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GOETHE, EL JOVEN WERTHER Y EL COMIENZO DE UN SUEÑO (I)

 Publicado: 01/02/2017

Un pilar en que descansó el sueño del romanticismo


Por Fernando Chelle


EL PRERROMANTICISMO Y EL STURM UND DRANG

Hace poco tiempo, releí Las cuitas del joven Werther (1774), para mí, uno de los libros más entrañables del gigante de las letras alemanas, Johann Wolfgang von Goethe (Fráncfort del Meno, Alemania, 28 de agosto de 1749 ‑ Weimar, Alemania, 22 de marzo de 1832). Desde ese momento, me propuse escribir un artículo que reparara en la importancia capital de la obra como precursora del Romanticismo, y que también comentara algunos pasajes significativos de las cartas del sufrido personaje. No se trata de la única obra que se apartó de las concepciones estéticas y el sistema de pensamiento imperante en su siglo, pero quizá sea la más significativa y la más influyente dentro del prerromanticismo europeo. La obra se publicó ya casi en el ocaso del siglo XVIII, un siglo que estuvo marcado en su primera mitad por la Ilustración, la estética neoclásica, el racionalismo, un momento histórico donde filosóficamente no solo se exaltó el papel de la razón en la adquisición del conocimiento, sino también se rechazó el papel de los sentidos a la hora de interpretar la realidad. En la segunda mitad del siglo comienzan a aparecer, en diferentes países de Europa, obras que claramente se oponen al neoclasicismo, no solo rechazando las reglas impuestas por ese movimiento estético, sino también mostrando otra concepción de la vida del hombre, donde se deja de lado la tan glorificada razón, para darle prioridad a los sentidos y expresar los diferentes sentimientos de las formas más intensas. En Inglaterra, el cuestionamiento al culto de la razón se dio junto a la reivindicación de la obra de Shakespeare, y muchos autores dejaron de lado ese culto de la primera mitad del siglo, para dejarle lugar en sus obras literarias, al sentimiento y a la individualidad. Las cuitas del joven Werther es una de las obras que podríamos inscribir dentro de ese clima que se estaba dando en el viejo continente y, como referí, no fue la única, ni tampoco la primera. Si tuviéramos que elegir la obra que funcionó como una bisagra hacia el movimiento cultural que daría lugar con el tiempo al romanticismo, tendríamos que detenernos en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, una obra de 1755, del filósofo suizo Jean‑Jacques Rousseau (Ginebra, Suiza, 28 de junio de 1712 ‑ Ermenonville, Francia, 2 de julio de 1778). Esta es una obra que presenta una visión del mundo radicalmente diferente en el siglo XVIII, con valores revolucionarios, como la libertad y la igualdad, valores que serán las banderas de la Revolución Francesa en 1789 y que comprenden una idea del mundo completamente diferente a la de la época. Allí Rousseau sostiene que es la sociedad la culpable de la corrupción y degradación del hombre y que la salvación definitiva del individuo estaría volviendo a un estado natural, primitivo, donde reencontraría su bondad natural. También se refiere allí al origen del mal, haciendo una feroz crítica a la propiedad privada:

"El primer hombre a quien, cercando un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso hubiese gritado a sus semejantes: “¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!”.[1]

Después de esta obra, irán surgiendo muchas otras que mostrarán nuevas concepciones, no solo desde lo social, sino también desde lo estético. La naturaleza, que había sido vista como un lugar estático y equilibrado por el neoclasicismo, pasa a ser para el escritor prerromántico, que siempre preferirá lo misterioso a lo manifiesto, como un lugar salvaje, como un lugar por explorar. Así la concibió el poeta escocés James Thompson:

"Pero ahí llega el poderoso Rey del Día, que se regocija en el Este: la nube que mengua, el encendido azur, la cima de la montaña que se ilumina con oro fluido, la proximidad de su llegada presagia alegría. ¡Mirad! Ahora, todo manifiesto, oblicuo sobre la tierra brillante de rocío y el aire lleno de color, mira hacia afuera con ilimitada majestad e ilumina el radiante día, que bruñido juega sobre las rocas, colinas, torres y sinuosos arroyos que en lo alto refulgen desde la lejanía."[2]

James Macpherson (Ruthven, Reino Unido, 27 de octubre de 1736 ‑ Inverness, Reino Unido, 17 de febrero de 1796), autor de Las obras de Ossian, fue uno de los escritores que más influencia tuvieron dentro de los escritores europeos de la época, influencia que llegó claramente a Goethe y que aparece referida explícitamente en un fragmento de Las cuitas del joven Werther. Fueron muchos los escritores que podríamos calificar de prerrománticos, y que contribuyeron a abonar el terreno donde germinaría el sueño del romanticismo; los encontramos a lo largo y ancho de toda Europa, pero, como mi interés en este estudio es centrarme específicamente en la novela juvenil de Goethe, me detendré únicamente en Alemania y en el movimiento juvenil del Sturm und Drang.

