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LA LECHERÍA MUNDIAL, DEL CIELO AL INFIERNO
Marx redivivo en la crisis láctea
Por Omar Sueiro
Fuente: portal lácteo de la FAO. Información que toma de sus propias publicaciones.
Por lo menos durante un quinquenio, de 2008 a enero de 2013, el mercado internacional de la leche se mantuvo en niveles más o menos estables, salvo en el 2009, que bajó un 23%, recuperándose a través de una suba del 45% en el siguiente 2010.
En abril de 2013, ante el ingreso al consumo de fuertes contingentes de población china, el precio de la leche en polvo saltó a 5.000 dólares la tonelada en las licitaciones de la Global Dairy Trade, incrementándose de golpe un 44%. El frenazo de 2014 y la posterior baja de 2015 se originaron en la reducción de la demanda de China, la prohibición de importar de Rusia en varios países y el aumento de la producción de los exportadores clave.
La burbuja duró 14 meses, hasta que en el segundo semestre de 2014 comenzó a caer violenta e irremediablemente, similar a la forma en que lo expresa Dante en el Canto V del Infierno de la Divina Comedia: “come corpo morto cade”. Y siguió cayendo como cuerpo muerto por tres años consecutivos.
La debacle se detuvo en 2017 -debido a la caída de la producción de Australia, Nueva Zelandia y Argentina- y luego se estabilizó hasta 2019, volviendo a situarse en los valores de 2012 anteriores al boom.
El súbito y violento aumento de la demanda provocó espasmódicas reacciones en una desprevenida economía mundial, y un crecimiento de los precios conforme a la convulsionada situación de la oferta y la demanda. Espontáneamente, surgieron por doquier desordenados, caóticos y anárquicos procesos de inversión productiva, destinados a incrementar cuanto antes la producción láctea.
LA ANARQUÍA DE LA PRODUCCION DE LECHE
Karl Marx se refirió a la “anarquía de la producción capitalista”, entendida como la imposibilidad de que un sistema económico basado en el principio de la máxima ganancia del capitalista satisfaga armónicamente las necesidades sociales. Esta anarquía es la madre de las crisis capitalistas de superproducción, caracterizadas por la presencia en el mercado de cantidades ingentes de mercancías que no pueden realizarse por la incapacidad de grandes masas para adquirirlas. El capital financiero tiene la doble aptitud de postergar y disimular este tipo de crisis y, al mismo tiempo, de hacer más cruento su estallido y más grandes sus costos.
El llamado “sistema europeo de productos lácteos“ no difiere del existente en otros lugares del mundo, inclusive -aunque con algunas particularidades- en el Uruguay.
Cabe mencionar que la especificidad más importante de la producción uruguaya es que está sujeta a las decisiones de la Cooperativa Nacional de Productores de Leche (Conaprole), decisiones orientadas a preservar en la medida de lo posible el interés y la rentabilidad de los socios cooperarios. Pese a ello, Conaprole no puede evitar que las reducciones del precio internacional se reflejen en el precio al productor, situación que se da cada vez más asiduamente, dado que la proporción exportada de su producción es cada vez mayor.
En Europa, si bien hay cooperativas de productores, estas terminan vendiendo su producción a grandes empresas privadas envasadoras y comercializadoras, mono u oligopólicas. Ello ocurre con la mayor parte de la producción en el resto del mundo, ya que, en definitiva, internacionalmente rige un “sistema” de producción y comercialización de monopolios o sus redes, los cuales, cuando la demanda se retrae y baja el precio, ajustan todos “hacia abajo”, es decir, reduciendo el precio al productor. A la inversa ocurre cuando se producen aumentos desmesurados de la demanda, que paga mayores precios para alcanzar la materia prima que necesita, sin que este aumento llegue totalmente al productor, pues el poder del comprador único también juega al quedarse con una parte importante del incremento.
Ahí comienzan las reacciones anárquicas en los diversos escalones productivos, que irremediablemente producen burbujas que terminan estallando al detenerse el aumento de la demanda.
Entonces, la propia inercia de la oferta que venía creciendo en función de la expectativa de aumento constante de la demanda, comienza un proceso de baja de precios que genera almacenamiento del lado de la demanda, lo que conlleva una nueva baja y culmina con una crisis de sobreproducción, seguida del cese de la producción y las consiguientes bancarrotas.
EL PERMANENTE Y ANÁRQUICO CRECIMIENTO DE LA PRODUCCIÓN
Salvo en 1991-1992, en los últimos 50 años la producción mundial de leche ha estado creciendo constantemente. Con precios en alza o en baja, siempre la reacción de la producción fue de aumento. Además, la intensidad creció notablemente en la segunda mitad del período, que fue el que tuvo oscilaciones más violentas:
Cuadro tomado del Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA). Elaborado por el OCLA en base a datos FAOSTAT, FIL/IDF 2019.
Entre 1970 y 2018 la producción de leche creció en 324 millones de litros. Quiere decir que:
- en los últimos años del siglo XX aumentó 120 millones, a razón de 4.000.000 litros por año;
- en los primeros 18 años del Siglo XXI aumentó 204 millones, a razón de 11.300.000 litros por año;
- en lo que va del siglo el crecimiento anual casi triplicó (283%) la producción de los últimos años del siglo anterior.
LA “CLAVE” DEL SISTEMA
Los productores europeos son perfectamente conscientes de que la causa principal que origina ciclos de evolución/involución de su producción es el permanente incentivo, es decir la necesidad de “huir hacia adelante, incrementando la producción”.
