el agua en los cangilones de la noria, se escapa.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *