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HUELLAS DEL 2017
Loving Vincent: de vida, locura, muerte… y más vida
Por Andrés Vartabedian
De plano, hay dos cosas que debemos respetar mucho en Loving Vincent: el gran trabajo artístico y técnico detrás de la realización del filme, y el profundo amor que demuestra la empresa. Esto se encuentra muy por encima de la consideración que pueda merecer la historia que se nos relata y su mayor o menor calidad y sostenibilidad. Lo dicho: lo anterior se respeta y se aprecia, mucho. Y es el gran diferencial de Loving Vincent.
Al igual que en la recordada canción de Don McClean, "Vincent" (Starry, starry night, para muchos), a la que no sólo hace honor la película, sino que parece servir de inspiración en muchos aspectos, el gran pintor neerlandés Vincent van Gogh es considerado con afecto, con amor, hasta con devoción, nos animaríamos a afirmar. Así, esta realización deviene en una nueva forma del reconocimiento, un nuevo homenaje: a su vida, a su obra, a toda una concepción del arte. Una nueva reivindicación. Y más allá de acuerdos o desacuerdos con la postura, el planteo se percibe honesto -responsablemente honesto-, auténtico. Y cuando prima el amor, difícil oponerse.
Y sí, hay una carta del pintor -ya fallecido- que debe llegar a su destinatario, su hermano y mecenas Theo; y sí, hay un padre preocupado -cartero y amigo de Vincent- que se ocupa de que ello suceda; hay un hijo al que le es encomendada la misión, aún sin su beneplácito, pero que intentará responsablemente completarla. Y sí, habrá un viaje, con sus estaciones, a partir del cual -como es habitual- ya nadie será el mismo; y habrá un encargo que se transformará en obsesión, y lo que debería haber sido una simple entrega se convertirá en investigación: la de la muerte de aquél, el pintor loco y enfermo, el pintor apasionado por su trabajo, pasional en sus vínculos, no muy correspondido en sus afectos, incomprendido en su arte. Su suicidio parece no haber sido tal.
Pero el misterio será sólo un intento. Y el suspense estará más sostenido por la calma tensa de la banda sonora -funcional, efectiva, climática-, que se impone sin ostentar, que por el casi ingenuo desarrollo argumental y dramático. Historia, por otra parte, que incorpora, incluso, las más recientes hipótesis sobre la muerte de quien se convirtió, quizá deseándolo pero sin asistir a ello, en una de las referencias más importantes de la pintura, y el arte todo, en el siglo XX.
Y es tal el ícono en el que se ha convertido Vincent van Gogh que dos directores, ella de origen polaco, Dorota Kobiela, y él de origen inglés, Hugh Welchman, decidieron realizar la primera película animada de la historia del cine hecha a partir de pinturas casi como un tributo al Maestro. Para ello, necesitaron más de 6 años, 125 pintores de óleo bien formados, provenientes de 20 países diferentes, especialmente entrenados para la ocasión en la técnica del neerlandés -seleccionados entre más de 5.000 candidaturas- y 65.000 fotogramas -en una relación de casi 12 por segundo-, cada uno de los cuales representó una pintura al óleo fotografiada en alta resolución para generar con ellas la animación posterior. Animación, por otra parte, que utilizó la técnica del croma, o clave de color -la asociada hoy día al fondo verde para modificar y reemplazar áreas o imágenes por otras-, para que actores profesionales dieran cuerpo y representaran a todos los personajes involucrados, fueran filmados, y así permitir luego el trabajo de los pintores, que pintaron los lienzos finales sobre sus imágenes. Para esto, el parecido físico de los actores y los hombres y mujeres retratados por van Gogh tuvo un rol protagónico, al menos en los rasgos reflejados por los cuadros. De ese modo, otro de los destaques de Loving Vincent es el doble reconocimiento que permite el gran trabajo artístico y técnico efectuado: por un lado, reconocer la pintura de la que parte la toma en cada caso y, por otro, reconocer a los actores detrás de las voces y las representaciones pictóricas.
Setenta y siete fueron las obras de van Gogh utilizadas en el filme, setenta de las cuales mantuvieron los tonos y colores de la pintura original, mientras que siete fueron “transportadas” al blanco y negro utilizado para generar los flashbacks con los que se relata el pasado de sus últimas semanas de vida en Auvers‑sur‑Oise (Francia), en las que se centra la investigación del joven Armand Roulin sobre el paradero de Vincent, al inicio, y las razones y el cómo de su fallecimiento, posteriormente. Relatos efectuados por quienes frecuentaron al artista, por motivos diversos, durante dicho período, y que van Gogh -ese que, en vida, vendió sólo tres de sus casi novecientos cuadros- dejara inmortalizados en algunos de sus trabajos más famosos.
Ese dato, el del reflejo del mundo que lo rodeara en su obra -sujetos, situaciones, paisajes- fue decisivo al momento de elaborar el guión. Ello, y los centenares de cartas en las que relatara, principalmente a su hermano Theo, sus vivencias cotidianas y su proceso creativo en cada período. A través de ellas -pinturas, cartas-, es posible recrear su entorno y sus acciones de un modo tan cercano a la precisión -de acuerdo a palabras de sus directores- que es difícil de comparar con algún otro artista de la pintura.
Y es a partir de esa imagen especular maravillosamente deformada por su arte que podemos rastrear sus pasiones y obsesiones, sus apegos y desapegos, sus lugares favoritos, las calles que lo rodearon, sus amigos, sus zapatos, su cuarto, alguno de sus amores; su ser tortuoso, y torturado, su peculiar forma de ver y sentir el mundo; la lucidez, su lucidez, con la que intentó liberarnos de tanta atadura; la rosa espinada pisoteada en la nieve -al cantar de McClean-, la brisa y la sombra sobre las colinas, las flores flameantes y las noches estrelladas, las nubes en remolino, los rostros sufrientes embellecidos y enternecidos por su mano, los hombres en harapos; su amor por nosotros nunca correspondido; su belleza infinita...
Lamentablemente, si no pudimos entenderla, si no supimos cómo verla en su turno -tierra y tiempo sin profeta-, nadie podrá garantizarlo ahora. Por más pasión y amor que se hayan puesto en la empresa.