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IDENTIDADES NATURALES, IDENTIDADES CULTURALES

 Publicado: 07/08/2019

La importancia cultural del patrimonio natural y su conservación


Por Diego Suárez


Introducción

La importancia del patrimonio para los seres humanos se puede establecer desde hace varios siglos. El Renacimiento aparece claramente como el momento histórico en el que determinados objetos de culturas lejanas adquieren cierto valor artístico para la sociedad europea dominante de la época. El patrimonio se presenta como una construcción social que refleja una forma de pensar y está atravesado por una serie de fines que pueden ser individuales o colectivos, que intentan legitimar determinadas ideas y valores de una identidad.

En el siglo XIX, el surgimiento del Estado-nación reforzó la tradición coleccionista y la instauración de los museos, que adquirieron un gran auge. El rol de estos en la construcción de identidad nacional e historia nacional los convirtió en un punto gravitante de la dinámica social del momento.

Con el involucramiento del Estado en asuntos patrimoniales surgen, en un proceso lento pero que se ha consolidado hasta la actualidad, marcos normativos, formas de gestión y conservación del patrimonio, así como la teorización del mismo y su proyección en sociedades cambiantes, atravesadas ahora no solo por la filosofía, la religión y la ciencia, sino también por la tecnología y la informática, lo que imprime nuevas visiones sobre el patrimonio y la cultura.

Desde el año 1972, con la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, establecida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), se ha establecido, por los países que la han ratificado, un gran compromiso por el mantenimiento del patrimonio cultural y natural. Si bien existen protocolos para la conservación de ambos patrimonios, parecería que tanto uno como el otro son incompatibles, y su abordaje pertenecería a campos disciplinares que poco tienen en común. Lejos de esta idea, tanto el patrimonio cultural como el natural reúnen una serie de disciplinas científicas que confluyen en zonas mixtas de trabajo, las que permiten el manejo sostenible de ambos patrimonios. “Hoy ya no es posible pensar en la protección del patrimonio cultural sin tener en cuenta su entorno natural, tampoco puede pensarse el patrimonio natural como paisajes prístinos, carentes de presencia humana actual o pasada” (Endere, M., 2009).

Partiendo de lo que plantea la autora, podríamos pensar en el patrimonio natural no solo como estructuras físicas inorgánicas o biológicas alejadas de toda influencia humana y libres de cultura, sino como entornos permeados por significaciones humanas y construcciones simbólicas en referencia a ellos. Pensemos en las comunidades indígenas sudamericanas y los significados culturales que se originan a partir de los entornos naturales; pensemos en los valores y riquezas que encierran los seres vivos que pertenecen a determinados ecosistemas y cuya importancia no solo radica en su estructura biológica sino en la relación que tienen con su ambiente, aportando a la continuidad, por ejemplo, de ciclos biogeoquímicos.

Retomando la idea de que los patrimonios son construcciones sociales, el patrimonio natural no escapa a esta conceptualización que se aplica al patrimonio cultural; basta tan solo detenerse a analizar por qué se han dado una serie de procesos políticos, a partir de la década del 70, que abogan por la protección de selvas, praderas, ríos, lagunas, mares, etcétera. Estos movimientos proteccionistas se basan en concepciones culturales relacionadas con el destino del hombre, con su supervivencia; porque ya sea desde el campo de la ecología como desde los de otras disciplinas, se ha comenzado a entender que muchos recursos naturales (biológicos, genéticos, ecosistémicos, etcétera) no son renovables y su pérdida es determinante en la continuidad de hombre como especie. Propongo, a continuación, un análisis de la importancia cultural del patrimonio natural.

La cultura y el patrimonio natural

Tomemos como punto de inicio para el análisis la “Carta Icomos de Ename para la Interpretación de Lugares Pertenecientes al Patrimonio Cultural”, del año 2005 (surgida a partir del trabajo conjunto entre el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios -ICOMOS, por su sigla en inglés: International Council on Monuments and Sites, órgano consultivo de la UNESCO- y el Centro Ename, institución internacional, ubicada en Bélgica, dedicada a la arqueología pública y la presentación del patrimonio). En su principio número 3.4, dicho documento plantea: “Tanto el paisaje circundante como el entorno natural y el marco geográfico son partes integrantes del significado histórico y cultural de un lugar y, como tales, deben tenerse en cuenta en su interpretación”. En esta primera aproximación se puede establecer que, tanto los paisajes como los entornos naturales que corresponden a determinados marcos geográficos, tienen un significado histórico y cultural que el hombre ha depositado en ellos, y éste debe tenerse en cuenta para su interpretación.

