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CON LA SOLVENCIA DEL MAGISTERIO
The Post: el coraje de las decisiones
Por Andrés Vartabedian
Fluye, fluye, fluye. Todo fluye. Como si lograrlo resultara simple, fácil. Podríamos inferir que la suma de talentos, tanto técnicos cuanto actorales, lo permite. Y no sería errado. Sin embargo, constataciones de lo contrario también pululan. Aquí lo simple es que la conjugación de los mismos funciona. Punto. ¡Eureka!
Con el tono de los clásicos, la tensión crece al ritmo que -nos convence de asumir- resulta ser el justo y necesario, dosificando los datos y deshilando la trama como “no habría” otra forma de hacerlo; la emoción se constituye, y va tomando su lugar para no abandonarlo; los personajes nos van ganando lentamente las ideas y los sentires, nos comprometemos con ellos, con sus causas… cualquier cliché se disimula en su efectividad… ya somos parte y tomamos partido… la construcción de la épica comienza a concretarse… Los héroes serán tales, aun en el atisbo de sus miserias.
Para ello es necesaria la conjugación: para que la historia, los personajes, la banda sonora, la fotografía, la puesta en escena, la recreación de época, las actuaciones, se lean en su unidad. Y se disfruten en ella. Casi como adquiriendo el sabor de la unicidad.
Que para esto el filme contemple hechos verídicos más o menos recientes, es un mero dato agregado. Útil, claro está, en términos de verosimilitud; nunca imprescindible. Funcionaría de todos modos aun si fuera el resultado de una absoluta creación original, ficcional. Que el espectador no conozca los sucesos históricos detrás de los relatados tampoco será óbice para que lo aprecie, y lo valore, como hecho artístico.
De todos modos, reivindiquemos este espacio también para ponernos en contexto: Las “Relaciones Estados Unidos-Vietnam, 1945-1967: Un estudio elaborado por el Departamento de Defensa” ‑documento al que se suele denominar “Papeles del Pentágono” (Pentagon Papers)‑, es el nombre oficial del informe, secreto en su momento, que da cuenta de los vínculos entre el gobierno de los Estados Unidos de América y la región de Indochina, principalmente la zona conocida como Vietnam, y su participación militar allí. El mismo abarca las administraciones de Harry S. Truman, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, por lo que comprende tanto a gobiernos demócratas como republicanos. Además, involucra también al gobierno de Richard Nixon, tanto por la prolongación de la Guerra de Vietnam durante su gestión, como por el inicio de la publicación de los “Papeles…” por parte de los periódicos The New York Times y The Washington Post y la dura oposición de su gobierno a que ello aconteciera. La difusión de los “Papeles del Pentágono” y el escándalo que ello provocó serán el antecedente del caso Watergate, que lo llevó a dimitir.
El informe, encargado en 1967 por el entonces Secretario de Defensa Robert McNamara, consta de 47 volúmenes -miles y miles de páginas- en las que se da cuenta del accionar estadounidense y se evidencia cómo, durante décadas, se omitió información, se tergiversó información y, lisa y llanamente, se le mintió a la opinión pública, e incluso al propio Congreso norteamericano, sobre el desarrollo de los acontecimientos y el porqué de ciertas decisiones.
Ante estos hallazgos, y opuesto a la prosecución de la guerra, uno de los funcionarios involucrados en la investigación y elaboración del documento, Daniel Ellsberg (Matthew Rhys en el filme), logró extraer clandestinamente de los archivos estatales las alrededor de 7.000 páginas del informe ‑trabajo de algunos meses durante 1969‑ y realizar varios juegos de copias que luego filtraría a la prensa.
El primer periódico en publicar parte de ese material en primera plana sería The New York Times. Esto comenzó a acontecer el 13 de junio de 1971. Inmediatamente, el gobierno de Nixon realizó las gestiones para impedirlo e inició acciones judiciales contra el diario. En pocos días, una resolución judicial a nivel federal logró su cometido. Entonces fue el turno de The Washington Post, el que era considerado aún para la fecha un medio de prensa “local”, y que vio, en la posibilidad de darle continuidad a la publicación, una oportunidad única de posicionarse de otro modo en el ambiente periodístico de su país. Por lo tanto, también ese medio se vio involucrado en las denuncias del gobierno por atentar contra la defensa de la seguridad nacional. Las acciones llegaron hasta las más altas autoridades del Poder Judicial.
El 30 de junio de 1972, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos falló definitivamente ‑por 6 votos contra 3‑ a favor de la inconstitucionalidad de los recursos presentados por el gobierno para detener las publicaciones y garantizando el derecho a continuar con las mismas. Para muchos, una gran victoria de la Primera Enmienda a la Constitución de los EE.UU. en materia de libertad de prensa. Uno de sus “pilares modernos”, como se lo denomina. Recién en junio de 2011 el informe completo fue desclasificado y vio la luz pública, poniéndose al alcance de quien lo desee.
The Post centra su relato en los días previos -fundamentalmente- y posteriores a la primera publicación de estos documentos y a los acontecimientos judiciales referidos, con un breve preámbulo que recrea sucinta y simbólicamente parte del trabajo llevado adelante por Daniel Ellsberg durante los años anteriores. Allí aparecerá ya la referencia a la máquina de escribir ‑en medio de la guerra‑ también como un arma seria y poderosa a tomar en real consideración. En ese contexto, dos figuras ocuparán el lugar central: por un lado, la dueña y editora de The Washington Post, Katharine Graham (una vez más, una brillante Meryl Streep), y por otro, su jefe de redacción Benjamin “Ben” Bradlee (el siempre solvente Tom Hanks). En torno a ellos girará la acción, acompañados por una gran cohorte de personajes secundarios muy bien resueltos.
