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Indecisos
Por Cuque Sclavo
El tipo entró al cuarto de votación y se sintió como la primera vez, cuando lo encerraron en penitencia, en el cuarto del botiquín de la escuela, porque lo sorprendieron aquel día copiándole a Gutiérrez el problema de matemáticas.
Recordó el olor del licor de menta, el más suave de la malva del patio de la escuela que se le mezclaba con los gritos del recreo, que los demás gozaban jugando al fútbol. De mientras, él, a solas con su vergüenza, imaginaba la llamada de la directora a sus padres y la humillación de su vuelta a clase, después de todo aquello del arsenal del traficante de armas.
En el cuarto de votación era otro indeciso más. Pero con la diferencia de que él sabía a quien votar. Su indecisión era diferente. Era cómo hacer, qué cara poner frente a las cámaras de TV y las fotos cuando saliese de ese cuarto de votación. desde donde no quería salir nunca más.
Era el diputado del escándalo y su interpelación al ministro del Interior había sido penosa con motivo del sonado affaire del traficante de armas que se había suicidado o lo habían matado. Y, de garrón, lo del agente de policía Mario Morena, que ni estaba armado.
-Como a mí. Me mandaron a la guerra con un tenedor-, se dijo el Señor Diputado.
-Me la dieron como un sonso, pegadita y con saliva.
Pero eran tiempos de elecciones y el peruano, jefe de la campaña publicitaria de su partido y siguiendo sus manuales, así lo había decretado. Se necesitaba un golpe de propaganda y él era el encargado de ejecutarlo.
- La quedé- se dijo, mientras ponía su voto en la urna.
Miró al Cuqui y lo puteó.
El oncólogo votó temprano. Los domingos él era el encargado de hacer el asado.
-La de siempre- pensó. -Soy el Supremo Asador- se dijo, y evocó la repetida historia de los que querían que pusiese los chorizos y las achuras de primera, las eternas discusiones de las mujeres de cómo armar la ensalada y los "¿falta mucho?" de los nenes, muertos de hambre.
Votó, como siempre, cansado, el mandato de la amistad, la familia y sus deberes gremiales. Sin creer en ninguno de ellos. Afuera, no había cámaras.
Y aunque había jurado que no lo haría, mientras la pajulla y las piñas hacían las primeras llamas y el tronco trasfoguero comenzaba a arder, fue a su consultorio para ver las placas de Saúl Feldman. Era un cáncer de puta madre. Eso de de matarse o matar, siempre es absurdo. Pero es lo de siempre.
-Algo así como las elecciones- se dijo.
Y se sirvió un doble de whisky con agua de la canilla, mientras colocaba en la parrilla los primeros rolos finos para armar el fuego...