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DEVOCIONES
“Amigo lindo del alma”: intento de aproximación a lo inasible
Por Andrés Vartabedian
Algunas de las frases que podemos escuchar en el filme hablan de enorme respeto y admiración, incluso de veneración; también de lo inalcanzable:
“Desde el punto de vista armónico, yo necesito un par de reencarnaciones más para llegar a donde arribó Mateo”, sentencia Jaime Roos; “El tiene unos temas en los que yo puedo tocar, pero tiene una pila que yo no sé dónde meter los dedos”, acompaña Hugo Fattoruso.
También hablan del legado imperecedero de su talento musical y de lo influyente de su ser, más allá de la música:
“Más allá de su guitarra, de su armonía, de sus letras, lo que más me inspiró fue su libertad”, cuenta Alberto “Mandrake” Wolf; “Si la música uruguaya fuera un conservatorio, la materia «Mateo» es muy importante -discurre Fernando Cabrera-, porque tiene que ver con la ética y el espíritu; además de coraje, valentía, rompimiento, innovación”.
Así, con categóricas afirmaciones, en breves apariciones, de la flor y nata de la música uruguaya, se da cuenta de la figura, ya casi mítica, de Eduardo Mateo (Montevideo, 1940-1990). A ella se suman las palabras de su hermana, Teresa Mateo, y las de quien parece haber sido -según se puede saber a través de otros medios- “el gran amor de su vida”: Nancy Charquero.
Sin embargo, ese “dar cuenta” no pretende ser una biografía exhaustiva de Mateo. Ni siquiera una biografía, podríamos afirmar. Tampoco hay profundidad en el acercamiento a su obra; la inmersión es superficial, si vale la imagen. Aquí no hay cronologías ni recorridos por las distintas etapas de su vida y su producción autoral o discográfica.
Lo que encontramos son pinceladas, aproximaciones, fugaces encuentros con diversos aspectos de esa personalidad, humana y artística, difícil de explicar, difícil de definir, difícil de asir... Algo semejante a la semblanza, a ese “bosquejo biográfico”, como se la define. Quizá allí resida lo más importante del planteo de Amigo lindo del alma: su lucidez en comprender el vano y fútil esfuerzo que tal empresa significaría. Mateo es inenarrable, es experiencial.
Nos faltan datos, nos faltan trazos, incluso de quienes participan como una de las partes de ese falso diálogo que sostenemos entrevistados y espectadores sobre la vida y la obra de Eduardo Mateo. Nos faltan datos hasta del propio vínculo que sostuvieron, dichos interlocutores, con Mateo. Ello no parece interesarle a Eduardo Charlone. Es su decisión. (Por momentos, el propio aludido asoma como pretendiendo intervenir. Para reafirmarnos algo, aportarnos alguna información; para corregirnos. O hasta para pedirnos plata prestada, ese “impuesto a la belleza” que cobraba el “méndigo”, al decir de Jaime Roos).
Sí percibimos su contacto con él, el interés que despertaba, la solidaridad, el amor, la devoción, la reverencia, la huella, el atisbo de una herida, cierto culto, las ganas de que estuviera, de que volviera. Todo da pistas de un homenaje no explicitado. Uno más. Uno más de esos que intenta reparar una falta, algo no hecho a tiempo, un deber ser autoimpuesto por la cultura musical uruguaya, que trasciende la justicia de los merecimientos. El inútil intento de saldar una deuda que se presenta eterna. Mateo sigue siendo fuente, punto de partida, punto de encuentro.
Allí están las versiones para reafirmarlo: versiones cuidadas -al igual que su bello y significativo registro-, profesionales, logradas desde el respeto y la admiración, pero también pletóricas de cariño, de placer. Versiones gozadas. Así se ven, así se sienten: contagiosas. Celebran al Mateo que fue y al que pervive. Lo “vigencian”, si se me permite el neologismo.
