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TERMINADA LA HUELGA GENERAL DE 1973

 Publicado: 02/08/2017

Después de la batalla


Por Eduardo Platero


¿Quién había ganado? ¿Quién había perdido? Era la pregunta, el Golpe se había consumado, la huelga se había levantado y cada parte tenía muy claro que la batalla, con su dureza, no había dado un ganador. La que llamamos “Victoria de Samotracia” representa a Atenea Nike, la Diosa de la Victoria que agitaba sus alas sobre los vencedores. Pero en este caso la Diosa, indecisa, sobrevolaba el campo sin elegir vencedor porque… ¡habría segundas partes!

En el campo de la Dictadura había que recomponer el esquema institucional ya que el Cosena, el Esmaco y la Junta de Comandantes en Jefe debían encontrar ubicación precisa en un orden institucional que intentaba emparchar lo nuevo con lo que sobrevivía de lo viejo. Habían renunciado ministros y otros cargos; el Vicepresidente Jorge Sapelli no quiso saber de nada y se fue para la casa, y la suplantación del disuelto Poder Legislativo dio trabajo porque no abundaban los dispuestos que, además, reuniesen cierta respetabilidad. Hubo que disolver las Juntas Departamentales y decidir acerca de los Intendentes. Con el gran problema que representaba la Intendencia de Montevideo.

La capital se complicaba porque en los acuerdos internos de los militares la Marina había obtenido una expansión de lo que llamaban “Perímetro de Seguridad” que, hasta Boiso Lanza abarcaba desde el Puerto hasta la calle Juncal (por eso las barricadas fueron allí) pero en sus negociaciones secretas habían logrado extenderse hasta Ejido. Desde entonces, de Ejido hasta el Puerto patrullaba la Marina y eso motivó que reclamasen para uno de los suyos la Intendencia de Montevideo. Durante unos días, y sin hacerlo público, hubo dos futuros intendentes: un Capitán de Navío y un Coronel, lo que dejó en el cargo al Dr. Óscar Rachetti en tanto se dilucidaba el asunto. Con timidez al principio y cada vez con más confianza, Rachetti volvió al despacho que había abandonado para esperar en una piecita a quien viniera a sustituirlo.

¡Cosas del destino! Era tercer suplente del Dr. Glauco Segovia y terminó Intendente. Cuando el Golpe duró porque había dos candidatos y llegó hasta ser considerado como un posible Presidente provisional en caso de una salida por etapas. Creo que se fue porque, luego de los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz llegó a ser muy peligroso “ser tenido en cuenta”. Y porque se vio venir el colapso de la tablita. Se fue dejando un superávit en pesos que se esfumó luego de su ruptura: las deudas eran en dólares.

Alejandro Végh Villegas se llevó a la tumba lo que se conversaba acerca de posibles salidas al finalizar el período constitucional de Bordaberry. Nunca sabremos quienes estaban de un lado o de otro y cómo esos asesinatos cortaron el diálogo. Tomó distancia, se fue de viaje y estuvo tiempo sin volver.

¡Qué decir de los problemas internos! Eran muchos los que pretendían comandar y ninguno tenía la fuerza necesaria para imponerlo. Insisto en que el Golpe fue forzado, adelantado, precipitado por Bordaberry. Y en los acuerdos de Boiso Lanza había conseguido un lugar en la patota. En el seno de las Fuerzas Armadas había logias, banderías y personalidades con más o menos fuerza pero ninguna podía imponerse.

Hicieron de la necesidad virtud y terminaron por aplicar rígidamente “el orden de derechas”. El resultado fue que Hugo Chiappe Posse terminó Comandante en Jefe pese a no ser de los del “Pacto de la Buseca”. Debía su ascenso a Pacheco Areco. Algo similar pasó con la Marina, con la diferencia de que Víctor González Ibargoyen asumió, pero dejó hacer a Hugo Márquez, emparentado políticamente con los hermanos Zubía. Ese “orden de derechas” se mantuvo hasta el final porque no había fuerza para cambiarlo. Le sirvió al Gral. Gregorio Álvarez para forzar el pase a retiro de Julio César Vadora, que no pudo imponer su interpretación de que había que contarle los diez años desde que ascendió a Teniente General. Pero el mismo implacable orden de derechas, a su tiempo, impuso a Hugo Medina en el cargo de Comandante en Jefe.

