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CAMINANDO HACIA LA POESÍA DE FEDERICO GARCÍA LORCA
Pasos previos al encuentro con el gran poeta de la generación del 27
Por Fernando Chelle
En este primer artículo se revisará el concepto de generación, y también se repara en algunos aspectos fundamentales de la generación del 27.
No estudiaré en profundidad a ese grupo de escritores españoles de la década del 20 del siglo pasado, que se reunió en el Ateneo de Sevilla en 1927, para homenajear al poeta cordobés Luis de Góngora, a los trecientos años de su muerte. Primero haré una revisión del concepto de generación, y luego algunas señalizaciones puntuales al servicio de mi interés.
Revisión del concepto de generación
El problema con la generación del 27 es que se la reduce a posturas muy arbitrarias y también estáticas. Esto lo podemos apreciar también con respecto a la generación del 98, algo a lo que ya me referí en Palabra en el tiempo (Colombia, 2019), la obra donde estudio la poesía de Antonio Machado. Porque parece como si únicamente cuatro o cinco rasgos definieran a la generación, cuando los procesos artísticos suelen ser más complejos y menos simplificadores. En primer lugar, se vincula al grupo de escritores con una fecha representativa de la historia nacional, el referido homenaje a Góngora, como lo fue la pérdida de las colonias españolas en el caso de la generación del 98, y esto es algo que tiende a inmovilizar un proceso que de por sí es dinámico. Es como si quisieran hacernos ver que todo lo que respecta a una generación estuviera vinculado a una fecha, y no es así. Por el contrario, el concepto de generación es a-histórico y a-cultural porque tiende a separar a la generación de todos los procesos culturales que aparecen a su alrededor. Como las generaciones son propias de un solo país, se dejan de lado procesos culturales más amplios, por ejemplo, lo que pasa en otros lugares. Esta postura aislacionista no hizo más que favorecer al nacionalismo, y sirvan como ejemplo para corroborarlo las posturas de defensa de la generación del 98 que tuvo el franquismo. A estos elementos tendríamos que sumarle que el concepto de generación no toma en cuenta la evolución del grupo, ni de cada uno de los autores que integran el grupo, porque indudablemente cada uno de ellos continuó con su propia producción. Además, si únicamente vinculamos autores por lo que sucedió en determinada fecha, tendríamos que detenernos sólo en los aspectos de las obras de esos autores que están influenciados o se refieren al hecho histórico, lo que termina siendo empobrecedor, porque no se repara en la totalidad de la producción. También el hecho de incluir a los autores dentro de una generación por la presencia de determinados rasgos en sus obras es un juicio, no sólo reductor, sino que lleva a valoraciones erróneas, porque se tiende a infravalorar las producciones que no se condicen con los rasgos que se supone deben tener las obras de la generación. Pero quizás uno de los criterios más ilógicos para incluir a los autores dentro de una generación, si es que ésta se define por las obras surgidas en torno a un hecho histórico concreto, es el de la fecha de nacimiento. Si los autores escriben influenciados por una figura como la de Góngora, como es el caso de los hombres del 27, o lo hacen por el clima intelectual que supuso la pérdida de las colonias españolas, como es el caso de los hombres del 98, qué importancia puede tener el hecho de que existan menos o más de quince años de diferencia entre el nacimiento de uno y otro. Además de que la temática de una obra no tiene por qué estar relacionada con la fecha de nacimiento del autor, este último criterio extraliterario es el que deja afuera de las generaciones a autores como Juan Ramón Jiménez, porque no nació dentro de determinadas fechas. Finalmente, volviendo a lo literario, las generaciones se han caracterizado por encerrar dentro de ellas a autores que cultivan determinado género. Por ejemplo, los hombres de la generación del 27 son poetas; cabe preguntarse, entonces, qué pasó con los novelistas que nacieron por esos años. En fin, parece que los que sí han estado de acuerdo con el término “generación”, y con la creación de numerosas generaciones, han sido los marketineros de las editoriales. A partir de los años 60, las editoriales comenzaron a formar generaciones de forma indiscriminada, por supuesto que con un criterio comercial, no académico. Sólo bastaba juntar un grupo de poetas, que como sabemos son los que menos venden, hacer una antología, publicarlos con el nombre de generación y no correr riesgos económicos.
