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LAS INCOMPRENSIONES Y SUS EFECTOS

 Publicado: 07/02/2018

El "homo urbanus" ante la movilización rural


Por Nicolás Grab


No sé andar a caballo. Nunca ordeñé una vaca. De la soja conozco solamente el aceite oscuro que está en un frasco. Anoche pregunté en qué moneda se contratan los arrendamientos rurales, porque no lo sabía.

He pasado toda mi vida en la ciudad. Nunca viví en el campo.

Esto no me convierte en un bicho raro. Gran parte de la población podría decir cosas parecidas, aunque tal vez no todos lo digan. Y no preguntemos a los transeúntes en la Plaza Independencia cuántos bovinos nutre una hectárea de pradera, o qué es la siembra directa, o qué información da el chip de las vacas.

En este país agropecuario, que depende en una medida enorme de lo que se hace en sus campos, la población urbana tiene un enorme desconocimiento de su medio rural. Niños que asocian la leche con el envase de plástico y la góndola del supermercado pero no con la vaca, y que se enteran tardíamente, con reacciones variadas de sorpresa o de espanto, de que sale de sus ubres. Adultos cuyo desconocimiento de la vida rural hace que el mío no tenga que avergonzarme.

Todo esto es cierto. Sí: pero no creamos que se trata de alguna peculiaridad extraordinaria o de un extraño vicio nacional.

Ocurre en cualquier lugar del mundo que entre los pobladores de ambientes rurales y urbanos haya desconocimientos recíprocos, incomprensiones y también resentimientos o pujas. Es normal desde que existen grandes ciudades. Por supuesto que tales fenómenos tienen que haberse agudizado (en todas partes) con la enorme urbanización que caracterizó el siglo XX. Aquí en Uruguay, los que tenemos suficientes años lo hemos vivido. Cuando yo era niño y vivía en la Curva de Maroñas, yo sí sabía de dónde sale la leche. Mal podía no saberlo cuando yo mismo la iba a comprar al tambo que estaba a dos cuadras, donde la veía salir de la ubre de la vaca al tacho de latón.

* * *

El principal hecho de actualidad en Uruguay es hoy una movilización promovida por productores agropecuarios, que invoca una representación más general de todo “el campo”, para protestar por grandes dificultades y exigir medidas gubernamentales de alivio y apoyo.

No tengo autoridad para pretender un análisis del movimiento, sus fundamentos y sus reivindicaciones. Pero me interesa comentar algunos de sus aspectos que tienen relación ‑me parece‑ con ese contexto cultural de desconocimiento urbano sobre el medio rural.

La ignorancia del homo urbanus sobre las cosas del campo se presenta como causa de su desinterés y su falta de solidaridad ante dificultades angustiosas y necesidades perentorias.

Seguramente ocurre, y bien puede ser un factor.

Pero esa misma ignorancia también tiene otros efectos diferentes que resultan útiles a la movilización rural y que no se desaprovechan. Permite buscar simpatías en un público desconcertado, confrontándolo con una visión de verdades incompletas ante la cual está mal equipado para saber a qué atenerse.

En este sentido hay, entre los muchos aspectos del actual embrollo, algunas cuestiones que merecen especialmente una mención.

* * *

Los discursos de la movilización, su prédica y sus proclamas, la enumeración de sus “mochilas”, pintan un cuadro del que siempre falta un dato fundamental.

Los últimos lustros no solamente arrojaron resultados excelentes en la actividad agropecuaria, con diferencias entre sus sectores pero prácticamente en todos, generando beneficios muy grandes, sino que además dejaron una valorización impresionante de las tierras y del patrimonio de sus poseedores. Sobre ambas cosas rige el mutismo.

Hay una verdad sobre la explotación de la tierra que ha sido notoria siempre, que todo el mundo sabe desde el Neolítico, que ha caracterizado la vida rural en todas las épocas y lugares: el rendimiento de la tierra depende de factores imponderables que lo hacen cambiante e imprevisible. En el libro del Génesisel sueño del faraón sobre las vacas gordas y flacas anunciaba el futuro: “Vienen siete años de gran abundancia en toda la tierra de Egipto. Y tras ellos seguirán siete años de hambre; y toda la abundancia será olvidada.”