Me estoy refiriendo únicamente a lo que trascendía, porque el hermetismo aún perdura; no sabemos de la misa, la media. Pero los forcejeos y los esfuerzos por acomodar las cosas sin llegar a la definición armada eran constantes. Un reflejo de ello fueron los “cónclaves”. Se encerraban a discutir, anunciaban Cadena Nacional para las 19 horas, la atrasaban una o dos veces y terminaba ocupándola el gárrulo de Nelson Bolentini (otro de los que se subieron al carro) con interminables parrafadas que no decían nada.

Bueno, “nada”, precisamente no: siempre incluía el patriotismo y sus buenas intenciones y que había que terminar con la subversión. Concepto que tomó cada vez mayor amplitud. En setiembre del 72 habían celebrado su Victoria contra la Subversión. Pero llegaron al Golpe y continuaron dándonos palo a nombre de la Seguridad Nacional. Fue consagrándose aquello de “dar seguridad al desarrollo”.

He ido y venido en el tiempo, pero no hay otro remedio. Resumiendo: no había ni línea clara ni conductor indiscutido, cosa que Bordaberry aprovechaba muy bien para encaminar las cosas hacia la represión.

El garrote los unía. Por infinidad de razones, en el marco de una situación continental caracterizada por los golpes militares se puede decir que “se habían subido al tigre”, lo que volvía imposible retroceder. Ese imposible retroceso era la argamasa que los mantuvo unidos hasta que el desgaste y la imposibilidad de manejar las cosas y contener el avance popular los obligó a buscar una salida.

Del otro lado estábamos “nosotros”. En un sentido amplio el sector mayoritario del Partido Nacional, en su gran mayoría combativos seguidores de Wilson y Carlos Julio, pero también una serie de prudentes que prefirieron mantenerse alejados. Desensillar hasta que aclare. En el Partido Colorado apoyaba declaradamente el sector pachequista, que incluía a los sobrevivientes de la dictadura de Terra, al sector financiero que había asumido el control de la política económica y sectores populares vinculados por el viejo clientelismo o por el anticomunismo primitivo. Jorge, que aprovechó para cerrar “Acción”, que ya iba rumbo a la quiebra, estaba en contra. A su vez los militares lo tenían en la mira desde “la infidencia”. Vasconcellos totalmente en contra pero aislado. En cambio, Julio fue prudente, benévolo y sigiloso. La Dictadura le cerraba el paso, cierto. Pero era joven, podía esperar y mantenerse al margen. Él salió del Gobierno, pero alentó a los suyos que no ocupaban cargos muy visibles a mantenerse.

En lo que hace a la sociedad, a lo que no determinaba su conducta por las decisiones de los partidos, la opinión era mayoritariamente contraria a la dictadura. Bordaberry ya no gozaba de mucha simpatía y el viejo antimilitarismo de batllistas y blancos independientes se veía alimentado por el torpe comportamiento de estos. El año 72 fue un año de miedo y el 73 confirmó los más profundos temores acerca de la brutalidad militar y su total incomprensión para con la sociedad civil. Pese a ello, una porción menor, pero importante, sobre todo de los sectores más acomodados, alentaba una esperanza. Creían que, tal vez, los militares traerían por fin el orden y terminarían con los escándalos de la corrupción y con la ineficacia de los políticos. Y con “la amenaza comunista” que tanto miedo había dado en los días previos a la elección del 71.

Esperanzada simpatía que la Dictadura se encargó pronto de disipar; los líos internos, la falta de rumbo y una actitud generalizada de “aquí mando yo” provocaron un distanciamiento rápido. El 23 de setiembre del 73 realizaron un nuevo “Desfile de la Victoria”. Ante una raleada fila de espectadores que los contempló a lo largo de 18 de Julio con más temor que entusiasmo. Por supuesto, quienes alentaban esperanzas en el Club Uruguay no fueron a aplaudirlos. Nunca iban a manifestaciones o desfiles. Forcejeaban y tejían recatadamente.

