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ALTERNATIVA FRENTEAMPLISTA

 Publicado: 07/06/2023

"Más de lo mismo" o proa al desarrollo


Por José Luis Piccardo


Uruguay dejó de crecer en 2014. Logró, por algunos años más, aumentar año a año los ingresos de la población, pero hacia el fin de la década pasada, el margen para hacerlo se achicó. Con la pandemia y la aplicación de políticas de signo diferente a las de años anteriores, la capacidad adquisitiva de salarios y pensiones empezó a descender y por primera vez desde 2004 no crecieron. Con la leve recuperación registrada recientemente no se volvió aún al nivel de 2019. Hubo un deterioro de las condiciones de vida en vastos sectores, que afectó especialmente a quienes tenían mayores vulnerabilidades. 

Luis Bértola, sociólogo, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y doctor en Historia Económica de la Universidad de Gotemburgo, sostiene que esa situación “no es un fenómeno de la pandemia o de los últimos tres años. Estamos ante una década de bajo crecimiento y los pronósticos son de bajo crecimiento”. Tras reconocer que “hay un vínculo claro entre los ciclos económicos y las posibilidades de hacer política”, afirma que “un modelo basado en un ciclo tradicional” no impide hacer políticas distributivas, pero pasado el ciclo económico expansivo, esas políticas “quedan sin sustento”. Aclara que no cree que “la economía es todo y la política viene atrás”, pero agrega que es necesaria “una estrategia alternativa de desarrollo”. En tal sentido, afirma que en Uruguay, sin “diversificar la matriz productiva, no vamos a llegar muy lejos”.[1] 

En un artículo anterior de Vadenuevo,[2] se citaron opiniones de la integrante del Centro de Investigaciones Económicas (Cinve), Flavia Rovira, quien, tras señalar que el país no ha logrado diversificar sus exportaciones, apunta en el mismo sentido: “si no ocurren transformaciones tangibles en su matriz productiva, hacia una economía más compleja, Uruguay tiene limitada su capacidad de crecimiento”. Agrega que “el nivel de concentración por productos de las exportaciones no deja de evidenciar una vulnerabilidad económica potencialmente relevante”. Entiende imprescindible encarar un "proceso largo y costoso de adquisición de nuevas capacidades". Y eso supone asumir plenamente que la clave es el conocimiento incorporado en las actividades productivas y de servicios, es decir, el rol determinante de la ciencia y la tecnología en la innovación.

En una economía poco compleja no se desarrollan redes de industrias relacionadas”, afirma. Uruguay tiene, en función de las limitaciones señaladas, relativamente pocas posibilidades de insertarse en las cadenas internacionales de valor,[3] cada vez más importantes en la actual era digital. Estas posibilidades no se contraponen a actividades tradicionales y de gran potencial en un país -como la agropecuaria y el turismo en el caso de Uruguay-, al contrario, las mismas se benefician y potencian aprovechando esas nuevas posibilidades que brindan las cadenas de valor nacionales e internacionales. 

Los recursos naturales -la tierra, especialmente- y las ventajas comparativas seguirán siendo determinantes. Pero los países que alcanzaron el desarrollo lo hicieron a partir de una intensa incorporación de ciencia y tecnología -o sea, de conocimiento- a su producción de bienes y servicios. No hay modelos a copiar. Según Bértola, tampoco hay un solo modelo posible.

En los procesos que apunten al desarrollo, la relación de la academia y la investigación con las empresas es determinante. La mayoría de las empresas uruguayas hacen una escasa incorporación de innovación en sus actividades; sus vínculos con la Universidad y demás ámbitos de investigación parecen insuficientes. Uruguay está desafiado a superar esta situación. Asimismo, es necesario revalorar el rol que pueden cumplir las pequeñas y medianas empresas en estos procesos.

Por supuesto que el desarrollo humano no prospera solamente con el incremento del producto, aunque sea imprescindible. Dar un salto cualitativo en las condiciones de vida de los habitantes implica avanzar en un conjunto de transformaciones en diversas áreas, con un fuerte componente de transversalización de las políticas públicas y con potentes políticas sociales. 

