Compartir

VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 116 (MAYO DE 2018). FACTORES QUE GENERAN ALGUNOS PROBLEMAS DE HOY

 Publicado: 07/06/2023

Virtudes y valores de la izquierda, y sus paradojas


Por Nicolás Grab


En la segunda mitad del siglo pasado las izquierdas del mundo abrazaron una causa que no había figurado antes entre sus principios y sus reivindicaciones: la preservación del medio ambiente.

En realidad, hasta no hace mucho tiempo la defensa del planeta contra las agresiones que amenazan hacerlo inhabitable para la especie humana no estuvo planteada, y menos como asunto apremiante. Simplemente, no había conciencia de la gravedad del problema, y ni siquiera de su existencia. La actitud general, no solo en lejanos tiempos de la Revolución Industrial sino también en épocas que todavía recordamos los que tenemos edad avanzada, era la exaltación entusiasta de los logros de la humanidad en la “domesticación” de la naturaleza. Desecar pantanos o derribar bosques eran triunfos de la civilización. La nube perpetua de hollín en las ciudades industriales proclamaba la pujanza de su desarrollo, y el smog de Londres era marca distintiva de la capital del mundo. Tampoco los países del llamado campo socialista se preocuparon por el medio ambiente, y le causaron enormes daños.

La adopción, por la izquierda, de consignas y objetivos ecológicos concuerda con su vocación de principismo y solidaridad. Ratifica -y esto hay que decirlo sin escrúpulos- su superioridad moral frente a las fuerzas que propugnan la continuación incontrolada de actividades que harían de nuestras generaciones las últimas de la especie. De que tales fuerzas existen y amenazan no puede caber duda cuando quien está al frente de la mayor potencia del mundo las encarna con una brutalidad inédita. La izquierda de ningún modo tiene exclusividad en la defensa ecológica, y son muchas las instituciones que tienen grandes méritos en ese terreno y no se identifican con la izquierda; pero, en el abanico de las posiciones políticas, es ella la que asume la mayor militancia activa por los valores ecológicos, mientras que su negación o la indiferencia irresponsable se atrincheran en la derecha.

El conflicto entre la actividad económica y sus efectos ambientales, dejado en manos de quienes solo se interesan por lo primero, arrastraría a la humanidad y su planeta al verdadero fin de la historia humana. Que la izquierda intervenga para luchar por el equilibrio sustentable de esos factores es, por un lado, una tabla de salvación; por otro, un hecho digno de la estatura moral e histórica de la izquierda, y representativo de ella.

* * * * *

Desde sus comienzos en la historia de Occidente, el espíritu de lucha, de resistencia y de oposición caracterizó a la izquierda. Representó para ella mucho más que consignas y medios: siempre formó parte de sus características y señas de identidad. La izquierda, nacida para cambiar las infamias de la realidad social, tuvo que enfrentarse con el poder que las defendía y cultivó para ello la lucha, la resistencia y la oposición como instrumentos de su militancia y las exaltó como principios y como valores. Se identificó con ellas.

Efectivamente, son valores y hay que apreciar lo mucho que representan. Es inmenso lo que les debemos, en el mundo y en Uruguay como en cualquier otra parte. Y es enorme también la deuda de gratitud y admiración que tenemos por los sacrificios, e incluso la heroicidad, que tantas veces rodearon las gestas, a menudo prosaicas y sin oropeles ni ditirambos, en que se libraron luchas, se organizaron resistencias y se ejerció la oposición. Basta pensar en los tiempos en que concertarse para abreviar las jornadas de trabajo de 14 o 16 horas se perseguía como un acto criminal. O, mucho más cerca de nosotros, en los tiempos de la última dictadura, cuando cada una de esas actitudes -la lucha, la resistencia, la oposición- ponía en juego la libertad y la vida, y la suma de las tres rescató al país.

Es natural, es lógico y es justo que la izquierda esté impregnada de esos valores, y también que los exalte y se identifique con ellos. Son indispensables.

* * * * *

Estas dos virtudes de la izquierda -su espíritu combativo y su vocación de defensa del planeta como sustento de la especie- están expuestas a la posibilidad de generar efectos paradojales.

Decir esto no es una elucubración: es la comprobación de una realidad.

Si la izquierda se define por objetivos como la justicia social, la igualdad de oportunidades y la búsqueda del bienestar compartido, entonces la lucha, la resistencia y la oposición tienen sentido en la medida en que combaten algo que niega o perjudica esos valores.

Claro que esta salvedad es obvia y debería ser superfluo mencionarla. Pero ocurre que las izquierdas han transitado, precisamente gracias a sus luchas, un largo camino que ha permitido modificar muy radicalmente el entorno en que actúan. Nacieron en regímenes que hacían natural y lógica su oposición a todas las manifestaciones del poder estatal y a todas sus medidas e iniciativas.