Desde el inicio de las civilizaciones la interacción de hombre-cultura-naturaleza ha sido fuertemente analizada por distintos campos de la antropología. La importancia que el hombre atribuye al entorno natural se ha manifestado siempre en formas de conservación y preservación del mismo, pero no es hasta la década de 1970 que los entornos naturales son protegidos desde marcos jurídicos nacionales e internacionales. La normativa se ha ido perfeccionando y se ha incrementado tomando en cuenta los valores culturales que dichos entornos tienen para una sociedad, así como también los valores económicos, científicos y biológicos. El cuidado del entorno natural encierra determinados fines que ya no son únicamente de sociedades locales sino también de sociedades más globales, regionales. Podemos entonces establecer una profunda intersección entre el patrimonio cultural y el natural a partir de prácticas humanas que se dan en contextos materiales y adquieren un significado compartido que es más que la cultura y la naturaleza por separado.

 

La importancia cultural que se ha otorgado a los entornos naturales ha variado en función de las necesidades humanas y las propias interacciones que nuestra especie ha tenido con el entorno. En la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural citada, en su artículo 2, se establece que el patrimonio natural está conformado por: los monumentos naturales constituidos por formaciones físicas y biológicas, las formaciones geológicas y fisiográficas y las zonas estrictamente delimitadas que constituyan el hábitat de especies, animales y vegetales, amenazadas, y los lugares naturales o las zonas naturales, estrictamente delimitadas, que tengan valor universal excepcional desde el punto de vista estético o científico. Esta definición del patrimonio natural que aparece en la Convención se establece en función de patrones culturales que revalorizan los entornos naturales. El desarrollo científico a partir del conocimiento que se extrae de estos es motor de la creación de marcos jurídicos internacionales, que se articulan con otros locales, para la protección de elementos pertenecientes a los mismos. En lo que refiere a la estética, si bien los entornos naturales poseen una determinada estructura y composición, lo importante en este punto es lo que transmite el lugar, ya sea desde las emociones o a través de los sentidos, independientemente de lo bello o no que pueda ser el mismo.

Sin duda alguna, el desarrollo económico, tecnológico y científico de nuestra cultura ha repercutido en nuestra forma de relacionarnos con el entorno natural. Hoy se conoce el potencial que tienen los entornos naturales a partir de su diversidad biológica, pero esta diversidad adquiere significado por los significados culturales que el hombre les da. Muchas actividades humanas prosperan en función de la riqueza biológica e inorgánica de los entornos biogeográficos; el cuidado y preservación de esta riqueza está dado por el valor directo o indirecto que tienen para el hombre. “Nuestra concepción del mundo, el idioma, las tradiciones y creencias orales y escritas, así como las prácticas culturales que apuntalan, se encuentra fuertemente influenciada por el entorno natural” (C. Duvelle, 2010).

Debido a esto, es muy difícil disociar la cultura del ambiente que nos rodea y la relevancia que tiene la preservación de éste para el hombre, ya sea por los beneficios que posee o por los sentidos que despiertan los entornos naturales. En el principio 3 de la Carta ICOMOS Ename, donde se plantea la interpretación de lugares pertenecientes al patrimonio cultural, se establece que “la interpretación de los lugares pertenecientes al patrimonio cultural debe aludir a su más amplio contexto y marco social, cultural, histórico y natural”. Se plantea entonces que el patrimonio cultural existe en referencia a distintos marcos, uno de ellos el natural.

Si bien es demostrable la interrelación que existe entre la cultura y la naturaleza como también entre patrimonios mixtos formados por componentes naturales y culturales, “no resulta tan sencillo identificar un grupo de sitios cuya supervivencia biológica dependa simultáneamente del conocimiento tradicional y del uso sostenible” (C. Cameron, 2010). Sin embargo, estos sitios existen y su futuro depende de las prácticas culturales.

