Compartir
UN NUEVO INFORME ALARMANTE DE LAS NACIONES UNIDAS
El hambre nuestra de cada día
Por Luis C. Turiansky
Pido disculpas al lector por traer un tema tan sórdido precisamente en vísperas de las fiestas de navidad y fin de año, que es casi obligatorio celebrarlas con derroche de alegría y generosidad hacia familiares y amigos. Por el contrario, pienso que no viene mal, en este tiempo de apoteosis del mercado, con sus luces multicolores y anacrónicos decorados invernales, recordar a la vez las grandes injusticias de este mundo y dedicar un pensamiento a los que no tienen siquiera cómo saciar su hambre.
VIDAS HUMANAS A TRAVÉS DE FRÍAS CIFRAS
El material que me ocupa proviene de investigaciones conjuntas de cinco organizaciones internacionales de reconocido prestigio: la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lleva por título “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, 2017” y todo interesado puede descargarlo accediendo a los respectivos sitios oficiales, por ejemplo http://www.fao.org/3/a-I7695s.pdf . Su constatación central es que, después de un decenio de disminución constante, el flagelo del hambre ha vuelto a recrudecer.
ALGUNOS DATOS ESENCIALES SOBRE EL ESTADO DE LA SEGURIDAD ALIMENTARIA Y LA NUTRICIÓN EN EL MUNDO
- En 2016 el número de personas que sufren hambre en el mundo presentó un incremento de 38 millones con respecto a 2015, alcanzando un total de 815 millones, es decir el 11% de la población mundial. Este total puede desglosarse como sigue:
-En Asia: 520 millones (11% de la población mundial);
-En África: 243 millones (20%, en África occidental, 33,95%);
-En Latinoamérica y el Caribe: 42 millones (6,6%).
- Dentro del total general, 489 millones viven en países afectados por conflictos.
- 555 millones de niños menores de 5 años sufren retraso del crecimiento debido a la malnutrición; de ellos, 122 millones viven en países afectados por conflictos bélicos.
- 613 millones de mujeres en edad reproductiva sufren de anemia
Fuente: Organización Mundial de la Salud (OMS).
Por su parte, el Grupo Banco Mundial reconoce, en su Informe sobre el Desarrollo Mundial 2017, que los resultados económicos alcanzados tal vez no fueron adonde más se necesitaban:
“En los últimos 20 años, los indicadores socioeconómicos han mejorado notablemente en todo el mundo. La rápida difusión de la tecnología y el mayor acceso al capital y a los mercados mundiales han permitido alcanzar tasas de crecimiento económico que antes eran inconcebibles, y ayudado a sacar de la pobreza a más de 1000 millones de personas. Sin embargo, esos mayores flujos también han resultado en un aumento de la desigualdad, tanto dentro de los países como más allá de sus fronteras, así como en una mayor vulnerabilidad frente a las tendencias y los ciclos económicos mundiales. En efecto, si bien la distribución mundial del capital, el trabajo, la tecnología y las ideas ha ayudado a muchos países y a muchas personas a avanzar, hay regiones y poblaciones que parecen haber quedado rezagadas y aún enfrentan violencia, un crecimiento lento y limitadas oportunidades de progreso.” (Traducción oficial)
EL PAPEL DE LA DESIGUALDAD
¿Qué catástrofe habrá ocurrido para se produzca este brusco empeoramiento de la situación? Es cierto que, pese a los vaticinios optimistas del FMI, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y los huéspedes habituales del Foro Económico Mundial en Davos, suele ser opinión generalizada que los efectos de la última crisis global aún no se han superado del todo. Pero esto no es suficiente para justificar que todavía hoy haya gente que pasa hambre. Sobre todo porque algunos, por el contrario, comen cada vez mejor y hasta en demasía.
Los autores de “El estado de la seguridad alimentaria…” señalan como factor agravante la existencia de conflictos de toda especie en muchos países donde precisamente cunde el hambre. Hay, sin embargo, otra característica propia del sistema dominante que debería tenerse en cuenta: la concentración de la riqueza en pocas manos, cada vez más pocas.
