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AL PIE DE LAS LETRAS
Un cuento y tres poemas
Por Silvia Carrero Parris
Tormenta
Se levanta afilada en remolinos dorados y el espacio gris del cielo centellea. No sé si vendrá lluvia también o solo la arena en ráfagas, punzando la piel al descubierto. Por las dudas me recosté contra el muro y me envolví mejor con la trama áspera de la lana sin cardar, mientras el sonido crece.
Es como un lamento que abarca la amplitud delineada por la silueta irregular del horizonte. El oído nunca se acostumbra.
Cada vez que pasa el viento y sopla el arenal interminable, cuando derrota con precisión de cirujano las paredes de la ciudad, yo no oigo más que la voz que clama desde las profundidades.
El brocal es el sostén de la loza que ciega el pozo. Los sonidos escapan desde lo oscuro, desde lo húmedo. Se adivina un manantial extinto que está solo para ser temido cuando en tardes como ésta se eleva, desde las rajaduras de la piedra que lo sella, un hedor a muerte. Por boca de la tormenta aúlla la boca sepultada en lo profundo.
Quizás ha de llover o solo habrá luces y runas rajando lo gris del cielo. No lo sé. De todos modos, habrá que esperar a ver qué decide el desierto; a mí no me importa.
Lo único que importa esta tarde, creo, es decidirme a abandonar esta pena en manos de la arena y caminar, la piel ofrecida al viento, llegar en carne viva y hueso hasta el fondo de mi casa, y rogar por la fuerza necesaria para quebrar del todo la tapa que ciega el pozo y caer al encuentro del alma encerrada bajo tanto ardor y sequedad, mantenida a la fuerza por aquel rencor emboscado en la roca milenaria.
Sin embargo, como todas las tardes en que el viento sopla así, y el sonido aturde hasta descascarar las viejas paredes, me quedaré acurrucada contra el muro presa del pavor o la costumbre, bajo la tela basta que me ampara, desde siempre cobarde y memoriosa.
Todavía
Qué más quería yo que un viento fuerte
desnudara las cuerdas de ropa ensangrentada
levantara la vieja oscuridad bajo la nube
qué más quisiera yo.
Sólo llega el agua que estas nubes infectas
vomitan
no hay aguacero que se lleve nada.
Todavía.
Barro tal vez
Se evadió del lodazal oscuro
se alzó en la cuchilla sin ninguna queja
arrancó de dientes apretados pa no quedarse
sin asunto y sin sentido
del último barro fermento empecinado
se fundó a sí misma
se robó de cada hoja un hálito
se alzó sobre la muerte
y floreció
Esperanza
Abrir la compuerta, dejar que salga todo y se quede acá el vacío, sufrir sin esperar que la cosa pase, que esté todo tranquilo; dejar afuera lo siguiente, golpeando para entrar y y no abrirle.
Eso espero, no sea cosa que resulte al final en lo contrario, en ser cada día más feliz y perder tu nombre, olvidarte como quien se saca una lagaña en el gesto rutinario de lavarse la cara, una molestia cualquiera que pasó y por suerte se la llevó el vacío.
Esto espero, mantener en silencio y a la fuerza un recuerdo de tu última mirada que aún era amable y sonreía en aquella circunstancia; y el empeño en no dejar que te olviden.
No sé si lo hubieras querido, ni si quiero yo.
Es que no puedo hacer otra cosa.