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LA CUESTIÓN, EN Y CON LA LENGUA, ES LA POLÍTICA, EL LOGOS.
El “zoon politikón”: lengua y estética*
Por Santiago Cardozo
Es interesante pensar por qué, en la “reforma” educativa en curso (aunque, ciertamente, como expresión de una continuidad de las políticas al respecto, porque mucho de lo que vemos hoy en pleno apogeo prolonga su existencia desde hace un lote de años, todos ellos años del “ciclo progresista”), la lengua se ofrece como un instrumento de comunicación, hecho que justifica, por demás, su permanencia en el currículo, a resguardo de toda modificación en proceso, lugar intocable del sistema educativo, en la medida en que la lengua constituye una herramienta para la inserción social y, específicamente, para la inserción laboral (es necesario saber expresarse para afrontar una entrevista de trabajo).
Ahora bien, la perspectiva instrumental en cuestión es también un profundo y exteriorizado deseo de una política pública (algo así como una anti-política) que procura reducir al mínimo el riesgo que supone una concepción política de la lengua, de acuerdo con la cual esta no es, en primera instancia, un instrumento comunicativo, sino la forma misma de la arquitectura de lo social, el lugar y el “medio” de impugnación de las relaciones entre las palabras (siempre pletóricas, siempre deficitarias para decir el mundo), los cuerpos y los lugres sociales que estos cuerpos ocupan. Por lo tanto, es preciso instrumentalizar la lengua como una forma de su radical despolitización, emprendida abiertamente, sin tapujos ni timideces, ahora que el “paradigma económico” puede blandir sus enunciados obscenos sin mayores oposiciones internas. Ha vencido la economía.
Que se le dé más valor a la comunicación en el sentido de que se la plantea como la más inmediata y primordial función de la lengua (la lengua como un mero instrumento comunicativo, se dice y se repite incansablemente, de donde se llega, sin obstáculos, a la asignatura de noveno año: “Comunicación y sociedad”) supone que el sujeto que habla puede manejarse con unos pocos rudimentos expresivos “con tal que se entienda”. Esta desjerarquización del lenguaje en las modificaciones curriculares pensadas, que, vale decir, de nuevo, continúa lo que se venía haciendo en los gobiernos progresistas anteriores, no puede más que tomarse como una despolitización de la realidad, en el sentido de que se crea un escenario acorde para el predominio rampante de los estados consensuales, con relación a los que las palabras, transparentes, no significan otra cosa que aquello que significan en el discurso policial que fija los cuerpos a los lugres sociales que estos tienen determinados de antemano, porque, según se concibe, así es el orden natural de la cosas, la partición de lo sensible.
Por su parte, la instrumentalización de la lengua implica, más tarde o más temprano, el confinamiento a una mudez que, finalmente, nos ubicará del lado de una pragmática elemental incapaz de pensarse a sí misma ni pensar el mundo que nos rodea. El sujeto es, precisamente, sujeto en el ejercicio de la interpretación del sentido, que ocurre solo en y por el lenguaje. En este, aquel encuentra su lugar ético, que es el lugar de la relación con el otro, con nuestro semejante: el otro sujeto, cuya constitución también pasa por el sentido, por el ejercicio interpretativo de la lengua más allá de la transparencia referencial como efecto resultante de la relación imaginaria entre las palabras y cosas.
Esa mudez consagra una infantilización del sujeto, que lo vuelve, a la inversa de la interpelación ideológica a la Althusser, individuo. La mudez propia de la infancia, del que no habla, del que aun no puede hablar y del que todavía tiene que hablar, o incluso del que quiere hablar pero cuya habla es calificada de ruido impertinente, es el efecto despolitizador de la lengua más brutal, más extremo, más policial. En este sentido, téngase especialmente en cuenta lo que señala Agamben en Infancia e historia sobre la relación entre el lenguaje y la infancia:
[…] la constitución del sujeto en el lenguaje y a través del lenguaje es precisamente la expropiación de esa experiencia “muda”, es desde siempre un “habla”. Una experiencia originaria, lejos de ser algo subjetivo, no podría ser entonces sino aquello que en el hombre está antes del sujeto, es decir, antes del lenguaje: una experiencia “muda” en el sentido literal del término, una in-fancia del hombre, cuyo límite justamente el lenguaje debería señalar.
En este sentido, el efecto despolitizador de la lengua que implica su instrumentalización golpea allí donde el humano encuentra su potencia específica, donde pone en juego su propia naturaleza como humano. Pareja y simultáneamente, el golpe o la estocada instrumentales ponen en entredicho, cuando no liquidan, la dimensión ética de la lengua, que excede por mucho su dimensión instrumental, y que tiene que ver, en principio, con la propia relación que el sujeto establece con la lengua que habla y que, sin adentro ni afuera, lo hace, y con el otro. Esta relación ética, efecto de la coextensividad entre el sujeto y la lengua, es una particular forma de tratar con esta, tratamiento que no es, nunca, un (simple) uso: se trata, pues, de un “lugar” de construcción de lo social como escena dramática de lo político. Nada de lo instrumental entra en la relación ética sujeto-lengua. Por ello, la instrumentalización de la lengua implica un problema de mayores dimensiones, que ataca a la propia naturaleza humana con relación a su “vida desnuda”:
Por un lado se halla ahora el viviente, cada vez más reducido a una realidad puramente biológica y a una vida desnuda; y por otro lado, el hablante, separado artificiosamente de él, a través de una multiplicidad de dispositivos técnico-mediáticos, en una experiencia de la palabra cada vez más vana, a la que no puede hacer frente y en la que algo como una experiencia política se vuelve cada vez más precario. Cuando el nexo ético -y no simplemente cognitivo- que une las palabras, las cosas y las acciones humanas se quiebra, se asiste en efecto a una proliferación espectacular sin precedentes de palabras vanas por un lado y, por otro, de dispositivos legislativos que tratan obstinadamente de legislar cada aspecto de aquella vida que ya no parecen poder capturar. (Agamben, El sacramento del lenguaje. Arqueología del juramento).