En el caso del Uruguay, hubo un breve período a comienzos del siglo XX en que el primer batllismo promovió intereses populares. Salvo en ese período, y exceptuando otros contados atisbos de calado mucho menor, siempre se vivió en regímenes que para la izquierda justificaban la oposición, y como mínimo la suspicacia. Esto desarrolló en la gente de izquierda una cultura centrada en esas actitudes. Es muy evidente que el “ciudadano medio” de izquierda, en especial el veterano, está más preparado para la crítica que para el apoyo. Está en su elemento cuando se trata de denunciar lo que proviene del poder, y ante cualquier propuesta que tiene ese origen su reacción refleja es de recelo.

La izquierda vivió con dificultades muy grandes su propia conquista de espacios de poder y responsabilidades de gobierno. En el Uruguay de hoy, en un tercer gobierno del Frente Amplio, subsisten todavía agudamente paradojas derivadas de ese desajuste. No toda la gente de izquierda ha asimilado las consecuencias de su nueva situación. Perviven reflejos de rechazo automático, de presunción de trampas o traiciones, de búsqueda inmediata de gatos encerrados, de oposición y denuncia sistemáticas.

El fenómeno alcanza grados especiales cuando involucra a la vez los dos factores mencionados al comienzo: cuando el espíritu combativo y de oposición se moviliza en nombre de la defensa ecológica.

En las situaciones de conflicto entre el desarrollo económico y la protección del medio natural resulta nefasto que se apliquen criterios simplistas, porque las consecuencias son absurdas. Así ocurre cuando se parte de la base de una preeminencia absoluta de las consideraciones ecológicas para desechar de plano cualquier medida o proyecto que ofrece beneficios económicos pero afecta de algún modo al medio natural. No puede ser este el criterio determinante, por la simple razón de que no existe ninguna actividad económica que no afecte al medio ambiente en alguna medida.

El objetivo tiene que ser la preservación del equilibrio ecológico, y no el rechazo de todo factor que incida en él. Cuando se plantea un posible conflicto entre beneficios económicos y consideraciones ambientales, el único criterio razonable es la preservación de un equilibrio ecológico sustentable, que depende de factores múltiples y complejos. No hay ninguna posibilidad de lograr eso con criterios tajantes o fórmulas simplistas. Hacen falta calibraciones y controles que van mucho más allá de la simple aplicación de principios.

Igualmente irreal es la reivindicación de recuperar ecosistemas anteriores a su perturbación por la actividad humana. Debemos mantener los equilibrios y asegurar su sostenibilidad aunque su forma actual esté afectada por actividades económicas que los hayan modificado; y esto es así porque otra cosa es imposible. En Europa occidental prácticamente todo el territorio estuvo cubierto por bosques hasta que, a lo largo de la Edad Media, se fueron “ganando tierras para la agricultura”. Hoy sería inútil proponerse restablecer el ecosistema anterior, el que fue hogar de Caperucita y su abuela y también del lobo; no tendría viabilidad un programa que propusiera recrear ese ambiente.

Tampoco el territorio del Uruguay se parecía al actual hace apenas cuatrocientos años, cuando no existían en él vacas ni ovejas. Hoy, su presencia tiene consecuencias económicas y también ambientales: no solo han alterado la flora, sino que, además, los gases que expulsan contribuyen al efecto invernadero y son un factor considerable de acentuación del cambio climático. Pero restablecer el entorno natural anterior a esa perturbación, y evitar el daño ecológico que causan las vacas y las ovejas, obligaría a expulsarlas totalmente del territorio. ¿Hace falta argumentar sobre los inconvenientes de ese camino?

* * * * *

El espíritu crítico y la vigilancia ciudadana respecto de los actos y los proyectos de los gobernantes son factores positivos y valiosos. Las dudas o interrogantes que se plantean deben atenderse mirándolas como oportunidades de dilucidación de los problemas y aportes a su mejor conocimiento y análisis.

No es menos cierto que hoy presenciamos en Uruguay, con un gobierno de izquierda, una tendencia obsesiva al cuestionamiento, desde la izquierda y en nombre de sus valores, de todas las iniciativas y todas las propuestas. Los reflejos de oposición llevan a una parte de la militancia de izquierda a bloquear o trabar la acción de su propio gobierno.

También en esto hace falta un “equilibrio sustentable”. El control ciudadano sobre el ejercicio del gobierno puede aportar salvaguardias y evitar males, como también puede derrapar en una oposición irracional.

Tampoco esto es una elucubración, sino la comprobación de una realidad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *