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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 25 (OCTUBRE DE 2010). LOS DESAPARECIDOS POLÍTICOS Y LA MEMORIA DEL PASADO RECIENTE
Los que no tienen una sepultura exigen una respuesta
Por Eugenia Allier Montaño
El pasado reciente en Uruguay fue violento y desgarrador, y por ello dejó tras de sí un cuerpo social gravemente herido y fragmentado, así como profundas heridas abiertas. Tras el fin del régimen militar, en 1985, en el país se instaló, en la arena pública, una lucha entre el recuerdo y el olvido de ese pasado. El espacio público se convirtió en la escena donde se juegan las encrucijadas de la memoria. Sin embargo, aun cuando durante la dictadura cívico-militar fueron avasallados múltiples derechos humanos, desde 1985 los desaparecidos políticos se transformaron en el centro de la memoria de denuncia sobre el pasado reciente. Sería imposible en este espacio detenernos en las transformaciones de los debates públicos que se han conocido en los últimos 25 años, de manera que hemos querido incidir en las causas que han llevado a que los desaparecidos se hayan convertido en la "imagen del pasado reciente".
El saldo de las violaciones de derechos humanos durante el régimen cívico-militar (1973-1985) fue cruel: miles de personas destituidas laboralmente por motivos políticos; entre 3.500 y 5.000 prisioneros políticos; cerca de 200 personas desaparecidas; otras 150 asesinadas; 12 menores de edad desaparecidos; y varios miles de hombres y mujeres exiliados. Pese a ello, la mayor parte de esas violaciones de derechos humanos han sido dejadas de lado en las discusiones públicas: la tortura, el exilio político, la vida cotidiana en el insilio, la prisión, la participación de civiles en el régimen cívico-militar, los delitos económicos, las causas y consecuencias de la dictadura. La movilización de las organizaciones de defensa de derechos humanos ha estado muy centrada en el esclarecimiento de la suerte corrida por los desaparecidos.
Si bien muchas son las causas de esta situación, habría que mencionar, en primer término, la propia "selectividad de la memoria", ya que hace tiempo los especialistas han señalado que toda memoria es selectiva, ya que por definición es imposible recordarlo todo. Sin embargo, ello no es suficiente, pues no permite explicar por qué las discusiones públicas se han centrado más en ciertos derechos humanos violados que en otros. Es así, que hay que tomar en cuenta también que la memoria es indisociable del presente, de las encrucijadas del presente. Cuando se estaba saliendo de la dictadura, los derechos humanos que exigían más acuciantemente una respuesta eran el derecho al trabajo, los prisioneros y la tortura sufrida en las cárceles, los menores desaparecidos. Y como desde 1985 comenzaron a dictarse algunas medidas que "solucionaron", aunque fuese parcialmente, esas cuestiones, pronto se consideró que habían sido "solucionadas".[1]
Para muchos miembros de organizaciones de defensa de derechos humanos, la cuestión de los desaparecidos políticos aparece como el principal tema de discusión en la arena pública, y estiman que es el único tema que no ha recibido la atención que merece y que no ha sido "solucionado". Así, por ejemplo, Elbio Ferrario, actual director del Museo de la Memoria, señaló en una entrevista: "Las Madres funcionaron como un nucleador. Capaz que si no hubiera habido desaparecidos hoy nadie se acordaría de nada. Pero ese elemento que quedó inconcluso fue el que motivó a empezar a reflexionar sobre el tema del pasado".[2] Para Marcelo Viñar, si el tema de los muertos reaparece en Uruguay "a pesar del supuesto explícito de que hay algo jurídicamente cerrado y saldado, es porque hay algo que no caduca a pesar del imperativo legal de caducidad".[3]
La primera explicación, entonces, es que se trata de un tema no solucionado. A ella se uniría una segunda, relacionada: la influencia de la jurisprudencia internacional. Y es que las diferentes legislaciones internacionales reconocen a la desaparición forzada como un delito imprescriptible y de "lesa humanidad", cuyo daño perdura mientras la suerte de la víctima o el lugar donde se encuentra no haya sido determinado. La importancia de la legislación internacional se ha vuelto más evidente en los últimos días en que se ha discutido la posibilidad de acabar con la vigencia de la Ley de Caducidad gracias a considerar "el rango constitucional de los tratados internacionales sobre derechos humanos, superior al de las leyes aprobadas por el Parlamento, y que declararía, en consecuencia, la inaplicabilidad de la Ley de Caducidad".[4]
