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URUGUAY POSELECTORAL

 Publicado: 04/12/2019

Los desafíos de un país fortalecido


Por Martín Buxedas


UN PAÍS FORTALECIDO

La coalición de partidos que triunfó en las Elecciones presidenciales de noviembre de 2019 encontrará un país muy distinto y mejor al de 2005, año en que el Frente Amplio llegó al gobierno, pero también enfrentará desafíos trascendentes. 

En comparación con 2004 la economía uruguaya genera 50% más de riqueza, los salarios y las pasividades subieron por encima de ese porcentaje, la distribución de ingresos es más equitativa, y mejoró la calidad y el alcance de los servicios sociales. Por contraste con los críticos años de comienzos del siglo, el sistema financiero luce ahora fuerte y al mismo tiempo se ha acumulado una importante inversión extranjera y pública. 

Desde otra perspectiva también puede observarse una situación privilegiada de Uruguay frente a los demás países de América Latina. Así, actualmente aparece como el mejor posicionado en los rankings puestos de moda por numerosas instituciones, entre ellos los relativos a la transparencia (baja percepción de corrupción), democracia, equidad (desarrollo y crecimiento económico), control de la corrupción, apoyo ciudadano a la democracia, y calidad de vida y prosperidad. [1]

En suma, la situación que hereda la coalición que conformará el gobierno en 2020 es la de un país fortalecido.

FORTALECIDO PERO NO CARENTE DE PROBLEMAS

¿Cuáles son estos problemas? Raramente el debate político, particularmente en periodos preelectorales, se concentra en los principales problemas. Si se adopta una perspectiva de largo plazo centrada en el objetivo de una sociedad saludable y próspera, el desafío más trascendente es el de reducir la desigualdad de oportunidades originada por la condición social, el territorio o los rasgos étnicos.

En los quince años de gobierno del Frente Amplio se acrecentó el bienestar en todos los segmentos de la población, disminuyó la cantidad de pobres -definidos como las personas con ingresos por debajo de cierto nivel- y mejoró la distribución del ingreso, medida por cualquiera de los indicadores que utilizan los especialistas. También aumentó la calidad de los servicios públicos y su alcance se extendió, incluyendo los de salud y educación. La seguridad social incorporó a más personas, y el poder adquisitivo de salarios y pasividades creció más de un 50%.

No obstante esos avances, persiste una sociedad que dista mucho de asegurar oportunidades semejantes a todos. Quizás el más visible es el déficit de viviendas adecuadas y en entornos dignos; cualquier persona con sensibilidad lo puede observar. Se trata de un mandato constitucional incumplido, que deja a muchas familias sin el ancla imprescindible para su adecuada protección y que impide poner fin a un factor importante de discriminación social.

LA REPRODUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES

Esa es la fotografía, falta la película. Diversos estudios, principalmente los realizados por el Instituto de Economía de la Universidad de la República, ponen de manifiesto deficiencias acumuladas en los niveles de vida y en la capacidad para aprovechar nuevas oportunidades como consecuencia de diferencias en la instrucción de los padres, el lugar de nacimiento, el origen étnico y otras condiciones en que inician sus vidas los individuos. 

Las investigaciones disponibles acerca de las trayectorias de la reproducción social de las familias de bajos ingresos confirman lo que nos dice la observación común. Las personas que nacen en medios pobres o amenazados por la pobreza tienen posibilidades mucho menores de acceder a la educación superior, a los altos ingresos y a las condiciones de vida y de trabajo más favorables.[2]

¿QUIÉN CANALIZA LA DEMANDA POR IGUALDAD?

Chile ha sido considerado un país ejemplar, no solo porque en los rankings competía por los primeros puestos con Uruguay; también contaba con importantes promotores del modelo neoliberal que practica. Todo iba viento en popa, por eso no es extraño que nadie pronosticara la masiva protesta social instrumentada al margen de los partidos políticos y las instituciones sociales y, menos aún, la secuela de decenas de muertos y cientos de heridos.

Sin duda el proceso uruguayo ha sido más inclusivo que el chileno, entre otras razones porque confió menos en el Mercado.[3] Sin embargo, las desigualdades persisten. En cierta medida no es extraño, el capitalismo se encarga de esa tarea en no pocos países de manera creciente en lo que va del siglo. A su modo lo decía Asunción, mi querida madrina, inmigrante gallega analfabeta, cuando ante mis incipientes convicciones sobre la injusticia social, dictaminaba: “siempre hubo ricos y pobres”.  

Pero hay versiones muy diferentes del capitalismo; por ejemplo, la de los países nórdicos, la de Estados Unidos o la predominante en América Latina. También es diferente la del Uruguay actual frente a la de quince años atrás. También hay sensibilidades diferentes que una cruda clasificación de izquierda y derecha no permite apreciar, por ejemplo, dentro del conglomerado multicolor que ganó las elecciones presidenciales en Uruguay.

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Hay mucho por hacer para que todos los uruguayos empiecen a jugar el partido de la vida en un campo de juego nivelado. Que esas desigualdades dejen de ser algo “natural” o aún justificable es la tarea de la izquierda, una tarea que se debe cumplir con viento a favor o con viento en contra y procurando sumar otras sensibilidades.  

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