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APUNTES PARA PENSAR
Sobre el lenguaje inclusivo y el poder de prohibir
Por Julio C. Oddone
—Cuando yo uso una palabra —insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso— quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos. —La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. —La cuestión —zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda..., eso es todo.
Lewis Carroll – A través del espejo y lo que Alicia encontró allí.
Imaginemos por un momento que nos encontramos en una caverna como la que describe Platón en su célebre alegoría,[1] en la misma situación en las que se encuentran las personas allí recluidas. Lo único que vemos son las sombras proyectadas en la pared de piedra de la caverna.
La realidad para estas personas está reducida solamente a las sombras que pueden ver dada su situación de inmovilidad. Si, de pronto, esa situación cambiara radicalmente, verían una realidad completamente nueva: no ya las sombras proyectadas, sino los objetos y figuras reales. Esto los haría sujetos más libres.
Frente a la nueva situación de personas libres nos acercaríamos aún más a la verdad, a los objetos reales, a la diferencia entre el mundo sensible y el mundo inteligible, más completo y profundo que el primero.
Si nombráramos solo los objetos percibidos en nuestra situación inmóvil anterior, si intentáramos dar un nombre solo a lo percibido por nuestros sentidos en nuestra ceguera, nos quedaríamos sin designar infinidad de ideas, entidades, conceptos que integran y son propios de nuestro mundo; no ya sensible, sino inteligible.
Nuestros límites nos encierran en la realidad sensible y el lenguaje pone sus límites a través, solo, de lo que nombramos.
¿Qué relación existe entre la realidad y la forma en la que accedemos a ella a través de lo que nombramos?
Esta cuestión cobra especial relevancia cuando en nuestra realidad irrumpe el lenguaje inclusivo, incluyente y no sexista como modo de expresión oral, escrita o visual en la que se pone de manifiesto la diversidad inherente a nuestra realidad y la visibilidad de quienes participan de ella.
Y más aún cuando la aparición del lenguaje inclusivo, incluyente, no sexista choca contra las reglas gramaticales de la Real Academia Española (RAE) para la que esta nueva forma de expresión representa “un desdoblamiento artificioso e innecesario, producto de una tendencia actual y extralingüística que atenta contra la economía del lenguaje”.[2]
El lenguaje no es en sí mismo inclusivo o incluyente, pero su utilización sí. La configuración del lenguaje inclusivo, incluyente, no sexista, conforma un campo de tensiones entre la necesidad de nombrar, de identificar y de visibilizar, por un lado, y la economía del lenguaje, por otro. Lo que sucede es que la disputa entre el lenguaje inclusivo, incluyente, no sexista o no binario, en realidad no es una disputa por la economía del lenguaje. Es una disputa por lograr una comunicación eficaz.
Consiste en aprovechar las posibilidades que nos brinda la lengua para crear un discurso que sea eficaz en la comunicación de un ideal y de un deseo de igualdad que hay en muchos sectores. Por eso es un fenómeno profundamente político, discursivo, retórico, no es un fenómeno de lengua. (Sarlo y Kalinowski, 2019, sin pág.)
Planteada en estos términos, la cuestión se transforma en una lucha política por la igualdad entre las personas.
La resistencia a la utilización de un lenguaje inclusivo, incluyente o no sexista por parte de la Academia es, en definitiva, la negación y el efecto consecuente es invisibilizar aquello que no se nombra.
Esa resistencia es, desde el punto de vista gramatical, el único argumento, cuando en realidad lo que demuestra es que la aparición del lenguaje inclusivo lo que desnuda es la existencia de privilegios. Las cosas existen en virtud de los convencionalismos del lenguaje. Cuando decimos que algo “es” o que algo “existe”, lo es en función de la existencia de una cultura común que habilita a lo percibido y a lo significante. Y, en definitiva, lo es en función de cuestiones de poder.
El inclusivo es uno de los rasgos, el que llama más la atención, de la configuración discursiva de la lucha política por la igualdad en la sociedad, y lo que busca es crear en el auditorio la conciencia de una injusticia, de la persistencia de una injusticia. Y lo logra. Y logra la reacción también del que ve amenazado su privilegio, que es una reacción muy violenta en general. Es decir, es un fenómeno retórico, no es un fenómeno de lengua. (Sarlo y Kalinowski, 2019, sin pág.)
La cuestión es, entonces, una cuestión de poder. Una cuestión que debe tener como objetivo construir una realidad menos excluyente.
El lenguaje inclusivo, incluyente, no sexista, no binario, representa para las personas la posibilidad de dejar de estar inmovilizadas y poder mirar o nombrar la nueva realidad ante sus ojos. Hablando se construye el mundo. Si bien hablando no se cambia el mundo, al hablar empezamos a caminar el sendero para transformarlo.
Desde este punto de vista, es sumamente peligroso el proyecto de ley[3] presentado en el Parlamento nacional por el cual se prohíbe “en los institutos de enseñanza públicos y privados de educación inicial, básica, media y superior, el uso de alteraciones gramaticales y fonéticas que desnaturalicen el idioma español”. (Artículo 1 del proyecto)
Además de lo peligroso de la palabra “prohibir” para cuestiones que son meramente normativas, la palabra esconde relaciones de poder que se entrecruzan en las interacciones y en particular en las interacciones en el lenguaje y en los significados.
Muchas de las “alteraciones” que se quieren prohibir responden a un lenguaje inclusivo, incluyente o no sexista. Por lo tanto, la prohibición recae sobre formas de expresión oral, escritas o visuales porque “desnaturalizan” el idioma español.
Esa desnaturalización es producto de la utilización del lenguaje inclusivo, expresión que se repite varias veces a lo largo de la exposición de motivos que acompaña el Proyecto. Se desnaturaliza, precisamente, lo que es “natural”: el masculino genérico que es la norma gramatical, según la RAE:
La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos. (RAE, “«Los ciudadanos y las ciudadanas», «los niños y las niñas»”; ver nota 2)
La posición de la Real Academia Española hace referencia a cuestiones de dificultad y complicaciones innecesarias que responden a razones extralingüísticas. ¿Ideológicas?
Las personas, cuando hablamos, tenemos bien en claro no solamente la economía en el lenguaje sino también, la efectividad. Es decir, cuando hablamos pretendemos que se nos entienda y que nuestra interacción sea efectiva. La prohibición de la Real Academia como la del Proyecto de Ley responde a cuestiones, precisamente, de poder.
En mi opinión el lenguaje inclusivo es una construcción artificial, que no responde a la evolución histórica del lenguaje. Rechazado por la RAE y por la Academia Nacional de Letras del Uruguay. Además se lo pretende imponer como vehículo de las ideas de la agenda internacional del feminismo radical y del control de la natalidad.
¡ Que buena reflexión la de Julio Oddone!
Que la RAE ejerza, o quiera ejercer, el poder de invisibilzar y desestimar ciertas realidades con la lengua como instrumento es indignante. Que la REAL academia pretenda controlar la comunicación de 550 millones de hispanxparlantes es colonialista. Pero que lxs que usamos el castellano(que no español) sigamos acritica e inalterablemente sus reglas frías, de escritorio, es lamentable.