Compartir

“LOS DE ABAJO” (II)

 Publicado: 02/12/2020

Cuando el Estado maleduca


Por Jorge Meléndez Sánchez


Para un país orgulloso de su pasado, como lo es México, hablar de sus debilidades institucionales podría verse como un desarreglo diplomático, pero, viéndose desde la comunidad sin fronteras del conocimiento, la apreciación remite más a los motivos de un esfuerzo por comprender su historia, dentro de la visión latinoamericana del siglo XX. El inmenso país, equiparable territorialmente a Europa, tiene el poder en la extensión y, a la vez, su debilidad. Las distancias territoriales permitieron que se achicara su extensión, cercenándole el territorio que proponía el horizonte expansivo de la llamada conquista del oeste, junto a la salida al Océano Pacífico, por parte de los exitosos republicanos de Estados Unidos en plan de habilitar el mundo a sus propias decisiones.

Existen documentos mexicanos, al lado de escritos académicos elaborados por historiadores norteamericanos y publicados por la Universidad de Guadalajara, en dos tomos, sobre la llamada revolución mexicana, difíciles de asimilar dentro de la visión de un país integrado y formalizado, de acuerdo a normas constitucionales, orientadas a la democracia . Si encontramos con facilidad juicios histórico-políticos que recalientan las orejas nacionalistas, al señalar a gobernantes que facilitaron la ocupación y el desmedro del territorio, más podemos apuntalar a obras escritas, donde la crítica se hizo dura y desafiante para todas las generaciones. Prefiero, por didáctica, hacer primera mención a variados discursos del Presidente López Obrador, donde la crítica a los antecesores es, sistemáticamente, condenatoria, y sometida a generalizaciones, que en nada animan el entendimiento indispensable, a pesar de la receptividad en la opinión pública, de la cual, se hace gala.

La referencia escrita, en el pasado, sorprende aún más, no solo por la divulgación mantenida a lo largo de los decenios, sino por la denuncia que llevaba, impregnando la censura de graves desafíos en su tiempo y pensando en el público norteamericano, apoyo indispensable, según sustentaba el autor, a cualquier movimiento de cambio político. La referencia me lleva a recordar el “México Bárbaro”, escrito por John Kenneth Turner; obra increíble, en los términos del simple orgullo nacional, para denunciar la esclavización y traslado de humildes trabajadores, desde diferentes puntos del territorio, bajo el auspicio y control de las autoridades. Este hecho, relatado por un periodista en 1911, superaba en horror los relatos de los traslados de coolies[1] o la devastación de selvas y comunidades en el Amazonas.

Si el libreto anterior fuera poco, la novela Los de abajo trae mayores detalles del papel del gobierno en la ofuscación de los sectores populares y los núcleos de oposición. La tradición impuesta por el general Porfirio Díaz, al igual que muchos dictadores de América Latina en sus reelecciones presidenciales, y la forma como la conducta oficial jugó en la apertura a las inversiones extranjeras, condujo a situaciones inaceptables, dentro de las exigencias de la civilización. La mención a los insaciables despropósitos del gobierno, aun después del asesinato de Francisco Madero y del ascenso a dictador de Victoriano Huertas, cuando Huertas abandona su filiación maderista para repetir los métodos de la tiranía porfirista, la historia disponible para la novela está en las quejas de los sectores liberales que habían auspiciado la elección del difunto presidente y que fueron encontrándose con sectores populares .

Mariano Azuela se convierte en el escritor que logra tipificar las condiciones generadas en la protesta y en la respuesta armada. A su haber, la experiencia del profesional en Medicina, ilusionado y comprometido con el plan maderista, situación que lo muestra ideológicamente condicionado. A esta situación han recurrido algunos detractores en diferentes momentos, pero en ningún momento puede considerarse factor que vaya en detrimento de la calidad de la novela.

El autor hacía referencia a una selección de estampas del mismo proceso armado. Inicialmente, quiso recuperar la memoria con sentido costumbrista, aunque la influencia literaria francesa, parece restarle el subtítulo incluido en la primera edición. Una nota en la contra carátula de la edición del Fondo de Cultura Económica, en 1960, en Colombia, advierte, con sobrada razón:

“[…] Los de Abajo sintetiza admirablemente lo que el ilustre autor pensaba de la Revolución y cómo vio él mismo su forma destructora. Se trata de una historia descarnada, concebida con la sinceridad y la valentía de un hombre que nunca cedió a la tentación de adornar artificiosamente o de falsear los acontecimientos, y escrita con un lenguaje directo que aúna la belleza a la sencillez […]”.

