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EL CERRO, LA TEJA, PASO MOLINO

 Publicado: 07/02/2018

Comentarios sobre el decaimiento de algunos barrios


Por Fernando Rama


Días atrás, Esteban Valenti redactó una columna en la que se refería a las condiciones de deterioro en que encontró a la barriada del Cerro. Poco es lo que se puede agregar a la descripción que en dicho artículo se realiza. Una estupenda crónica de Roberto Arlt ‑escrita cuando la zona contaba apenas con algunas casuchas y varios saladeros‑, señala la privilegiada visión del conjunto de la ciudad que se aprecia desde el Cerro. La antigua cosmópolis aún mantiene, en los apellidos de muchos de sus habitantes, las huellas del aluvión inmigratorio que contribuyó decisivamente a la industria frigorífica del Uruguay y a muchos otros emprendimientos fabriles.

Antes de extenderme sobre el tema corresponde pedir disculpas por pergeñar estas líneas en primera persona, que colida con mis gustos y también con el estilo habitual de vadenuevo. Existen, en este caso y como se verá, razones para proceder de esta manera.

Mi primer contacto con la vasta zona que va desde Llupes hasta Santa Catarina se debió a mi actividad militante como integrante de la dirección del regional 3 del Partido Comunista (PCU) en los años que siguieron a la caída de la dictadura. Si bien mis tareas estaban vinculadas específicamente al frente de Educación del Partido, no pasó mucho tiempo sin que apareciera un primer elemento sociológico que por diversas vías me llegaba, dada mi profesión de psiquiatra. Se trataba de inquietudes y alarmas sobre el excesivo consumo de marihuana entre los jóvenes. ¡Oh, ironías del destino!

Para los responsables de los círculos de la Unión de la Juventud Comunista (UJC) de la zona, este hábito constituía una grave “desviación ideológica”, que en muchos casos era causal de desafiliación. Fue en función de esta inquietud que me integré al equipo de salud de la Policlínica Barrial La Teja, que en esa época funcionaba en el viejo local del club Carlos Tellier, en la calle del mismo nombre. En aquel momento habían proliferado los centros de salud sustentados en la solidaridad de los vecinos, que constituían el principal apoyo de esos emprendimientos. Algunos de estos dejaron de existir pero nuestra policlínica se mantuvo, funcionando en diversos locales. Gracias al apoyo del director de la murga los Diablos Verdes, el trabajador de la industria del vidrio y dirigente sindical Antonio Iglesias, nos instalamos en el local de ese sindicato, y luego en un edificio nuevo, muy bien diseñado, siempre en la calle Tellier.

Durante más de 25 años concurrí a la consulta en la Policlínica que me permitió aprender muchísimas cosas. Poco a poco las consultas relacionadas con el consumo de marihuana fueron mermando, al tiempo que aparecían otras drogas de efectos más destructivos, especialmente la conocida pasta base. En aquel momento no existía el Portal Amarillo ni se utilizaban las definiciones actuales, tales como “consumo problemático de drogas”. Mi actividad en el referido centro de salud pasó a ser una consulta de psiquiatría donde era necesario enfocar los problemas habituales del primer nivel de atención. Tal vez el aprendizaje más interesante de todo este período fue la comprobación del rol central de las mujeres en el mantenimiento del tejido social de la zona. Era entre las mujeres ‑que eran las que más consultaban‑ donde predominaban los trastornos de ansiedad debido al enorme esfuerzo que hacían para mantener unidos los fragmentos familiares: hijos, maridos, padres, abuelos y muchos más. He llegado a pensar que suprimir este trajín femenino llevaría a un total descalabro del entramado social.

Y, debo decir, a lo largo de esos 25 años fui comprobando el creciente deterioro sociocultural de los barrios referidos en este artículo, ya que los vecinos concurrían a la policlínica desde dichas zonas, e incluso de zonas más alejadas. Me consta que, con la excepción de la zona de Cerro Norte, el descaecimiento mencionado nunca llegó a los extremos vividos en la zona de Casavalle y otros lugares que han tenido notoriedad en los últimos tiempos. Supongo que los elementos de contención tradicionales de zonas con extensa solidaridad obrera y vecinal han colaborado para evitar estos dramas. Nunca tuve dificultades para acceder a dichas zonas ni, excepto en un par de ocasiones, tuve miedo de ser agredido.