“En la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural de 2001 se enfatiza el hecho de que las diversidades cultural y biológica son interdependientes. Habiendo reconocido una forma de sinergia entre la ciencia moderna y el conocimiento local, aboga por que se asegure coherentemente una atención respetuosa de la primera sobre el segundo” (C. Cameron, 2010). Pero este interés que el hombre tiene por la preservación del entorno natural se inicia y consolida en el siglo XVII en Europa, a partir de los primeros jardines botánicos. Por otra parte, “la comprensión de la relación entre la naturaleza y la cultura favoreció el desarrollo de disciplinas científicas modernas como la botánica, la ecología y la farmacia” (C. Cameron, 2010).

Es así que en la actualidad podemos encontrar un sinfín de movimientos culturales que concentran esfuerzos por la preservación de los entornos naturales, no solo por el valor material que éstos pueden tener, sino por su contenido simbólico, por el cual el hombre se define y redefine en un continuo intercambio con su ambiente. Desde la UNESCO se ha entendido lo gravitante que son los grupos y/o comunidades locales en los programas de conservación del patrimonio natural a partir de prácticas culturales. “El Paisaje cultural y botánico de Richtersveld (Sudáfrica, 2007) es un ejemplo de una relación orgánica entre naturaleza y cultura. Este paisaje cultural está habitado por el pueblo seminómada Nama, cuyas prácticas de pastoreo estacionales aseguran la protección de la suculenta vegetación en la región ecológica del desierto de Karoo, del cual dependen para su supervivencia a largo plazo. Vigente durante al menos 2.000 años, este sistema tradicional de gestión del suelo es uno de los últimos vestigios de pastoreo trashumante en el África meridional” (C. Cameron, 2010).

Es de destacar que, en esta relación entre patrimonio cultural y natural, hay una simbiosis muy particular que se ha establecido entre el patrimonio cultural inmaterial y el natural, en que este último es sustrato del primero. Las prácticas tradicionales de muchos pueblos originarios de América Latina están referenciadas a los contextos naturales; algunas de ellas, como el uso de plantas medicinales, la agricultura, rituales de celebración estacional, la alfarería, entre otras, existen, se desarrollan y van coevolucionando con la propia naturaleza.

El pensar sólo en los mitos de origen del hombre de algunas culturas nos conduce a escenarios naturales que constituyen verdaderos patrimonios mixtos que existen en una condición sinérgica, y su futuro está determinado por los pueblos establecidos en torno a ellos. Ejemplo de esto es el pueblo indígena Buryat, que vive en torno al lago Baikal, que señala que su origen es a partir del lago y sus tradiciones lo vinculan fuertemente con él. También el Parque Nacional de Tongariro es ejemplo; el pueblo maorí vincula su origen, tradiciones y costumbres a las montañas de dicho parque.

La importancia que tienen los pueblos en relación con la categoría de patrimonio, como objeto de investigación y delimitación, es de una gran relevancia. Los productos culturales materiales que están insertos en contextos naturales, únicos o no, son producto de poblaciones pasadas o presentes que los investigadores deben considerar a la hora de los distintos proyectos de preservación y/o conservación. “El respeto por el pluralismo y la ética de trabajar con grupos de personas que la historiografía pone en riesgo de daño social y psicológico recomienda un reconocimiento del derecho de esta comunidad a participar en las decisiones de la investigación” (Habu y otros, 2008).

La riqueza natural en el contexto cultural

Hemos establecido anteriormente que los patrimonios naturales (paisajes, lugares, formaciones geológicas) poseen distintos valores que son estrictamente culturales, y que éstos varían conforme las culturas se van modificando producto del dinamismo social. En la Convención de Patrimonio Mundial de 1992 se establece una nueva categoría, la de paisaje cultural, que resume el producto de la interacción cultura-ambiente. “La expresión «paisaje cultural» abarca diversas manifestaciones de la interacción entre las personas y su entorno natural, reflejando a menudo técnicas concretas de explotación sostenible de las tierras o una relación espiritual asimismo concreta con la naturaleza” (RAMSAR). 