Es preciso agregar, en este punto, que la lengua, puesta en funcionamiento (el discurso), produce, ante todo, un efecto de lazo y una cobertura imaginaria (la fantasía) de lo real, lugar de la intersubjetividad, de la interlocución (aunque esta sea imperfecta, aunque esté determinada de antemano por el malentendido). El territorio que construye el discurso es el escenario en el que se juega el drama de la interpelación ideológica, que consiste, al menos en la línea althusseriana (que sigo aquí porque, en lo esencial, considero que va más allá de sí misma), en la conversión de los individuos en sujetos (posiciones) sociales, políticos, jurídicos, históricos, etcétera. Esta conversión, cuyas formas de ocurrencias tienen que ver con el “uso de la lengua” (desde el “¡Eh, usted, oiga!” de “Ideología y aparatos ideológicos de Estado” a las expresiones como “nuestra historia” o los nombres con “-ismo” del tipo de “artiguismo”, “mujiquismo”, etcétera, pasando por signos aparentemente simples y banales como “árbol”, “mugre”,[1] “felicidad” o “fe”), es objeto de un profundo y radical bloqueo cuando se entiende la lengua como un mero instrumento de comunicación, lo que, de nuevo, despolitiza profunda e irreversiblemente las cosas.
Hola, apenas se creó mentalmente el lenguaje, la lengua, se originó la sociedad del simulacro, se originó la sociedad del espectáculo, la de la simulación, la de la enajenación mental de los individuos, el extravío, la pérdida y el contacto, directo con lo real. La pérdida es proporcionalmente a la ganancia, al dominio y la cosificación, acumulativa del poder, de lo simbólico, del verbo , de la palabra, sobre lo real.
La posibilidad de abandono, de sustracción, de robo , de enajenación de la experiencia de lo real, por la sustitución, de un simulacro, un artefacto, una invención, técnico simbólico, dado al otro, impuesto al otro, como la luz enceguecedora absoluta de lo real, o de un dios. Ahora lo real de una lengua habla del robo y la anulación total, de la experiencia directa, de verbalizar algo por primera vez. La verdad de la lengua impide la verdad de lo real, verdad como el piso en que uno se encuentra parado, que no se discute, ya que se encuentra escrita como la ley.
Impide cualquier contacto, cualquier experiencia, encuentro mental con lo real, de que alguien experimente, tenga, vivencie, a nivel personal, imaginario mental, individual y colectivo, un encuentro sin mediación, directo con lo real.
La enajenación, el robo de la experiencia, la anulación de la relación directa con lo real, por la imposición de una experiencia y realidad simbólica, la sustitución del mundo, se da, se ejerce se impone por medios y a través de la lengua, del verbo, lo que implica que nuestra visión y experiencia, subjetiva, nuestra constitución subjetiva social, se encuentre mediada por un artefacto técnico, que hace imposible, la experiencia y el contacto con lo real.
Se establecen, se crean , múltiples escenarios ficticios e imaginarios, de dominio y explotación de lo real, a nivel individual como colectivo, múltiples versiones falsificación, invenciones arbitrarias de lo real, por medio y a través de un artificio, ….de la realidad de una lengua madre.
Grandes sociedades gravitando la irrealidad ficcional de una lengua, como lo contrario y lo opuesto a lo real, lo real indefinido indeterminado, es definido y determinado por los simbólico, por la palabra y el lenguaje.
Es anulado, suplantado, sustituido, a nivel mental, por lo irreal del relato, por lo falso de una realidad totalmente siniestra, insistente, que se cuenta y narra, que se sustenta en signos, que no se pudren, ni degradan con la lluvia, formas inorgánicas, que no se mastican, no se traducen, transmutan, disuelven a los pulmones, a la piel y el abrazo de alguien.
Ante la pérdida, la desintegración, la descomposición social, de la acción y realización simbólica del mundo del lenguaje, ante la acción y realización simbólica técnico científica del mundo financiado constituido animado por la acción y realización del dinero, es que se puede constatar, la pérdida, de la dimensión simbólica y política del lenguaje.
Hola, Eduardo. No comprendo muy bien el punto que estás planteando. Hay referencias a diversos asuntos de larga tradición, por ejemplo, en la filosofía del lenguaje, la antigua, la medieval, la del siglo XX. Incluso parece haber referencias al psicoanálisis lacaniano, Debord, Baudrillard, pero no logro ver el punto. Gracias por la lectura.
Así es.Por eso leer a Saramago o Cesar Vallejo uno potencia esa dimensión política de la lengua.Promueve el conflicto, desde siempre de da una bella armonía entre la contraposición de opuestos.
Juan Carlos. Es así, mucho más con Valejo que con Saramago. La literatura buena, en general, establece diversas formas del disenso. En todos los casos, el lenguaje no es entendido como un instrumento. Saludos.