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10 DE MARZO DE 1985
El último día en el Penal de Libertad
Por Miguel Millán
Primera parte
Era domingo. El Presidente democrático me había retenido prisionero nueve días.
Así comienza Tomás Rivero (número 2595 en el mameluco de preso) recordando ese día específicamente. Es muy difícil que pueda concentrar y sintetizar su relato, lo sabe él, lo sufrimos todos. Tomasito cumplió este mes 85 años y quienes lo tratan lo continúan evocando con el diminutivo porque su humanidad de mecánico, tornero, ciclista así lo requiere todo el tiempo de su historia.
Serían las 10 de la mañana cuando por la ventana enrejada, fierros verticales y horizontales, cuatro y siete, como los comunicados famosos, del quinto piso del Penal vieron que llegaba un camión, lleno de gente con banderas, y quedaba allá en la Ruta 1; luego se fueron sumando otros vehículos, después ya no pudieron contar más.
Hacía muchos días que vivían con las celdas abiertas y que los presos deambulaban por las distintas planchadas. Tomás estaba solo en aquella celda del quinto piso y, como tenía un panorama privilegiado desde su ventana enrejada, hasta allí vino un preso de otra ala. Ese compañero, del cual no recuerda el nombre ni el número, llevaba allí adentro más de diez años. Se subió a la cucheta de más arriba, la que le permitía ver perfectamente hacia la ruta.
Tomás había comenzado a preparar el mate y había propuesto a otros que siguieran con sus actividades cotidianas para no levantar la perdiz pues había presenciado el momento en que se comenzaron a bajar de los camiones y una manifestación de cientos de personas avanzaba hacia el Penal caminando. La guardia se había puesto muy nerviosa; un vehículo militar con cuatro soldados armados a guerra, corriendo detrás, daba vueltas entre las barracas vacías rompiendo todo.
De pronto, lo aturde el silencio prolongado que emanaba desde la altura de la cucheta donde se había instalado el compañero. Se acercó a él y lo percibió petrificado, pálido. Le preguntó qué le sucedía. Entonces recibió la respuesta: “Nunca esperé ver esto”.
Segunda parte
Tomasito necesitaría varios tomos con sus acotaciones al pie de todas las páginas para reunir su historia de vida. Todos los que sabemos de su existencia conocemos de qué se trata. Habla y es un torrente, cataratas de recuerdos, precisiones, alcances. “A la sazón, como dicen ustedes”. “Resumiendo”, repite cada tanto cuando se percata que se fue por las ramas.
Fue de los que apagaron la luz del Penal de Libertad para presos políticos durante la dictadura cívico-militar.
Ese domingo, porque cayó domingo el 10 de marzo de 1985, quedaríamos unos trescientos presos distribuidos desordenadamente entre las celdas que habían ido quedando vacías desde agosto del año anterior; después que vimos llegar los camiones erizados de banderas y que la gente avanzaba hacia el Penal, unos cuantos se pusieron a pintar sábanas con los colores de la patria. No sé cuánta tinta de lapiceras se gastaron. Yo había encanutado un nylon rojo y también lo colgué desde la ventana del quinto piso.
La guardia estaba muy nerviosa, no sabían qué hacer. Corrían de un lado a otro. De pronto subió un oficial con un cabo detrás. Dio la orden de sacar todas nuestras banderas colgadas en las ventanas.
Cuando el oficial se dio vuelta, el cabo se acercó y nos dijo: “Dejen todo como está, que si él vuelve yo les aviso”.
Yo, que no sé jugar al truco, acepté la propuesta de varios compañeros para armar truco de cuatro por celdas para mantenernos unidos, tranquilos y sosteniendo a aquellos que se pudieran desequilibrar. Ya nos habían sorprendido episodios de autoeliminación cuando veían que salían en libertad otros y nosotros seguíamos ahí adentro.
Como no teníamos relojes, no te puedo decir la hora exacta en que fueron sucediendo los hechos. El asunto fue que vino otro oficial a decir que iríamos saliendo por orden alfabético para que todo transcurriera en orden.