Dentro de los paisajes culturales se establecen dos subcategorías: paisaje vestigio y paisaje activo. Un paisaje vestigio “es aquel en el que un proceso de evolución concluyó en algún momento del pasado, pero sus rasgos significativos son todavía visibles materialmente” (RAMSAR). Mientras que un paisaje activo “es aquel que conserva una función social activa en la sociedad contemporánea, asociada estrechamente al modo tradicional de vida, y en el que el proceso de evolución sigue vigente” (RAMSAR). 

En el año 2005, en el simposio internacional “Conservar la Diversidad Cultural y Biológica: El Papel de los Sitios Sagrados Naturales y los Paisajes Culturales”, llevado a cabo en Tokyo, Japón, tanto científicos como representantes de los gobiernos y comunidades locales e indígenas alegaron que la comprensión de los vínculos entre naturaleza y cultura son muy importantes para salvaguardar la diversidad biológica y cultural. “Los sitios naturales sagrados pueden comprender importantes reservorios de diversidad biológica. Como santuarios de vida silvestre de plantas pueden preservar las especies vegetales y animales que se han vuelto poco comunes en áreas no sagradas. En los sitios sagrados se pueden encontrar diferentes ecosistemas o biomas, pero sobre todo lo siguiente: montañas, ríos y lagos, bosques (arboledas), cuevas, e incluso islas. Por otra parte, por factores antropogénicos …, paisajes y sitios de templos y jardines pueden jugar un papel importante en la protección de plantas y animales” (T. Schaaf, 2006).

Entendiendo, entonces, que la interacción entre cultura y naturaleza da origen a nuevas categorías referidas al patrimonio, es de suma importancia establecer el valor cultural que tienen los contextos naturales. Dentro de los valores que nos ofrecen los paisajes, lugares y formaciones geológicas, desarrollaremos dos: el valor de la biodiversidad y el valor turístico que éstos pueden tener. 

“Es hasta muy recientemente que se ha tomado conciencia acerca de la importancia que tienen los servicios que presta la biodiversidad con relación a la regulación del clima, agua, suelos, nutrientes, curso de los ciclos biogeoquímicos, control de plagas, procesos de polinización, etc.” (V. Meléndez, 2013). Debido a los servicios que la biodiversidad puede prestar al hombre, se pueden establecer dos valores muy distintos que ésta posee: uno denominado intrínseco, que refiere al valor que la biodiversidad tiene por sí misma, y por el que debe ser protegida y conservada por el hombre; y el otro, denominado instrumental debido a que el hombre puede obtener beneficios a partir de la biodiversidad presente. En lo que refiere al valor instrumental podemos definir distintas categorías vinculadas al aporte que brinda la biodiversidad: bienes, servicios, información y beneficios psico-espirituales.

Otra forma de ver la importancia que tiene para las sociedades la biodiversidad es el valor de uso: directo e indirecto. Denominamos valor de uso directo la obtención de productos naturales que provienen de un ecosistema local. Esos productos, si se comercializan, adquieren un valor de uso productivo; ejemplos son: madera, peces, plantas, entre otros. Mientras que el valor de uso indirecto refiere a los servicios que derivan del ecosistema, que no están vinculados con el consumo directo; ejemplo de lo cual son: educación, recreación, turismo, entre otros. Dentro de estos servicios que puede brindar la biodiversidad nos ocuparemos a continuación del turismo, en particular el turismo cultural que se genera en torno a los sitios naturales.

En la “Carta Internacional sobre turismo cultural” de ICOMOS (1999) se plantean lineamientos de gestión del turismo en sitios con patrimonio significativo: “El concepto de Patrimonio es amplio e incluye sus entornos tanto naturales como culturales. Abarca los paisajes, los sitios históricos, los emplazamientos y entornos construidos, así como la biodiversidad, los grupos de objetos diversos, las tradiciones pasadas y presentes, y los conocimientos y experiencias vitales. Registra y expresa largos procesos de evolución histórica, constituyendo la esencia de muy diversas identidades nacionales, regionales, locales, indígenas, y es parte integrante de la vida moderna. Esto conlleva la responsabilidad de respetar los valores del Patrimonio Natural o Cultural, así como los intereses y patrimonios de la actual comunidad anfitriona, de los pueblos indígenas conservadores de su patrimonio o de los poseedores de propiedades históricas, así como la obligación de respetar los paisajes y las culturas a partir de las cuales se ha desarrollado el Patrimonio”.

