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EL VOTO DE LOS QUE NO TIENEN “NI LA MÁS PÁLIDA IDEA”
Sorpresas te puede dar la vida
Por Rodolfo Demarco
Hay un sector del electorado que, aun relativamente cerca en el tiempo de los comicios, no sabe, a veces ni remotamente, qué va a votar.
Se trata de personas que prestan poca o nula atención a lo que aparece en los medios sobre las elecciones, o que no andan en las redes por los circuitos más trillados de intercambio político, o que no prestan oídos a los que conversan sobre el tema.
¿Cómo harían los partidos para llegar a ellas? No hay respuestas sencillas, pero en elecciones tan reñidas como aparentan ser la primera vuelta de octubre y el balotaje de noviembre en Uruguay, ese sector de ciudadanos puede resultar decisivo.
En estas circunstancias, seguramente más que en anteriores, la población formadora de opinión parece llamada a jugar un papel nada desdeñable. No se hace referencia a los políticos ni a los comunicadores, sino a quienes, sin ser activistas sino simples ciudadanos, inciden en el voto de familiares, amigos, compañeros de trabajo o estudio, vecinos, allegados. Y de esa manera influyen sobre los desinteresados mucho más que los aparatos partidarios y el bombardeo mediático. Son personas que, aunque no participen en actividades políticas ni frecuenten a militantes, tienen determinada información, saben a quién votar, poseen una idea (firme o no, superficial o consolidada) de las propuestas y de los candidatos. Tienen un grado de convicción suficiente como para argumentar ante otras personas y, sean o no conscientes de ello, influir en sus decisiones electorales. Cumplen, aun sin proponérselo, una función de intermediación entre el candidato/partido y el ciudadano que no sabe qué votar. Es casi seguro que éste no irá a un local partidario ni se preocupará por escuchar programas políticos, ni, mucho menos, tratará de acercarse a un político para sacarse las dudas. Es que sus dudas suelen ser muy leves, no lo atormentan; difícilmente se preocupe por su voto hasta poco antes de que lo deba emitir. Por eso el allegado a quien “le gusta la política” y al que a veces no tiene “más remedio que oír” terminará gravitando sobre él.
Con relación a los canales por los que llega información a la población menos interesada en política, acaso los más importantes sean los espacios de amplia cobertura, como los informativos centrales de la televisión, a los que la gente accede con el propósito rutinario de “ver qué pasa” al otro lado de las paredes de la casa. Y la prioridad puede ser el deporte, la crónica policial, las noticias nacionales en general, las internacionales o ninguna en particular.
¿Y qué ve y/o escucha sobre política? En general, como para informarse, poco: de uno a tres minutos del video de un acto, o las declaraciones casi sin desarrollo de un político sobre un tema que no necesariamente es el que más le interesaría. Además, en la tele, la radio, el celular, la computadora o la calle se va a encontrar con publicidad que le trasmite un mínimo de información: un rostro, una consigna, un número y colores asociados a él, un jingle. Lo mínimo para hacer conocer la existencia de algo/alguien, o para recordar que ese algo/alguien está pidiendo su voto. Y poco más. Son sensaciones imprecisas que van construyendo adhesiones por acumulación. Y también rechazos. Cada persona llega al día de las elecciones con su dosis.
En cuanto a las redes, es bastante improbable que ese ciudadano alejado de la política se introduzca en un hilo de Twitter o abra un Facebook, un Whatsapp o una imagen en Instagram que aludan a la campaña. Salvo que haya algo (una imagen, una frase breve, una palabra) que por algún motivo concite su interés. Es probable también que si el asunto amaga con “politizarse” demasiado, el navegante se vaya del lugar tan rápido como llegó.
No hablamos de los constructores más o menos “profesionales” o espontáneos de fake news, aquellos que descargan en los políticos en general o en algunos en particular sus frustraciones, rencores, sentido del humor (bueno o malo), ganas de molestar o de bromear o de respaldar a alguien elogiándolo o agraviando a su adversario. Estas personas, en general, no forman parte del público muy desinteresado en política. A su manera, “militan” descargando epítetos o comentarios obscenos, o, también, opiniones respetuosas y responsables, bien o mal escritas o pronunciadas. No inciden en el voto de casi nadie, pero logran impactar en uno u otro sentido sobre el humor de los convencidos.
Como resultará evidente, no es el propósito de este artículo dar consejos a los que desean captar a los indecisos, desencantados, enojados o indiferentes. Solo se procura la descripción de una realidad que los actores políticos tienen limitadas chances de modificar, pero que llegado el momento puede transformar las urnas en cajas de sorpresas.