El ciclo de nacimiento, crianza y puesta en producción requiere en primer lugar que la vaca haya parido y comience a dar leche. Para mantenerla en producción debe parir cada año y medio o a lo sumo cada dos años. Las crías útiles para la producción -las vaquillonas- deben mantenerse sin producir aproximadamente dos años, y es entonces que el productor decide si la hace preñar para ponerla a producir.
Por consiguiente, el productor siempre tiene la posibilidad de ampliar la cantidad producida y, por ende, sus ingresos, sean buenos o malos los precios.
Por ello, la reacción natural ante el alza de los precios es aumentar la producción y, paradójicamente, también cuando los precios bajan existe el aliciente de aumentar la producción para nivelar los ingresos.
El resultado, a mediano y largo plazo, es la dependencia creciente respecto del comprador de la materia prima, el que -dado el costo del transporte- generalmente es uno solo o, a lo sumo, dos por zona.
El Diccionario de Economía Política (de orientación marxista)[1] contiene una definición de “anarquía de la producción capitalista”, que viene como anillo al dedo para ilustrar esta situación: “Espontáneo y caótico desarrollo de la producción mercantil basada en la propiedad privada, falta de plan y de organización de la economía en su conjunto”.
Ampliando esta idea: Cuando la propiedad de los medios de producción es privada, las mercancías se producen sin un cálculo previo de las necesidades sociales, bajo la acción determinante de la demanda espontánea del mercado, de la oscilación de los precios en el mismo, en enconada lucha competitiva. En la sociedad burguesa, la anarquía de la producción puede alcanzar enormes proporciones.
La contradicción irreconciliable entre el carácter social de la producción y la forma capitalista privada de apropiación de los productos del trabajo, hace que no haya posibilidad de coincidencia entre oferta y demanda; la anarquía de la producción transforma las inversiones en gastos improductivos, quedan sin utilizar gran parte de las fuerzas productivas, se genera un gran ejército de parados y, finalmente, se pierde o debe destruirse gran parte de la producción creada.
La anarquía de la producción se revela con singular claridad en las "crisis económicas de superproducción", cuando los capitalistas no encuentran una demanda solvente -dado que la situación de las masas trabajadoras empeora cada vez más- y reducen la producción. Dicha anarquía se acentúa; con la formación de los monopolios se ahonda la desigualdad del desarrollo capitalista y el afán de obtener una elevada "ganancia" monopolista intensifica y agudiza la lucha competitiva entre los monopolios.
La anarquía de la producción y la competencia constituyen un rasgo característico de la economía capitalista. De ahí que se hallen condenados a un inevitable fracaso los intentos de poner fin a dicha anarquía mediante la “planificación” de la economía capitalista.
CONSECUENCIAS DEL CAOS
El documental The Milk System (que puede verse a través de Netflix) desnuda los detalles de funcionamiento de la industria láctea.
El repentino y sorpresivo aumento de la demanda china hizo liberalizar la industria láctea europea, que tenía la producción regulada y con incentivos estatales. Al suprimirse las cuotas, se operó un boom que, además, abarcó a todo el mercado mundial, incluidas las economías emergentes, otorgando al parecer una importancia mayúscula a la industria europea.
Las multinacionales europeas reforzaron la demanda con costosas campañas, con ingeniosos esloganes que procuraban atraer a los clientes chinos tomando en cuenta que la prosperidad ha convertido a la leche en uno de los bienes de consumo más apetecidos por los chinos.
Las olas de inversión en todos los países de Europa hicieron que aumentaran las presiones sobre los granjeros europeos. En China no existía un sistema consolidado y maduro, pero aprendieron de los europeos a no quedarse en el consumo y el comercio, sino que crearon estructuras para comenzar rápidamente a producir, y ya tienen las fábricas más grandes del mercado mundial. Las grandes firmas europeas (Nestlé, Danone) se afincaron y asociaron con los chinos en China. Hoy China es la granja lechera más grande del mundo.
Sobrevenida la debacle, advirtieron los granjeros europeos: “cuando decían que los chinos se beberían toda la leche que produjéramos, nos lo creímos. Decían los alemanes «somos competitivos y vamos a poder vender toda la leche» y nos lo creímos”.
Y HAY RESULTADOS AÚN PEORES
Parte del excedente europeo se volcó a África, donde ya casi no había industria sino solo productores muy pequeños, individuales y sin subsidios de los Estados. La leche en polvo europea sustituye la poca leche líquida africana. Las vacas no alcanzan para sostener a las familias y los hijos de los productores huyen con destino a Europa, procurando cruzar el Mediterráneo en las pateras.
Ahora, la situación de la producción europea vuelve a depender de los pagos directos de subvenciones de la Unión Europea, la que paga a fin de cada año 45.000 millones de euros por concepto de subvenciones.
Pero son pagos que facilitan la venta al exterior a precios mucho más baratos que los internos europeos, eso implica que los contribuyentes de Europa no se benefician en nada pese a su inmenso aporte. Los productores acusan a la burocracia de economistas que pregona la integración de poner a la agricultura en un callejón sin salida.
Como no podía ser de otra manera, la magnitud de la crisis tuvo consecuencias trágicas para muchos de los damnificados: el año pasado, 60 granjeros franceses se suicidaron.
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En el próximo artículo veremos si la producción regional y la uruguaya son excepción dentro del sistema lácteo mundial.
Muy claro y detallado.