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EL RENOVADO CONFLICTO ARMENIO-AZERÍ
Un Medio Oriente caucasiano
Por Luis C. Turiansky
Rusia, 1921
En 1921, los bolcheviques de Rusia se abocaban a la tarea de estabilizar el poder después de resistir con éxito el alzamiento de los “blancos” y la intervención armada de varios países capitalistas. Perdida la ilusión de la revolución mundial, en el programa estaba la creación de un Estado socialista propio, el que, dado el legado recibido del imperio zarista, debía tener un contenido plurinacional. El órgano ejecutivo llamado “Consejo de Comisarios del Pueblo”, encargó a Josep Stalin, el georgiano, que siguiera la compleja problemática de las nacionalidades, en el marco del nuevo Estado en formación.
El Cáucaso, del cual Stalin era oriundo, era teatro de frecuentes conflictos armados entre las distintas nacionalidades. A los enfrentamientos entre las comunidades religiosas de musulmanes y cristianos se agregaban los apetitos de dos potencias interesadas en la cuenca del mar Caspio, rica en petróleo: Gran Bretaña y Turquía. Ahí nomás al lado estaba la Persia ancestral, hoy Irán,[1] con sus imponentes yacimientos de oro negro. A raíz de la intervención armada de la Turquía otomana, Armenia perdió gran parte de su territorio histórico y su pueblo fue víctima de un genocidio de terribles características.
A los efectos de consolidar la situación, los comunistas rusos decidieron constituir en el seno del partido lo que se llamó “Buró Caucasiano”, integrado por representantes de las diversas repúblicas de la región, bajo la conducción del propio Stalin (por lo visto, había escasez de cuadros). Tras un intento frustrado de ordenamiento federal, se optó por fortalecer las estructuras nacionales en el marco de la proyectada Unión Soviética, creada un año después con criterio centralista.
La niña mimada del Buró Caucasiano resultó ser Azerbaiyán. Es de suponer que, además del hecho de constituir la principal fuente de petróleo del país soviético, debe haber influido en esta opción que sus condiciones eran relativamente más estables que las de los vecinos. El hecho es que se le adjudicó un mayor territorio, incluido un enclave poblado principalmente por armenios, el llamado Alto Karabaj (Nagorno Karabaj en ruso transliterado). Es más: una porción de los territorios históricos de Armenia junto a la frontera con Irán fue cedido a Azerbaiyán con el nombre de República Autónoma de Najicheván y como tal perdura hasta hoy.
Decisiones de este tipo eran comunes por entonces. No había tiempo para consideraciones históricas ni para atender todas las demandas de los involucrados, puesto que ese inmenso país y el proyecto de nueva sociedad necesitaban un poder central fuerte y todas sus partes, integradas en el enorme laboratorio de revolución social en el que se había convertido el Estado, debían acatar sin chistar las decisiones de la cúspide.
Se me preguntará por qué vuelvo a una historia de hace casi cien años para referirme a sucesos de actualidad, pero es que en ella reside precisamente la raíz de los conflictos trágicos entre armenios y azeríes (la nación mayoritaria de Azerbaiyán), que cada cierto tiempo estallan en su forma más mortífera, la de guerra abierta.
Fin de siglo y el auge de los nacionalismos
Al igual que Yugoslavia, la disolución de la Unión Soviética alimentó las aspiraciones nacionales y las condujo a través de litigios fronterizos, reales o creados ex profeso.
En la segunda mitad de 1987, cuando ya era visible el debilitamiento del poder soviético, la comunidad armenia de Alto Karabaj inició su proceso hacia la independencia -declarada en 1991- y su futura unión con Armenia. Si al principio daba la impresión de que el diferendo podía resolverse pacíficamente, tras el derrumbe del edificio estatal soviético estalló un conflicto bélico de grandes proporciones, que terminó en 1994 con un armisticio formal bajo los auspicios de Rusia y con el aval del “Grupo de Minsk”, surgido de la conferencia realizada en la capital bielorrusa ese año y cuyos copresidentes son Estados Unidos, Francia y Rusia. El ejército armenio ocupa desde entonces la franja fronteriza de Azerbaiyán, lo que le permite acceder por tierra al nuevo territorio independiente, denominado República de Artsaj.
El mapa que sigue no es de 1921 sino actual, lo he reproducido de Wikipedia, donde acompaña al artículo “Alto Karabaj”, en español. Lo que aparece en verde es el territorio controlado por las fuerzas armenias tras la guerra de 1994. El matiz oscuro de dicho verde representa el Alto Karabaj propiamente dicho; este, sin embargo, como entidad estatal independiente no está reconocido internacionalmente.
Fuente: Wikipedia (entrada: Alto Karabaj)
Observando el mapa con atención, nos acude a la mente la imagen del drama que sufren hoy los pueblos que habitan la Palestina histórica. Sucede que, dejando a un lado diferencias notorias, esta zona del Cáucaso se ha convertido hoy en teatro de otro interminable conflicto semejante al de Medio Oriente. Tras las sucesivas ocupaciones militares, los pobladores afectados huyen y se refugian en tierras amigas: armenios en Ereván, la capital de Armenia, azeríes en todo el Azerbaiyán. Al igual que en el conflicto israelí-palestino, el eventual retorno de los refugiados constituye el punto álgido de toda negociación.
