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APUNTES

 Publicado: 04/09/2019

Sobre la poesía de Magdalena Portillo


Por Marcos Ibarra


Cada tiempo va encontrando los poetas que genera (aunque la frase parezca rara) y esos poetas (hombres y mujeres) decantan de todo el grupo que escribe poemas. No hay Gran Jurado que pueda igualar eso, pero nos obliga una pasión que nos asalta desde un no-juicio y es la que nos hace hablar (escribir) algo acerca de un poeta, es decir, algo acerca de la poesía escrita por alguien. Este es el caso en que me encuentro y la poeta que genera el apetito es Magdalena Portillo[1], que ya ha publicado el libro “Umbrales”, donde recoge poemas que venía escribiendo desde temprana edad y suma otros posteriores. En este 2019 (octubre) se publicará otro poemario de su autoría. 

En el discurso poético de Portillo van apareciendo imágenes que detallan episodios de su experiencia interior, lo vivencial y lo onírico, que se vuelcan hacia el exterior en forma de poema, es decir, en forma de texto que inscribe códigos en los que las palabras pautan su juego propio; cada episodio, cada persona o fenómeno que atraviesa esos textos, son presentados de manera fantasmal, dejando la carne que las motivó en un sector anterior, previo a la acción poética transformadora. Decir estas cosas es un trance difícil porque es inútil querer explicar algo sobre la poesía, ya que es un lenguaje que explica y encripta, con un artificio de palabras complejo y raro, cuyo acierto está en las cadencias y músicas internas del texto, más esa flecha que acierta en el blanco del lector. La comunicación así resuelta es netamente sensible, y Portillo consigue concentrar nuestra atención cuando relata pero, más que nada, cuando captura con sus versos una memoria ancestral resguardada, sempiterna, que reside en los humanos de manera ingenua, descuidada en el ir y venir cotidiano, pero que no nos abandona y espera paciente su regreso cada vez que alguien lee un poema.

...Soy entonces pastora del silencio, llevo en canastas escritos todos mis versos.”[2]

Referencias místicas, abordadas con sobriedad, caracterizan gran parte de la obra de Portillo, mística que nació en la antigüedad y estableció su lenguaje, que con el devenir de los tiempos fue siendo modificado pero nunca olvidado y que Portillo utiliza porque lo percibe inscripto en la realidad que se le presenta, tanto como lo erótico, la muerte, la figura de la mujer madre, la mujer abuela, la mujer amante, en una relación con el lector que lo transporta a sus propios arquetipos de esas especies: 

parto de este rezo de esta ebriedad de palabras
        desnudo mis huesos
        cuerpo matriz ritmo orgánico que mueve mis días
        efímero placer del agua chocando en las paredes
        la salvación, lo ancestral
        en mis cabellos me orientan las hojas
        los ojos de mi abuela
        los ojos de todas las mujeres de mi familia
        voy adquiriendo formas junto al fuego sagrado de tus manos que guardan
        los infinitos seres

        remuevo los escombros, avanzo y el fuego no me quema
        danzo al menos por un rato.[3]

hay un bostezo de dios en todo esto
        porque nos cansamos de confundir su voz con la del tiempo…”[4]

El tratamiento que la poeta hace de los objetos, sus texturas y temperaturas, más la aparición de jardines, el río o el monte en un telón de fondo que se adelanta, completan el cuadro principal donde el cuerpo y sus sentidos, las emociones, la mente, sus evocaciones y delirios, se convierten en personajes principales, que quieren decirnos todo lo que nunca se dice, lo que subyace para ser recogido en la poesía o el embeleso:

 

…Dime
        ¿es áspera la superficie aquella donde acomodas tus huesos? ¿Cómo surgen los diálogos?
        ¿cómo se mira el fuego cuando no reconoces el riesgo?
        los vocablos las voces y los signos.[5]

…el río lejos
        amontonado todo
        en tu casa no cabe este onírico paisaje
        el desprendimiento es eso
        un caldero, una exótica figura que hipnotiza lenguas como serpientes…[6]

He querido dar estas señales acerca de esta poeta, de esta poesía que se está escribiendo hoy/ahora en Uruguay, en el marco de un fenómeno inesperado de muchos poetas jóvenes y muy jóvenes en edad, porque la poesía (esa que, decía al inicio, el tiempo se ocupará de decantar) no tiene edad ni sexo, no tiene más explicación que una adhesión personal obediente; los que como yo andamos en los 61 sentimos alegría con estas noticias, al devenir distópico se antepone la gracia triunfal de una vida antes de la vida, cifrada en versos.

   

Cantar de los cantares

Moldea la arcilla las cicatrices de tu espalda
        un vendaval te empuja a nuevos sitios

ya no recuerdas la forma de tu rostro milenios atrás
        la sequía desaparece y resucitas junto al nuevo cielo
        envuelves en seda ramilletes que llevas como ofrenda a quien fue tu hermana en otro tiempo
        hay aromas que confunden tu realidad
        aromas que llaman a la nostalgia

despiertas y entre las uñas el polvo viejo
        los sacrificios

es largo el camino y profundo para el que mira desde adentro

hilvanando las experiencias y llevándolas al río

procuras lo sagrado
        lo indecible
        lo intocable

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