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ELECCIONES EN PANDEMIA Y DESORDEN
Venezuela, Bielorrusia y después… ¿Estados Unidos?
Por Luis C. Turiansky
Parecía cosa fácil: para derrocar a un presidente odiado basta con declarar fraudulenta su elección y apoyar a otro candidato, más aceptable. Luego movilizar a la población para que proteste y exija la renuncia del que está en el poder. Si las manifestaciones se reprimen, tanto mejor: las fotos serán emotivas y elocuentes.
En Venezuela el método se vio facilitado por la existencia de dos instituciones que se disputan la representación del poder legislativo: la Asamblea Nacional (AN), dominada por la oposición, y la Asamblea Constituyente, creada en referéndum por los chavistas y que la oposición desconoce. Bastó entonces que el presidente de turno de la AN, Juan Guaidó, se declarara presidente interino de la república aduciendo vicios en la elección de Nicolás Maduro, para que una cincuentena de países, siguiendo las instrucciones de EE.UU., lo reconociera como único y legítimo Jefe de Estado.
En Bielorrusia (o Belarús, según su nombre oficial), esta circunstancia no se dio, pero el reelecto presidente Alexander Lukashenko, de estilo patriarcal y autoritario, está bastante desprestigiado, al menos en el exterior. Quien haría el papel de “Juan Guaidó bielorruso” iba a ser la profesora de inglés Svetlana Tijanóvskaia, esposa de un opositor detenido, que sorprendentemente alcanzó el segundo puesto en número de votos. Pero la joven se refugió en la vecina Lituania, con lo cual de hecho perdió la oportunidad de ponerse al frente de las movilizaciones populares. Posteriormente, fuentes allegadas al movimiento denunciaron que la policía la presionó para que abandonara el país, pero ella no lo ha corroborado ni refutado, más bien ha optado por el silencio de esfinge.
En todo caso, la reiteración del guion venezolano hace pensar que algunos círculos lo han adoptado como método útil, de apariencia más limpia que el revoltoso “Maidán” de Kiev en 2013-2014, cuyos grupos de choque hasta hoy influyen en la política ucraniana. Conviene por ello prestar atención a otros sucesos similares que se producen en el mundo.
El rompecabezas norteamericano
Sin ir más lejos, el próximo 3 de noviembre la ciudadanía estadunidense elegirá, Colegio de Electores mediante, al presidente y su vicepresidente para el próximo cuadrienio. El presidente saliente Donald Trump ha optado por presentarse otra vez, que es lo habitual en estos casos. También es habitual que los votantes le den la nueva oportunidad, pero esta vez parecería que ha perdido gran parte de su potencial electoral y los demócratas confían en romper la costumbre y no dejar que el presidente se saque el gusto de gobernar ocho años. Han combinado para ello la experiencia del exvicepresidente de Barack Obama, Joe Biden, con la juventud de la nueva estrella Kamala Harris, hija de inmigrantes (padre jamaiquino de raíces africanas y madre hindú).
La reelección de Trump tampoco satisfaría a una buena parte de la opinión pública mundial, cansada de sus frecuentes golpes de teatro y su política exterior impredecible. En especial la Unión Europea no ve con buenos ojos la posibilidad de que continúe en el poder una administración norteamericana francamente hostil, como la que termina su mandato. El checo Zdeněk Zbořil se pregunta por ello en Parlamentni Listy, 30.08.2020, qué pasaría si la Unión Europea desconociera la reelección de Donald Trump por fraude electoral, como lo hizo en el caso de Lukashenko en Bielorrusia, cuya ventaja fue mucho más cómoda que la que sin duda obtendrá el vencedor, cualquiera sea, de la lid electoral en EE.UU.
La pregunta provocativa del comentarista checo puede parecer irónica y provocar sonrisas de inteligencia, ya que estamos acostumbrados a que una misma verdad no tiene el mismo peso en un país de régimen depreciado como Bielorrusia, o en Estados Unidos, país que se presenta a sí mismo -y muchos le siguen la corriente- como modelo universal de democracia. Recuérdese, sin embargo, el caso de George W. Bush en 2000, que venció al demócrata Al Gore por escasos 537 votos en el Estado de Florida, pero adjudicándose con ellos el total de electores de dicho Estado y, en consecuencia, la mayoría del Colegio Electoral, al tiempo que la Suprema Corte Federal revocaba la decisión de la instancia judicial de Florida de proceder, a pedido de los demócratas, al recuento de votos. Hoy en día, dado el ambiente de confrontación al que dio lugar el incidente que produjo la muerte de George Floyd por abuso policial y el efecto devastador de la pandemia del coronavirus, puede ser que ningún tribunal se anime siquiera a abrir una investigación por posible fraude electoral. Pero nunca se sabe.
