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ÓSCAR 2019

 Publicado: 06/03/2019

“Green Book”: en blanquinegro


Por Andrés Vartabedian


El título original del filme es, simplemente, Green Book. El título con el que ha llegado a estas tierras, una vez más nos subestima e infantiliza nuestra capacidad simbólica, intentando explicarse: Green Book: una amistad sin fronteras. Al menos, en esta oportunidad, conserva parte del primigenio. Pequeño respiro.

¿A qué remite ese nombre abreviado? Remite a The Negro Motorist Green Book, The Negro Travelers’ Green Book o The Travelers’ Green Book -como se denominó en diferentes períodos-, una guía para viajeros de piel negra que se publicara anualmente entre 1936 y 1967 por Victor Hugo Green (cartero afroamericano que residía en Harlem, Nueva York) y la compañía que fundara. La publicación -que sufriera una interrupción durante los años de la Segunda Guerra Mundial- establecía qué negocios recibían y atendían a personas “de color”, ya sea que viajaran por negocios o placer: hoteles, bares, estaciones de servicio, peluquerías, etcétera. Habiendo sido de carácter local en su primer año, abarcó a todos los Estados Unidos de América, posteriormente, e incluyó, con el tiempo, lugares de Canadá, el Caribe, América Latina y otras partes del mundo. Su declarada finalidad: facilitar dichos viajes, hacerlos “más disfrutables”, y evitar las diversas situaciones de discriminación y violencia -tanto física como psicológica- que se solían suscitar por aquellos años, incluyendo lo que podría parecer un mal menor como el abuso de precios. La importancia del carácter comercial que adquiriría con el tiempo el emprendimiento es algo que este comentador infiere insoslayable.

Donald Walbridge Shirley (1927-2013), más conocido como Don Shirley, fue un gran pianista y arreglador musical, quien se iniciara en la música clásica y deviniera en músico de jazz debido a una decisión estrictamente comercial acordada con su empresa discográfica. Nacido en Florida, EE.UU., de padres jamaiquinos de buena posición económica, se manifestó como un prodigio en la música desde sus primeros años de vida. Formado como concertista clásico, la falta de oportunidades que su negritud le deparara, en una sociedad fuertemente segregadora, lo llevó a abandonar la música por cierto período de tiempo para dedicarse a la psicología (existe cierta discusión acerca de si sus estudios lo llevaron a graduarse o si su apodo de “Doctor Shirley” -con el que también aparece en el filme- lo obtuvo debido a un título honorífico que habría recibido). Su retorno al arte musical lo llevaría a interpretar un repertorio más pop, como le habían sugerido, vinculado al jazz. Sin embargo, sus intereses lo condujeron a trasladar a sus arreglos su gusto por la música clásica, los sonidos del órgano de iglesia con el que había crecido -su padre era ministro episcopal-, canciones de trabajo afroamericanas, espirituales, blues y hasta melodías típicas de las producciones teatrales de Broadway. A pesar de considerar que no era apreciado en esos lugares, su arte se desarrollaba, básicamente, en cabarés y clubes nocturnos. De todos modos, para comienzos de los años ’60, grababa regularmente para Cadence Records y había conformado un particular trío, compuesto por piano, chelo y contrabajo. Con él saldría de gira por el sur de los Estados Unidos al momento en que lo encontramos en Green Book.

Frank Anthony Vallellonga (1930-2013) nació en Pennsylvania, EE.UU., y se mudó a Nueva York, más precisamente al Bronx, cuando aún era un niño. De padres italianos, se lo conoció más comúnmente como Tony “Lip” (“labio” en inglés) por su capacidad de convencer a otros de hacer lo que él pretendía. Desde los años ’70, desarrolló una carrera como actor, básicamente “de reparto” (su Carmine Lupertazzi, de la serie Los Soprano, quizá sea su personaje más conocido). Sin embargo, no siempre estuvo vinculado al mundo del arte: colaboró en la tienda de comestibles de su padre, formó parte del ejército durante la primera mitad de la década del ’50, ejerció el oficio de peluquero a su retorno, hasta que comenzó a trabajar como guardia de seguridad en clubes nocturnos y como maître de hotel. El club Copacabana, del cual llegaría a ser gerente, le permitiría conocer a gente famosa; allí entraría en contacto con Francis Ford Coppola, quien le ofrecería su primer pequeño papel en el cine, más precisamente en El padrino. Esto no había sucedido aún cuando fue contratado como chofer y guardaespaldas de Don Shirley para la gira que emprendería en 1962.