La generación del 27
Con todo, y tomando en consideración cada una de las palabras del apartado anterior, cabe decir que el grupo de poetas conocido como generación del 27, es bastante compacto. Casi todos se conocieron en la residencia de estudiantes de Madrid y nacieron dentro de ese arbitrario período de tiempo de quince años (1891, Pedro Salinas - 1905 Manuel Altolaguirre). Podría hacer referencia a muchísimos nombres, pero baste decir que entre los poetas más citados de la generación se encuentran Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti y Manuel Altolaguirre.
Se trata de un grupo de poetas que vio en la figura de Góngora, un escritor que había sido excluido, o subvalorado por la literatura académica, alguien a seguir, a imitar. Vieron en él a un representante de la historia poética española con una gran capacidad metafórica, y esto es algo que les interesaba mucho. Los hombres del 27 no se caracterizan por creer en la inspiración, sino por trabajar concienzudamente con la palabra, por llevar el lenguaje a una dimensión estética superior, y Góngora, en ese sentido, fue un maestro. En realidad, estos poetas bebieron fundamentalmente de dos fuentes: la que les ofrecía la tradición española, y allí está como uno de los tantos ejemplos el Romancero gitano (obra a la que me referiré en un artículo posterior), que se nutre del romancero tradicional, y la fuente vanguardista (futurismo, dadaísmo, surrealismo, cubismo, creacionismo, expresionismo, ultraísmo), de donde recogen esa liberación metafórica, que es también lo que a su vez exaltan de Góngora. Todos los poetas de la generación del 27 conciben la poesía como una aventura del conocimiento, que a su vez implica un trabajo con el lenguaje. Pedro Salinas dijo: “la poesía es una aventura hacia lo absoluto”: una forma de conocer a través del lenguaje, no lo aparente, sino el significado profundo, verdadero, de las cosas. Federico García Lorca, dijo: “si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios —o del demonio—, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema”. Vicente Aleixandre dirá que la poesía es una “clarividente fusión del hombre con lo creado”. Por su parte Dámaso Alonso, dijo que la poesía “es una frenética búsqueda de ordenación y de ancla”, o sea, una especie de asidero con el entorno. El yo lírico que utilizan estos poetas, por lo general, no es anecdótico. No conocemos a través de las poesías del 27 las circunstancias existenciales, o los sentimientos de los poetas, sino que se trata de textos despersonalizados que trascienden las circunstancias puntuales. Es lo que Ortega y Gasset calificó como arte deshumanizado, refiriéndose a las vanguardias, un arte que elimina los ingredientes humanos y se detiene en lo puramente artístico. Todos fueron poetas que trataron de expresar una realidad esencial, no la cotidianeidad, sino la realidad trascendente, las conductas y sentimientos que terminan siendo permanentes. Tomemos como ejemplo para mostrar lo que quiero decir, los siguientes versos de Rafael Alberti:
Una bala y dos metros de tierra solamente
— les dieron.
Y el campo
dio en vez de trigo cruces.
Vemos, en los versos citados, cómo el poeta trata de captar lo universal y permanente por encima de lo puntual. Allí no nos enteramos de los detalles de la guerra civil española, sino que, a través de una imagen, llegamos a percibir lo esencial, lo que es común a todas las guerras.
La generación del 27 supuso una especie de síntesis entre lo tradicional y lo vanguardista y también entre lo popular y lo culto. En su interés por renovar el trabajo con el lenguaje, tendríamos que resaltar la importancia, fundamentalmente, de dos escritores: la del padre de las greguerías, el gran escritor vanguardista, Ramón Gómez de la Serna, y la del padre de la poesía pura, el magnífico Juan Ramón Jiménez. La importancia del primero fue ser en España un gran difusor, a través de revistas, de las diferentes vanguardias, fundamentalmente del futurismo. En tanto la importancia de Juan Ramón radicó en ser un precursor, dentro de la poesía española, de muchos de los aspectos que fueron tomados como fundamentales por los hombres del 27, como por ejemplo el uso de un lenguaje escueto, reducido, donde la poesía se presenta como algo esencial, despojada de todos los elementos anecdóticos. Esa poesía intelectual, desnuda, prácticamente sin referencias al mundo exterior, es la poesía pura juanramoniana, la de sus libros Diario de un poeta recién casado (1916) y Eternidades (1918).
Federico García Lorca es el poeta más conocido de la generación del 27, y no sólo eso: es el poeta español más conocido y leído de todos los tiempos. De su poesía y de sus estilos poéticos me ocuparé en el siguiente artículo.