Mientras tanto, alguien se cuela en la imagen y emula su andar, su caminar. Cabellera blanca, manos en los bolsillos de su campera, paso corto, sin prisa, pero sin pausa, a su vez. Las aceras lo acompañan. Mateo camina por Montevideo tanto como Montevideo camina a través de Mateo. También se deforma; cierto extrañamiento aparece en su percepción, reflejada en vitrinas, espejos y ventanas. Mateo y su “locura”, Mateo y la marihuana, Mateo y su sensibilidad incomprendida, Mateo y la genialidad de su potencia creativa, de su arte desbordante; el difícil de explicar, de imitar, de tocar, de cantar; el irrepetible.
Sin embargo, su ausencia es notoria en cierto momento. Se impone su presencia en pantalla; verlo; que bromee; que cante, que diga algo; algo más que lo que escuchamos por boca de otros. Charlone ha reivindicado su presencia por ausencia, ese reforzamiento de su estar sin estar, del estar a través de otros, a través de su palabra, de su música revisitada, resignificada. Esa lectura es posible. Pero Mateo hace falta. Y no solo en la escena musical uruguaya, como podría desprenderse de todo el tributo expuesto. Hace falta en las imágenes. Sus breves apariciones no resultan ser suficientes. Sabemos del poco material audiovisual registrado, de su mala calidad, de lo costoso y caro de su tratamiento para recuperarlo -si es que llegara a ser posible-, del elevado costo que representa el propio trabajo con imágenes de archivo... Sin embargo, hace falta. Se lo echa de menos. También en pantalla.
A esta aparente necesidad de más Mateo en escena, se suma la sensación de cierta contradicción en la decisión creativa de Charlone: para el abordaje de una personalidad tan poco estructurada, y tan desestructurante, a la vez, una hechura fílmica algo rígida y previsible -muy estructurada, justamente- impresiona negativamente, por oposición.
De todos modos, ello no es óbice para valorar con alegría esta posibilidad de reencuentro, este cálido acercamiento a esa figura ineludible de la música uruguaya de la segunda mitad del siglo XX. Uno de esos imprescindibles -aun sin popularidad- que nos permite pensar los devenires posteriores. Pensarnos culturalmente.
Así como las calles de Montevideo y las casas de sus amigos lo vieron partir y llegar sin mucho aviso, así como sus compañeros ocasionales de ruta se vincularon con él sin comprender a cabalidad sus arribos y partidas, ni sus decisiones casi surrealistas, así lo presenta Charlone: inaccesible en su dimensión más honda, fugaz, inabarcable; presente. El fantasma de Mateo sigue haciéndonos compañía. Y él bien se lame.
Realmente te quedás con más ganas de ver a Mateo en el documental! Pero siempre podemos abrazarlo en sus canciones! La crítica: sin desperdicio, como siempre.
Mateo venia a mi casa casi todos los días a tomar el té y comer cosas que preparaba mi madre para acompañar. Lo conocí durante los ensayos de la última versión del grupo “Gula Matari” donde venía a escuchar y también a tocar con algunos de nosotros al final del ensayo. Siempre pintaba una sonrisa. Venía a mi casa y también tocábamos por varias horas. Una noche antes de irse agarró la guitarra y empezó a tocar los acordes de “Amigo Lindo del Alma” y mirándome al corazón empezó a improvisar la letra y Yo empecé a tocar el bajo, escribiendo esa parte tan reconocible que lleva a pasear a todo el mundo.
Ahí nació la canción.
Antes de salir me dijo que a la noche siguiente iba a estar grabando en Sondor con Trasante y que quería que Yo fuera también para grabarla.
Al día siguiente fui y se dio my primera grabación profesional cuando tenía 20 años.
Hay mucho más para compartir si es que alguien está interesado en lo que tengo que decir.
Mateo es reconocido en todas partes por la profundidad de su trabajo y tal vez sea el único artista nacido en Uruguay que alcanza ese reconocimiento.
Un abrazo,
Eduardo Márquez Del Signore
Venice, California
¡Muchas gracias, Eduardo, por compartir tan lindas vivencias y reflexiones! Fraternal saludo.