A esos dos aspectos se agregaría el terror asociado a la desaparición. Desde la dictadura, el objetivo de la desaparición era intimidar y asustar no solamente a aquellos directamente relacionados (los desaparecidos y sus familiares), sino al conjunto de la población. Se trata de aquello que Freud nombró impensable del horror, lo que Freud llamó lo ominoso. Para este autor, existe una franja de angustia metabolizable o pensable. Hasta cierto grado de intensidad del estímulo, el aparato psíquico responde con un flujo de representaciones que pautan el modo en que cada sujeto responde y se acomoda a una situación. Excedido el límite, el aparato se bloquea y se engendra un blanco o agujero, que se conoce como lo impensable o irrepresentable. Lo ominoso pertenece a esta franja. No saber lo que ocurrió con cerca de dos centenas o más de personas durante la dictadura no significa solo no saber lo que ocurrió con esas personas, implica también que amplios sectores de la sociedad mantengan lo ominoso como parte de la vida cotidiana. Norbert Elias, en Los alemanes,[5] sugiere que hay experiencias traumáticas que se anclan profundamente en la psique de los pueblos si no encuentran la vía de la catarsis abierta, teniendo como consecuencias pesados daños. Esos estragos transforman difícil la vida en sociedad. Elias considera que el problema debe ser discutido, a manera de salida purificadora, con el fin de evitar los traumatismos. Es un poco como en el psicoanálisis individual: se debe reconstruir la verdad a través del discurso, para tener una nueva perspectiva de vida.
Al terror se uniría la cuestión del duelo. Existen múltiples trabajos sobre la dificultad de tramitar el duelo en familiares de desaparecidos.[6] Frente a muertes extremadamente violentas, ¿se puede metabolizar o pensar realmente lo que ocurrió? Tal vez se trata de un duelo imposible de hacer, de una "memoria con puntos suspensivos": se puede hablar de algunos acontecimientos (la dictadura, los vuelos de la muerte), pero de pensar en lo que les ocurrió a los desaparecidos, en carne propia, uno puede ser llevado por una espiral de locura. Por ello, cualquiera prefiere quedarse en la superficie, narrar pero con puntos suspensivos. ¿Cómo hacer el trabajo de duelo si aún se tienen esperanzas de verlos volver? Porque incluso con el paso del tiempo, y el mandato de realidad de la pérdida imponiéndose, los familiares de desaparecidos jamás se han beneficiado de la autoridad que les podría conferir la certitud de la muerte. La ausencia del cadáver, la imagen borrosa de la muerte, seguramente influyeron para esta creencia de que el ser amado no estaba muerto, de que algún día podría retornar. Muchos testimonios de familiares de desaparecidos así lo sugieren:
Te digo que hay madres que hasta el día de hoy siguen pensando que su hijo puede estar en algún lugar. [...] por el otro lado te queda adentro la inseguridad, no tenés seguridad ninguna, no tenés esa seguridad, y aunque vos no quieras, vos lo seguís esperando. Incluso hoy [...] el razonamiento te dice "no, lo mataron, es lógico, porque si estuviera vivo en algún lugar, ya hubiera dado muestras de vida". Pero por otro lado ¡yo qué sé! Vos te imaginás que tuvo amnesia: que manicomios, que esto, que lo otro, que ya se han cambiado de identidad, que no sabés qué. Cualquier cosa, pero cualquier cosa que no es la muerte en sí, ¿no? Pero, por el otro lado el razonamiento te dice "no" […] Ahora, yo te digo que es una cuestión que ha sido normal para todas nosotras sentir el timbre. [...] Después de un montón de veces podés decir "no, no, es lo mismo que la otra vez, lo soñé, no sonó", pero igual no poderte quedar al lado de la cama, y "él esta ahí", ir hasta la puerta de la calle para ver si sí o no, por años, ¡eh! Por años el timbrazo ese, no fue a una, fue repetido que cuando nos contamos las cosas, lo sentimos todas, por años: ¡el timbrazo en la puerta![7]
La centralidad de los desaparecidos políticos en los debates públicos posdictadura no tiene una única razón de ser. Al contrario, tiene una causalidad múltiple, que en buena medida está muy relacionada con cuestiones humanitarias y afectivas. De esa forma, la no-respuesta y el no-esclarecimiento sobre su suerte, el hecho de que la desaparición forzada sea un delito imprescriptible, la influencia de la legislación internacional, lo ominoso que rodea las desapariciones y la dificultad de realizar el duelo en la ausencia de una tumba, son algunos de los motivos que conllevan que los desaparecidos sigan siendo un asunto pendiente, un legado no resuelto de la dictadura cívico-militar.