Resultado: la guerra no es solución
Nuevamente por mediación de Rusia, los representantes de Armenia y Azerbaiyán acordaron el 10.10.2020 el cese provisional de las hostilidades. El resultado humano de las acciones que hoy tienen lugar tal vez sea algo más leve en comparación con los 25.000 muertos del primer enfrentamiento de 1994, pero la inestabilidad de las condiciones y las continuas violaciones del alto el fuego acordado siguen aumentando el número de víctimas. Según fuentes rusas, “son ya más de cinco mil vidas humanas las que se ha cobrado esta guerra absurda”.[2] Considerable es la repercusión en materia de desplazamientos de la población: de 70.000 a 75.000 civiles (la mitad de la población de Karabaj) se vieron forzados a emigrar. El cese de las hostilidades es apenas una medida humanitaria destinada a dar sepultura a los muertos e intercambiar prisioneros, pero no significa una paz definitiva. Por otra parte, la ofensiva de Azerbaiyán se hizo esencialmente por el aire mediante drones, produciendo considerables pérdidas materiales.
De hecho, los enfrentamientos continúan, acompañados de acusaciones mutuas de violación del acuerdo. No habrá paz mientras las naciones involucradas no lleguen a un acuerdo definitivo de negociación y arreglo pacífico de los litigios fronterizos que las separan.
Como siempre, la geopolítica
El conflicto en torno al Alto Karabaj es un ejemplo típico de enfrentamiento entre intereses geopolíticos opuestos. Ya se ha mencionado el papel de Gran Bretaña y Turquía; la intervención británica de 1918 no tenía por fin salvar a Armenia sino atacar al régimen bolchevique y, en todo caso, reducir el papel de Turquía, con la mira puesta en los ricos yacimientos petrolíferos persas. Por su parte, la Rusia soviética pretendía conservar el viejo imperio heredado en 1917, transformándolo en una unión de repúblicas socialistas dirigida centralmente.
Hoy la Federación Rusa, principal sucesora de la disuelta Unión Soviética, prefiere tener de vecinos a regímenes amigos o, por lo menos, neutrales. Todo acercamiento con los adversarios políticos y estratégicos globales por parte de los países limítrofes o las medidas de EE.UU. y la Unión Europea destinadas a atraerlos a sus respectivas esferas de influencia, se consideran actos hostiles. Si los últimos esfuerzos diplomáticos de la URSS en su ocaso fueron un total fracaso y luego Rusia tuvo que tragarse que ex repúblicas soviéticas sean hoy parte de la alianza militar del Atlántico Norte (OTAN), el presidente Putin ha puesto bien en claro que no aceptará algo semejante en la sensible región del Cáucaso.[3]
Recurre con tal fin al acercamiento que tiene lugar entre Rusia y Turquía, de lo cual es un ejemplo la participación coordinada de ambos en la guerra de Siria. Ahora ha entrado en escena un nuevo actor: a pocos días de las elecciones presidenciales, cuando otro éxito diplomático como el del arreglo de las relaciones de varios países árabes con Israel le vendría de perillas, el presidente Trump ha invitado a las partes en conflicto a negociar en Washington un acuerdo de paz con la mediación del secretario de Estado Michael Pompeo. Es otra acción separada de otro miembro del Grupo de Minsk -quién sabe si este sobrevivirá-. Sin coordinar con los demás, particularmente con Rusia, el resultado final puede ser la eternización del conflicto.
Dice Félix Flores en La Vanguardia de España[4] que, al Grupo de Minsk, encargado de sentar las bases de un arreglo pacífico, se le critica su inacción, pero que los “principios básicos” estarían fijados: “Consisten, resumidamente, en la devolución a Azerbaiyán de los distritos en torno al enclave (armenio), unas garantías de seguridad para este y un estatus «interino» que culminaría con un referéndum para los karabajíes. Armenia mantendría el contacto a través del corredor de Lachin. Pero cada punto encierra aspectos controvertidos. Ilham Alíyev (Presidente de Azerbaiyán) exige el retorno de los refugiados azeríes, y un referéndum no sería lo mismo con ellos que sin ellos. Armenia no se fía, y además ha hecho del Karabaj una cuestión existencial”.
La lección de la historia
Los sucesos aquí tratados demuestran que ni la pandemia coronavírica es suficiente para hacer olvidar los viejos rencores y las amarguras de los pueblos en medio de la crisis del sistema económico dominante. El tsunami sanitario que nos afecta a todos tampoco puede cubrir la voluntad de cambio, incluso si la misma se expresa a veces mediante protestas irracionales, como las que tienen lugar contra las medidas de cuarentena y prevención del contagio que adoptan los gobiernos.
Armenios y azerbaiyanos se enfrentan como consecuencia de errores cometidos en el pasado por otros. Las circunstancias que llevaron a adoptar en Rusia un régimen centralista de gestión económica y un gobierno autoritario iban más allá de las consideraciones ideológicas de los revolucionarios, ya que respondían a una situación de descalabro general de la sociedad y probablemente no cabía otra alternativa. Pero también jugó un papel no despreciable la tendencia errónea a elevar el ideal internacionalista por encima de los intereses nacionales. En esta época de crisis y búsqueda de caminos que vivimos, la actual guerra en el Cáucaso nos recuerda el deber de aprender esta lección de la historia. No tenemos reglas que garanticen un proceso pacífico y democrático de cambio, pero es imprescindible tener siempre presente el factor humano. La experienia de la lucha contra el coronavirus tal vez nos ilustre al respecto.
Hoy es al revés: son precisamente las fuerzas representativas del capitalismo global las que predican acerca de la obsolescencia de los Estados nacionales. Y es la técnica sofisticada puesta a su servicio la que impone su dictadura y el control infalible de la producción, el comercio y hasta la vida privada de la gente, al estilo del “Gran Hermano” (o Camarada) ideado por George Orwell en su célebre obra.[5] Hoy son algoritmos, pero ya se preparan los robots.
….descalabro general de la sociedad y probablemente no cabía otra alternativa.
Creo que siempre , pero siempre hay otra alternativa. Dejar en libertad a los pueblos. Lección que nos costó muchísimo aprender a los comunistas de acá. Abrimos los ojos cuando salimos al exilio.