El crecimiento tampoco sería posible sin una orientación en inserción internacional que tenga en cuenta las nuevas condiciones del mundo. Gabriel Oddone, economista y socio de CPA Ferrere, sostiene que abrirse a la región y ser un país macroeconómicamente estable "ya no es suficiente para garantizar hacia adelante desarrollos adicionales", especialmente en "un mundo que se está volviendo mucho más complejo".[4] Para el economista, es fundamental "crecer más" para mantener nuestro estado de bienestar y generar una "cohesión social" que fortalezca la democracia.

El papel del Estado es determinante, tanto en la promoción del crecimiento como de la distribución; tanto en la planificación -que al decir de Bértola no debe ser centralizada sino “de tipo evolutivo”-, como en el rumbo de la política de inserción internacional.

El imprescindible involucramiento de la población en los cambios dependerá de factores político-organizativos, pero estos no serán suficientes si no se generan expectativas y esperanzas, si no se relacionan las orientaciones estratégicas con las aspiraciones y los derechos de la gente. Sería ilógico contraponer la militancia política y la participación social a la calidad de las políticas públicas que se necesitan, a su diseño y a la gestión.

A propósito, sigue vigente la advertencia que en 2016 hacía Martín Buxedas en Vadenuevo: “Quienes defienden la ‘diversificación de la matriz productiva’ como medio de escalar en el desarrollo hacen una importante contribución, particularmente en un país que no puede (ni quiere) competir en bajos salarios. Sin embargo, si limitan sus argumentos a justificar ese objetivo sin mencionar los grandes desafíos políticos, la propuesta termina resultando algo hueca”.[5] Vale la pena volver a las argumentaciones expuestas en aquel artículo.

El Frente Amplio y el “libreto”

De acuerdo a lo planteado en documentos y en declaraciones de sus dirigentes, el Frente Amplio (FA), principal partido opositor, se propone impulsar “el cambio que el país está necesitando”. La magnitud del desafío exige autocrítica: en la fuerza política se acepta que un nuevo gobierno de la izquierda, aunque deba basarse en los logros de los tres períodos anteriores -tal vez los más transformadores de la llamada “primera era progresista” latinoamericana-, “no puede ser más de lo mismo”. 

Es frecuente que en el FA se exprese satisfacción con la autocrítica realizada tras la derrota de 2019. Sin embargo, hay que preguntarse si la misma ha ido hasta ahora mucho más allá de admitir las fallas que hubo en la comunicación con la sociedad, que es un aspecto relevante, pero que solo alude a una parte del problema. En efecto, casi no se ha reconocido en los ámbitos partidarios lo que en forma sintética advirtió el historiador y politólogo Gerardo Caetano: “el Frente está sin libreto”. Obviamente, el asunto es vital para encarar la nueva etapa; no se podría negar con fundamentos que el FA, siendo oposición, no haya hecho propuestas para responder a las urgencias del día a día y rechazado políticas que se contraponen al fortalecimiento de la democracia, los derechos humanos y la institucionalidad. Pero de ganar en 2024, esa etapa quedará atrás y habrá que poner en marcha la agenda de una nueva fase de transformaciones.

Uruguay es, tal vez, el país de América Latina mejor posicionado para dar un salto significativo en su desarrollo. No para alcanzar en pocos años el desarrollo pleno, del que está lejos, pero sí para concretar avances sustanciales que permitan encarar sus problemas estructurales, como la “pobreza dura” -tan difícil de abatir-, el alto porcentaje de pobreza en la niñez y adolescencia, la situación de la vivienda para gran parte de la población, situaciones en áreas donde, si bien se ha avanzado, aún resta mucho por hacer, como la educación, que será determinante para frenar la reproducción de la desigualdad y para que haya recursos humanos a la altura de las exigencias: impulsar la innovación y la incorporación de tecnología, entre otros temas que reclaman políticas con mirada estratégica. 

Para ello “hay que ver tendencias mundiales como el cambio tecnológico y su afectación cotidiana -incluido la reducción del horario laboral-, el cambio climático y la crisis ambiental, los incentivos para la transición ambiental, los feminismos, la atención al incremento de las desigualdades”, ha dicho Álvaro García, que preside junto a Ricardo Ehrlich la Comisión de Programa del FA. Debe haber “un programa que entusiasme a la ciudadanía”, enfatiza.

El “libreto” al que alude Caetano no será una inspiración mágica, surgida espontáneamente de la voluntad de dirigentes y militantes. Solo podrá ser una construcción, un proceso, una acumulación hecha con la gente. Como para que no haya que repetir autocríticas.

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