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EL CABALLO Y LA EQUITACIÓN
La batalla ilustrada contra la prepotencia del poder
Por Néstor Casanova Berna
"[...] a las prepotencias no les queda más remedio que separar los sujetos de cualquier posible contrapotencia de los medios de su autorreflexión. Aquí estriba el fundamento para la larguísima historia de «violencia contra las ideas». No se trata ni de violencia contra las personas ni de violencia contra las cosas en un sentido trivial; es la violencia contra la autoexperiencia y la autoexpresión de personas que están en peligro de aprender lo que ellas no quieren saber. La historia de la censura se sintetiza en esta fórmula. Es la historia de la política de antirreflexión. En el momento en que los hombres se hacen maduros para la verdad por encima de sí mismos y de sus circunstancias sociales, los que detentan el poder han intentado desde siempre hacer pedazos los espejos en los que los hombres reconocerían lo que son y lo que sucede con ellos".
Peter Sloterdijk – Crítica de la razón cínica
La maquinaria de relatar
El humorista argentino Oscar Conti, que publicaba sus trabajos bajo el seudónimo de Oski, afirmó cierta vez una sentencia clarividente: “El día que se avive el caballo se acabó la equitación”. Lo que sucede, sin embargo, es que el caballo no puede “avivarse”, debido a que la única especie que tiene tal facultad, por lo que parece, es la humana. También en esto es necesario rendirse a cierta evidencia: los humanos nos despejamos tarde y a costa de no pocos sufrimientos, no solo personales, sino de multitudes de congéneres. De forma muy tardía, imperfecta y sacrificada, cierta porción de la humanidad se ha conferido la herramienta del uso de la razón ilustrada para darle a la reflexión crítica sobre el poder su oportunidad frente al crónico sojuzgamiento de los más en beneficio de los menos.
Los jinetes domadores de las tranquilas tropillas sociales se precaven por todos los medios de conservar su estatuto de monta. A estos efectos no titubean en el uso del talero, la rienda dura y la espuela, si se dieran las circunstancias. Pero lo primero es fijar una terminante prohibición: imposible es afirmar que los usos del poder sean asumidos de forma pública como otra cosa que conferir su orden natural a la vida social. Solo mucho tiempo después, tras innumerables sufrimientos en carne propia y prójima, los mansos consiguen preguntarse, en su fuero interno primero y en el foro público después, por qué el orden natural de la vida social deba apelar a la prepotencia física y simbólica para prevalecer.
Si bien se consigue que el uso del talero, la rienda y la espuela se reduzcan -aunque no, por cierto, a cero-, la forma de la esperanza ilustrada consigue, al menos, que las huestes sociales sean domesticadas por medios algo más sutiles. Pero las mayorías sometidas permanecen aún en su lugar de resignación por el convencimiento cándido de que la violencia de los domadores se ejerce necesariamente sobre los cuerpos ilegítimamente indómitos. Algunos llegan a denominar a esta fantasmagoría “la teoría de los dos demonios”. El poder se sostiene en su lugar y función porque suya es la maquinaria de relatar.
Tiempos de posverdad
Esta maquinaria de relatar difunde, un día sí y otro también, el credo que persuade a caballeros y a cabalgaduras de que es necesario que exista la equitación para el mejor destino de los asuntos públicos. De un modo análogo se pronuncian los defensores de las Criollas del Prado: “Con el ínfimo costo de unos minutos de expeditivo sacrificio, estos equinos son tratados a cuerpo de rey el resto del año, hasta atendidos en su salud y grata reproducción”. Lo que se parece mucho a: “Reduzcamos de momento los costos laborales y apoyemos a los malla oro, que estos derramarán luego su prosperidad por el conjunto del cuerpo social”. El argumento es el mismo: uno se usa en Semana de Turismo y el otro el resto del año. Y, ¡oh casualidad!, en el mismo ámbito, allí donde el Campo se enseñorea sobre la Ciudad.
No es que se falte a la verdad de un modo absoluto y grosero. Lo que sucede es que las cosas serían del todo ciertas si se advirtiera que es muy razonable explotar mejor a los equinos en beneficio de sus poseedores... para estos últimos. Y que sería mejor destinar la riqueza social a la salud y bienestar humano durante todo el año, reservando quizá algún día de ayuno higiénico y reparador, aunque fuera poco espectacular, todo hay que decirlo. Si se examina el asunto con cierto detenimiento, apenas si se trata de recolocar mínimamente a hombres y caballos en los lugares que les pudiera asignar una razón diferente a la dominante.
Los tiempos que corren se dejan mostrar no según la factura política de relatos hegemónicos fundados en la pura mentira, sino en la sofisticada posverdad: un discreto deslizamiento de la razón según los sesgos que le sean funcionales al ejercicio de la dominación. El poder se ejerce a costa de una apatía de los subalternos que no se deciden todavía al esfuerzo de la reflexión crítica que pueda colocar los asuntos en lugares diferentes a los dispuestos desde arriba. Nada hay que reprochar a los caballeros del poder, ya que ejercen su condición en un marco de circunstancias que no solo controlan de modo contundente, sino que demuestra su patente eficacia en la puntual y resignada obediencia de las amplias mayorías sociales. Si estas no se avivan, larga vida le aguarda a la equitación prepotente.
Simplifique y aturda. Audiencias apáticas
El gesto que ahora domina la comunicación social puede ejemplificarse sintéticamente con una estentórea formulación: ¡Arre! En efecto, todo evento comunicativo debe ser, de modo obligado por las circunstancias históricas, simple y enérgico. Debe impeler a la acción de modo inequívoco, por una parte y debe aturdir para prevalecer sobre el ruido ambiental, por otra. Toda vez que los jinetes de la vida social concentran para sí el uso de la voz, fenómeno que bien puede caracterizarse bajo la expresión blindaje mediático, todo consiste en simplificar el único mensaje que interesa: marchen, ya les indicaremos hacia dónde.
El aturdimiento del oyente también cumple una importante función. Si habla una sola voz, esta debe resonar clara y distinta sobre los murmullos enojosos del contexto tanto como sobre una oculta e indómita voz interior de la conciencia que pudiera musitar el más mínimo reparo. Lo único tolerable, en estas circunstancias es un solícito coro confirmatorio de que la voz que habla es la del imperativo categórico del orden necesario. Así es que se marcha derecho: manso y obediente ante el gesto mínimo de la diestra.
La batalla ilustrada contra la prepotencia del poder demanda un considerable esfuerzo de concentración y empeño por lidiar con la complejidad. Es que la razón humana habla bajo a interlocutores serenos y pacientes: la razón humana es apenas un susurro en el fuero interno que nos desvela el ánimo. Por otra parte, es preciso tener en cuenta que la reflexión demanda tiempo de maduración, de oportunidad de sopesar pros y contras, de escuchar voces disímiles y de traspasar los cortinados de la apariencia y acceder a divisar algo de verdad en la penumbra. El ejercicio de la razón humana, en la actualidad, constituye un lujo difícil de implementar para las amplias mayorías sociales, a pesar de que estas mucho lo necesitan.
Las audiencias, apáticas, la tienen difícil en la supervivencia. Es cansadora la lucha por el condumio y las pocas energías restantes se invierten en la taciturna expectación ante las pantallas. Cada tanto es entretenido cambiar... de señal, entre un entretenimiento prefabricado y otro, entre una máquina numerada de relatar y otra, entre una tertulia aturdidora y otra. Pero el desgano prevalece sobre la malasangre que supone reflexionar que otra vida es posible. Por ejemplo y sin ir más lejos, una vida en la que no haya que andar por el mundo con un jinete montado encima.
Estimado Profesor: finalmente el Poder Ejecutivo parecería haber llegado a una fórmula para la reforma educacional. Lo que ha trascendido es sumamente borroso para la población común y corriente como es el caso de quien suscribe. Por lo tanto esperamos con gran expectativa una clara exposición de la propuesta y su juicio sobre la misma.
atte., O.S.
Hola Omar: Me temo que no soy Profesor, sino un arquitecto de vocación teórica y filosófica. Acerca de la reforma educacional apenas si me da para sospechar que se trata de una prepotencia apenas significante, que no tendrá efecto por las resistencias y dudas que conlleva su tumultuosa gestión. Pero dejemos a los profes la palabra y reservémonos, de momento, la sospecha.
Saludos cordiales
Néstor