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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 52 (ENERO DE 2013). MARIANO ARANA. IN MEMORIAM. LA CIUDAD COMO ORGANISMO ACTUANTE Y VIVO

 Publicado: 07/06/2023

Patrimonio y contemporaneidad


Por Mariano Arana


En primer lugar, no puedo rehuir la pregunta implícita en el presente artículo.

¿Qué entendemos por Patrimonio?

Para dar respuesta a esta interrogante y aun arriesgando una simplificación excesiva, me aventuro a sostener que el acervo patrimonial está constituido por el conjunto de referencias -ya sean materiales o intangibles- con las que nos sentimos identificados o que nos singularizan como colectivo social.

Partiendo de tal premisa, habría que señalar que la significación de lo “patrimonial”, en tanto supone una ponderación de valores, no permanece inalterada en el tiempo. Varía inexorablemente con cada circunstancia histórica, más allá que determinados hechos, por su contundencia expresiva o por su relevancia emblemática, puedan arraigar con mayor perdurabilidad a los ojos de la comunidad. El solo ejemplo del sistema amurallado de la antigua Montevideo bastaría para ilustrar tal afirmación.

Durante la colonia, en efecto, los pobladores montevideanos lo percibían -y lo valoraban- por su importancia estratégico-militar. A la hora de la emancipación, en cambio, se lo desestimó como resabio ominoso de la opresión imperial, al punto que, tan tempranamente como en 1829, fue decidida su demolición, contando con la aceptación mayoritaria de la población de entonces. Por cierto que en el presente lamentamos su desaparición y conservamos celosamente los escasos vestigios defensivos remanentes, tanto por sus calidades estéticas como por su interés testimonial.

Pero, ¿no podrían acaso, enumerarse variantes similares respecto a otros casos como el antiguo Frigorífico Anglo de Fray Bentos,[1] la misma Ciudad Vieja de Montevideo o el Palacio Salvo, en la misma ciudad?, unos y otros ejemplos alternativamente soslayados o respetados, según la apreciación crítica de un determinado momento histórico o la mirada condicionada por el prejuicio o por intereses no siempre confesables.

Viene a cuento recordar a uno de los más jerarquizados maestros de la renovación arquitectónica, Le Corbusier, que, en ocasión de su visita al Río de la Plata, en 1929, sostuvo (y cito textualmente): “si no viniera de ver el insoportable adefesio que se llama Palacio Barolo,[2] fealdad máxima de la Avenida de Mayo de Buenos Aires, me hubiera sorprendido más aun, todo lo que exhibe de abyecto este increíble mamarracho que ustedes tienen que aguantar como una irremediable calamidad pública”.

Vitriólica mordacidad, por cierto, con la que Le Corbusier (y muchos otros contemporáneos) arremetió contra el Palacio Salvo, que, sin embargo, se percibe hoy como un hito insoslayable e identificatorio de la capital uruguaya.

Ello nos permite evocar a Benedeto Croce que, de modo tan ajustado, afirmaba que “todo juicio es juicio histórico”. Es que, ciertamente, todo juicio está condicionado por sus específicas circunstancias y sensibilidades.

Por otra parte, señalemos que, desde siempre, la ciudad nos importó en tanto organismo actuante y vivo; a tal punto que consideramos que sin población, la ciudad no es cabalmente “ciudad”.

Por lo mismo, nuestra vocación va más allá del análisis y la valoración de las trazas fosilizadas de prevalente interés arqueológico. En definitiva, sarcófago eventualmente atractivo, aunque anclado a una realidad pretérita e inerte, ajena al dinamismo vital capaz de legitimar el derecho del creador a expresar su propia contemporaneidad (en la medida, claro está, que no se pierdan valores superiores a los que se proponen).

Por lo expuesto, la ciudad nos interesa en tanto “civitas”, no tan solo en tanto “urbs”.[3]

Tal como lo explicitó Isidoro de Sevilla ya en el siglo VI, la “urbs” designa la fábrica material de la ciudad, en tanto que “civitas” hace referencia no a sus piedras, sino a sus habitantes.

En suma, concebimos la defensa del patrimonio arquitectónico, urbanístico, paisajístico y ambiental en estrecha conjunción con la preservación de valores esenciales e identificatorios del colectivo social.

Desde nuestra cátedra primero y en la lucha que promovimos a nivel cívico después, en plena dictadura,[4] procuramos en todo momento sentar doctrina acerca de la validez de compatibilizar las intervenciones -prudentes y pertinentes- sobre el patrimonio cultural y natural, afirmando el derecho que cada generación tiene a expresarse de acuerdo a su peculiar sensibilidad y a su específica coyuntura histórica.

Es nuestra más firme convicción que no hay mañana que pueda construirse de modo consistente, sin conocer, valorar y extraer el mejor provecho del legado de las generaciones precedentes.

De cualquier modo, nuestra vocación y nuestra energía han estado y seguirán estando esencialmente focalizadas en el presente y en el inmediato futuro. Y más que en el conservacionismo extremo, en la apuesta propositiva.

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