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EL SIGLO XX SE HA CERRADO
Publicado: 07/12/2016
Fidel
Por José Luis Piccardo
Fidel ha sido el máximo referente para varias generaciones que se involucraron en la lucha por un cambio social y político. Fidel simboliza ese sueño de justicia en pos del cual miles de jóvenes durante las décadas de los sesenta y setenta estuvieron dispuestos a jugarse la libertad personal y la vida. En Fidel pensaron, para no claudicar, los torturados, los presos, los exiliados, los militantes clandestinos, los proscriptos, los perseguidos durante los años de plomo en nuestro continente. Fidel estuvo presente en las opciones de vida que hicieron millones de mujeres y hombres para que no se padecieran tantas injusticias sobre la Tierra.
Esa presencia de Fidel en la subjetividad de la izquierda, de los seres de carne y hueso que con aciertos y errores se jugaron por una sociedad más justa y solidaria, es inseparable del juicio político que esas personas, compañeras y compañeros de Fidel, después de todo, puedan hacer sobre su larga trayectoria de gobernante. Para muchos de ellos no es fácil opinar sobre Fidel. Mejor dicho, es fácil cuando se trata de reconocer su valentía, su dignidad, su inteligencia, la consecuente defensa de sus ideales, su papel en los logros de Cuba: esa inmensa obra social que, aunque no logró desterrar la pobreza, ha hecho que los pobres de Cuba sean menos pobres que la mayoría de sus pares del resto de esta América Latina llena de pobres. Los de Cuba no se morirán de hambre, ni por falta de asistencia a su salud, ni por analfabetismo, que también mata.
En cambio es difícil, para muchos de los que se formaron política y humanamente con la referencia de Fidel, hablar sobre lo que a los pobres de Cuba y a los que no lo son les falta. Es difícil explicar todas las carencias por el bloqueo, que existe, que es inhumano y que ha tenido un alto costo para el pueblo de la isla; es difícil, al menos para quienes han luchado por la democracia en países como el nuestro, para los que se jugaron por las libertades para todas las personas, de todos los partidos y de todas las ideas. Es difícil justificar, entender la parte dolorosa de la realidad cubana que no puede explicarse por el bloqueo ni por las debilidades intrínsecas de un pequeño país asediado por la potencia más poderosa del planeta. Es difícil para muchos leales admiradores de Fidel entender ciertas decisiones de su gobierno, entre ellas, incluso, algunas que se tomaron en perjuicio de otros revolucionarios.
Cuba admira y duele; convoca a la solidaridad y a la duda; al apoyo y a la preocupación; al elogio y a la crítica. Es difícil condenar a Cuba, y ojalá todos entendieran por qué es tan doloroso y difícil para quienes tienen con Cuba y con Fidel una deuda de gratitud forjada durante años, en tiempos de pruebas y de esperanzas compartidas. Es difícil la valentía de condenar lo inadmisible sin herir sueños, recuerdos, compromisos. Es difícil también hacerlo sin darle pretextos a los que quieren una Cuba postrada, renegada, derrotada; a los que les importa un bledo la democracia y la suerte del pueblo cubano y sólo actúan, como algunos políticos (varios uruguayos entre ellos), por pequeños cálculos para buscar réditos domésticos.
Ojalá que todos puedan aceptar desde el respeto por qué a veces es tan difícil para la izquierda, para muchos frenteamplistas, para los que en horas oscuras en nuestro país fueron acogidos por la solidaridad de Cuba, expresar lo que no se entiende de su realidad política; o, lisa y llanamente, lo que no se comparte. Lo que duele.
Y ojalá que también en la izquierda se respete a compañeros de ruta que han creído necesario deslindarse -sin dejar de reafirmar su frenteamplismo y su seregnismo- de las concepciones de Fidel y su gobierno sobre la organización institucional del país y la interpretación de la democracia.
La muerte de Fidel convoca sentimientos dispares, como sucede cada vez que una gran personalidad se va. Remueve sentimientos, evoca heroísmos, horas de esperanzas, grandezas y, también, errores y dramas humanos.
Fidel Castro se ha ido en un mundo que ya no es el de él. Sin embargo se hace referencia al hecho como si aún estuviéramos en la segunda mitad del siglo XX. Eso sucede con las figuras que marcan una época, aunque ésta haya quedado atrás. ¿Qué rumbos tomará su herencia política e ideológica? Muchos se plantean el interrogante con relación a su isla. Respecto al resto de Latinoamérica y más allá, es diferente: el símbolo puede mantenerse vigente; no la praxis sustentada en sus ideas.