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FALTA DE AUTONOMÍA
Alemania y la guerra en Ucrania (III)
Por Cristina Retta
Las consecuencias que tendrá para Alemania y el resto de Europa la guerra en Ucrania siguen siendo insospechadas. En primer lugar, la cuestión energética, derivada del corte de gas líquido, por parte de Rusia, a raíz de las sanciones económicas y de todo tipo que le fueron aplicadas por Occidente. La grave crisis energética afecta a todo nivel, ya que la dependencia de Alemania del suministro de gas ruso es total. La industria, los combustibles, y por tanto las cadenas de abastecimiento de alimentos y productos de primera necesidad, se ven entorpecidas con esa situación. El invierno está llegando y el gobierno alemán ha tomado medidas en el sentido de limitar el uso de calefacción y electricidad. El alza de precios campea y la inflación real muestra cifras hasta hace décadas desconocidas, cercanas al 10%. Las protestas sociales se asoman dado el alza de precios de los alimentos básicos, de la energía en general, y a la inseguridad económica presente.
El contexto de la guerra en Ucrania y su escalada
Al tratar un tema actual y complejo, donde las novedades políticas que involucran a Alemania se suceden casi a diario, se hace necesario sortear la desinformación y la información sesgada, y a veces falsa, que brindan los medios de comunicación oficiales, para poder escribir con propiedad. Desde Berlín, dadas las serias implicaciones que el conflicto acarrea, se vive con angustia la escalada de esta guerra que, hoy por hoy, amenaza con convertirse en un enfrentamiento nuclear.
En esta nota, el propósito es mencionar ciertos aspectos, algunos más desconocidos que otros, para intentar contribuir a un entendimiento ecuánime de este momento lamentable de la historia europea y mundial.
Recapitulando, recordemos que en dos notas anteriores (julio y agosto de 2022) se había señalado el conflicto de intereses internacionales que está en juego en esta guerra. Lo que comenzó como una guerra entre dos pueblos eslavos hermanados desde sus orígenes, derivó en un enfrentamiento entre bloques de poder al frente de los cuales se encuentran Estados Unidos, en primer lugar, China, Rusia, la Unión Europea (UE) y otras potencias emergentes como India, por ejemplo, que también intervienen a su debido tiempo.
Desde el mundo eslavo: las luchas internas entre oligarcas
La llegada de Vladimir Putin al Kremlin (2000), tras la renuncia de Boris Yeltsin, generó un cambio radical en las estrategias de la novel Federación Rusa. Putin, exmiembro del KGB soviético, de bajo perfil público, llega al poder de la Federación comprometiéndose públicamente a “liquidar a la clase de los oligarcas”.[1] Cuando se dio la caída de la Unión Soviética, con las privatizaciones que se dieron a granel, un grupo de personas con influencias tomaron provecho de esa situación, y rápidamente se armaron inmensas fortunas con la apertura a las finanzas, los mercados y los negocios turbios de toda índole: son los nuevos oligarcas. Eso generó situaciones de “desigualdades de dimensiones grotescas”, al decir del profesor Ibrahim Warde.
Todo se desarrolló con vértigo a partir de 1990, con la transición rápida e irreversible a la economía de mercado y la introducción de la propiedad privada. Era la llamada “terapia de shock”, inspirada por los consejeros americanos y el Fondo Monetario Internacional (FMI), quienes le pronosticaban, a la derribada URSS, resultados maravillosos. Sin embargo, y a contrapelo de lo prometido, que era “generar millones de propietarios y no un puñado de millonarios”, ocurrió exactamente a la inversa.
Al llegar al gobierno, Putin se comprometió a restablecer la autoridad del Estado, para lo cual iría paulatinamente concentrando poder. Previamente, y como excepción, había determinado en uno de sus primeros decretos, otorgar total inmunidad a Yeltsin y a su familia. Paso a paso, Moscú retomó el control del sector energético, gas y petróleo, a la vez estratégico y simbólico. Putin fue remplazando progresivamente a los poderes oligarcas, por entonces muy independientes, y a través de acuerdos, pactó con la oligarquía lealtades a respetar. Los oligarcas pudieron continuar prosperando a condición de respetar las reglas del juego: pagar impuestos, sostener proyectos de inversiones de envergadura nacional, aunque no sean rentables, si el Kremlin lo demandaba. Por cierto, no pueden intervenir en política ni criticar al presidente. De ahí que muchos de ellos eligieran el camino del exilio.
Lo señalado precedentemente aplica también a Ucrania.[2] Pero a diferencia de los oligarcas rusos, que tras la ascensión de Vladimir Putin no pudieron implicarse más en la política, los magnates ucranianos estuvieron desde los años 90 ocupando las más altas funciones, ya sea a través de elecciones o controlando los principales medios de comunicación. De esa forma, en Ucrania, después de la llamada “Revolución Naranja”, que dejó un considerable número de muertos, es justamente un oligarca, el magnate del chocolate, Petro Porochenko, quien fue electo presidente en la primera vuelta con más del 54% de los votos. Sin embargo, la corrupción siguió campeando en la exprovincia soviética. Así se llegó a 2019, cuando el actor Volodymyr Zelensky, oligarca él mismo, aunque novicio total en política, fue electo con una mayoría del 73% de los votos.
Así la situación, en 2021, el Parlamento ucraniano votó una ley “anti-oligarcas”, firmada luego por el presidente Zelensky. El “estatus de oligarca”, según ese decreto, se define en base a cuatro criterios: influencia sobre los medios de comunicación; posesión de una empresa en condición de monopolio; participación en la vida política; tener una fortuna que supere los 89 millones de dólares. Aquellos individuos comprendidos bajo estos criterios están obligados a declarar públicamente sus bienes y tienen prohibido financiar partidos políticos, así como encontrarse en privado con altos funcionarios y participar en las privatizaciones.
Pero esta situación formal por decreto, se desmoronó en la realidad a fines de diciembre de 2021, cuando mediante los “Pandora Papers” se descubrió que treinta y ocho políticos ucranianos tenían cuentas en los paraísos fiscales. Entre ellos figuraba el presidente Zelensky y sus socios en la industria del espectáculo (por ejemplo, uno de sus consejeros próximos, Serhi Chefir, su socio de larga data), quienes tienen cuentas en las Islas Vírgenes británicas, en Chipre y en Belice. A su nombre aparecen también lujosas propiedades en Londres. Como justificativo a este deschave, un interlocutor del presidente señaló en su momento que esa red off shore había sido formada en 2012 a fin de “proteger” las ganancias que Zelensky y sus socios en la industria del espectáculo concebían durante el gobierno pro-ruso de Viktor Ianoukovitch.
Lo señalado previamente pretende mostrar cómo se da el juego entre dominios de poder por parte de la oligarquía eslava. Para terminar con este punto, solo digamos que es tal la influencia ejercida por los oligarcas de la ex Unión Soviética en los grandes círculos de poder y decisiones políticas, que algunos lograron incluso alcanzar la llegada al Parlamento británico (nombramiento de Evgueni Lebedev -hijo- a la Cámara de los Lores con su nuevo título, Baron Lebedev of Hampton and Siberia).
La guerra con Ucrania. Implicancias nacionalistas.[3]
Ucrania, para su desgracia, cuenta con los tres aspectos que persigue el “putinismo” como política: lo estratégico, la memoria histórica y la ideología. Estratégicamente es el país más importante de la explanada occidental del mundo eslavo por su superficie, por su peso demográfico, económico y militar. Desde el punto de vista historiográfico, Ucrania desciende directamente del Gran Principado de Kiev (la “Rus”), que fue el germen de Rusia. En ese sentido, la Rusia moscovita tiene un lazo más indirecto con esos orígenes, ya que se había constituido bajo la era soviética, en el “hermano mayor” de esa “pequeña Rusia”, como se le llamaba a Ucrania.
De ahí que Rusia, por su tamaño, en razón de su gesta nacional, reivindique para sí esa herencia eslava, de la cual Ucrania es solo una parte. Como lo había ya señalado el historiador ruso Guéorgui Fedotov, en su escrito “El destino de los imperios”, aparecido tras la Segunda Guerra Mundial: “los rusos no han sabido comprender el despertar del sentimiento nacional ucraniano”. Por lo tanto, dadas las aspiraciones de constituirse en una democracia liberal y su deseo de formar parte de la UE, Ucrania representa para el “putinismo” un peligro ideológico absoluto: todas sus posturas actuales serían anti-rusas.
El sesgo en la información del lado occidental acerca de este conflicto, desatiende estos matices vinculados a las raíces profundas del sentimiento nacional y que permiten entender de forma más cabal el accionar de la política desplegada contra Ucrania por parte del Kremlin. También se olvida o no se menciona que a Occidente, a Estados Unidos y a la UE, su satélite en la alianza atlántica, les favorece atraer para sí esa cabeza de puente hacia Eurasia que representa Ucrania en el actual escenario geopolítico.