También puede darse el caso inverso: ¿cómo reaccionaría el bando republicano ante una inesperada derrota de su líder? La “América profunda”, exacerbada por la violencia en las calles durante todo el año, podría estar dispuesta también a salir a defender la victoria “robada” por el Partido Demócrata y su “gentuza”, que representa “esa señora Harris de color y origen inciertos”.
Es más, como la representación de los Estados en el Colegio Electoral no es proporcional al número de ciudadanos inscritos, es posible que la fórmula victoriosa no sea precisamente la que haya obtenido el mayor número de votos populares. Esto sucedió ya dos veces en lo que va del siglo, cuando ganaron, respectivamente, George W. Bush (2000) y Donald Trump (2016), ambos republicanos. Otra alternativa -no he podido averiguar si hay algún precedente histórico, pero es una posibilidad perfectamente lícita- es que el Colegio de Electores designado utilice su prerrogativa de llevar a la Casa Blanca a quien le parezca, haciendo caso omiso del mandato popular. Pero probablemente esto provocaría un escándalo de órdago, cercano a la guerra civil.
Por consiguiente, ante la denuncia de fraude o de inconstitucionalidad del fallo de los electores, tal vez se rompa la cautela tradicional de la diplomacia europea y la pregunta retórica de Zdeněk Zbořil adquiera actualidad.
Grito de alarma entre los demócratas
Por otro lado, el conocido cineasta norteamericano Michael Moore señala en declaración reciente el peligro que representa el excesivo optimismo de los demócratas en la campaña electoral en curso. Dicho optimismo, dice, se basa en los resultados de las encuestas, que dan un margen de preferencia a Joe Biden y su compañera de lista. Pero cuatro años atrás pasó lo mismo con Hillary Clinton y finalmente fue derrotada por escaso margen por Donald Trump. Según Moore, el apoyo a Trump en los distritos clave del país “rompe todos los récords” y los demócratas “harían bien en movilizarse y ganar por lo menos cien nuevos adeptos cada uno de aquí al día de las elecciones” (citado por The Guardian, Londres, 30.08.2020).
Conviene recordar que el mismo Moore vaticinó, contra todas las predicciones, la victoria republicana de 2016. Si este pesimismo recurrente no es tan solo una manía, puede tener razón al reclamar mayor empeño de los militantes demócratas en favor del dúo Biden-Harris, ya que una confianza excesiva en el efecto de la actuación desastrosa de Donald Trump, junto con el de la epidemia producida por el coronavirus, puede resultar contraproducente.
Como se ve, nada es seguro y todo puede pasar. Entre otras cosas, porque hay un elemento insoslayable, como es precisamente la pandemia de Covid-19, que devasta la economía y ha puesto en tensión los ánimos de la población. Este fenómeno se expande por todo el mundo y la enfermedad en cuestión, como otras epidemias del pasado, incita a buscar culpables, con lo que abre paso a nuevas leyendas, con sus mitos y holocaustos.
Los monstruos de la penumbra
Si los motivos que llevaban a exteriorizar la cólera que produce la sociedad actual en crisis eran hasta hace poco de respuesta a largo plazo -las desigualdades, la arrogancia de los poderosos, el saqueo de los países pobres, las guerras-, o a mediano plazo (la destrucción del medio ambiente para cuando la generación de Greta Thunberg alcance la madurez), la pandemia y sus riesgos letales obligan a reclamar soluciones urgentes ya, ahora mismo.
El neocapitalismo digital ha cambiado considerablemente la estructura de la sociedad dividida en clases sociales. Del clásico proletariado fabril solo quedan restos altamente feminizados y de baja edad promedio, sobre todo en Asia y en el sector de la confección. Lo que tiende a dominar en los países desarrollados la explotación de la mano de obra y, por consiguiente, la fuente de plusvalía, son el trabajo altamente especializado, la atención de las líneas de producción robotizadas, el comercio, el transporte y la banca. La amenaza de desempleo, vinculada a la automatización y al uso de robots en las líneas de montaje, actúa hoy como un freno a la lucha reivindicativa.
En este cuadro, la indignación que se mantiene callada de pronto explota y desborda en movimientos y luchas de nuevo tipo. Aparecen entonces Indignados, Ocupemos Wall Street, Chalecos Amarillos… Son todos nombres originales para designar causas inéditas de movilización popular. Por su parte, la aparición de la pandemia que hoy nos afecta ha puesto en evidencia las insuficiencias del sistema sanitario y el carácter clasista del tratamiento al que se someten los enfermos. No es casual que países de gran concentración de población y extrema pobreza en sus estratos más desfavorecidos, como el Brasil y la India, sean los campeones en materia de desenlaces fatales de la lucha contra el coronavirus. En Estados Unidos, otro de los países más afectados, son los sectores más pobres y discriminados, como la población afrodescendiente y los inmigrantes ingresados recientemente, los más afectados. Es además donde ha estallado, aunque por otros motivos, el conflicto en torno a la discriminación racial.
Se da, no obstante, un fenómeno paradójico: hoy grandes masas se movilizan, no para combatir el flagelo, sino en contra de las medidas profilácticas, todas ellas lógicamente de carácter restrictivo y que de pronto son vistas como tema político y vinculado a las libertades públicas. En Francia y Alemania, por ejemplo, han tenido lugar grandes concentraciones para oponerse a todas las limitaciones a la circulación y reunión de personas.
Es perfectamente comprensible que ello ocurra, puesto que las restricciones repercuten en la actividad económica (suspensión de la producción, junto con el cierre del comercio, el transporte transfronterizo, el turismo y la gastronomía, así como otros sectores clave) y han socavado las bases del sistema capitalista y los ingresos de las familias pobres, con el consiguiente aumento de la desocupación masiva. Con razón o sin ella, también es natural que se eche la culpa al gobierno y a los políticos en general.
Es un reclamo lógico que, cuando se piden sacrificios, su peso debería repartirse también proporcionalmente según el poder económico de cada uno. Pero es difícil entender el repudio a los tapabocas y otros medios de lucha contra el contagio, salvo por hastío o repugnancia a su continuación sin fin ni resultado aparentes.
Es en este contexto complejo que tendrán lugar las próximas Elecciones presidenciales en Estados Unidos. Si, como se prevé, se definieran por un margen muy estrecho, traerán días complicados de enfrentamiento y quizás violencia, con un odio especial y compartido respecto al habitual "tercero" en la competencia, cuyos votos habrían podido decidir el desenlace de manera más neta si no se hubiera presentado.
Tal vez también vuelva en todo su vigor el tema de los derechos de las minorías y las agresiones contra la población afroamericana y los inmigrantes. Y una nueva ofensiva de las bandas armadas de blancos furiosos, como los “Boogaloo Boys”, que ya se hicieron ver durante los disturbios que siguieron al estrangulamiento de George Floyd. Su objetivo declarado es una guerra civil y la instalación del fascismo blanco.
El caos ideológico es su caldo de cultivo. Son los monstruos de la penumbra a los que se refería en brillante metáfora el inolvidable Antonio Gramsci:
“Mientras el viejo mundo muere y el nuevo tarda en llegar, de ese claroscuro surgen los monstruos”. (Cuadernos de la prisión, 1929-1934).
Caro Luis: desde hace tiempo, por varias razones, he visto una excesiva cantidad de series y filmes de primer y segunda, en TV, mucho crímenes, policiales y similares. El análisis de clases surge clarito de los de EE. UU. tanto en el tema Salud como en el tema Delito. Algo también en el tema Viviendas, Barrios, Transporte. Y los extremos se ven mucho en el tema Drogas, totalmente incomprensible la laxitud y/o ineficiencia respecto a las drogas, que ni siquiera incluyen el gran tema Alcohol. No hay ni una propuesta concreta de cómo regular los vicios. Y se da por supuesto que el rico tiene más derechos que el menos rico y el más pobre, a través de los sistema de la Justicia y la Policía, etc. Recomiendo seguir todos los argumentos de esas obras, desde es punto de vista y pensamiento, pues hay mucho que ver , analizar y comprender.
Mario
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