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REFLEXIONES
La República de Weimar en el espejo de América Latina
Por Cristina Retta
La ciencia política ha venido usando el término “comportamientos de Weimar” (Weimarer Verhältnisse) para examinar situaciones en las que los sistemas democráticos se muestran inestables, débiles, y el clima político de los países en cuestión es amenazado por la radicalización, la intolerancia, el dominio de las fake news, las limitaciones a la libertad de prensa, la persecución a las ideas progresistas y a todo lo que representa una amenaza al statu quo.
Actualmente Alemania está lejos, temporal y cualitativamente, de su primera etapa republicana, la Weimarer Republik, ensayo democrático -pos Segundo Reich o Imperio- que terminó en la terrible deriva del nazismo, y la lanzada a la Segunda Guerra Mundial con las conocidas devastadoras consecuencias. Tras la segunda posguerra, Alemania (dividida) se dio una segunda constitución federal (1949), que perfeccionó aquella primera de la época de Weimar, pero sus bases jurídicas, valederas, siguieron siendo las mismas. Se aprendió de los errores y se robusteció el ejercicio democrático. La reunificación del país en 1989 fue otro hito fundamental en cuanto a la madurez de su sistema político.
Un enemigo siempre al acecho
No obstante el tiempo transcurrido y pese a la estabilidad de su democracia, es conocido que en la última década, la extrema derecha y la intolerancia ante lo extranjero (crisis de los emigrados, formación del PEGIDA -grupo racista, y xenófobo, Patriotische Europäer Gegen die Islamisierung des Abendlandes- organización populista de extrema derecha, que se presenta contra el islam y los extranjeros en general, y actualmente la creación de un partido de ultraderecha, la AfD -Alternative für Deutschland-), han vuelto a despertar el peligro ante nuevos “comportamientos a lo Weimar” (Weimarer Verhältnisse). Han ocurrido delitos múltiples contra emigrantes, asesinatos, golpizas injustificadas, incendios de centros de acogida, muestras de antisemitismo, etcétera. De ello dan prueba los numerosos artículos aparecidos en la prensa escrita, escritos por politólogos, historiadores y sociólogos, que han aparecido desde el 2017 a la fecha y de los cuales cito aquí solamente dos.[1] De todas maneras, las opiniones coinciden en que los grupos de extrema derecha que existen son minoritarios, marginales, dominables, y la presencia de la AfD (12,6 % en el Bundestag – Elecciones del 2017) en el Parlamento Federal, es contrabalanceada con el eficaz equilibrio democrático de los demás partidos políticos. (La mayoría de los cabeza de partido, al igual que la canciller Merkel, junto a varios ministros, han mostrado públicamente su tajante oposición ante este tipo de comportamientos).
¿Comparar con América Latina hoy?
Retomando la perspectiva comparativa con realidades de nuestro continente, el problema surge cuando se constatan elementos que socavan los pilares democráticos: instituciones, partidos políticos, líderes, o actores sociales y grupos que hablan de democracia pero que en realidad la boicotean. La retórica populista puede ser peligrosa máxime si enmascara prácticas antidemocráticas susceptibles de tener eco en la gente. El panorama político social es de marcada inestabilidad: populismos como el de Brasil, que no es el único, junto a posturas extremas tanto de derecha como de izquierda, obstaculizan una buena dinámica democrática en diferentes países del continente, donde tras el escudo de la lucha contra “la corrupción” se intenta borrar con el codo mucho de los avances positivos dejados por los gobiernos progresistas de turno (como en Ecuador, Bolivia, Uruguay…). El uso de la tecnología al servicio de una propaganda sesgada y muchas veces falsa, lleva a que las redes sociales “ardan”; provoca un enfrentamiento hostil de posiciones, apoyado por los grandes medios de comunicación al servicio de los poderes económicos de turno, contribuyendo en gran parte a la confusión generalizada.
Por un lado están las demandas de una mayor participación democrática de las sociedades, de una mayor justicia social, pedidos de participación política de las minorías excluidas, buen funcionamiento de la división de poderes en los gobiernos (en especial la independencia del poder judicial), junto a las justas reivindicaciones de protección medioambientales. Por otro lado, está la desconfianza y la eventual hostilidad por parte de las élites políticas, económicas y técnicas correspondientes, que responden de forma diferente según cada país y que tienen sus exponentes más caricaturescos en posturas como las de Trump en EE.UU. y Jair Bolsonaro en Brasil. Todo eso habla de las inconsistencias y carencias de los sistemas políticos respectivos y el cuestionamiento acerca del buen funcionamiento democrático.
El Cono Sur
En nuestros países del Cono Sur, la tan mentada “brecha”, instaurada en la práctica entre los programas políticos del llamado “progresismo” y los del denominado “neoliberalismo”, lleva a reflexionar y a cuestionar las metas de esta nueva modernidad no solo a nivel político y social sino en todos los ámbitos ciudadanos. Síntomas de alarma en el sentido de que algo nuevo, no tan auspicioso existe, serían por ejemplo las últimas Elecciones nacionales en Uruguay, que tuvieron como prioridad esencial sacar del medio al Frente Amplio, aunque ello implicara acuerdos otrora impensables con un nuevo partido militar, con posturas de ultra derecha, y negación de conquistas sociales adquiridas a lo largo de décadas. Ese partido militar, Cabildo Abierto, logró hacerse con bastantes escaños en el Parlamento (obtuvo el 11,04% de los votos, lo que le significó 3 senadores y 11 diputados).
Podríamos pensar, como lo comentan hoy los alemanes frente al acenso de la AfD (la nueva ultraderecha neofascista), que el porcentaje de votos no es tan elevado y que el juego democrático terminará salvando la situación. Sin embargo, y más allá de que Uruguay no es la Alemania actual, la realidad en Uruguay ha venido demostrando que no es tan fácil gobernar apoyado en una coalición con matices tan dispares, que rejunta posiciones de ultraderecha, derecha, centristas, batllistas independientes y pseudoecologistas, y cuya unidad no ofrece garantías de larga duración. Algo similar pasaba en aquella primera y frágil república de Weimar.
En este panorama de por sí inestable, la irrupción de la pandemia por Covid-19 a inicios de este 2020, ha contribuido al caos generalizado, confundiendo opiniones a todo nivel, difundiendo un miedo exagerado que echa un telón de humo frente a importantes problemas de fondo vinculados a las nefastas prognosis económicas que se avecinan. En el caso de Uruguay, importantes temas socioeconómicos como el del Presupuesto, entre otros, han sido diferidos dada la emergencia sanitaria. Esta ha venido jugando a favor del actual Ejecutivo de derechas, que anotó como suyos los logros positivos al combatirla, sin admitir que desde el 2005, al inicio de los gobiernos progresistas, vinieron dándose importantes mejoras sociales, como el seguro universal de salud, la implementación de “ceibalitas” (computadoras para cada alumno escolar de enseñanza pública), etcétera, que fueron acercando a las escuelas públicas las nuevas tecnologías informáticas sin las cuales la enseñanza a distancia hubiese sido impensable durante la pandemia.
Un tuit (fotoshop) de un comunicador argentino, publicado en el diario El País de Uruguay (28.09.2020) tras el resultado de las Elecciones departamentales que dieron ganador en Montevideo al Frente Amplio. Típico ejemplo de propaganda “a lo Weimar”
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APÉNDICE
La actitud revisionista de Alemania respecto a la “democracia de Weimar”
El año pasado (2019) ante los 100 años de la promulgación de la Constitución de Weimar, surgieron amplios debates a través de diferentes medios de comunicación, y se volvió a poner sobre la mesa el examen crítico del funcionamiento de los períodos democráticos en ese país.[2] A continuación, algunas pinceladas para identificar mejor al período del que hablamos.
Rasgos generales de la República de Weimar. Sus inconsistencias
La República de Weimar (1919-1933) pretendió establecer un régimen democrático en la nueva Alemania unificada a la salida de un régimen monárquico (Segundo Reich o Segundo Imperio). Sin embargo, regía aún y pese al cambio de sistema político, una estructura donde los detentadores del poder seguían siendo los grandes hacendados y grandes burgueses, los industriales y los banqueros, a la vez que existía una gran masa de obreros, empleados y campesinos, siendo estos grupos menos favorecidos quienes debieron enfrentar las grandes dificultades derivadas de la Gran Guerra: la hiperinflación en gran parte gestada por el endeudamiento bélico y las serias sanciones económicas con que la nación fue castigada en Versalles, junto a un desempleo masivo generalizado.
Pese a ello, el período estuvo cargado de creatividad en las artes, las ciencias y las letras, teniendo como epicentro la magnética Berlín, con sus cabarés de sátira socio-política, evocados en numerosas obras de la literatura y el cine en la segunda mitad del siglo XX.
Un antecedente importante: la revolución alemana de 1918; salto cualitativo grande, pero no suficiente.
La pequeña y culta ciudad de Weimar, en Turingia, había sido la sede elegida para instalar la Convención Constituyente, porque Berlín, la capital prusiana del ex imperio, estaba en plena guerra civil. En ella se enfrentaban socialistas, comunistas, nacionalistas y conservadores. Noviembre de 1918 fue una etapa decisiva en la revolución: se sublevaron los marinos de Kiel y en los días posteriores el movimiento se extendió a otras ciudades, entre ellas Hamburgo, Bremen, Leipzig... Aparecieron varios focos revolucionarios, consejos de obreros y marinos que enarbolaban banderas rojas al estilo soviético (la revolución soviética se había dado pero no estaba afirmada aún). El 9 de noviembre de ese año los revolucionarios triunfaron en Berlín. Los espartaquistas a la cabeza, tomaron el ayuntamiento, el Reichstag (Parlamento) y el Kaiser Wilhelm II huyó a Holanda.
El profesor Andreas Wirsching,[3] resume que 1918 fue el año de la “paradójica revolución”, fecha clave de la historia alemana ya que sus resultados no dejaron conformes a los participantes. A esas alturas el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) creado en el último cuarto del siglo XIX, ya no era más un partido revolucionario. El SPD, con Friedrich Ebert y Philipp Scheidemann a la cabeza, se volvió “evolucionista”, orientado a un desarrollo parlamentario. La izquierda radical, gran parte del USPD (Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, que se separa del SPD) y la Liga Espartaquista (orientados hacia el socialismo soviético), consideraron que el SPD traicionó a la revolución y a los intereses del movimiento obrero. Y a su vez tampoco estaban satisfechos los partidarios del antiguo régimen monárquico, burgueses y aristócratas. Estas fuerzas políticas con expectativas encontradas serán las saboteadoras internas del funcionamiento político de la República instaurada.
Desde 1919 a 1925, Friedrich Ebert había sido elegido presidente de la República por la Asamblea y Philipp Scheidemann, canciller. Se había formado la llamada “Coalición de Weimar”, con los socialdemócratas, el Centro Católico y el Partido Demócrata Alemán. Este período fue muy inestable en cuanto a no poder alcanzar acuerdos políticos sólidos y duraderos.
La Constitución de Weimar
La nueva Constitución elaborada por Hugo Preuss, fue aprobada por la Asamblea Nacional por mayoría de votos (262 contra 75), y firmada por Friedrich Ebert. Quedó así instaurada una República Federal, parlamentaria y democrática, y su presidente fue elegido por sufragio directo. El Parlamento constituido por la Cámara de Diputados, Reichstag, y por los representantes de los Länder (Estados Federados). El canciller, nombrado por el presidente, asumió el poder ejecutivo. Por el art. 48 de la Constitución, se le conferían amplios poderes al Presidente ante un “estado de emergencia”. Esta es una de las debilidades que se le critican, junto al hecho de que no se preveían cuotas de votos a los partidos políticos a fin de evitar la gran fragmentación que tuvieron en la época. Estas inconsistencias habrían incidido fuertemente en el fracaso de la nueva república.
Los cuatro primeros años de vida republicana fueron muy críticos, ya que la burguesía nacionalista, el Ejército y los grupos de extrema derecha se opusieron a aceptar la realidad política instaurada. En especial la jornada laboral de 8 horas, que regía ya desde la era Bismarck del siglo anterior, consolidada ahora por ley en la Constitución, era resistida por los grandes industriales y las ligas de empleadores, así como también rechazaban la contribución sobre las rentas (impuestos), los consejos de empresa y legislación anti-trust, siendo apoyados por la gran prensa en la denostación de esas reivindicaciones. Ante estas confrontaciones de intereses, los disturbios sociales se propagaban a lo largo y a lo ancho, alentados por la izquierda, insatisfecha al haber quedado abortadas sus expectativas de 1918.
¿Control del Parlamento o control del Presidente?
Horst Möller, señala que en la redacción de la Constitución de Weimar (agosto de 1919), quedó claro el dilema entre un sistema republicano que fluctuó entre el control parlamentario del Reichstag, y un accionar presidencialista que dificultaba la propia existencia de la República. El buen funcionamiento del Parlamento dependía de una mayoría estable en su seno, que nunca tuvo; nunca logró implantar sus decisiones. Aun en los años de mayor estabilidad republicana (1924-1929), los gobiernos de coalición duraron poco. La propia Gran Coalición defensora e impulsora del sistema de Weimar (unía a socialdemócratas, Zentrum, Partido Democrático Alemán -izquierda liberal-, y Deutschen Volkspartei, liberales), resultó incapaz de mantener, aunque fuera nominalmente, el control del poder, y declinó en 1930 con la llegada al gobierno de Heinrich Brüning (partido de centro, conservador, cristiano) como Presidente (1930-32) que gobernó con los poderes que la Constitución garantizaba al presidente y casi al margen del Parlamento.
Políticos conservadores como Franz Joseph von Papen facilitaron la caída de la República al disolver el Parlamento dos meses después de las Elecciones legislativas de julio de 1932. Möller señala que la disolución de la República fue un proceso de larga duración, que no tuvo una sola causa. La crisis económica de 1929 simplemente acentuó el desgaste de un sistema democrático funcionalmente poco sólido. Como lo dice en el subtítulo de su libro, la de Weimar fue una República inacabada: no contó en todos los aspectos con el buen clima necesario debido a las disensiones de los partidos, que hicieron ingobernable el sistema. En suma, las esperanzas de la revolución de 1918-19 fueron definitivamente sepultadas con la imposición del nacionalsocialismo en 1933-34 que implantó el totalitarismo nazista.
Grandes inconsistencias de aquella democracia
Las inconsistencias políticas del régimen que intentó gobernar con una gran coalición de partidos políticos, en los hechos, terminaron erosionando el buen funcionamiento del sistema. Pero los odios hacia la República de Weimar no estaban solamente centrados en el funcionamiento político. La derecha establecida, detentadora en los hechos del poder (aristócratas, altos funcionarios, banqueros, los oficiales de las fuerzas armadas, la iglesia), era no solo anti socialista y anti comunista, era principalmente anti democrática.
La élite conservadora había desafiado a la República siempre y en todos los campos. Especialmente en el cultural y social criticaba y denostaba todo influjo moderno, nuevo, creativo. Señala Eric D. Weitz[4], en su obra La Alemania de Weimar. Presagio y Tragedia, la negación rotunda que sufrieron en el período las creaciones de la Bauhaus (luego cerrada durante el nazismo), y menciona también, por ejemplo, el cuestionamiento a los edificios construidos con techos planos, por considerar que no correspondían a la cultura alemana. Para los conservadores, los techos debían ser a dos aguas y puntiagudos. Se llegó al extremo de tildar a los techos planos de judíos. También la emancipación femenina en boga en la época, sus derechos cívicos, sus libertades en torno al erotismo, fueron duramente atacadas.
La República de Weimar sucumbió por los factores mencionados en el artículo. Agregaría las condiciones exigidas por el Tratado de Versalles al terminar la Gran Guerra (premonitoriamente descritas por J.M. Keynes en «Consecuencias económicas de la paz»), que crearon enorme resentimiento en casi todos los sectores de la sociedad.
Además, la gran depresión mundial de 1929 no fue un simple factor más. Con el Tratado de Locarno, en el que Alemania aceptó las fronteras occidentales de Versalles, y el mejoramiento de economía a partir de 1925, el régimen pareció estabilizarse y la vida artística floreció. En las elecciones parlamentarias de mayo 1928, el NSDAP (nazi) cosechó 2,6% de los votos; representaba un movimiento violento pero todavía marginal. Luego del derrumbe económico y la desocupación consiguiente, el NSDAP obtuvo el 18% de los votos en las elecciones de septiembre 1930 y 37% en las de julio de 1932; con el apoyo miope de la derecha llegó al poder en enero de 1933.
No estaría demás señalar que, además de la «normal» oposición de la derecha, en la desestabilización de la República colaboró también la política del Partido comunista alemán (orientada por el Komintern), de concentrar sus ataques a los socialdemócratas, a los que llamaba socialfascistas, y contribuir a eloegir como presidente en 192 al viejo general von Hindenburg.
A la bibliografía en español agregaría alguno de los libros del historiador inglés Ian Kershaw, en particular, su gran biografía de Hitler y Descenso a los infiernos. Europa 1914-1949
Antonio Pérez, gracias por tus oportunos comentarios. Sí, se puede profundizar más en esa parte que llamamos Apéndice (con sus convulsiones, y enormes contradicciones) y que es poco conocida para el lector corriente en Latinoamérica, a no ser que se dedique en especial a la historia. Por razones de espacio, hubo que recortar sacando mucho de lo fáctico. También hubiera sido importante mencionar el intento frustrado de golpe de estado de Hitler en 1923, y por el que estuvo preso menos que dos años, lo que no le impidió en el decenio siguiente gobernar con el apoyo de las urnas…; el desarrollo de todo un aparato propagandístico muy bien montado, que utilizó eslóganes de la socialdemocracia para ganar adeptos de extremos encontrados. El tema da para mucho más.