La dificultad principal al tratar este tema radica en el gran bloqueo mediático existente. Las noticias están parcializadas al igual que gran parte de las interpretaciones. Se ocultan hechos, se tergiversan realidades y se manipula a la opinión pública. Del lado occidental, ya los periodistas franceses Serge Halimi y Pierre Rimbert, denunciaban, en un fundamentado artículo aparecido en Le Monde Diplomatique de setiembre 2022, un “enorme lavado de cerebro”, llevado adelante por las canales oficiales de información que circulan en toda la Unión Europea (France Culture, Le Figaro, Arte).[4] Cualquier manifestación que no se vuelque a lo que se entiende “nuestros valores occidentales” asociados a Ucrania, es vista como “hacer el juego a Putin”. Frente a ese prejuicio, poco importa si se trata de hechos cabalmente comprobados vinculados a incumplimientos a los tratados, como el de Minsk II,[5] o del ensanchamiento de la OTAN hacia el este, solo por mencionar un par de ejemplos.
La anexión del Donbass
El 24 de febrero 2022, por orden de Putin, se inició la “Operación Militar Especial” (OME) en Ucrania, apelando para ello al artículo 51 de la carta de las Naciones Unidas y los principios de autodefensa colectiva preventiva definidos por el derecho internacional.[6] Esta operación tenía como fin proteger a las repúblicas recién independizadas de Lugansk y Donetsk (conocidas bajo el nombre de Donbass) del peligro inminente que, según Rusia, representaban las milicias ucranianas dispuestas a atacar. El objetivo de esa OME era proteger el territorio y la población de esas repúblicas, mediante la desmilitarización y la desnazificación. La desmilitarización se lograría eliminando toda infraestructura militar que tuviera que ver con la OTAN. La desnazificación implicaba combatir la ideología del ultranacionalista ucraniano Stepan Bandera, responsable de la matanza de cientos de miles de judíos, polacos y rusos durante la Segunda Guerra Mundial, en una década de lucha antisoviética de resistencia hacia el fin de la Guerra.
Del 2015 en adelante, la OTAN entrenó y equipó al ejército ucraniano para azuzar el enfrentamiento con los separatistas prorusos que habían tomado el poder en el Donbass. Eso habría estado en la base de la “Revolución de Maidán”, llevada adelante por los partidos políticos ucranianos de derecha, leales a la memoria de Stepan Bandera. La mediación de EE.UU. en esta insurrección, que terminó con el derrocamiento del presidente proruso Victor Yanukovich, parece fehacientemente comprobada.
Ucrania había solicitado su integración a la OTAN desde 2008 y esto figura en su Constitución. No obstante, pese a que su membresía no está aún ratificada (2022), el hecho es que la OTAN de todos modos inte rviene actualmente junto al ejército ucraniano.
Estos hechos esbozados precedentemente explicarían la percepción de Rusia de tener que hacer frente a esa doble amenaza: el apoyo y pertenencia a la OTAN del ejército ucraniano y la postura anti rusa del gobierno de Ucrania.
No ingresaremos en el desarrollo de las etapas de la operación rusa en su enfrentamiento a Ucrania en todo el Donbass, que conoció altibajos, y que, dada la gran ayuda que Occidente (la OTAN) brindó al ejército ucraniano, terminó generando un desgaste estratégico permanente para Rusia (principios de setiembre de 2022), que la obligó a desalojar el territorio de Kharkov, ocupado desde el comienzo de la OME. El 1 de octubre pasado, también Rusia debió abandonar el territorio de Lyman.
Cambio de táctica del lado ruso
Aunque Rusia pudo parar la ofensiva militar ucraniana, queda claro que el ejército de Ucrania representa a la OTAN, liderada por EE.UU.. Por ello Putin decide introducir como estrategia la movilización parcial del ejército ruso (300.000 tropas adicionales rusas), junto a la decisión de realizar los referéndums en el Donbass y zonas ocupadas de Ucrania (Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón). Como es de conocimiento general, esos referéndums fueron favorables a la anexión de esas regiones a la Federación Rusa, pero no obtuvieron el reconocimiento de Occidente. Obtener una dimensión legal de esas anexiones (así como pasó con Crimea y Sebastopol) es fundamental para Rusia. De ahora en adelante, cualquier ataque a esas zonas, será considerado un directo ataque a la Federación Rusa.