Katharine Graham ha quedado a cargo del diario, propiedad de la familia, luego de la muerte de su padre y, posteriormente, de su esposo. No era algo que tenía previsto, si bien conoce y ama profundamente el medio. Cierta inseguridad, cierto atendible temor, se percibirá en sus movimientos. Es la primera mujer en ocupar ese lugar, por lo que deberá enfrentarse a la subestimación constante por parte de sus pares en el directorio del Post. Además, la situación financiera de la empresa ha generado la necesidad de poner acciones a la venta en la Bolsa de Valores por primera vez en su historia. Decidir la efectiva publicación de los “Papeles...” podría generar que los banqueros resolvieran retirarse de la operación iniciada. También podría ir a la cárcel por ello. Su pertenencia a la alta sociedad de Washington y sus cercanías con diversas figuras de la política vinculadas a las mentiras no pesarán menos. Tendrá que elegir en varias oportunidades y no será sencillo. La asunción de su lugar irá de la mano de algunas de sus decisiones más difíciles. Mujer que emprenderá un proceso de empoderamiento, podríamos referirlo en términos actuales. En tiempos de movimientos feministas varios generando diversos reclamos y campañas en el mundo Hollywood, el personaje de Graham le permitirá a Spielberg intentar la empatía con ciertas posturas y reivindicaciones (corrección política, que le llaman). Afortunadamente, sin estridentes editorializaciones, sin palabrerío; con cierta sutileza ‑en la que la interpretación de Streep colabora invaluablemente‑, bien incorporada a la trama y en términos más puramente cinematográficos.
Por el otro lado, nos encontramos con el veterano de prensa Ben Bradlee; un periodista avezado, algo cansado de estar en segunda línea y de que “su” periódico lo esté. Cansado de las coberturas que no hacen diferencia alguna, ni en el competitivo mundillo de la prensa, ni dentro de la sociedad de la que forma parte. Cansado de no pesar a nivel nacional, de cubrir noticias más que de salir a su encuentro. En fin, con ánimos de reconocimiento; aunque sin petulancia. Sus ánimos de grandeza también encontrarán evolución al enfrentarse a la posibilidad de acceder a los informes que el gran medio neoyorquino fuera impedido de continuar divulgando. Al igual que Graham, deberá sopesar su trabajo en relación a su historia personal, a sus contactos y amistades políticas y a posibles decisiones previas que lo habrían apartado de la más estricta ética periodística.
Y para que todo lo expresado adquiera carácter de importante, en términos artístico‑cinematográficos, hallamos a Steven Spielberg y su troupe, algunos de cuyos miembros ya se conocen al dedillo: Janusz Kaminski desde la fotografía, John Williams desde la banda sonora, Michael Kahn desde la edición... De su interacción ‑en la que también los actores cumplen un rol insoslayable, reiteramos‑ surge la conjugación que permite el fluir del mejor cine norteamericano: un registro siempre funcional a la narración, sin alardes; una composición musical efectiva, que no efectista; la alternancia de ritmos para manipular nuestras emociones, desde la pausa ‑sin estiramientos innecesarios‑ a la hora de convocarnos a pensar en sentimientos y disyuntivas de los personajes, al compás trepidante en los momentos de mayor tensión, con el crescendo al que no podemos dejar de percibir ‑la maestría nos convence de ello‑ como el necesario y mejor logrado posible; una puesta en escena ‑montaje adosado‑ de sincronización absoluta, coreográfica por momentos (ciertos breves planos‑secuencia se ubican entre lo mejor del filme); los mensajes detrás de la historia dosificados de tal modo que nos resultan absolutamente convincentes en ese contexto tan precisamente diseñado; incluso los toques de humor propios de la cinematografía estadounidense en una proporción medida y eficaz... Sencillamente, disfrutable.
A esto podríamos sumarle el reconocimiento y el homenaje más, o menos, explícito, a Todos los hombres del presidente, la gran película de Alan J. Pakula, de 1976 ‑alguno de los planos con los que cierra The Post son los mismos con los que abre el filme de Pakula, por mencionar sólo un detalle deliciosamente cinéfilo‑, con los protagónicos de Dustin Hoffman y Robert Redford como los periodistas de The Washington Post Carl Bernstein y Bob Woodward, aquellos signados por la historia para destapar Watergate, y el propio personaje de Ben Bradlee interpretado por Jason Robards; la acertada utilización de material de archivo, tanto visual como sonoro -las participaciones de Richard Nixon utilizando audios propios de la Casa Blanca están resueltas de forma exquisita, si se nos permite el adjetivo‑; la recreación de época centrada en la tecnología propia del período, que tanto contrasta con las actuales posibilidades, y que permite vislumbrar las dificultades con las que podían enfrentarse aquellos periodistas: teléfonos, medios de transporte, imprentas, etcétera; de la mano de esto, la propia recreación de una forma de hacer periodismo que asoma tan lejana, tan de otra era, quizá más artesanal, con algo propio de cierta ritualidad que asoma perdida...
Todo confluye para que nuestros héroes, aun tan miserables en su mundanidad, logren su objetivo de confundirnos y convencernos de que lo son. Para que creamos en sus batallas y hasta deseemos pelearlas a su lado. Para que celebremos sus victorias y asumamos la trascendencia de las mismas. Trascendencia que es también la de la libertad de prensa, con su deber de prestar servicio a los gobernados, nunca a los gobernantes.
Se lo debemos al cine.
“Las noticias son el primer borrador de la historia”, se escucha decir en The Post. Tal vez este artículo sea, simplemente, el primer borrador del que se redacte en años sobre un clásico.