De hecho, los que se bañan en el lujo y no tienen problemas de hambre son, al mismo tiempo, cada vez menos. En 2016, el banco suizo Crédit Suisse reveló que la concentración de la riqueza en el mundo había alcanzado proporciones impresionantes: apenas el 1% de la población mundial posee más que el resto de los seres humanos en su conjunto. La organización Oxfam, que reúne a diversas entidades mundiales de lucha contra la pobreza, acota al respecto que “una red mundial de paraísos fiscales permite además a las personas más ricas ocultar otros 7,6 billones (en el sentido español de “millón de millones”) de dólares”. A fin de resaltar aún más el significado de esta realidad, la organización presenta una serie de comparaciones ilustrativas:
- 62 individuos concentran en sus arcas la misma riqueza que 3 600 millones de los más pobres del mundo.
- Desde 2010, el aumento de la riqueza de estos 62 privilegiados ha representado un total de 542.000 millones de dólares estadounidenses.
- Al mismo tiempo, los 3 600 millones de pobres en cuestión perdieron globalmente 1 billón de esa misma preciada moneda.
- Desde 2000, la mitad inferior en ingresos de la humanidad se repartió el 1% del incremento de valor acumulado en el mundo. En cambio, al 1% de esa misma humanidad le correspondió el 50%.
- Pero no todo está tan mal: el aumento medio anual de ingresos del 10% más pobre llegó a…3 dólares.[1]
VARIANTES DE SOLUCIÓN POSIBLES O IMPOSIBLES
No se trata de envidiar la suerte de los megamillonarios: el problema es que su poder económico se acompaña generalmente de poder político y todo el sistema económico global está estructurado para perpetuar los mecanismos que permiten esta concentración sin precedente del producto social. ¿Hasta cuándo podrá proseguir esta expoliación? Ya los viejos cánones del capitalismo progresista no funcionan y no se aplica el criterio de un Henry Ford que comprendió que no podía exprimir a sus obreros hasta la indigencia porque los necesitaba también como potenciales compradores de sus automóviles.
Hoy se especula sobre la posibilidad de que una “cuarta revolución industrial” sustituya a los obreros humanos por autómatas, y hay que pensar en los efectos sociales que esto traería aparejados y las consecuencias que tendría en el propio funcionamiento del mercado. Tal vez la minoría con recursos sería capaz de absorber toda la producción puesta en el mercado sin provocar una crisis, pero ¿por cuánto tiempo más? Y por lo demás, ¿bastará el recurso de otorgar un “ingreso básico universal” para evitar que la desocupación masiva conduzca a la proliferación de bandas criminales que hagan inhabitables los entornos donde viven los ricos?
Por otra parte, una buena parte de los ingresos que van a parar a manos del 1% en la cúspide no proviene de la producción de bienes sino de la especulación financiera, creadora de “burbujas” y responsable de las diversas crisis a que la globalización nos tiene ya acostumbrados. Esto es lo que hace perdurar un sistema irracional y a todas luces inicuo. Sus agentes ya no piensan en sus hijos o nietos, sino que se guían exclusivamente por el resultado inmediato, contante y sonante.
Cuando la revolución social no parece estar en el orden del día, la alternativa que surge es un fenecimiento lento y doloroso del sistema capitalista. Pero entretanto este es capaz de destruir el equilibrio ecológico del planeta y llevar a la humanidad a una catástrofe de dimensiones globales, arrastrando consigo a otras especies. Es algo que Darwin no previó.
Si no es que a algunos locos se les ocurra desatar los demonios de la guerra nuclear. Entonces los arqueólogos de las civilizaciones futuras se devanarán los sesos tratando de desentrañar los misterios de las ruinas diseminadas por todo el planeta.
En todo caso, es probable que el mundo que sobreviva al régimen actual sea uno de extrema violencia e inestabilidad, en el que haya que someterse a los señores de la guerra a cambio de su “protección”. Si esta fue una de las causas del surgimiento del feudalismo tras la disolución del Imperio Romano, algunos fenómenos actuales nos hacen temer que su nueva versión pueda ser mucho más brutal y destructora.
¿No podríamos llegar antes a un acuerdo mutuo, en aras de la vida? Está bien, los derechos de la ínfima minoría dueña del mundo serán respetados, incluido el de propiedad. Señores, quédense con sus palacios, pero déjennos administrar el mundo con justicia y paz. Jorge Aniceto Molinari habla al respecto de “asistir a la muerte en paz del modo de producción capitalista”.[2]
Por último, puesto que estamos en período de Advenimiento, permítaseme citar a Jesús, a quien se atribuye la frase: “Pero muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros” (Mateo 19:30). Y José Artigas, siglos después, decretó: “Los más infelices serán los más privilegiados” (Reglamento Provisorio de la Banda Oriental, 1815). Atengámonos a ello, en bien de la justicia y de la supervivencia del género humano.