Los actos de sabotaje en los gasoductos Stream 1 y Stream 2
El 27 de setiembre 2022, se detectaron tres importantes fugas en los gasoductos que conducen gas licuado de Rusia a Europa, en el mar Báltico, y Suecia informó de una cuarta fuga en los ductos submarinos. Que se está en presencia de un sabotaje resulta actualmente fuera de dudas. Lo que no se sabe es quién está detrás de estos daños, que hoy se estiman que produjeron un estrago definitivo en el posible suministro de gas ruso, no solo a Alemania, sino a otros países europeos. Hay que recordar que el tendido de esas redes subterráneas de abastecimiento de gas líquido, había ocasionado desde los orígenes del Stream 1 (2011) y con más intensidad cuando se concretó recientemente el Stream 2, una férrea oposición en primera instancia de Estados Unidos, que veía perjudicada su oferta de venta de gas a Europa, Alemania incluida. Es más, el 7 de febrero pasado, Joe Biden declaraba en un video ampliamente difundido vía internet, que “si Rusia invade, ya no habrá Nord Stream 2, le pondremos fin”.
Para reforzar esa teoría, puede citarse que desde Parlamento Europeo (vía Twitter), surgieron voces polacas que agradecieron a EE.UU. por este “pequeño acto”.
Por cierto, las primeras sospechas, del lado de la prensa occidental y de Ucrania, apuntan a Rusia. Pero pensando de forma lógica, habría que preguntarse, ¿qué intención tendría Rusia en dañar definitivamente un gasoducto en el que invirtió cientos de millones y que le hubiera permitido importantes ganancias económicas, al surtir de gas líquido a distintos países europeos? Más bien habría que considerar el hecho de que esas averías de los gasoductos permitieron acrecentar las ganancias de los surtidores americanos de gas en un 20%.
Según el portavoz del presidente ruso, Dimitri Peskov, ante las acusaciones que pretenden hacerse a la Federación Rusa por estos atentados, es necesaria una investigación urgente, que fue solicitada ante del Consejo de Investigación de la ONU, que se espera actúe de forma ecuánime dada la gravedad de los acontecimientos.
Posición actual de Alemania ante los hechos (octubre 2022)
La unidad política europea no existe. Son los europeos capaces de ponerse en pie de igualdad política con los Estados Unidos?
Nosotros, los americanos, hemos aprendido que sin Europa no podemos hacer frente a los desafíos mundiales, pero al mismo tiempo comprobamos que no existe una unidad europea a ser tomada en cuenta seriamente.
Brezezinski, Zibigniew, Ex Consejero de Seguridad Nacional de los EE.UU. bajo Jimmy Carter (1977-1981). Perteneciente al Partido Demócrata.[7]
Como se mencionó en notas anteriores, a inicios del conflicto, Alemania decidió continuar alineada a la política atlantista que plantea EE.UU. y la UE. Es más, abandonó su postura de no rearme que tuvo tras la Segunda Guerra Mundial y decidió, a finales de mayo 2022, vía aprobación parlamentaria, invertir 100 mil millones de euros para su ejército, además del compromiso de envío de soldados (15.000), aviones, barcos de guerra y recientemente, tanques de última generación.
Documentos del Centro de Análisis Geopolítico (CIPI Foundation), evidencian que la estrategia de Estados Unidos es considerar a Ucrania punta de lanza en el enfrentamiento bélico en cuestión, con el propósito de aniquilar políticamente a Rusia.[8]
Los EE. UU. consideran que la Unión Europea, y en particular Alemania, no deben desarrollar autonomía estratégica propia. Lo señaló claramente George Friedman, geoestratega norteamericano:
El principal interés de Estados Unidos y por el cual llevamos adelante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, al igual que la Guerra Fría, fueron las relaciones entre Rusia y Alemania. Porque ambas naciones juntas representan para nosotros una amenaza. Nuestro interés principal consiste entonces en evitar a toda costa que se dé esa situación.
Sin embargo, el consenso político generalizado en Alemania, alentado por todos los medios de comunicación, muestra en su gran mayoría la visión unilateral occidental como explicación a las nuevas realidades vinculadas al conflicto bélico. Nos referimos a las posturas del equipo gobernante de la coalición semáforo (el SPD, socialdemocracia que encabeza del canciller Olaf Scholz -rojo-, los Verdes Alianzo/90, partido ecologista, cuyas principales figuras son la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, y Robert Harbeck, ministro de Economía, y los Liberales -FDP- con Christian Lindner a la cabeza -amarillo-).
