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UN HÁLITO LEJANO Y HONDO
“Alcira y el campo de espigas”: a pesar de todo
Por Andrés Vartabedian
Encuentro luz (malgré tout)
Amo (malgré tout)
Regalo flores (malgré tout)
Me entristezco (malgré tout)
Me ilumino de inmenso (malgré tout)
Me enSaintjohnperseo (malgré tout)
Me En – Paz – eo
Como con León Felipe
Ando sin dinero (malgré tout)
Hago carteles (malgré tout)
(dibujo)
Iré a París (malgré tout)
Hablo con Carlos y con Ángel
Veo! a Jesús (malgré tout)
Mis amigos! sí me quieren (malgré tout)
En mi infierno (malgré tout)
En el café (malgré tout)
Y regalo días y estrellas! y silencios! y rosas
de la Alameda y pequeñas margaritas (de los prados de Reforma)
de nadie (como Yo)
* * * * *******
Malgré moi je t’embrasse desde un cierto silencio sin tiempo
oyendo pasar el – viento! y siento
m’empessooo…
et je m’enferme (malgré tout).
Alcira Soust Scaffo
El mito la ubica resistiendo en uno de los baños de la Ciudad Universitaria de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) al momento de su toma y ocupación por parte del ejército de aquel país, en 1968 (18 de setiembre). Allí permaneció durante doce días -los doce días que duró la ocupación- bebiendo agua e ingiriendo papel higiénico. Hay quienes manifiestan que ayudó a escapar a algunos estudiantes y que trasmitió poemas de León Felipe a través de los altoparlantes del campus como forma de protesta pacífica.
La película no cuestiona ese resistir -aun cuando, por lo pronto, lo humaniza-; quizá nosotros podamos. En nuestro imaginario, resistir se vincula a oposición y lucha, más aún cuando se trata de fuerzas militares, y de ocupación. Más aún si hablamos del año 1968. Más aún si hablamos de estudiantes movilizados a los que se reprime sin escrúpulos. Más aún si su hallazgo se da tan solo dos días antes de la matanza de Tlatelolco (2 de octubre). Sin embargo, podríamos preguntarnos si aquellos doce días no fueron más que el producto de su instinto de supervivencia. En el filme, hay quien cuenta que lo primero que hizo Alcira, al salir de aquel baño -en muy malas condiciones, “asustada”, “tambaleante”, vale recordarlo-, fue deslindar su posible vinculación con el movimiento estudiantil, negándola. Quizá, si aquellos poemas de León Felipe fueron efectivamente leídos aquel 18 de setiembre, lo fueron más como forma de homenaje a su amigo, en el día de su muerte, que como modo de protesta.
De todos modos, alguien podría cuestionarse/nos si aquella lectura no podría implicar ambas dimensiones, si el solo hecho de que fuera León Felipe el elegido no bastaría para plantar bandera frente al autoritarismo; si pensar en esos términos no es una forma de olvidarse de quien fue Alcira antes y después, descontextualizándola, negándole su propia historia… También, si el hecho de sobrevivir, bajo aquellas circunstancias, no es, en sí mismo, una forma de la resistencia. Su solo deseo de vivir sería ya una burla para los opresores, una forma de atentar contra su objetivo represor, cercenador. Dejemos abierta la cuestión. En cualquier caso, nada de ello escapa al amplio espectro de lo humano. A los efectos del mito, no es necesario hurgar demasiado. Tal vez las dos novelas de Roberto Bolaño que la tienen como musa inspiradora (Los detectives salvajes, pero sobre todo Amuleto) hayan colaborado en reforzarlo y, como suele suceder, sean más efectivas que la propia historia. (Igualmente, Fernández Gabard no repara demasiado en ellas). De todos modos, en el caso de Alcira, son pocas las cosas que pueden determinarse fehacientemente. Y a partir del documental, la única certeza que sobrevive es la de las ganas de saber más y la de la pena de no haber sabido antes. El misterio… se ha expandido.
Ya se tratase de una forma de la lucha o de las más elementales ganas de vivir, Alcira resistió esos doce días y sobrevivió. Lamentablemente, no sin pagar un alto costo por ello. De acuerdo a los testimonios que recoge Fernández Gabard durante su investigación, desde ese día Alcira Soust Scaffo ya no fue la misma. Cierta “insanía” (palabra no mencionada en todo el filme, al igual que “locura”; de hecho, probablemente, no sean necesarias ni suficientes), se instaló definitivamente en aquella mente sensible y clara, poética y errante. Propensa también, al parecer. Un halo de sino trágico, asimismo poético, pareció acompañar a Alcira durante buena parte de su vida. Al menos, así se desprende de esta forma de presentarla que elige su sobrino nieto.
