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HACE TREINTA AÑOS, LA “REVOLUCIÓN DE TERCIOPELO”

 Publicado: 04/12/2019

El fin del socialismo en Checoslovaquia, entre otros


Por Luis C. Turiansky


Dedico este trabajo a la memoria de Nicolás Grab, que me pidió reiteradamente que escribiera sobre Checoslovaquia y sus Estados sucesores, tarea a la que fui más bien reacio. Desgraciadamente, ya no podrá leerlo. Perdoname, Nicolás.

 

Por sus efectos históricos, sin duda el hecho más espectacular de 1989 fue la demolición del muro de Berlín y la reunificación de Alemania. La imagen del asalto a esta construcción de bloques de hormigón por la muchedumbre se ha convertido en el símbolo del estrepitoso derrumbe del “socialismo real”, como se dio en llamar al sistema en su última etapa. 

A la sombra de estos sucesos tuvo lugar en Checoslovaquia el traspaso negociado del poder a la oposición. Si en Polonia, en una situación semejante, el símbolo del nuevo poder fue Lech Walesa, un obrero de los astilleros de Gdaňsk (Danzig), el líder de la oposición checa fue un intelectual de origen burgués: el dramaturgo Václav Havel. Debido a la participación preponderante de jóvenes en la manifestación del 17 de noviembre, a algún periodista inspirado se le ocurrió introducir el concepto de “revolución tierna”, pero finalmente ganó otra metáfora, más acorde con el estilo de salón burgués, consagrándose el término “revolución de terciopelo”, alusión no muy feliz a su carácter pacífico. 

LA VIDA EN EL LIMBO

La revista checa Echo (“El Eco”) reproduce en su número especial de octubre, dedicado al aniversario que nos ocupa. Una versión textual de la entrevista que mantuvieron en Moscú, en abril de 1989, Mijaíl Gorbachov y el Secretario General del Partido Comunista de Checoslovaquia, Milouš Jakeš. Ambos protagonistas todavía viven y, si lo leyeron y quisieran, podrían desmentir su contenido si no se ajusta a la verdad. [1]

Las palabras que el texto pone en boca de los máximos dirigentes comunistas de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y Checoslovaquia confirman lo que muchos temíamos, es decir, que la dirección estaba por entonces muy alejada de la realidad de todos los días.[2]

El propio título lo da a entender, al reproducir una pregunta insólita de Gorbachov: “¿Tienen grupos armados, o algo así?”, a lo que Jakeš responderá que no, puesto que las personas a las que se refería eran todavía menores.

Durante la entrevista, Jakeš insiste varias veces en que él y su partido apoyan la política de reforma de Gorbachov conocida por el término ruso perestroika. La actitud individual de los miembros del partido hacia este concepto sirve incluso para medir su grado de fidelidad. Por ejemplo, al señalar -bonachonamente- Gorbachov que seguramente X o Y “más bien rezongan, ¿no?”, su interlocutor aclara: “Con X por ahora se puede trabajar, él apoya la perestroika”. Reiteradamente, el dirigente soviético señala el parecido que tendrían las situaciones de ambos países, mientras que Jakeš se toma el trabajo de señalar que, con todo, hay diferencias palpables. 

Lógicamente, no podía faltar el tema de la intervención armada de 1968 y ulterior permanencia de tropas soviéticas en el territorio checoslovaco. Gorbachov trata el tema con evidente cautela y más bien parece querer cerciorarse de que la posición oficial de los comunistas checoslovacos no ha cambiado. Probablemente lo necesita como argumento frente a las críticas de los occidentales, ya que podrá decir: pregúntenles a ellos, no son nuestra colonia. El diálogo que se desarrolla es por ello sumamente instructivo.

El líder soviético trae a colación lo expresado en una ocasión anterior, acerca de que las conclusiones de la jerarquía comunista checoslovaca, conocidas como “Enseñanzas de la crisis”,[3] siguen vigentes, aunque algunas tesis, debido al momento particular en que fueron formuladas, requieren revisión. “Si no me equivoco”, dice Gorbachov, “se dijo que al principio todo marchaba normalmente y los acontecimientos tenían un carácter constructivo; se trataba de corregir los errores y renovar el socialismo”. (Jakeš acota: “Sí, eso se puede decir del período que va de diciembre de 1967 a marzo de 1968”). Prosigue Gorbachov: “Pero después, la evolución comenzó a orientarse hacia la contrarrevolución. Es necesario por lo tanto distinguir claramente entre estas dos fases.” 

En esto Jakeš, al parecer, fue tajante: “Nosotros afirmamos que la política del pleno de enero[4] era correcta, pero el partido perdió el control de su aplicación. La culpa la tiene toda la dirección y especialmente Dubček.” En su opinión, también en Checoslovaquia se necesita una perestroika, igual como habría sido necesaria en 1968.

