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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 62 (NOVIEMBRE DE 2013). EL IMPACTO DE DIFERENTES FORMAS DE AGRICULTURA

 Publicado: 05/10/2022

Intereses económicos y visiones políticas en el combate a los transgénicos


Por Ernesto Abraham Tarrab


La entrevista con el Subsecretario de Ganadería, Agricultura y Pesca de Uruguay, Enzo Benech, publicada en el número 61 de Vadenuevo, nos ha hecho pensar en la necesidad de una campaña seria de reanálisis de los temas ambientales para situarlos en sus justos términos. Por ejemplo, para que no se utilice el tema ambiental como sustituto de la noción, no siempre bien entendida, de lucha de clases, presentando hoy a los consumidores como los explotados de las transnacionales.

Hoy, algunos sectores de la sociedad consideran correcto estar alineado con una posición ecologista, orgánica, naturista o similar, para promover el consumo de alimentos naturales u orgánicos y de paso combatir a las transnacionales, que parecen ser, entre otros pecados, las culpables de la creación de transgénicos,[1] que se consideran antinaturales aun entre muchos académicos no creyentes que participan de esas posiciones.

Espero que no se tome este comentario como una defensa a ultranza de los transgénicos: siempre debe tenerse una supervisión sobre estas nuevas tecnologías. Sin embargo, se observa en la polémica sobre estos nuevos descubrimientos que se aplica un marco conceptual que no es el correcto: se los analiza desde el punto de vista de posiciones políticas y no de posiciones científicas.

La degradación provocada por la agricultura mundial

De las tierras erosionadas del mundo, que representan casi dos mil millones de hectáreas (25% más que las que actualmente se destinan a la producción agropecuaria y forestal), 55,7% corresponden a erosión hídrica, 27,9% a erosión eólica, 12,2 % es pérdida de productividad por erosión química y 4,2% por erosión física, causada casi siempre por sobrelaboreo.

La deforestación, por su parte, es de aproximadamente 0,23% anual del total de bosques y selvas, lo que significa que la tendencia lleva a que en pocos cientos de años podremos hacer desaparecer la cubierta vegetal boscosa del mundo. Pero esta tasa es mayor en América del Sur, con 0,43% anual, y le sigue Asia, con 0,30% anual.

Podemos describir, pues, una huella ecológica compuesta (diferente a la convencional, que solo se refiere a hectáreas productivas per cápita) que determine cuántas hectáreas se deben perder, cuántas especies tienen que desaparecer, cuántos árboles tienen que quemarse, cuántas toneladas de suelo tienen que erosionarse, cuánto dióxido de carbono se va a producir anualmente por quema de biomasa en incendios forestales, carbón y petróleo por cada niño que nazca, para que puedan venir al mundo nuevas generaciones de seres humanos. Se puede diferenciar el impacto ambiental del niño que nace en EE.UU., Alemania o Japón del que causa el niño nacido en Ruanda o Bangladesh.

Esta huella es un indicador de las posibilidades que el planeta tiene para sostener la población actual, con relación al total de los recursos naturales. Para entender el significado de esta huella podemos suponer la situación que se daría si todos los seres humanos quisieran vivir como los estadounidenses. Se necesitarían casi cuatro planetas Tierra para poder mantenerlos. Esto se debe a que los estadounidenses necesitan 0,8 hectáreas por persona, incluyendo bosques de madera y de conservación, tierras agrícolas, ganaderas y urbanas, lo que aplicado a los 7.000 millones que habitan hoy el mundo, hace necesarios 56 millones de km2. Pero en la Tierra existen solamente 16 millones de km2 agropecuarios y forestales disponibles (de aquí la necesidad de casi cuatro planetas).

Si todos los seres humanos consumiéramos la misma cantidad de combustibles que cada habitante de EE.UU., lograríamos agotar las reservas del mundo en la cuarta parte del tiempo previsto hoy día y ya tendríamos un grado centígrado más de temperatura media en el mundo respecto de la que había en 1990, que a su vez fue 0,6 grados centígrados más alta que la de 1900. Así, el clima tendría seguramente mayores fluctuaciones y por lo tanto serían más virulentos sus efectos.

Debe evaluarse cuánto significa el impacto degradatorio de estas nuevas tecnologías que se están instalando a nivel mundial y compararlo con lo ya destruido, para ubicarnos mejor en la polémica aludida al comienzo.

Diferentes formas de agricultura

Para resumir, se hará una comparación entre tres tipos de agricultura:

1) La “convencional”, que utiliza varios pasos de maquinaria sobre la superficie del cultivo, es decir roturación del suelo con arados de discos o reja, paso de rastras, sembradoras, cultivadoras, fumigadoras y cosechadoras.