No obstante, en las redes y en algunos programas televisivos que buscan agregar alguna pizca de crítica alternativa, aparecen figuras independientes como la diputada Sahra Wagenknecht (perteneciente al partido Die Linke/la Izquierda, política de sólida formación y autora de varios libros), quien aboga con sobrados argumentos por una solución diplomática para sortear la enquistada situación bélica que perjudica enormemente la economía alemana. Entre otras cosas, pide el cese de las sanciones a Rusia y que se adopten una serie de posturas políticas diferentes a los argumentos de confrontación carentes de lógica manejados hasta el presente por el equipo gobernante.
También otras voces jóvenes de filas críticas de la CDU,[9] se hacen escuchar en las redes, pidiendo reflexión ante las actuales circunstancias. Se critica que la actualidad política se describa como en las películas, como enfrentamientos entre malos y buenos, sin reconocer matices intermedios y pasando por alto o distorsionando muchos elementos de la historia reciente alemana, que ayudarían al diálogo diplomático constructivo.
Así, por ejemplo, Tim Schnitger señala, basándose en cifras extraídas de la conocida revista de economía Wirtschaft Woche, que a diferencia de lo que se proclama a voz tendida en los medios, solamente 36 países del total de 193, participan de las sanciones a Rusia. Se critica principalmente que un país tan corrupto como Ucrania, que figura en la lista en el sitio número 122, por detrás de Egipto y otras autocracias, sea asimilado al lado de las democracias occidentales como modelo a defender, y que la guerra con Ucrania se reduzca simplemente al ataque a Rusia, cuando hay otros factores fundamentales del pasado que tienen su peso en la cuestión. Esto no significa estar de acuerdo con la agresión o desconocer que Rusia es una autocracia, un sistema político que en toda su historia no conoció funcionamiento democrático alguno. La estrecha brecha que significó la Perestroika y Gorbachov, representó en cierta forma una excepción. Pero se señala que no se menciona que esa política, que llevó al hundimiento total e inmediato de la URSS, trajo para la mayoría del pueblo ruso la inserción en una perversa economía de mercado que perjudicó a enormes mayorías y enriqueció desmesuradamente -como ya fue señalado- a la nueva casta de oligarcas.
Esas voces a contracorriente del consenso oficial generalizado, insisten en que la OTAN, apartada de sus principios originarios, lejos de ser una unión defensiva, llevó adelante varias guerras, como por ejemplo el bombardeo de Bosnia, en 1995, el de Serbia, en 1999, el de Libia, en 2011, y el de Siria, en 2014.
A su vez, en relación a la inclusión de Georgia y Ucrania en la OTAN, propuesta en la Cumbre de Bucarest (2008, 20ª cumbre de la OTAN), existió la advertencia del entonces embajador de EE.UU., William Burns, hoy jefe de la CIA, de que integrar a esas naciones a la Organización, era una provocación directa a la Federación Rusa, celosa de su espacio de predominio en el este europeo.
La desestabilización por parte de EE.UU. en esa zona oriental de Europa, y en particular en lo relacionado con Ucrania, se arrastra desde hace al menos 8 años. Cuando la revolución de Maidán, que terminó con el derrocamiento del presidente pro ruso Viktor Yanukovich, la presencia del senador norteamericano Mac Cain, alentando a un sector de los nacionalistas insubordinados, fue una clara injerencia en ese conflicto. A su vez, WikiLeaks hizo circular un telefonema de Victoria Nuland, por entonces jefa del gabinete de Relaciones Exteriores de EE.UU. y hoy Secretaria de Exteriores, donde en comunicación con otro funcionario norteamericano, días previos a Maidán, expresaba abiertamente sus preferencias en cuanto a la asunción de las nuevas autoridades, expresando a las claras un insulto a la UE: “fuck the EU!”[10]
En resumen, si Alemania se hubiese negado a adoptar las sanciones, si hubiese actuado con autonomía, cualidad que no posee ni dentro del país ni en lo referente a la conducción de la UE (Comisión Europea al frente de la alemana Úrsula von der Leyen, partido CDU), las actuales perspectivas serían otras.
Este artículo es genial