Las iglesias habían sido refugio de la resistencia; y su jerarquía, sin pronunciarse públicamente, se mantuvo fríamente lejana. Unos pocos curas en el Interior los apoyaron, pero la actitud general fue de oposición y en muchos lados la resistencia se cobijó en los templos para reunirse. Ni que decir que la figura del Pastor Emilio Castro marcaba una línea claramente opositora general a las iglesias protestantes serias.

No vale la pena ahondar más, ya lo han hecho encuestadores y estudiosos. Lo mío son recuerdos que trato de mantener incontaminados para no deformarlos con mi presente.

Y nuestro asunto, el directo e insoslayable, tenía que ver con el movimiento sindical. ¿Cómo habíamos salido de la Huelga?

No todos los trabajadores habían cumplido los 15 días de huelga; incluso en algunos sitios no se había podido llegar mucho más allá de medidas como paro de brazos caídos o a desgano, “operaciones ruido” o cosas así. No se cobraron cuentas, el sentimiento general era de que todos habían hecho todo lo posible y aun más. Y que lo importante era seguir juntos. Distinto fue el caso de la traición del principal dirigente de AMDET, que pactó con los militares tratando de salvarse y ordenó salir a trabajar. Restablecer la situación allí fue heroico y a como diera lugar. Pero se restableció, y el traidor jamás volvió a mostrar la cara. En general los trabajadores, ocupantes o no ocupantes, se reencontraron con fraternidad y todos colaboraron en el rescate de los que habían desfallecido.

Diríamos, para los dirigentes, los que tenían responsabilidades, la exigencia fue absoluta. Para los compañeros que dieron hasta donde pudieron: comprensión, apoyo e integración.

Pero teníamos enormes pérdidas.

UTE ya venía prácticamente ocupada desde el 69. El “bajar la palanca” era algo imaginario: cortar de veras todos los servicios eléctricos significaba cortar por Subestaciones, apagar lentamente las calderas y sabotear lo que venía de la represa. Llevaría horas o días e implicaría acciones coordinadas de cientos de personas en distintos lugares. En el 69 se pudo cortar algo y desde entonces, con despidos y vigilancia lugar por lugar, era imposible. En ANCAP apagamos la llama, pero la represión y el desalojo de la planta de La Teja fueron brutales. Lo mismo en el Frigorífico Nacional. En Limpieza se logró quebrar en el Cantón Central en medio de una situación muy complicada. Dirigía el Operativo Gilberto Vázquez, Capitán del 4º de Caballería, y lo primero que hizo fue tomar rehenes. Los puso en fila, los quintó y despareció a los quintados. El chantaje y la colaboración de amarillos que estaban agazapados cumplieron con el objetivo.

En los Entes fue muy duro y en muchas oficinas del Gobierno Central fue poco lo que se podía hacer, salvo faltar.

También en la actividad privada fue seco y brutal el golpe y se dirigió directo al esqueleto que sostenía a las organizaciones sindicales. Un decreto de los primeros días había habilitado a las patronales privadas a despedir por “notoria mala conducta” y teníamos entre dos y tres mil despedidos. Sin indemnización y en Lista Negra. ¡Dos o tres mil familias golpeadas de lleno! Dos o tres mil compañeros que de la noche a la mañana habían quedado en la calle. No quiero internarme en el drama que fue para cada uno de ellos, no podría. Consideremos esos despidos en su impacto sobre la organización sindical. Fue un golpe tremendo. Los despedidos eran los delegados, los comités de base, los líderes naturales de cada centro de trabajo.

Significaba un debilitamiento sensible para los sindicatos que debían, antes que nada, restablecer la estructura de base en medio del temor que despertaban los despidos. ¡Había que atreverse a recoger el estandarte! Fue difícil, hasta por la separación física; ni los despedidos, ni los representantes del sindicato se podían acercar a los centros de trabajo con la facilidad de antes. Montevideo fue repartido en zonas que quedaban bajo la custodia de las distintas unidades militares, y los directivos de las empresas estaban obligados a avisarles ante cualquier reunión o presencia sindical. Muchos patrones lo hacían presurosos y felices. Rescato el honor de algunos que se hacían los distraídos, pero no fueron muchos.