Acaso quienes más posibilidades tengan de incidir en ese voto de último momento, sean esos formadores de opinión a los que se hacía referencia anteriormente (el padre, el hijo, el hermano, el amigo, el vecino, el allegado, el interlocutor casual con el que se intercambian opiniones en el super o en la esquina). En realidad es para ellos, para los formadores de opinión no profesionales, ocasionales, a veces involuntarios, que debería destinarse la parte más argumentada de la campaña. Esa gente no consume jingles, o es impermeable a ellos. Pero aunque no se lo propongan especialmente, los políticos y los partidos les trasmiten a esas personas argumentos “para hablar con la gente”, y, al mismo tiempo, en la medida en que les clarifican temas, los reafirman en sus convicciones y los estimulan en su “micro militancia”.
Respecto a las personas muy alejadas de lo político-electoral, mucho más de lo que suelen no pueden hacer las campañas. Con frecuencia esos votos se terminan ganando de las formas más inverosímiles, menos relacionadas con los esmeros de candidatos y publicistas.
Por eso, tal vez, más que en el corazón de la campaña electoral pura y dura, los votantes más esquivos vayan a ser ganados en ámbitos y situaciones imprevisibles. Posiblemente los que por casualidad convoquen la atención con un comentario al pasar en un programa de entretenimiento o en un espacio de las redes destinado a cualquier cosa menos la política, estén, sin proponérselo, haciendo caer alguna ficha electoral en ignotas cabezas.
Las conclusiones son dos, si es que este hilo endeble conduce a alguna: 1) hay un sector heterogéneo de gente inmedible electoralmente (acaso habría que ser más tolerantes con las encuestas); 2) los partidos, candidatos y asesores no tienen otra que concentrarse en la población (que es la mayoritaria) que tiene una información o interés básicos en la política. Pero, eso sí, deberán apuntar a la periferia de sus adhesiones, sin descuidar a los “leales”, que siempre pueden darse vuelta.
Tampoco convendría olvidar que en una alta proporción los políticamente definidos tienen una tendencia a blindarse, a no atender los argumentos del adversario. Y por lo tanto no hacen el sano ejercicio de contrastar sus propias opiniones con las ajenas, ni, por consiguiente, se ubican en las mejores condiciones para convencer a otros. Tal vez por eso, dicho sea de paso, los mentados debates televisivos tengan una platea bastante parecida a la de un partido de fútbol: está mayoritariamente integrada por hinchas. Y los hinchas, ya se sabe, no cambian de equipo, por más que se enojen con sus propios jugadores.
En suma, ese volátil, impreciso, inmedible sector de los no definidos, indecisos o indiferentes puede terminar proyectando en el escenario poselectoral una montaña de sorpresas. Esos votos, aunque valen lo mismo que los demás, pueden contribuir -junto a otros fenómenos también difíciles de medir y que aquí no se han mencionado- a echar por tierra firmes pronósticos, desmoronar sólidos optimismos y desatar inesperados festejos.
ta bueno, x algo lo reenvío
De lo que conozco, el ABC de cualquier manual de campaña electoral incluye entre sus primeras líneas la necesidad de definir y utilizar un eslogan, una frase guía que sintetice clara y eficazmente el mensaje que el candidato quiere transmitir a su potencial electorado. Y ese eslogan debe ser repetido por todos los medios posibles la mayor cantidad de veces posible, para que quede fijada en la mente de los votantes.
Acabo de visitar los sitios web de las cuatro principales fuerzas políticas en competencia y solamente el Partido Nacional muestra en su pagina inicial su eslogan, o doble eslogan de forma clara y con grandes caracteres:
Lo que nos une. y Es Ahora.
Me gustará o no, pero el mensaje no da lugar a dudas.
En la pagina del Partido Colorado, hay que explorar para encontrar algo y para nada queda claro cual es ese eslogan clave.
En la pagina del Frente Amplio, aparece arriba a la izquierda, junto a las banderas de Uruguay y del FA, el Mismos Principios, Nuevos Sueños.
No aparece la «actualización» posterior a las internas, que de hecho ni me acuerdo bien como va. Algo de no te olvidar lo que hicimos y lo que vamos a hacer…
En la pagina de Cabildo Abierto, hay que recorrer un poco la pagina para encontrar un video cuyo titulo menciona Ahora Uruguay. El País que vos querés.
En la pagina de Talvi, ahí sí encontramos: Uruguay Tiene Futuro.
En la de Luis Lacalle, se reproduce exactamente lo mismo que en el sitio partidario.
Daniel Martinez no tiene pagina personal.
Y finalmente, en la pagina de Manini, ahí sí vemos claramente El País que vos querés. Ahora Uruguay
Para algo se inventaron los manuales, y por algo, en cuanto al eslogan, todos los que miré dicen mas o menos lo mismo.
Si vamos al eslogan elegido por cada partido, cada uno tiene lo suyo y busca tocar a sus potenciales votantes con diferentes argumentos.
De esta breve exploración me queda bastante claro, desde mi punto de vista subjetivo, quienes están haciendo mejor los deberes para captar a los indecisos.