2) La que responde al concepto de “orgánica”, que se refiere a que los alimentos hayan sido producidos en condiciones naturales, sin fertilizantes sintéticos ni agroquímicos que contaminen el medio ambiente, ni hayan sido manipulados genéticamente, etcétera.

3) Las tecnologías asociadas con las semillas “transgénicas” y el mínimo laboreo, junto al uso de herbicidas genéricos como el glifosato.

La agricultura de subsistencia, aunque también degrada en forma importante los suelos, los bosques y la biodiversidad, no se tomará en cuenta aquí porque incide muy poco en el mercado.

Agricultura convencional

Esta agricultura, la de mayor participación en la producción primaria mundial, ha dejado como resultado, también debido a las formas intensivas de uso de maquinaria, herramientas, fertilizantes y agroquímicos, la mayor parte de la erosión de los suelos. Es el principal factor de reducción de la sostenibilidad del ambiente. Los suelos son la piedra angular de la vida en el planeta y la base de existencia de la biodiversidad, los bosques y selvas y la alimentación humana. La desaparición del suelo reduce además la cosecha de agua dulce superficial y subterránea.

Los procesos de degradación y agotamiento de los recursos naturales provocados por la producción intensiva de alimentos destinados a una población en constante aumento originan varios efectos sobre los suelos, entre ellos la desertificación. Las causas fundamentales de este proceso son esa agricultura convencional y el mal manejo de los suelos forestales, agropecuarios y urbanos con estas tecnologías, y la inmensa extensión en que ha tenido lugar. Cada minuto el mundo pierde 15 hectáreas de bosques y una superficie de suelo tres veces mayor para producir alimentos y materias primas del campo.

El efecto de corto plazo se relaciona con los cambios en los regímenes de lluvia y la fuerte reducción de la productividad agropecuaria y forestal. Induce además contaminación de las aguas, impide su filtración hacia el subsuelo, ayuda a la generación de gases de efecto invernadero y, por lo tanto, al cambio climático del mundo, y empobrece a las poblaciones de las regiones donde se desarrolla este fenómeno. La pérdida de suelo y el excesivo laboreo hacen disminuir la materia orgánica del suelo; y casi la totalidad de esta materia erosionada se transforma también en gases de efecto invernadero.

La producción orgánica

En realidad, esta etiqueta de productos "orgánicos" es simplemente una marca publicitaria, ya que orgánico es todo compuesto de cadenas de carbono, oxígeno e hidrógeno, con sus correspondientes complementos de oligoelementos y microelementos.

La producción orgánica tiene que pasar por un proceso de dictamen, negocio que es monopolizado por las empresas europeas que condicionan la exportación a Europa de vegetales o animales que no hayan sido previamente dictaminados por ellos. Esto determina que los alimentos orgánicos tengan mayor precio de mercado que los normales no orgánicos. Hay cierto estrato de consumidores dispuestos a comprar a mayor precio porque están enteramente convencidos de la necesidad de tener una vida saludable comprando alimentos que ellos consideran que son más sanos y que no contaminan el medio ambiente.

No está medido aún cuánta energía se gasta en llevar desde América hasta Europa o Japón un kg de producto “orgánico”. Es probable que sea mucho más que el gasto de energía contaminante de fertilizantes y agroquímicos para obtener ese mismo kg a través de la agricultura convencional.

¿Cuál es la diferencia entre los productos orgánicos y los cultivados con agroquímicos? En realidad, el fertilizante sintético de nitrógeno, fósforo y potasio (N, P, K) solamente está diseñado para entregar a las plantas los mismos compuestos nutritivos que entrega el suelo a través del humus o la fertilización con desechos animales o vegetales de una composta. De manera que una vez dentro de la planta es indiferente que provenga de un fertilizante químico o del humus o de una composta. Sí podemos argumentar que existe un saldo contaminante cuando la fertilización es inorgánica, pero ello se debe generalmente a que existe una sobrefertilización por mal manejo. Actualmente, las siembras de precisión tienden a reducir la aplicación excesiva de agroquímicos.

Y también es real que ciertos fertilizantes cambian las características físico-químicas del suelo, como su acidez o alcalinidad, o la reducción de la materia orgánica, y en cambio la fertilización orgánica deja en condiciones mucho mejores la estructura e intercambio de nutrientes de los suelos, razón por la cual debería tratar de aumentarse su uso en la producción agropecuaria.

Hay actualmente muchos autores que critican las formas modernas de producción, basándose más en argumentos tomados del conocimiento vulgar o periodístico que en respaldo científico. Generan un pánico ecológico que en absoluto ayuda a conservar el planeta, ya que nada de lo que se propone con la agricultura orgánica o con el combate a los transgénicos contribuye a combatir el hambre en el mundo.