Surge de la conversación que, a pocos meses del gran bandazo de noviembre, los comunistas checoslovacos se proponían democratizar el sistema electoral mediante la ampliación del número de mandatos por circunscripción y la representación proporcional, así como la eventual participación de los distintos partidos del Frente Nacional[5] en el Gobierno. Jakeš reconoce por otra parte que habían cometido un error al cortar toda relación con los comunistas expulsados por estar en desacuerdo con la línea oficial, y que de hecho los habían empujado a las filas de la disidencia, donde actuaban como grupo autónomo con el nombre de “Renovación del socialismo”. La preocupación del partido era buscar caminos para superar el aislamiento, abrir el debate y atraer a los posibles aliados.[6]

El huésped reconoce también la existencia de dificultades serias en la economía, pero lo atribuye -conforme a la propia propaganda oficial- a “la mala situación económica mundial en general”. Aprovechó para pedir que el Gobierno Soviético mantuviera el compromiso de adquirir el número convenido de tanques de fabricación checoslovaca pese a la decisión adoptada de reducir los gastos militares, ya que su supresión afectaría sensiblemente a la economía nacional.

Por último, Gorbachov, dando punto final a la entrevista, señala: “Nuestro encuentro ha sido muy útil... Todos nos dirigimos a una misma meta: el socialismo y la democracia y su estrecho interrelacionamiento en el interés del pueblo. Es por ello necesario mantener en movimiento el proceso actual. Las lecciones del pasado, incluido el año 1968, deben analizarse en su contexto histórico. En lo que se refiere al tema de la compra de material militar, lo vamos a estudiar.

La interpretación que hizo Milouš Jakeš de estas palabras y que trasmitió a sus camaradas, fue que el jefe de los comunistas soviéticos estaba de acuerdo con que no se debía revisar la posición ya adoptada acerca del año 1968. Se trata de una extrapolación infundada, ya que el texto más bien indica que Gorbachov tan solo era partidario de que las cosas se vieran en su contexto. Su política era de no intervención.

Entre las muchas “teorías conspirativas” relacionadas con el derrumbe del sistema socialista en Europa figura también la que atribuye a Gorbachov y su elenco un papel activo, relacionado con el interés de salvar al régimen soviético a expensas de los países “hermanos” de su entorno, que se habrían convertido en un lastre económico. Pero yo prefiero basarme en los hechos.

Como no es aconsejable utilizar el condicional al tratar los hechos históricos, no vale la pena preguntarse qué hubiera pasado si… En todo caso, el aislamiento del que habla Jakeš había llegado al punto fatal que se define como momento revolucionario, en el que “los de abajo no quieren y los de arriba no pueden”.[7]

EL PERSONAJE PROVIDENCIAL

Hasta noviembre de 1989 no estaba claro cómo se resolvería la profunda ruptura en que vivía la sociedad, ni menos quién se encargaría de llevar a cabo el cambio. El pueblo ni siquiera tenía idea de que existía un tal Václav Havel, un disidente que estuvo varias veces preso pero que a lo sumo era conocido en el ambiente teatrero, por haber presentado algunas obras de estilo “absurdo”.

Fue también autor, en 1977, del documento crítico “Carta 77”, basado en las conclusiones de la Conferencia de Helsinki sobre Seguridad y Cooperación en Europa, ratificadas por Checoslovaquia. Se difundió en forma de petitorio para firmar y tuvo un eco considerable.

En ocasión del 50º aniversario de la masacre de estudiantes por las tropas nazis de ocupación el 17 de noviembre de 1939, fecha que se recuerda como Día Internacional del Estudiante, la situación había madurado para el cambio. La dirección de la organización juvenil única, de hecho supeditada al Partido Comunista, intervino para que se autorizara una manifestación unitaria del estudiantado checo en Praga. El desvío de los manifestantes hacia el centro y el brío inusitado de las fuerzas del orden provocaron un duro enfrentamiento. Después se habló de “masacre”, lo cual es una exageración; pero sí es cierto que la intervención policial fue bastante brutal, sobre todo tratándose de jóvenes indefensos de ambos sexos, muchos de ellos aún adolescentes. [8]

Este suceso cambió de raíz la situación política. El lunes 20 comenzó la huelga estudiantil y los teatros iniciaban sus funciones con palabras alusivas a los últimos sucesos y declarándose también en huelga. Por la noche, los que se concentraron en la céntrica Plaza Venceslao ya fueron cien mil. Otro que volvió de su casa de campo fue Václav Havel. Demostró sus aptitudes de organizador y tras una reunión convocada de urgencia en uno de los teatros de la capital, quedó formado el “Foro Cívico”, el órgano que la oposición necesitaba para tratar con el Gobierno.