Green Book no es, precisamente, una biografía de Don Shirley, ni tampoco de Tony “Lip”. Básicamente, es la historia de su encuentro. De ese encuentro entre dos seres muy diferentes que cambiaría la vida de ambos. Al menos así se interpreta a través del filme: un encuentro que derribaría varios de los prejuicios con los que cargaban y devendría en amistad perdurable. (La polémica al respecto se ha instalado: parte de la familia de Don Shirley niega que el vínculo haya llegado a tal dimensión: Don Shirley siempre habría considerado a Tony únicamente como su empleado; dato que Nick Vallelonga, hijo de Tony y uno de los guionistas del filme, desmiente, trayendo a colación anécdotas personales de su interacción con Shirley. La familia de este último no fue consultada durante la generación y realización de este proyecto).

Tony queda momentáneamente desempleado del club para el que trabaja como guardia de seguridad. Su ascendencia italiana, algunos amigos y familiares ya vinculados, podían acercarlo a la mafia del lugar. Él prefiere permanecer al margen -lo hará más de una vez-; las pequeñas trampas a las que es afín son menos peligrosas y más inofensivas. De todos modos, algo debe hacer; su familia -esposa y dos hijos- depende de sus ingresos. No basta con competencias barriales para determinar quién engulle más hot dogs ni con empeñar su reloj.

Allí aparece el Doctor Shirley buscando un chofer para su gira por el sur profundo de los Estados Unidos. Su compañía discográfica prefiere también que el elegido reúna otras condiciones: los estados que recorrerá no se caracterizan, precisamente, por su hospitalidad hacia la población afrodescendiente. Luego de un primer desencuentro, esperable -Don Shirley es un dandi extravagante, además de negro, que reside en uno de los apartamentos del Carnegie Hall, en un entorno exótico y barroco-, la tarifa se acordará y el viaje se iniciará. Dos meses -lo que, en la vida real, habría sido un año y medio- en los que, tanto el Cadillac azul en el que se transportarán como la guía “Green Book” para el viajero afroamericano, se tornarán herramientas indispensables de su cotidianidad emparentada.

Como es habitual en estos casos, la travesía deparará estaciones, y éstas, a su vez, irán perfilando los cambios que todo buen viaje produce en quienes lo acometen. El conocimiento mutuo permitirá que nuestros personajes comiencen a recorrer el camino de combate a sus prejuicios –esos fatales hijos de la ignorancia- y, en ese trayecto, asuman iniciar un vínculo basado en una mayor apertura, sinceridad y empatía. Compartirán no sólo espacios sino también pequeñas “aventuras” -como comer pollo frito con la mano o mejorar la redacción de una carta familiar -que los tornarán más cercanos y amigables. Ponerse en el lugar del otro ya no será un ejercicio meramente intelectual y casi imposible. Comenzarán a descubrir lo valioso en lo que cada uno tiene para dar; lo valioso en lo que cada uno puede y sabe dar, sin necesidad de modificarse, de intentar ser otro. Bastará sólo con apelar a pequeñas negociaciones y, sobre todo, con permitirse “ver” al otro en su dimensión humana, compleja, teñida de condicionamientos difíciles de manejar. En definitiva, cargarán al otro de humanidad, transformándolo en un par. La propia cercanía de la Navidad, norte del retorno esperado, hará las veces de catalizador de ese proceso.

Y en ese recorrido que nos propone Green Book, Peter Farrelly (Pensilvania, 1956), su director, apelará a la comedia dramática para acercarnos a esos personajes y esa historia. Y lo hará sin estridencias: la sonrisa nos acompañará mucho más que la carcajada, no habrá giros dramáticos inesperados, “vueltas de tuerca” reveladoras… ni siquiera la violencia hacia los negros propia de ese Sur tradicionalmente racista se hará ciertamente ostensible. Todo asomará leve, liviano, amable, perdiendo incluso sus aristas más filosas. Y todo fluirá sin tropiezos. También sin hondura. Y se apoyará en una bella y ágil banda sonora, pero fundamentalmente en dos grandes actuaciones: la de Viggo Mortensen, como Tony “Lip” Vallelonga, y la de Mahershala Ali (Óscar como Mejor Actor de Reparto), en el personaje de Don Shirley; éste último con un más amplio manejo de los matices que Mortensen.

En definitiva, Green Book nos acercará a ciertos valores humanistas difíciles de rechazar, y lo hará de manera realmente disfrutable. Un cine entretenido y bien intencionado que, con tal carencia de riesgos asumidos, difícilmente pase a la historia. El tiempo deberá hacerse responsable.

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