Pero la producción llamada “orgánica” tiene rendimientos muy inferiores a la agricultura convencional o la transgénica. Y generalmente se propone que sean los agricultores más pobres los que adopten este tipo de producción, quienes son “orgánicos”, no por practicar una agricultura racional sin fertilizantes, sino porque lo hacen sin ningún tipo de manejo de los cultivos, y por lo tanto con rendimientos muy bajos. Por ello pueden ser acreditados como "orgánicos" por las empresas que los registran para ser proveedores de alimentos en el mercado nicho de los europeos, japoneses o estadounidenses intelectualmente convencidos.

Quienes se benefician finalmente de esta producción “orgánica” son las empresas que acreditan esa calidad y los intermediarios que exportan esos productos. En cambio, el pequeño productor reduce sus ingresos a niveles mínimos para que pueda mantenerse en la calidad de “orgánico”. Por otro lado, tampoco estos productores se cuentan entre los no contaminantes, porque siendo en general marginales están ubicados habitualmente en tierras poco adecuadas para la agricultura. Tienden a degradar más los recursos naturales que los agricultores empresariales en buenas tierras agrícolas o ganaderas, de forma que no contaminan a través de agroquímicos, pero sí degradan inmensas superficies por mal manejo en suelos inadecuados.

De manera que, por lo ya expuesto, la producción “orgánica” no es de ninguna manera una solución para la alimentación mundial, ni tampoco para reducir la degradación ambiental. Es una producción típica de nicho de mercado, y podrá crecer en la medida en que esté de moda, pero tiene como contrapartida sus mayores costos de producción que limitarán su crecimiento futuro.

Los transgénicos

Los estudios realizados para observar la calidad de los transgénicos exceden muchas veces los realizados con cualquier otro tipo de alimentos. Se analiza su calidad bromatológica, su palatabilidad, su posible efecto sobre la salud animal o humana. La normativa vigente en los países en que tienen su sede las grandes empresas fabricantes las obliga a una supervisión metódica de los alimentos generados por sus laboratorios.

Así, una semilla transgénica debe pasar por pruebas que no se imponen ni se impondrán a ningún alimento natural, aunque alguno de ellos pudiera ser tóxico para el organismo humano.

En setiembre de 2012 saltó a las páginas de los periódicos un experimento publicado en una revista de prestigio científico, Food and Chemical Toxicology, que mostraba que dosis continuas de alimentos transgénicos habían provocado tumores en los cobayos ensayados. En el mismo número de la revista se publicaba otro experimento similar en el que los cobayos no tuvieron ningún efecto con dosis similares de granos transgénicos; pero esta noticia no tuvo repercusión periodística. Se trata de un caso concreto de cómo el periodismo emite información sesgada cuando se trata de utilizarla políticamente, para combatir los transgénicos desde una posición “ambientalista” o antimonopólica.

Los experimentos que se han venido realizando con la recombinación genética de genomas vegetales, animales y hasta unicelulares, han hecho dar un salto cualitativo a la ciencia de los alimentos. Se introdujeron genes de peces de aguas frías en frutillas, que permitieron hacerlas florecer y dar frutos en condiciones de varios grados bajo cero. Se introdujeron genes de bacterias a plátanos, que generaron antibióticos que permiten curar enfermedades tropicales endémicas en países pobres de África, Asia y América Latina. Se produjeron granos autoinmunes a los insectos y otras enfermedades de las plantas que reducen el uso de agroquímicos, como ocurre en la soja o el maíz. Y son solo algunos de los casos más conocidos.

Finalmente, se ha observado que, cuando no hay otro tipo de argumentos contra los transgénicos, se acude a la razón de que no hay por qué ir contra el desarrollo de la naturaleza, que estaremos creando Frankensteins que contaminarán los genomas de las especies naturales actuales y que no sabemos cuál será su impacto futuro.

Pero, ¿son realmente naturales los cereales y la carne que actualmente consumimos?

Si pudiéramos hacer un balance de las manipulaciones genéticas realizadas por la humanidad, tendríamos que empezar varios siglos antes de Cristo, en los tiempos en que se comenzaron a domesticar los animales. ¿Qué son las razas de bovinos, lanares, caprinos, cerdos y otras especies, incluidos los perros y los gatos, sino manipulaciones de genes que provienen de los originarios bos taurus, bos índicus, cabras y cerdos salvajes y lobos y felinos monteses, entre otros?

