Compartir
MERCADO O GUERRA
Opio, hidrocarburos y alimentos
Por Martín Buxedas
En el siglo XIX, Inglaterra invadió China para obtener té; poco después, las potencias occidentales comenzaron a utilizar diversos medios, incluyendo la guerra, para asegurarse la disponibilidad de hidrocarburos y recibir la renta resultante de su explotación. Modernamente, no necesitan de esos medios para abastecerse de alimentos.
En la primera mitad del siglo XIX, las crecientes necesidades de té por parte de Inglaterra y las políticas proteccionistas de China, único productor de ese estimulante en la época, elevaron el déficit del intercambio recíproco, que Albión solo podía compensar con envíos de plata, a su vez escasa debido a la disminución de los flujos procedentes de América. La solución encontrada fue sencilla: aumentar sus exportaciones con el opio que obtenía en India y otras colonias, recurriendo a la guerra.
Con el tiempo, no fue necesario que los países ricos se proveyeran de alimentos y materias primas agrícolas de forma tan violenta. Les ha sido suficiente disponer de medios para comprarlos en el mercado internacional y para financiar costosas políticas de autoabastecimiento.
Los países dotados de hidrocarburos, por contraste, no tuvieron la misma suerte que los exportadores de alimentos. Además de recurrir al mercado para abastecerse, las grandes potencias occidentales intervinieron en los asuntos internos de los países petroleros, incluso los más alejados a su territorio, política que se prolonga hasta el presente, como lo atestigua la presencia militar en ellos de Estados Unidos y el séquito de naciones que lo acompañan. Intervenciones difíciles de justificar por razones de seguridad y, mucho menos, por amor a la democracia.
Cuando Estados Unidos y Gran Bretaña impulsaron el mercado del opio
En pocos años del siglo XXI la venta de opiáceos se llevó medio millón de vidas en Estados Unidos, la mayoría por el consumo de productos legales. Un siglo y medio antes, Gran Bretaña, la principal potencia de la época, fomentó el consumo de opio en China como método para equilibrar su intercambio comercial deficitario. Tal logro no se apoyó en la flema inglesa o en la proverbial capacidad diplomática del Foreign Office, sino desencadenando, a partir de 1839, dos conflictos conocidos como “guerras del opio”, el segundo con la participación de Francia. En el enfrentamiento, no peligró el venerado campanario de Westminster, ya que el campo de batalla fue el suelo y el mar de la China. Además del comercio, la victoria le aseguró al vencedor la anexión de Hong Kong y estimuló la declinación del todavía potente imperio chino.
¿Cuáles diferencias entre los hidrocarburos y los alimentos condicionan los comportamientos reseñados?
Ambos son recursos naturales, pero los hidrocarburos se utilizan por una sola vez, están concentrados en pocos países y empresas, y su demanda ha crecido varias veces por encima de la de los alimentos. En esas condiciones, el petróleo se ha transformado en un componente decisivo de las economías y en una fuente de rentas altas y concentradas en pocos países y empresas.
Por contraste con los hidrocarburos, los recursos naturales utilizados para producir alimentos están ampliamente distribuidos entre países y millones de productores, son renovables si se siguen prácticas correctas y su productividad (rendimiento) puede aumentar, como efectivamente ha sucedido. A mediados del siglo XX, la producción de alimentos se hizo cada vez más independiente de la cantidad de tierra utilizada: desde 1960, en el mundo, la población se duplicó, la producción de alimentos se triplicó, y el uso de tierra aumentó menos de 15%.
Se utilizaron nuevos insumos, entre ellos fertilizantes sintéticos, variedades mejoradas y productos químicos para la protección de los cultivos, y se modernizaron las prácticas de manejo, como la rotación -para conservar los suelos- y el riego. La ampliación de la superficie cultivada fue el resultado de destruir algunos hábitats -el más conocido, el de la Amazonia- y, en menor medida, de la adopción de innovaciones y fuertes inversiones, incluyendo las realizadas en irrigación.
Además de constituir la vanguardia de la innovación en las cadenas agropecuarias, un grupo de países desarrollados mantienen economías diversificadas capaces de implementar costosas políticas de protección y subsidio a sus agriculturas y cadenas agroindustriales. Tal es el caso de las adoptadas por Europa occidental, Japón y Estados Unidos, este último, un país muy rico en recursos naturales de uso agrícola.
Ese proceso contribuyó a reforzar sus amplias capacidades en ciencia, tecnología e innovación en toda la cadena productiva, en circunstancias en que el desempeño de la agricultura depende cada vez más de lo que pasa en laboratorios, industrias y campos experimentales.
La trayectoria tecnológica mencionada, sin embargo, conduce con frecuencia a elevar los costos unitarios del producto y a la imposibilidad de competir con los países ricos en recursos naturales, como Brasil, Argentina, Uruguay, Australia y Nueva Zelandia.
Para defender su producción, la Unión Europea, Estados Unidos y otros países adoptaron políticas de apoyo al sector alimentario, basadas en restricciones a las importaciones y subsidios a los productores. Es así que el gobierno de Estados Unidos, país en que la agricultura es el 1% del PBI, aprueba cada cinco años una ley agrícola que reúne las principales subvenciones al sector. El costo estimado de la ley vigente, 2019-2023, es de 428 mil millones de dólares, equivalentes a nueve veces las exportaciones agropecuarias argentinas del año pasado. Un monto cuantioso que mantendrá en diciembre de 2023, cuando se apruebe la nueva ley agrícola de un país que, según se entiende, es el paradigma de los mercados libres.
El mercado y la intervención estatal diseñan las corrientes de comercio internacional de alimentos sin que, afortunadamente, sean necesarias las intervenciones de los países poderosos.[1]