En el año 1776, en Alemania, Maximilian Klinger (Fráncfort del Meno, Alemania, 17 de febrero de 1752 ‑ Tartu, Estonia, 25 de febrero de 1831), publicó una comedia, titulada en alemán “Sturm und Drang” (tormenta e impulso, en español), término que se asignó a un movimiento literario que tuvo lugar en el antiguo país de los teutones, entre los años 1770 y 1785. El miembro principal de este movimiento fue precisamente Johann Wolfgang von Goethe. A comienzos de la década de 1770, Goethe se hizo amigo del pastor luterano, filósofo e historiador Johann Gottfried von Herder (Morąg, Polonia, 25 de agosto de 1744 ‑ Weimar, Alemania, 18 de diciembre de 1803), quien lo influenció en el interés por la obra de Shakespeare. Este religioso, arduo defensor de la poesía popular alemana, concebía al hombre como una expresión terrenal de la divinidad, sostenía que cada individuo debía ser original e individual y eso debía ser exaltado en la obra de arte. Cuestionaba el uso de la razón como la única vía hacia el conocimiento; para él, el artista debía leer la realidad a partir de su subjetividad, de su alma, de su instinto, de sus sentimientos. Estas ideas calaron hondo en el joven Goethe, quien colaboró con un ensayo del pastor luterano, publicado en el año 1773, titulado Sobre el estilo y el arte alemán, un verdadero manifiesto del Sturm und Drang.

El movimiento se caracterizó por escribir una poesía individualista, libre, apasionada, tormentosa, inclinada hacia lo misterioso y lo salvaje. Rechazaron fervientemente el racionalismo y se inclinaron por procesos vinculados al misticismo. La naturaleza, que por lo general era vista como un gran organismo, en Las cuitas del joven Werther es a su vez el origen y la inspiración del arte, hay una actitud casi científica por parte del personaje a la hora de observar los fenómenos naturales, una visión panteísta de la creación. En esta obra de la juventud de Goethe, publicada por el autor alemán cuando solo contaba con veinticinco años, se encuentran los pilares de la literatura romántica, es por eso que decidí titular este estudio “Goethe, el joven Werther y el comienzo de un sueño”. La emancipación espiritual, confesada íntimamente, mostrando la singularidad más profunda del alma del artista, esencia de la poesía romántica, es lo que encontramos en Las cuitas del joven Werther.

LA NOVELA

Las cuitas del joven Werther es la obra más representativa de Johann Wolfgang von Goethe, del período en que formó parte del movimiento literario Sturm und Drang. Se trata de una novela epistolar publicada en el año 1974. El tema central es el amor frustrado del joven Werther, situación que lo sumerge en un estado melancólico y depresivo que lo lleva a tomar la decisión de suicidarse. La acción del relato se encuentra contada en las cartas que el protagonista envía a su amigo Guillermo. En líneas generales el argumento es el siguiente: Werther es un joven artista que para huir del mundo burgués y explorar su sensibilidad se retira al pueblo de Wahlheim. Allí vive gustoso en medio de la naturaleza y completamente seducido por las costumbres sencillas y naturales de los habitantes del lugar. En cierta oportunidad es invitado a un baile, donde conoce a Carlota, una muchacha hermosa, hija de un personaje distinguido, que estaba encargada de cuidar a sus hermanos desde la muerte de su madre. Werther se enamora rápidamente de la muchacha, pero, lamentablemente, ella ya se encuentra comprometida con Alberto. El protagonista traba amistad con la pareja, pero cuando ya no puede soportar el dolor de ver a Carlota junto a su prometido decide irse de Wahlheim, para ver si con la distancia logra olvidarla. En Weimar, lugar donde pasa a residir, se entera del casamiento de la pareja, lo que lo llena de dolor. Al volver a Wahlheim, continúa relacionándose con la pareja. En determinado momento, Carlota, pone distancia con Werther y le dice que por respeto a Alberto deje de visitarla tan seguido. En la última visita el joven enamorado lee, a pedido de Carlota, algunos versos de los cantos de Ossian y luego de la lectura, en medio de un llanto mutuo, se besan. Carlota, después de decir “Esta es la despedida, Werther, no me verá usted más”, se encierra en su cuarto. Al otro día, el joven escribe una carta de despedida, y luego de cerciorarse con su criado de que Alberto se encuentra en la casa le escribe una esquela pidiéndole el favor de que le preste unas pistolas que necesita para un viaje. Cuando llega el criado de Werther a la casa de Alberto, este se encuentra con Carlota; después de leer la esquela que le ha entregado el muchacho, le solicita a su esposa que entregue las pistolas al mozo y a este le ordena decirle a Werther que le desea buen viaje. Carlota descuelga las pistolas temblando, las entrega y se encierra en su cuarto temiendo lo peor. A la medianoche Werther se dispara en la cabeza. Solo un vecino ve el fogonazo y oye el estallido, pero no se ocupa del tema. A las seis de la mañana, ya con la luz del día el cuerpo del joven y apasionado artista es encontrado por su criado aún con vida, pero tras una larga agonía al mediodía deja de respirar. El cuerpo es sepultado a las once de la noche sin acompañamiento de eclesiásticos.[3]

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