Tanto el trigo como el maíz son resultado de manipulaciones humanas sobre los mejores ejemplares de los cultivos que se van seleccionando año tras año, década tras década y siglo tras siglo, para tener actualmente una variedad altamente productiva. Las variedades originarias de maíz y trigo no tenían más que unos pocos milímetros de largo y rendimientos muy pequeños por planta. En aquellos tiempos no lo sabían, pero con esa selección estaban manipulando los genes de las plantas.

¿Cómo podríamos obtener casi 300 huevos por año por gallina ponedora, o criar pollos con menos de dos kilos de alimento por kg de peso del animal en pie, si no hubiera empresas que manejan miles de líneas bisabuelas para obtener cruzas que logren esa productividad? Líneas que son altamente recesivas y por lo tanto de baja productividad, pero cuya recombinación con otras líneas bisabuelas, a través de complejos cruces experimentales basados en complejos cálculos estadísticos, dan finalmente un resultado de abuelas mejoradas que producen madres que generan individuos de alta productividad por animal y por kg de alimento. Esas empresas no son más de veinte en todo el mundo y tres de ellas abarcan el 80% del mercado. Ya llevan casi un siglo trabajando en ello, y de lo contrario no tendríamos esa productividad. Los investigadores de centros gubernamentales y fuera de esas empresas no han podido lograr esos resultados porque se requieren inversiones muy cuantiosas y muchos países involucrados en la mejora.

¿Cuál es la diferencia entre esta forma de selección y la transgénica? Es solamente que la segunda mezcla genes de genomas diferentes, es decir, de distintas especies, de distintas familias e incluso -lo más admirable- de distintos reinos. Eso se ha logrado en la actualidad luego de que la ciencia avanzó en términos de conocimiento de los genomas y de las posibilidades de recreación de variedades nuevas. Ya existieron cruzas interespecíficas como la mula, a partir de las especies del burro y el caballo, o la nectarina, mezcla de durazno y ciruela.

No hay duda que las transnacionales están generando estos productos y es muy difícil competir contra ellas. La pregunta es si podemos y es conveniente impedirles su accionar en nuestros países solo porque son transnacionales, cuando las nuevas tecnologías abaratan la producción interna. Benech asegura en la referida entrevista de Vadenuevo que el Uruguay no está ni a favor ni en contra y se les deja hacer en tanto ellas cumplan la ley uruguaya. Si la tecnología permite incrementar el ingreso del país, debemos pensar en mantener a esas empresas ligadas a la producción nacional y en todo caso promover, a través de estímulos económicos, la generación de tecnologías dentro de los centros de investigación nacionales.

O sea: la manipulación genética que hacemos con los transgénicos no es más que una continuación de la que se viene haciendo desde varios miles de años antes de Cristo, solo que con tecnologías cada vez más sofisticadas.

Comentarios finales

El indispensable control de las actividades que las grandes empresas desarrollan dentro de cada país debe basarse en un análisis crítico con fundamentos técnicos y no políticos. La idea de que quienes se consideran de izquierda deben oponerse a toda tecnología que provenga de transnacionales es un dislate que nos llevaría a rechazar los programas de Microsoft, las tablets de Apple, los relojes y los automóviles, y esperar que nuestros países logren en algún momento una tecnología nacional sustitutiva.

O llegar al ridículo sucedido en México cuando un grupo ecologista ("talibanes ecologistas", los llamó un participante de la polémica) quiso lanzar una campaña contra el "retrete inglés", es decir el inodoro, por considerarlo causante de “la muerte de las aguas y un instrumento de dominación”.

Hay que partir, pues, de la premisa de que no existe actividad humana que no contamine en mayor o menor medida. Hoy sabemos que los ácidos grasos volátiles emitidos por la rumia de los bovinos y ovicaprinos, e incluso de los excrementos de los cerdos y rumiantes generadores de monóxido de carbono, son altamente contaminantes e inciden en gran medida en el aporte del país a la contaminación y al cambio climático mundial. Por lo tanto, el eslogan de Uruguay Natural debería ser relativizado; en todo caso debemos tener conciencia de que contaminamos aunque nos parezca que lo hacemos en forma orgánica o natural.

Por ello debemos medir, para valorar realmente el nivel del efecto negativo sobre el medio ambiente, no solo el grado de contaminación que genera cada actividad económica, sino fundamentalmente su relación con el valor agregado generado por unidad de contaminación; y sobre todo la posibilidad de revertir esa contaminación a corto o mediano plazo, y a partir de allí elaborar la política de desarrollo más adecuada.

Como anotación final, debemos tener claro que ninguna producción alternativa u orgánica resolverá el hambre en el mundo. Tampoco creamos que lo harán las transnacionales con sus tecnologías más avanzadas. No se resolverá por esas vías porque el problema no consiste en la insuficiencia de alimentos, sino en la falta de ingresos suficientes en determinados estratos sociales.

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