Alcira Soust Scaffo, “Mima” para sus familiares y amigos aquí en Uruguay, había nacido en el departamento de Durazno, en 1924, y había estudiado magisterio. A sus 20 años ya estaba recibida. Enseguida comenzó a trabajar en la escuela rural de Chileno Grande, en su departamento natal. (Una de sus exalumnas será quien se encargue de averiguar su destino final en hospitales y morgues ante la inercia casi negadora de su familia luego de un largo período sin tener noticias de su paradero). Al poco tiempo, una beca del CREFAL (Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe, vinculado a la UNESCO) la depositará en México, más específicamente en la ciudad de Pátzcuaro, para formarse como Especialista en Educación Fundamental. Era 1952. (Uno de sus compañeros de beca será, posteriormente, director del CREFAL y figura trascendental del magisterio uruguayo y latinoamericano: Miguel Soler Roca). Allí comenzará otra vida para Alcira, su otra vida. Sus cartas hacia Uruguay serán cada vez menos frecuentes. Alcira, aquella a la que llamaban Mima, para quienes formaban parte de su primer entorno inmediato, se perderá en México.
Finalizada su beca, se quedará. Trabajará como voluntaria en el Hospital Infantil de la capital, se vinculará con el Instituto Latinoamericano de Cinematografía Educativa, se relacionará con artistas locales y exiliados, y escribirá, siempre escribirá. Poesía. Entre otros, es por ese entonces que conoce a León Felipe. También entrará en contacto con Rufino Tamayo, con quien parece haber colaborado para su famoso mural “Dualidad”. Igualmente, no todo está claro ni documentado. Reconstruir su historia no es tarea sencilla; ello sería una afrenta para su memoria: Alcira no parecía gustar de la simpleza. En medio de todo este puzle, aparece la pieza de su casamiento, y unas pocas más adelante, la del divorcio encastra perfectamente, no sin antes dar lugar al suceso trágico que marcaría definitivamente esa vida matrimonial (a cualquiera marcaría).
Luego de su separación, no lograremos determinar, para Alcira, residencia estable; tampoco trabajo fijo. Sus amigos la albergarán, siempre, “durante un tiempo”. No es fácil resolver las razones de sus alejamientos, no quedan claras, algunos prefieren callarlas, Fernández Gabard opta por no hurgar en ellas, Alcira ya no está para ser consultada… Aparece la sombra de cierta agresividad, de ciertas “alteraciones” en su carácter, cierto espíritu nómade, poco más. Alguien la define como “una esfinge” y la asocia con el misterio. Dentro de ese misterio, resulta impreciso establecer si se refiere a su carácter de criatura de destrucción y mala suerte, cruel y traicionera, o si resulta de la asociación con su condición de “guardiana del templo”, vinculado a su constante presencia y casi habitación -luego, en cierto período, se sumaría una vinculación laboral casi que como gesto solidario- en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. De cualquier forma, todos parecen agradecidos de que se hubiese cruzado en su camino. Alcira “te hacía creer en la cultura”, agrega otro entrevistado. Todos la refieren regalando poemas constantemente, ya fuera en el campus o durante las movilizaciones estudiantiles, incluso a los propios policías que las custodiaban y reprimían. Lo mismo haría en Uruguay luego de su regreso, en 1988. Su bolso siempre cargado de poemas, ella siempre dispuesta a tornar lírico lo cotidiano. Así lo hizo, y celosamente, con el jardín de la facultad, en el que cultivó rosas, geranios y otras flores, plantas y árboles, y al que tornó casi suyo durante algunos años; muy recordados, por cierto. Como las flores, también cultivó el francés: lo amo, lo leyó-selosleyó, lo tradujo, lo incorporó a su propia poesía, malgré tout.
Afortunadamente, Fernández Gabard logra que la escuchemos. En español, en francés… La escuchamos. Pocas veces en el cine se siente tan cercana a su autora la lectura actoral de sus textos. Alcira adquiere esa voz, esa cadencia… vuelve a la vida, vuelve a escribir. Sus poemas no podrían ser dichos de otro modo, sus cartas se redactan mientras habla. Verónica Langer, una argentina en México, es el portento que lo logra. Afortunadamente, nos acompaña, nos toma de la mano, de principio a fin.
Complementando el exquisito hallazgo, Fernández Gabard utiliza la pantalla como hoja en blanco y consigue que Alcira escriba: la imprenta, a máquina; la cursiva, manuscrita; los dibujos que acompañan su poesía, sus flechas, sus círculos, sus tachaduras… Alcira escribe y nosotros estamos allí para apreciarlo, muchos asistiendo por primera vez a su decir, descubriendo su lirismo, su espíritu lúdico, su pasión, su rabia, su desnudez… La percibimos. La sentimos sufrir: de soledad, de incomprensión, de locura… de amor al mundo.
Mientras tanto, la cámara recorre ciertos pasillos interiores cual si hurgara en los caminos de su mente, intentando asir una sustancia, una esencia, deteniéndose en un recodo a sopesar hacia dónde virar esta vez. Intenta resolver el misterio, pero, en el camino, encuentra la serenidad que confiere el asumir lo inaprehensible de algunas voces. Resuelve, sencillamente, disfrutar de su existencia, dar cuenta de ella, celebrarla y seguir.
A lo lejos, asoma una melodía: simple, bella, sin oropeles. Pretende otorgar, y lo logra, la paz que Alcira nunca obtendrá.
Los peces dormidos
no hay velas al viento
cansada la rueda
dejó de girar
La arena sin huellas
encendida espera
a los pies desnudos
que vienen y van
Y cuelgan las redes
llenas de silencio
Prisioneras alas
orillas del mar.