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PRECANDIDATURAS
Internas partidarias en tensión
Por José Luis Piccardo
En junio de 2024 los partidos uruguayos elegirán su respectivo candidato presidencial -hombre o mujer- para las elecciones nacionales de octubre de 2024. Dentro de poco tiempo comenzarán las campañas en cada colectividad, que serán intensas si los postulantes son más de uno, como seguramente sucederá en los partidos Nacional, Colorado y Frente Amplio (FA). En estos días el tema pasa a estar entre los más frecuentes en las conversaciones de las personas interesadas en política, no así, todavía, entre la mayoría de la población.
El programa de un partido es un factor de unidad, pero no debería contraponerse a la diversidad que existe en los agrupamientos políticos. Si no se canalizan las diferencias, los partidos corren más riesgos de debilitarse y dividirse. Eso explica que un partido pueda tener más de un postulante.
Por lo tanto el programa no es una nómina de tareas que deberá hacer un gobierno. En los partidos suele haber, además del programa, líneas políticas o tendencias diferentes, que se expresan en los sectores internos y, llegados los tiempos electorales, en los precandidatos. Estos tienen, además de estilos personales, concepciones ideológicas distintas, que los llevan a promover propuestas diferentes a las de sus contendores dentro del partido.
Diferenciarse por la manera de concebir la política, por las respuestas ante las necesidades de los distintos sectores de la sociedad, y ser capaz de comunicarlo, es la primera condición -además de la convicción personal de que realmente se desea competir- para que un precandidato se legitime e instale como opción real en la opinión pública. Para lograrlo, no siempre ayudan los apresuramientos, ni tampoco dejarse estar.
Muchas personas priorizan, en las elecciones, factores que hacen a aspectos subjetivos bastante diversos. Eso, en algunos casos, suele relacionarse con las “sensibilidades”, un concepto que, de todos modos, podría resultar bastante vago si no se lo vincula a contenidos políticos. Se habla de ubicaciones “más al centro”, “más a la derecha”, “más a la izquierda”. Pero muchísima gente decide también por aspectos menos ideologizados -si cabe decirlo así-, que cuentan y mucho. Cuestiones como su “impresión” del candidato, por lo que sepa de él (que no siempre incluye lo más importante de su trayectoria), por su “imagen” o su “estilo” o su “carisma” y otras diversas características difíciles de precisar, y que conducen a aquello de que sobre gustos no hay nada escrito. Y todos son respetables. Pero en cualquier caso los políticos están obligados a hablar de política y de medidas de gobierno.
En materia de comunicación, un precandidato podrá contar con asesores y especialistas que pueden lograr muchas cosas, menos lo que natura non da. Pero el precandidato necesitará militantes y organización que lo respalden, y recursos materiales que cada cual sabrá cómo lograr en estos tiempos.
Suele creerse que para un buen desempeño en la elección primaria -habitualmente llamada interna- se debe asegurar respaldo electoral en el núcleo más convencido del partido, o sea, entre quienes seguramente van a ir a votar en esa instancia de sufragio no obligatorio. Sin embargo, aun en esta instancia relativamente acotada en cuanto a votantes, las elecciones pueden definirse -sobre todo cuando son parejas- por la capacidad de llegar más allá de los más cercanos al partido. En las elecciones nacionales, donde se eligen presidencia, vicepresidencia y Parlamento, es imperioso ampliar el discurso y captar sufragios en la franja de los indecisos, que son los que definen los pleitos parejos, como vienen siendo en Uruguay.
A esa franja que no sabe o no contesta en las encuestas se la identifica habitualmente como el “medio” o el “centro” del electorado. Pero no está integrada solo, ni mayoritariamente, por quienes se autoperciben ideológicamente como de centro, ni tampoco por pertenecer al centro social, a la clase media. Allí hay personas desinteresadas en la política y también muy interesadas, que meditan su voto y no llegan fácilmente a una definición, así como quienes se deciden el último día. Hay gente de baja escolaridad y profesionales universitarios, de la ciudad y del campo, y de las más diversas condiciones sociales.
Sin embargo, como no es posible correr todas las pelotas en una cancha tan heterogénea, los políticos intentan llegarle al que no se siente definidamente a la izquierda ni a la derecha, al que no es partidario del gobierno pero tampoco se siente adversario, y al que no está con la oposición pero tampoco la rechaza plenamente. Esto es lo que habitualmente se llama “correrse al centro”.
Más allá de las incertidumbres, es inevitable que se vayan perfilando favoritos y que otros postulantes queden por el camino. Pero cuando aún falta para los comicios, como actualmente, nadie tiene definitivamente ganada ni perdida la carrera.
La elección interna genera también condiciones para lograr bancas legislativas e incidencia en un eventual gobierno, así como para reposicionar al sector y al precandidato en la perspectiva de futuras instancias, incluyendo las que se libran al interior de los partidos. Elegir a un precandidato fuerte y con mucha chance no le asegura a los sectores que lo respalden superar sus debilidades orgánicas propias. La elección de un precandidato está condicionada por la necesidad de un partido o sector de fortalecerse. Esto puede introducir un elemento de distorsión: un sector podría llegar a respaldar no al precandidato percibido como el mejor o aquel con el que posee la mayor identificación ideológica, sino al que más convenga para dirimir situaciones internas. Todo un tema.
En esos cálculos andan los partidos uruguayos. La mayoría de los ciudadanos aspira a que tales movimientos se realicen sin descuidar la razón de ser de la política: intentar que al país le vaya lo mejor posible. Y, en última instancia, la gente vota evaluando la gestión, en el caso del oficialismo, y la manera en que hicieron oposición quienes estuvieron en el llano.