El que se perfilaba como futuro presidente no era él sino el viejo líder del 68, Alexander Dubček. ¿Qué había sido de él? Después de ser destituido, volvió a Eslovaquia y trabajó de simple auxiliar en una empresa del Estado, prácticamente aislado del resto del mundo. Su aparición en aquel noviembre en el balcón que oficiaba de estrado durante las concentraciones ciudadanas fue uno de los momentos emotivos de aquellos días.

¿Cómo se explica, entonces, que el triunfador resultara finalmente Havel? Una de las razones reside en la anécdota anterior: mientras Dubček era ovacionado por el pueblo reunido en la plaza, Havel organizaba a sus huestes y se preparaba para el duelo con el Gobierno. Pero eso no es todo. Como hemos visto en la reconstitución de la entrevista Gorbachov-Jakeš, Dubček no era del agrado de la dirigencia comunista. Por otra parte, nunca fue un gran orador y su prolongado aislamiento lo había mellado hasta perder el sentido de la actualidad; en el momento decisivo solo supo expresarse con frases obsoletas. Y era solo un comunista reformador, mientras que Havel representaba el cambio total: de origen burgués, era la oposición al socialismo en su estado natural.

Václav Havel era además un gran admirador de los Estados Unidos. Cuando en Washington comprendieron que en él tenían a un aliado seguro, su elección se convirtió en tema político por excelencia. Los servicios secretos norteamericanos enviaron a un emisario de gran calibre, el ex presidente Richard Nixon.

Su visita puede calificarse de “discreta” pero no secreta. Los pormenores fueron difundidos hace poco.[9] Oficialmente, Richard Nixon estuvo en Praga en octubre de 1989 en visita privada, por invitación de la embajadora de EE.UU. Shirley Temple-Black (conocida sobre todo, sin la segunda parte de su apellido conyugal, como actriz de cine). La Policía del Estado lo sabía y no tuvo problemas para seguirle los pasos, respetando no obstante, meticulosamente, la inmunidad diplomática.

Además de beneficiarse de la hospitalidad de la embajadora, se sabe que recibió la visita de un distinguido miembro del Partido Comunista, el ex dirigente sindical de origen socialdemócrata Evžen Erban. Posteriormente, Nixon telefoneó a Václav Havel (cuyo teléfono estaba, por supuesto, intervenido) y lo invitó a visitarle en la embajada, donde podrían conversar en privado. El tercer acto lo constituyeron dos llamadas de Havel al exterior, para informar que se reunió con el ilustre huésped norteamericano, pero sin dar detalles.

Es perfectamente plausible suponer que: 1º- la entrevista Nixon-Erban estaba consagrada a sondear el terreno en uno y otro bando: tal vez sobre la disposición al diálogo del gobierno comunista, por un lado; y por otro, sobre la obtención de las seguridades estadounidenses de que Washington no intervendría. 2º- Seguidamente, Nixon informó a Havel de los resultados y este se apresuró a confirmar solamente la realización del encuentro, sin referirse a su contenido; de lo que podría deducirse que sus interlocutores ya lo sabían. Pertrechado con estas informaciones (y probablemente también con promesas de apoyo económico y logístico), el dramaturgo se lanzaría a la conquista del poder.

Un testigo presencial del diálogo entre el poder comunista y la oposición en 1989, el músico Michael Kocáb (fundador entonces, junto con el periodista Michael Horáček, de la iniciativa “Puente“) señala en su libro de memorias Vabank ("Se juega la banca", 2019), que la postura de los comunistas, expresada por el entonces primer ministro Ladislav Adamec, era ceder posiciones para evitar “un baño de sangre”, pero preservando el carácter socialista del Estado. El resultado solo podía ser un compromiso, en el que ambas partes cedían algo. Sin embargo, a largo plazo, los principales perdedores fueron los comunistas. 

El Gobierno fue refaccionado, ya sin Ladislav Adamec, que se negó a proseguir la negociación en desacuerdo con algunos nombres propuestos por el otro bando para integrar el nuevo gobierno. El 10 de diciembre, aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, Václav Havel anunció, desde el balcón ya célebre de la Plaza Venceslao, que aceptaba la candidatura a la Presidencia. El júbilo fue general. El país se inundó de carteles alusivos y la campaña electoral se desplegó sin demora y a toda máquina.

Alexander Dubček tuvo que conformarse con el cargo de presidente del Parlamento, o sea la Asamblea Federal, el mismo que ocupó al dejar la secretaría general del partido en 1969. Más tarde señalaría con amargura que Havel le había prometido, en cambio, cederle la presidencia al término de un período transitorio de dos años, pero que, tras dividirse Checoslovaquia, se postuló nuevamente al cargo en el marco de la nueva República Checa. Tres años después de los sucesos aquí descritos, moriría en un accidente de ruta mientras se dirigía a Praga desde su Bratislava natal.

