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IN MEMORIAM. SELVA CASAL (1927-2020)
El hilado del cosmos
Por Lucía Delbene
El réquiem comenzó a viralizarse en las redes: Selva Casal ha muerto y no habrá funeral público. La poeta había dejado su expresa voluntad de exequias íntimas, un acto mínimo en la escala de una poesía cósmica, consecuente con el mundo nombrado en su obra. Entonces, celebramos la muerte por internet, sumándonos a los múltiples homenajes que se replican desde Salto a Nueva York, desde celulares individuales a computadoras en red, desde WhatsApp a Instagram, en revistas, portales, muros individuales, blogs y una plétora de etcéteras que producen hoy nuestras formas descorporales de experiencia colectiva. En una mutación espeluznante, “Dios afirma el poderío del espanto” dice Selva, largas procesiones virtuales que levantan fotos, poemas, libros, recuerdos, conforman una antorcha de luz catódica que cumple el debido homenaje a la penúltima poeta viva de la edad de la tacita de plata.
Su estirpe era poética, nació en casa de Julio J. Casal, autor que fuera artífice de la revista Alfar, entre La Coruña y Montevideo, y en cuya redacción, iniciada en 1923, la joven Selva colaboraba. Más tarde estudió Derecho y se especializó en Ciencias Sociales, ejerciendo la profesión con un sentido humanístico que se filtrará en los temas preferidos de su poesía, que no por universales son menos particulares: la experiencia del amor y de la muerte, la violencia, las relaciones humanas y su vínculo con el universo.
“Bueno, el Derecho es un instrumento que busca el equilibrio social y mi relación con el Derecho me dio muchos instrumentos de juicio e invadió un poco mi inconsciente sobre todo en el aspecto de derecho penal y la defensa de los presos”.[1] Tal ejercicio le valió su destitución de los institutos normales en el comienzo de la dictadura militar en los setenta.
Las puntadas de Selva Casal enhebran, como dijimos, lo universal con lo cotidiano, lo general con lo ínfimo utilizando un decir accesible, sin demasiado esplendor retórico pero que maneja un diestro sentido del ritmo, una apertura al misterio y una textura dialógica que le conquistaron lectoras y lectores de todos los ambientes: “El ritmo es fundamental porque estamos viviendo al unísono del universo. No podemos mantenernos fuera. Hay un ritmo en los astros, hay un ritmo en los vegetales, en la tierra y en los animales. Este ritmo no podemos olvidarlo porque nos invade y está presente cuando el poema está, digamos, haciéndose y uno no sabe qué le pasa, pero está, se impone, es determinante”.
Así describía Clara Silva el tono de esta voz: “La virtud de la claridad, de la sencillez, que caracterizan su verso, no se da en mengua de la hondura del sentimiento y la calidad estética de su estilo”.[2] Sin embargo, esta aparente claridad/sencillez se compone por un lenguaje que crea un mundo complejo en el cual el orden de las cosas no es el que propondría una referencialidad positiva de cuño lógico-racional, sino que más bien se asienta en el salto sorprendente de sus metáforas uniendo los universos secretos con los visibles, mundos interiores con exteriores en un continuo natural sin hermetismos ni fragmentaciones: “Un poema es una transgresión / siempre / su cráneo solo / como cualquiera / solo”.
El enlace con el misterio es fundamental a su poesía, hay algo que las palabras nada más conjuran: “El poema es así, una especie de testigo, de cómplice de lo que uno ha sentido, pero no somos dueños de lo que escribimos. Lo que escribimos es en sí mismo un ser aparte. Escribimos para ser hasta lo desconocido”. La voz se sumerge más allá de los bordes del lugar común para traernos en su lengua en trance un yo expandido y atemporal que se dilata hasta habitar las mismas estrellas y la conciencia en todos los seres, animados e inanimados:
“He muerto en las hogueras en los hospicios las fieras me han destrozado los pájaros me enseñaron a volar las orugas son mis amigas a quién quieres matar que ya no esté muerto las guerras te encendieron estaba en los libros de moral en los libros de historia las estrellas no habían nacido los pájaros no habían nacido y me condenaste no hay nada que hacer me bombardearán con noticias tantos poetas falsos tantos hombres serios ignoras que todas las cosas llamadas vienen que cada día es el primero el de la creación”.
(Cada día es el primero, de “Y lo peor es que sobrevivimos”. Amargord, España, 2013).
Y de esta consciencia que canta desde la desgarradura emerge la malla de la poesía empeñada en unir a los seres con el hilo del cosmos. Desde otro lado ahora, Selva nos seguirá señalando la urdimbre.
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El infierno es una casa azul
El infierno es una casa azul la lluvia sobre un expediente un hombre despertando de un mal sueño camina solo y que solo camina cuerpos al agua destinados como arden las últimas estrellas así ardemos nosotros yo sospecho la noche transfigurada y sola la noche constelada donde tú y yo estamos abriéndonos las vísceras donde el hombre destrozado a palos es un hombre y el que autenticó su muerte natural el que dijo que nada sucedía el que firmó la autopsia con qué ojos mira con qué boca muerde oh, dale muerte a los muertos luz a los huesos hondos ten piedad que digo estoy azul morada y suelta como los vientos de la madrugada que digo de quien sospecho yo del cáncer de la ruina de los ojos dorados del hombre que me amaba qué vientres me reclaman vientres todos desnudos silenciosos desde su sangre ahogados el que murió no va a la guerra no envejece porque lloras amor lloro por el asesino lloro por el asesinado porque vi cómo el muchacho el condenado aquel abrazaba a su madre porque vi enloquecer sobre el pasto a un parricida porque se me ha permitido ver.
(De “El infierno es una casa azul”, Ediciones de Uno, Uruguay, 1993).
Selva Casal blog: http://selvacasal.blogspot.com/