Y empezaron a salir. Nosotros los veíamos desde el mirador del quinto piso. Caminaban con los bultos al hombro y comenzaban a abrazarse con la gente que nos esperaba. Largas filas y gritos que se oían a lo lejos. Los milicos, nerviosos; algunos no paraban de gritar órdenes que iban a rebotar contra el cemento.
De pronto, antes que llegaran a la letra “R”, se detuvo el llamado y no sabíamos por qué. Al fin terminé saliendo cuando caía la tarde.
Llamaron a todos los apellidos con “R” y enseguida los de la “S”. Quedamos haciendo fila entre los pilotes de la planta baja del edificio de cinco pisos. De pronto un oficial nos grita una orden de mala manera y el compañero que estaba atrás mío le fue a responder con bronca. Lo alcancé a detener con unas pocas palabras susurradas: Dejalo, es un hombre derrotado. Por suerte el compañero reaccionó bien. Y le digo, yo voy a hacer como que se me cae el mono y vos te vas a agachar a recogerlo y ahí aprovechá a mirar para arriba hacia las ventanas. ¡Flameaban las banderas que habíamos dejado!
Tercera parte
A Tomás lo esperaba Margarita Escudero, su esposa, con los hijos pequeños. Además, estaba la suegra, la madre de los Escudero, de Julio, uno de los detenidos-desaparecidos. Tomás se abrazaba con todos los que se le cruzaban. De pronto, Martín, el hijo varón, le dijo: “No saludes más”.
Fueron a la casa de la familia y enseguida fue a visitar el local del seccional 20 por todo lo que significaba para el barrio y la historia personal de Tomás: había sido amigo de Alberto Mendiola, uno de los ocho obreros fusilados allí mismo en abril de 1972.
No durmió los tres días siguientes atendiendo a todos los que llegaban a la casa a saludar. Supongo que con todos hablaba con la simpatía y la hombría de bien que sigue teniendo hasta hoy, con la mansedumbre y el sentido natural de brindar docencia de vida todo el tiempo.
Tomasito permaneció clandestino desde el mismo día del golpe de Estado del 27/06/1973. Después de la “Operación Morgan”, entre octubre de 1975 y enero de 1976, hasta que cayó preso en las garras del FUSNA en enero de 1979, formó parte del núcleo de dirección interior del Partido Comunista. “Más concretamente en ese tramo final”, acota, precisa, subraya.
Fue un hombre de organización todo el tiempo. Basta con escucharlo un rato y enseguida salta el plano de Montevideo, cada uno de sus barrios, desde los céntricos hasta la periferia. Cada esquina tiene una historia. Cada cuadra tiene una casa donde funcionó algo con lo que Tomás tuvo que ver. Desde un buzón, pasando por un contacto de pocos minutos, hasta una casa de seguridad donde poder pasar largas temporadas. Aunque de todo esto prefiere no hablar porque continúa preservando la compartimentación y el cuidado debido para con aquellos buenos y honestos orientales que le hicieron el aguante a la resistencia en las más duras y difíciles condiciones en que lo que se jugaba era la libertad o la vida.
Fue ahí, cuando llevaba tres días sin dormir después de recuperar la libertad y corría el riesgo de contraer la misma enfermedad del insomnio que contrajeron los Buendía luego de la invasión de las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia, que decidieron con Margarita tomarse un mes de vacaciones fuera de los muros de Montevideo para descansar.
Sin embargo, nunca llegaría el descanso del bicho político, pues Tomás está allí con la mano extendida dispuesto a pasar el testimonio a quien ponga oído y corazón.
Por si alguno de los lectores está interesado en este personaje real:
“Piedras pequeñas” (2010, Editorial Planeta), de Helena Garate y Mariana Risso, es un libro de testimonios de cuatro viejos comunistas: Polo González, Elena Rolandes, Pedro Aldrovandi y Tomás Rivero.
Como siempre, Miguel es experto en hacernos vivir aquellas circunstancias en que muchos orientales tuvieron que probar su capacidad de resistencia. Con sensibilidad, sin sensiblería, plasma la historia de tantos para que no olvidemos y con certeza, digamos ¡Nunca más!
Muy buen relato. Voy a buscar el libro.
Gracias.