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 Publicado: 06/01/2010

Zaguán en bleque y verde


Por Cuque Sclavo


En marzo de l959 le dije a mi madre:

- Me contrataron en Radio Carve para escribir libretos.

- ¿Radioteatro?

- No. LA PENSIÓN 64. Un programa de humor de Jorge Cazet y Antonio Ceti.

- ¿Vos? ¿Humor? ¡Pero si sos un amargado!

En marzo de 1951 yo iba a ser pintor, asunto que ya había decidido cuando tenía 9 o 10 años. Pero el programa de dibujo de 2º año de Liceo era trabajar con proyecciones y yo era incapaz de imaginar un cubo, y mucho menos un paralelepípedo moviéndose en el aire como si fuese una pelota de fútbol.

Fue en ese tiempo que a mi profesor de Idioma Español, Anglés y Bovet, le gustó una redacción mía y me pidió más.

- ¿Sobre qué, profesor? No es lo mío. Yo voy a ser pintor.

- Y bueno, entonces pintáme algo de tu barrio.

A la semana siguiente le llevé un atardecer, cuando mis viejos salían a la vereda a tomar mate en la vereda, sentados en sus sillones de lona.

Le gustó y me pidió otra y luego otra, cada semana.

Cuento esto porque desde entonces me dediqué a esa entrega semanal que ha sido mi condena de toda la vida. Desde l959, hace hoy 50 años, he vivido como un profesional del humor. Aunque nunca fui humorista. Humorista es un título demasiado grande. Soy un gustador del humor. Me gusta ver sonreír o reír a la gente. Y me gusta mirarla.

Desde que leí por primera vez aquella descripción que hace Balzac de las manos de unos timberos en LA PIEL DE ZAPA, hasta los magistrales, escuetos y discretos retratos de Julio César Puppo (El Hachero), dejé de aburrirme en ómnibus y tranvías.

Con ellos aprendí a observar a la gente. Y a mí también, faltaba más, como buen ciudadano promedio y narciso que soy. Y porque soy gente.

Es mi forma de pintar. Desde entonces, encuadré lo mío, si no en telas, en radios, televisores, revistas y diarios, teatros y café-concert. Y a falta de óleos, pinté con lo que tuve a mano: carbonilla, acuarela, lápiz graso....

Pero como lo mío era la calle, le tomé cariño al bleque, esa especie de alquitrán como el que se usaba para coser los paños de la calzada y que acariciaba las paredes con su pincel protestando o festejando, adhiriendo o denunciando.

Benedetti decía que el Montevideo de su infancia "era verde, absolutamente verde y con tranvías".

El Montevideo mío fue más negro, más duro, pintado al bleque.

Pero, con restos de pintura que quedaban en el altillo de mi Viejo, le fui poniendo color para alegrar esos muros que cuentan la historia de mi Montevideo.

Porque como decía Macedonio Fernández, ese filósofo argentino que alguna vez, alguno, confundió con otra invención de Borges:

"Al humorista incumbe no sólo poner a las almas en estado de risa, sino también de esperanza".

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