Con esta presentación, el lector quedaba enterado, no de un escritor condicionado, sino de un autor que había “dado en el clavo”, como se dice coloquialmente.

Se desprende de lo dicho, que la interpretación de Azuela es vista como parte de la historia que la inspira. ¡Valga el atrevimiento!, pues al contrario, el autor terció con crónicas, que hicieran inolvidables las vertientes del desplazamiento humano espontáneo, de una marcha hacia la justicia y, sobretodo, al encuentro con la función y misión del Estado. Paradójica alusión a los términos jurídicos, cuando el encuentro de un lector del siglo XXI buscará más bien, en acomodo a su gusto, la narración de una epopeya salida de las universales imprecaciones de la justicia humana.

El proceso de retroalimentación de historia y ficción acompaña el juicio al Estado o, mejor, al gobierno de Huertas. Concurren al encuentro los “federales”, nombre dado a la gendarmería nacional, y los decididos campesinos y algunos agregados, dispuestos al enfrentamiento, con métodos similares. Se prevé, en los antecedentes del choque, el papel “deseducado” del gobierno, mediante el atropello, el reclutamiento forzoso, la violación de personas y de sus productos, etcétera, franca escuela del desafuero que pretendió mostrar la novela.

En esa inducción para el evento, con participación de “espontáneos”, aparece la responsabilidad implícita del suceso. Es notable encontrar las recriminaciones a los federales como instrumentos de un poder público al servicio de los notables de pueblos y de haciendas, todos ellos herederos de privilegios y de arbitrariedades. En el desmantelamiento “moral” de la autoridad del Estado, está la génesis del conflicto, al igual que en otras regiones de América Latina, con la advertencia, desde luego, que por aquí estamos en las vecindades de la sierra.

Este dar para provocar respuesta, es recurso frecuente para la inculpación de la protesta. Aquellos arraigados en sus parcelas tenían que prevenirse de la sequía y de las “epidemias” de abusadores del poder socioeconómico y político. Todo queda pendiente en el ajuste de cuentas de unos y otros.

Como siempre, el débil pierde. Podría leerse que el Estado se ensaña con los desposeídos o con los nacidos fuera del escudo social de la familia poderosa. Algo reiterativo en el espacio social de sociedades manejadas con intenciones improductivas, donde el labriego y el obrero dependen mucho de las inclinaciones estatales, para lograr ser tenidos en cuenta.

En otros términos, la situación dada con la revolución buscaba más las formas del populismo que las de imitar formas socialistas o ancestrales de las comunidades. La fórmula la habían visto en Francisco Madero quien, de paso, planteaba la dinamización socioeconómica sin detenerse, por el momento, en los reclamos de los indígenas del centro y del sur. Lo que Azuela captó en los partícipes de la guerra, los de abajo, fue el desconocimiento de objetivos políticos y, más bien, su respuesta mecánica a la inducción del Estado, para acelerar los reclamos.

Los que describe la novela son admiradores de un tal Pancho Villa, hombre como ellos, entregado a la guerra con desafuero, a imagen de los federales, pero mejor ubicado en el escalón del mando territorial. Estos campesinos ignoraban el contrato de Villa con los empresarios cinematográficos, que deseaban verlo y filmarlo en plena acción del indómito, gastando balas y hombres en el recorrido incierto de la película. Estos campesinos habían asimilado al “héroe” y se embelesaban en la leyenda de sus triunfos, hasta que se opacó con la derrota de las fuerzas dirigidas por los generales de la revolución, quienes, con mayor claridad política y con recursos para la guerra, mostraron que el mando solo estaría en manos norteñas, bien educadas y sin tanto ruido de pueblo.

La lección de la lucha, en la pluma de Azuela, mostró que un pueblo sin luces poco podía hacer para lograr sus objetivos. Esto lo entendían los mismos partícipes, y más los convidados por el oportunismo y la corrupción, porque ya estaban acostumbrados a que las grandes decisiones las tomara el Estado mediante el equipo de “sabios”, a quienes don Porfirio había entregado ese poder. El deleite de la lectura está, básicamente, en el recreo que se dieron, momentáneamente, los que sin presiones, se embarcaron en el camino de la muerte.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *