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ESE “BIEN” DEFINIDO POR UN FANTASMA
La vida: mero acontecer y organización política
Por Santiago Cardozo
1.
Siempre me llamaron la atención los manuales de estudio escolares y liceales: además de estar sujetos a las políticas editoriales y a los principios didácticos que regulan, digamos, el pasaje del saber sabio al saber enseñado o del saber erudito, disciplinar, al saber amasado por la didáctica y la experiencia, siempre pensé que eran también un terreno particularmente interesante para reflexionar sobre un problema de mayor envergadura, mucho más fundamental que los señalados arriba: la manera en que dichos manuales proponen una particular relación de los alumnos con la lengua, la forma en que estos quedan situados respecto de la escritura desarrollada en los textos de estudio.
En este sentido, una concepción instrumental de la lengua campea sin problemas, confinándola a un notorio y notable olvido gracias al cual las palabras parecen funcionar como etiquetas de las cosas a las que refieren, como si fueran los nombres de los que dispone la lengua para representar en su interior los referentes designados, aquello de lo que se habla. La concepción instrumental de la lengua y su consecuente olvido suponen la transparencia referencial, esto es, la aproblematicidad de la relación palabras-cosas o signos-referentes. Así pues, todo fenómeno que implique el juego diseminado de la homonimia y sus figuras (la polisemia, la ambigüedad, el equívoco, el lapsus) no constituye materia central de las reflexiones sobre los temas de los que hablan las diferentes asignaturas liceales, particularmente asignaturas como Biología o Historia, para poner dos ejemplos que diríamos opuestos, cada uno situado en un extremo: ciencias naturales y “ciencias humanas”.
2.
Notorio y notable también es el predominio de la función referencial del lenguaje (aquella que muestra la orientación del lenguaje hacia el referente), en franco desmedro de las funciones poética y metalingüística (en las que, respectivamente, el lenguaje está orientado hacia la forma de decir las cosas y hacia el propio lenguaje, lo que en Jakobson aparece como el mensaje y el código[1]). ¿Qué implicancias tiene este predominio de lo referencial? ¿Qué clase de relación de los alumnos con la lengua subyace?
Un caso particularmente interesante y problemático, o problemático por interesante, lo constituye el libro de Biología de tercer año de Ciclo Básico editado por Santillana: Biología 3. Educación para la vida.[2] En este manual, múltiples cosas llaman la atención, al punto de que podemos cuestionar la forma misma en que la asignatura Biología define su perímetro de actuación y sus objetos de estudio y transmisión. En efecto, el libro en cuestión pone sobre la mesa una serie de cuestiones que conviene problematizar; parejamente, estas cuestiones pasan desapercibidas para un ojo que se relaciona instrumentalmente con la lengua (que entiende la lengua, ante todo, como vehículo de información o instrumento comunicativo).
Parto de la base de que el sujeto que habla no es amo y señor de su decir y de que lo que termina diciendo no necesariamente coincide con sus intenciones iniciales (las intenciones del hablante no son la fuente ni la garantía ulterior del sentido: este excede las intenciones de aquel y, llegado el caso, hasta puede desmentirlas, o abrir una serie de interpretaciones susceptibles de ir en diversas direcciones, siempre en diálogo con los discursos o el “paisaje discursivo” dentro del cual tiene lugar un enunciado; en este caso, Educación para la vida). Asimismo, agreguemos que una palabra no es la representación de una cosa en el orden de la lengua: todo el sistema lingüístico está atravesado por la homonimia generalizada, la posibilidad de que significantes y significados no se ajusten adecuadamente (de hecho, esto es lo que suele ocurrir: la adecuación y la justeza de un significado con un significante es la mitología imaginaria y tranquilizadora de la comunicación, la estabilidad necesaria para hablar y aquello que debe ser criticado, desmentido permanentemente), de modo que lo dicho por un hablante provoca un conjunto de efectos de sentido no predecibles ni calculables, fuera de su dominio y propiedad como hablante. Es en este preciso punto, entonces, en el que el propio hablante queda desposeído de sí mismo y de las palabras por él empleadas (uno tiene la sensación o se da cuenta de que algo más ha hablado más allá o más acá de nosotros, a nuestras espaldas e incluso a pesar de nuestra voluntad), en la medida en que queda inscripto en un orden discursivo y en una serie de fuerzas centrífugas y centrípetas que configuran el sentido de lo que se ha dicho y decimos.
No se pueden calcular los efectos de sentido que un enunciado habrá de producir en el otro; esto es, toda palabra está arrojada a la escucha o a la lectura de ese otro, que debe tratar con la lengua, de la misma forma en que tuvo que hacerlo el hablante, pues la lengua no es algo que se use, como quien utiliza un martillo, un tenedor o un celular, sino algo con lo que, en primera instancia, se trata (en todos los sentidos del tratamiento): la lengua es, así, veneno y medicina a la vez (pharmakón), y es también, en su ejecución como discurso, el escenario, por definición, de la política (logos).
3.
Educación para la vida es parte del título del libro de Biología en cuestión: ¿pero de qué vida se trata?, ¿por qué la vida aparece expresada mediante un artículo definido: la vida?
La gramática es clara y elocuente al respecto: uno de los efectos que produce el artículo definido en sintagmas nominales como la vida es la idea de univocidad del referente y, llegado el caso, de su carácter prototípico. Sin embargo, la misma gramática no dice nada acerca de cómo se construye la univocidad ni el carácter prototípico de la cosa referida. Así pues, la vida referida en el título del libro en cuestión es una vida que se presenta como algo cerrado, acabado y perfectamente delimitado, carente de rugosidades y oquedades conceptuales: una entidad perfectamente definida, delimitada, sobre la cual parece extenderse un amplio consenso, del cual no sabemos nada, del cual no se dice, en el libro, ni una palabra. La natural opacidad de las palabras queda o pretende quedar de lado en la vida: la vida referida parece una evidencia sin mayores problemas, sobre la cual no cabe el desacuerdo, la discrepancia, esto es, el ejercicio de la crítica.
Asimismo, es preciso anotar algo sorprendente: la vida de la que se habla parece no ser simultánea con relación al momento de la enunciación del título: parece tratarse, en efecto, de una vida localizada en un futuro indefinido, una vida por advenir, para la cual es necesario educar, tarea a la que contribuye especialmente la asignatura Biología, puesto que en esta no se habla de otra cosa que no sea la vida, tal como lo señala el elemento compositivo bio–. Ahora bien, no está demás preguntarse si ambas vidas (la de vida y la de bio–) son la misma cosa, la misma entidad o el mismo fenómeno. La respuesta es negativa. Dos vidas diferentes concurren en el título del libro de Biología, dos vidas de naturaleza diversa. La segunda vida, que es la que nos interesa, parece constituir un horizonte hacia el cual debemos caminar, el telos de la educación que ofrece la asignatura Biología (y, debemos suponer, otras asignaturas, aunque esto está bien lejos de resultar una obviedad).
En este contexto, hay que interrogarse sobre la conformación de esa vida por advenir: ¿quiénes determinan cuál es esa vida, sus características? Aparece de este modo una vida deseable, oponible a otra vida no referida que, es dable suponer, carece de los rasgos modélicos de la vida para la cual educa Biología. Pero, de nuevo: ¿cómo se ha configurado esta vida modélica, respecto de la cual la asignatura Biología funciona como una propedéutica, como si la vida de los alumnos en el presente de su educación en Biología no fuera una vida o fuera una vida inmadura, en desarrollo, susceptible de desviarse por caminos indeseados (por ejemplo, inmorales)? Esta pregunta se vuelve más interesante si atendemos a algunos de los contenidos que se proponen en el libro en cuestión: adicciones, sexualidad, con relación a los cuales aparecen expresiones como hacia una vida plena y calidad de vida. ¿En qué consisten la plenitud y la calidad de (la) vida?, ¿quiénes y cómo la definen? La presuposición es inmediata: hay una vida no plena y una vida de mala calidad; hay, entonces, una línea (borrosa, problemática, etcétera) que determina los ámbitos de estas vidas y, con ello, define una normalidad y una anormalidad. ¿Cuáles son, en este sentido, los contenidos de la vida de la que se habla en el título del libro de Biología? ¿En qué medida diversos aspectos filosóficos, históricos, ideológicos, culturales, antropológicos, etcétera, quedan subsumidos a una perspectiva biológica para definir esa vida de la expresión definida la vida? En otras palabras: ¿en qué medida el problema de la definición de esta vida unívoca, homogénea y evidente queda sujeta el discurso de la biología, dejando de lado los discursos de las disciplinas humanísticas o relegándolos a un segundo plano, a saberes auxiliares de una especie de prepotencia ejercida por el elemento compositivo bio–, el que, a su vez, se arroga el derecho de la confusión -el equívoco heredado del griego- gracias a la cual la distinción clásica entre bíos (vida política) y zōé (vida como mera ocurrencia, la “nuda vida” de Agamben[3]) queda asimilada en la palabra vida?
El problema es arduo; la solución, un problema. Pero el discurso desplegado por el libro de Biología asume un territorio disciplinar en el que la definición de esa vida unívoca, homogénea y evidente no es mayormente un problema. Especie de tráfico ideológico y moral, la vida del título del libro en cuestión implica una biopolítica subyacente, que responde a circunstancias históricas determinadas, pero a las cuales no se hace mayor referencia, como si se hubiera sedimentado aproblemáticamente una noción de vida como telos educativo, un telos aceptado que define un camino por el cual deben ir los alumnos y, llegado el caso, la enseñanza, al menos la de la Biología.
4.
Esta moralización de la Biología, ya que no necesariamente de la biología, ¿no conlleva, implica o presupone, una especie de perspectiva conservadora y hasta religiosa de la vida modélica a la que debe aspirarse, esto es, una distinción entre la vida de los impíos y la vida de los píos? En este sentido, el territorio mismo de la asignatura Biología resulta cuestionado, puesto que el breve análisis realizado aquí pone de relieve la transparencia problemática sobre la que se ha apoyado la asimilación de la vida como sintagma que denota un objeto (estricto o no) de la biología.
¿Cómo nos paramos, entonces, ante expresiones como hacia una vida plena, donde la preposición y el adjetivo implican la aceptación de una articulación de lo social determinada, o frente a otra como calidad de vida, donde el término de calidad remite a ciertos estándares cuya definición es ciertamente problemática? ¿Y cómo nos paramos ante palabras como sexualidad y adicciones, que tienen su historia, sus usos y sus dispositivos discursivos (los discursos, institucionales y/o estatales o no, que hablan de ambas como objetos del decir) y no discursivos, que organizan y/o articulan ciertas prácticas sociales capaces de definir las posiciones de los sujetos, individual o colectivamente, en la estructura de la sociedad?
Ninguna de estas expresiones y palabras son meros signos que denotan una realidad existente en y por sí misma; ninguna de estas expresiones y palabras se vinculan de forma transparente con los objetos del mundo denotados. Por el contrario, se trata de expresiones y palabras inherentemente opacas, equívocas, problemáticas (como, en mayor o menor medida, las de toda la lengua), que estructuran una “geografía política” del mundo y cuya historia concierne a las circunstancias que las han vuelto necesarias, definiendo así un régimen de enunciabilidad y visibilidad; expresiones y palabras que operan una interpelación ideológica (a la Althusser) en el interior del tejido de significantes que llamamos realidad.
5.
Por fin, podemos añadir una interpretación más (no definitiva) de la vida: la que encontramos en enunciados como Esto te va a servir para la vida, una vida nuevamente indefinida que parece quedar librada a que las cosas se den como se vayan dando, especie de selva en la que cada uno deberá ir abriéndose paso, a machetazo limpio, como pueda, y en la que se igualan saberes de la experiencia cotidiana de vivir con saberes disciplinares adquiridos, por ejemplo, en el liceo. Se trata, al parecer, de una vida que se autorregula, por lo que podemos identificarla como una “vida de mercado”, es decir, una vida que se guía por principios económicos (desprovista de política), respecto de los cuales cada persona debe situarse según sea capaz de hacerlo y/o los otros se lo permitan. ¿Es esta vida aquella para la cual debe educar la asignatura Biología? ¿Es esta vida objeto de estudio de la materia liceal en cuestión?
En definitiva, y en el fondo, el problema planteado aquí es el mismo que ya anunciaba: la relación del sujeto -en nuestro caso, los alumnos liceales- con la lengua, con el sentido, y el modo en que estos se sitúan, en tanto que seres de palabra capaces de torcer su destino de animales, en el entramado significante de la realidad.