En la sesión conjunta de ambas cámaras de la Asamblea Federal, constitucionalmente el único medio previsto para elegir los presidentes, seguían dominando los comunistas, pese al ingreso por cooptación de una serie de representantes de la oposición. Había que convencer a la bancada comunista y esto no era tarea fácil.

Fue entonces que tuvo lugar un extraño juego político entre Havel y el nuevo primer ministro del gobierno de transición Marián Čalfa, a la sazón todavía miembro del partido comunista. En un encuentro a solas en el Palacio del Gobierno, el nuevo jefe eslovaco del gabinete habría asegurado a Havel que podía conseguir los votos comunistas para su elección a condición de mantenerse él al frente del Gobierno.[10] Havel aceptó, y fue electo con los votos decisivos de los comunistas. Seguidamente, el nuevo jefe de Estado confirmó a Čalfa como primer ministro.

Así se inauguró la senda del nuevo régimen, caracterizada por el canje de intereses personales entre las partes al tratar temas políticos, algo que la disidencia tradicional jamás habría aceptado como legítimo bajo su responsabilidad. 

LOS RESULTADOS

Lo de la sucesión ofrecida a Dubček al cabo de dos años no fue la única promesa incumplida de Václav Havel. En 1990, de visita en Moscú, donde lo recibió Mijaíl Gorbachov, declaró que lo único que querían él y sus amigos era un “pluralismo democrático normal” y que no tenían “la menor intención de devolver las fábricas a sus ex propietarios”.[11] Posiblemente lo dijo para endulzar un poco el espíritu pro socialista de su anfitrión antes de poner sobre la mesa la cuestión de la partida de las tropas soviéticas estacionadas en Checoslovaquia, objetivo principal de su visita.

Lo cierto es que a lo largo de los años ’90 tuvo lugar una masiva operación de devolución de las propiedades nacionalizadas luego de la llegada al poder de los comunistas en 1948. Pero esto no fue suficiente. Para construir un “capitalismo real” allí donde no había capitalistas, hubo que crearlos artificialmente, y los economistas formados en la escuela de Milton Friedman inventaron el método de “privatización por cupones”, por el cual el conjunto de la economía nacional se repartió mediante bonos de inversión distribuidos equitativamente a la ciudadanía. Detrás de esta operación acechaban los especuladores, que adquirieron tales “cupones” de los ingenuos nuevos "capitalistas populares" por módicas sumas de dinero contante. Al acumularse, estos valores constituirían ya un capital respetable, que podía ofrecerse seguidamente a los inversores extranjeros, excluidos estos de la primera fase de privatización.

También hubo que soportar las consecuencias del “gran divorcio” de checos y eslovacos y la división del Estado común. Los dos países sucesores se convirtieron en entidades de escasa extensión, con lo que perdieron ambas el peso tradicional que poseían, juntas, en la política internacional. Probablemente esto convino a los intereses del capital global, representado casualmente por las mismas potencias que en 1918 propiciaron la fusión de ambas naciones con la mirada puesta en la Revolución Rusa y su peligro de expansión a otros países.

Treinta años después de los sucesos de 1989, la economía checa, así como la eslovaca, se han consolidado y uno de los índices decisivos para considerar el nivel social, el de desocupación, es en la República Checa de los más bajos de la Unión Europea, 2,1% (en Eslovaquia, 5,6%). [12]Pero al mismo tiempo se han ensanchado las tijeras de la desigualdad social, ya que los éxitos económicos han favorecido sobre todo a la minoría privilegiada.

Una encuesta reciente, organizada con miras al aniversario, trajo resultados inesperados. A la pregunta de si los cambios operados luego de noviembre de 1989 valieron la pena, tan solo un 37% responde con un “sí” categórico. Casi un mismo volumen de respuestas, el 36%, se pronuncia afirmativamente pero con reservas. El 15% ha optado por “más bien no”, el 5% se declara totalmente en contra, y el 7% no sabe qué responder.[13]

Aun dejando a un lado la naturaleza tradicionalmente escéptica y criticona de los checos, se trata de un apoyo más bien tibio. Los motivos son, a mi parecer, lógicos: a todos satisface que haya más libertad, la posibilidad de viajar (aunque relativizada, ya que depende de la capacidad económica del interesado), la variedad de productos en el mercado (la misma salvedad) y la modernización general, pero una opinión más crítica despiertan las consecuencias sociales, la desigualdad y la falta de seguridad ante el futuro, así como, sobre todo, el alto grado de corrupción política perceptible. Puede decirse, por lo tanto, que la encuesta responde bastante acertadamente al desglose de sentimientos en la sociedad checa actual.

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