Más allá de describir el deterioro me preocupa responder a la pregunta: ¿cuál es la explicación del deterioro sociocultural apuntado? No pretendo llegar a explicaciones causales sino más bien alcanzar cierto grado de comprensión del fenómeno.

Existe un factor que tuvo indudable impacto. Me refiero a la profunda crisis económica padecida por el país entre los años 2001 y 2003. Antes y después de ese período las cosas no estaban bien pero era más difícil percibir las consecuencias en forma inmediata. Durante la crisis generada durante el gobierno de Jorge Batlle se tornó evidente el padecimiento social. Muchos pequeños comercios tuvieron que cerrar sus puertas, numerosas personas perdieron su empleo, recrudeció el consumo de pasta base con sus consecuencias delictivas y se vio severamente afectada la educación pública. Se multiplicaron los asentamientos irregulares y se agrandaron los ya existentes. Si bien a esa altura el PCU había sufrido un proceso de atomización, con lo cual se perdió un importante factor de análisis y propuesta, la militancia se hizo más social que político‑partidaria y se fueron acumulando los elementos de decisión colectiva que llevarían al triunfo del Frente Amplio (FA) en las elecciones nacionales del año 2004. Si bien el FA ya gobernaba la Intendencia de Montevideo, no eran muchas las cosas que se podían hacer desde ese escalón del poder ante el tamaño del descalabro que se desató en el período.

Un primer gran acierto de ese primer gobierno del Frente fue la creación del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES). No obstante, la instalación de un ministerio a partir de cero generó un período de latencia bastante largo. Fue necesario llevar a cabo un proceso de diagnóstico prolongado, crear instrumentos totalmente nuevos para asistir a la población en situación de riesgo y asumir una serie de aciertos y errores que se prolongan hasta nuestros días. Poco a poco la situación económica se fue recuperando y se produjo el conocido incremento ininterrumpido del crecimiento del producto bruto interno (PBI). De todos modos hay algo que fue posible entender a partir de aquel momento: los índices macroeconómicos son importantes para analizar la situación pero no lo son todo. Algunas empresas se recuperan, aparece nuevas empresas y se generan muchos empleos nuevos, pero la recuperación de la gente no acompaña linealmente a las mejorías verificadas en los grandes números. Son muchos los que quedan por el camino. También son muchos los que encuentran oportunidades nuevas y deciden abandonar el barrio de su infancia.

Otro factor que a mi juicio tiene relación con el deterioro de las zonas mencionadas fue el casi inexplicable fracaso de la política de descentralización que había sido delineada desde la Intendencia de Montevideo. La creación de un tercer nivel de gobierno, los municipios, comienza a paliar ese fracaso, pero tal vez hubiera sido más acertado ir por ese camino desde aquel primer momento de la post‑crisis.

Fue necesario potenciar a la Junta Nacional de Drogas (JND) y adoptar una serie de medidas destinadas a mitigar el consumo de la pasta base y generar el experimento relacionado con la legalización de la marihuana. Pero sin entrar en detalles, es necesario reconocer que esta problemática genera complejos desgarros en el tejido social, no sólo por el incremento de los hechos delictivos sino por su rol en la fragmentación familiar.

Desde siempre me ha costado entender las razones de la proliferación de las religiones afro‑brasileñas en el entorno de estas zonas, especialmente numerosas en el Cerro. Es posible que sean un epifenómeno que surge como substituto de las dificultades del sistema de atención a la salud; tal vez son una forma de llenar el vacío generado por la despolitización de la gente. Pero no me cabe duda que su rol social es retardatario.

Los científicos sociales tendrán sin duda enfoques más afinados y acertados que lo señalado en esta breve nota. Pero quedan planteados, al menos, temas que considero de importancia.

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