El turismo constituye una de las principales actividades de intercambio entre países, así como una actividad económica que, bien desarrollada, puede significar parte importante del producto bruto interno de un país. Lamentablemente, cuando el flujo de personas que arriban a sitios patrimoniales es desmedido, se puede generar un efecto perjudicial para el patrimonio en cuestión, sea éste cultural o natural. “La interacción entre los recursos o valores del Patrimonio y el Turismo es dinámica y está en continuo cambio, generando para ambos oportunidades y desafíos así como potenciales situaciones conflictivas. Los proyectos turísticos, sus actividades y su desarrollo, deberían conseguir resultados positivos y minimizar los impactos negativos para el Patrimonio y para los modos de vida de la comunidad anfitriona […]” ICOMOS (1999). De todas formas muchos programas de conservación animal y vegetal se financian con la actividad turística. “Una parte significativa de la renta proveniente de los programas turísticos en sitios con patrimonio, debería dedicarse a la protección, conservación y presentación de los propios sitios, incluyendo sus contextos naturales y culturales. Cuando así sea posible, los visitantes deberían ser informados acerca de esta distribución de la renta”. ICOMOS (1999)

El turismo es, sin duda, un elemento clave en los procesos de gestión del patrimonio. El turismo es producto de la cultura y motor de los esfuerzos por la conservación siempre que sea desarrollado con responsabilidad. El turismo resulta gravitante en la relación cultura-naturaleza; a partir de él se puede educar en la conservación de ecosistemas, paisajes, especies vegetales y animales, así como en las estructuras materiales producto de los procesos antropogénicos.

Consideraciones finales

El patrimonio es una construcción dinámica que evoluciona conforme cambian los patrones culturales de la sociedad. El patrimonio natural es producto de ese dinamismo, en cuanto las estructuras biogeológicas adquieren nuevos significados o resignifican los existentes. El patrimonio natural en la actualidad no puede ser considerado como un conjunto de estructuras aisladas sometidas únicamente a las tensiones de la evolución; por el contrario, la actividad humana interacciona permanentemente con el ambiente, y sus efectos son parte fundamental del valor que adquieren los ecosistemas, lugares, paisajes, especies, etcétera. Organismos como la UNESCO han resaltado la importancia cultural del patrimonio natural, debido a que muchos pueblos vinculan su origen a éste, así como las costumbres que se transmiten de generación en generación y se han consolidado en prácticas que forman parte del patrimonio cultural inmaterial.

  Bibliografía de referencia  
  • Cameron, C. (2010). Diversidad cultural, biodiversidad y sitios del Patrimonio Mundial. Revista del patrimonio mundial (56), 32-39.
   
  • ICOMOS (1999). Carta internacional sobre turismo cultural. La Gestión del Turismo en los sitios con Patrimonio Significativo.
 
  • ICOMOS (2005). Carta Icomos de Ename para la Interpretación de Lugares Pertenecientes al Patrimonio Cultural.
 
  • Luengo Añón, A. (2013). Los paisajes agrícolas del Patrimonio Mundial. Revista del patrimonio mundial, (69), 8-15.
 
  • Rössler, M. (1998). Los paisajes culturales y la Convención del Patrimonio Mundial Cultural y Natural: resultados de reuniones temáticas previas. Paisajes culturales en Los Andes. Memoria narrativa, casos de estudio, conclusiones y recomendaciones de la reunión de expertos. Arequipa y Chivay, Perú, 17-22.
 
  • UNESCO (1972), Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural.
 
  • UNESCO (1992). Convención del patrimonio mundial, los paisajes culturales y los humedales (RAMSAR).
 
  • UNESCO (2006). World Heritage Centre´s Natural Heritage Strategy. UNESCO World Heritage Centre.

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