Desde que el hombre cultiva la tierra nadie ignora este problema. Y tampoco su solución obvia: la abundancia tiene que servir para que una parte de ella cubra las necesidades de los posibles años magros del futuro.

¿A qué se destinaron en Uruguay los enormes beneficios de los años dulces? Hubo productores uruguayos que adquirieron y explotan tierras en Paraguay. Sobre esto los movilizados dicen que esos productores tuvieron que huir de las condiciones demasiado adversas del Uruguay. Es una forma conveniente de presentarlo; el hecho es que las riquezas obtenidas en el campo uruguayo se dedicaron a inversiones en otro país en que un capitalismo más salvaje tolera grados de explotación superados en Uruguay. ¿Y qué pasó con las ganancias que no tuvieron ese destino? Los movilizados rechazan con indignación las sugerencias de que hubo una gigantesca dilapidación suntuaria. Tal vez tengan razón en muchos casos. Pero lo cierto es que, de esa capitalización de los años de bonanza, muy poco parece haberse destinado a prever posibles años más difíciles que pudieran venir.[1]

Otro hecho fundamental de los últimos lustros es la extraordinaria valorización de las tierras. No se trata de algunos puntos porcentuales, sino de una multiplicación espectacular: el valor medio se multiplicó por nueve.[2] ¿Es admisible que la situación general del agro se exponga omitiendo de la ecuación económica este enriquecimiento impresionante de los poseedores de tierras? Claro que también existe el argumento de que las tierras caras hacen difícil el acceso a ellas. Pero eso forma parte de la vieja técnica, tradicional y folklórica, de protestar por una cosa y también por la contraria. Palos porque bogas y palos porque no bogas….

Otro aspecto de muy poca evidencia para el homo urbanus es el carácter forzado y artificioso de la coincidencia con que los diversos sectores adheridos a esta movilización apoyan sus reivindicaciones.

Los reclamos invocan dificultades específicas de un sector: el de los productores agropecuarios. Pero la movilización proclama un alcance muy amplio que va más allá y ha recibido adhesiones diversas de transportistas, comerciantes, etcétera.

Aquí entra en juego una paradoja que desafía las posibilidades del homo urbanus de orientarse en el intríngulis. Esas dificultades del productor agropecuario no se originan solamente, como parece sugerir la plataforma de la movilización, en culpas u omisiones de un Estado insensible, rapaz y derrochador, sino que también nacen de factores en que el Estado nada tiene que ver y que no puede controlar. Pero no solo eso: en las dificultades del productor también inciden otros agentes que hoy aparecen respaldando la movilización. Y por esta vía un movimiento que pretende representar intereses comunes de todo el mundo rural y de sus diversos sectores y actividades engloba, en realidad, intereses distintos y contrapuestos.

Basta pensar en los propietarios arrendadores de tierras. Ese propietario rentista no es un productor. El único vínculo que tiene con la tierra es el hecho de poseer un título de propiedad que adquirió al comprarla (por una fracción de su valor actual) o que simplemente heredó. Ese propietario, a cambio de nada, percibe una renta del arrendatario que explota la tierra. Si la renta se pactó hace algunos años, cuando el negocio florecía, puede ser muy alta y constituir hoy un factor fundamental de las dificultades que sufre el productor arrendatario.[3]

¿Y qué ocurre en esta situación? Cabría esperar que el productor ‑protagonista y promotor de la movilización actual‑ la denunciara, se quejara de la renta excesiva que está obligado a pagar, reclamara su reducción. Pero las cosas no vienen así: no hay tales planteos en la plataforma de la movilización. Lo que se ve es una paradoja muy diferente: el propietario rentista, beneficiario ocioso de una producción ajena, se suma a la movilización. Él también es “hombre de campo”, del terruño y no del asfalto, aunque viva en Montevideo o en Miami. Y él también protesta contra el Estado culpable de todo. (Su verdadero motivo para apoyar la movilización es simple: teme que el arrendatario deje de pagarle la renta si sus dificultades se agravan…)

El conglomerado que hoy protesta con un planteo supuestamente común encierra contradicciones de este calibre, y las resuelve concentrando en el Estado todas las culpas y todos los reclamos de solución.

* * *

Escuchemos los planteos de la movilización rural. Es indispensable considerarlos y tenerlos en cuenta. Pero cuidemos de que no nos falten los datos que ellos omiten.

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