En cambio, fue algo conmovedor la forma en que la solidaridad con los despedidos motivó a compañeros hasta entonces en segunda fila a asumir responsabilidades. Empezando por la colecta para ayudar al despedido. Utilizando palabras de Arismendi, no éramos un grupo selecto de conspiradores: éramos los electos por los compañeros, y ellos y nosotros respondíamos solidariamente.

Con todo, el restablecimiento de las condiciones de funcionamiento dio trabajo y llevó su tiempo. Ayudaba el convencimiento de que lo hecho había sido justo, y la práctica que nos habían dado las Medidas Prontas de Seguridad continuas de Pacheco. Teníamos segunda y hasta tercera fila prontas para los reemplazos.

Durante la Huelga hubo cientos de detenciones y se allanaron, ocuparon o cerraron unos cuantos sindicatos. La UNTMRA fue ocupada por una Comisaría que se instaló en ese local y pocos días más tarde sucedió lo mismo con el local del SUNCA en la calle Yí, a la vuelta de una Comisaría que trasladó su sede. ADEOM, la FUM y ¡hasta el Club L’Avenir!, que estaba enfrente de Inteligencia y Enlace, fueron allanados, cerrados momentáneamente y codiciados como sedes posibles. La tenacidad de quienes a fuerza de presencia lo impidieron es un capítulo aún no escrito.

Los presos que en los primeros días fueron a dar a las comisarías pronto colmaron la capacidad de las mismas y se terminó por convertir al Cilindro Municipal en cárcel. En una tarde llegamos a ser medio centenar y ya al otro día sobrepasábamos largamente el centenar para aumentar diariamente. En la tarde noche del 8 de julio cayeron cerca de quinientos. Todos pasaban por una oficinita en medio de la tribuna principal y luego terminaban de remontar la escalera y llegaban. Como todo el que se iba o llegaba, recibía un aplauso de los demás. Es otro capítulo, del cual únicamente hay testimonios sueltos y un estudio serio en el trabajo de la Universidad.

Y a esto hay que agregarle que aproximadamente doscientos dirigentes sindicales fueron requeridos con publicación de su nombre y foto en los medios de prensa. Razón por la cual debían actuar ya desde la clandestinidad. Esto implicaba, e implica, una contradicción porque la esencia de un dirigente de masas es su contacto con ellas. Hubo que arreglarse…

Y nos arreglamos, luego de la decisión de dar por finalizada la Huelga para pasar a otras formas de lucha y resistencia, en votación dividida. El “Documento de las tres F” exigía responsabilidades por lo que consideraban una conducción claudicante de la mayoría de la CNT, pero no estuvo en juego en ningún momento la continuación de la lucha y la unidad.

De acuerdo a lo que ya era una modalidad, que la lucha contra las Medidas Prontas de Seguridad había vuelto habitual, se reunió la Mesa Representativa y se procedió a dividirla en tres. Respetando las tendencias y la representatividad, un tercio tomaba a su cargo la conducción diaria, otro mantenía contacto y ayudaba en la discusión de los temas más complejos y el tercer tercio quedaba en reserva.

Todo un tanto relativo, pero, en general, cumplíamos con lo elemental de las reglas de la clandestinidad.

Una anécdota final para mostrar en qué medio nos movíamos. Esa Mesa se realizó en un local de La Teja que consiguió Juan Antonio Iglesias, dirigente del vidrio y los Diablos Verdes, un hijo del barrio. Me dieron la dirección, la memoricé y la destruí, y me fijé cómo llegar. Pero me desorienté y para no andar dando vueltas opté por preguntarle por la calle tal a una señora de años que estaba barriendo la vereda de su casa. Con el mayor disimulo, tratando de parecer un cobrador o cosa así. La señora paró su tarea, se enderezó sonriente y me dijo: “Es la otra cuadra, Platero, recién pasaron el Gallego (por Iglesias) y el Canario Félix (por Díaz)” Y continuó su barrido.

Era difícil pasar desapercibido, pero mucho más difícil era que alguien de La Teja nos considerara delincuentes.

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